El problema es ético, no económico, pero tiene repercusiones económicas incalculables. Hoy, la abundancia de recursos que ha manejado el país no tiene comparación, al punto que nos damos el lujo de tener una fuga de capitales entre 1998 y 2013 de 259 mil millones de dólares, y una denuncia en boca de autoridades como la Presidenta del Banco Central de Venezuela, para aquel entonces Edmée Betancourt y el exministro Jorge Giordani, quienes señalaron una estafa a la nación por más de 22 mil millones de dólares en el año 2012 a través del Sitme y Cadivi, además del reconocimiento de un nivel de contrabando de más del 40% de lo que importamos formulada por el mismo Diosdado Cabello actual presidente de la Asamblea Nacional, y aquí no pasa nada.
Ni los que denuncian vuelven a dar la cara sobre los detalles de las mismas, ni los responsables de tal estafa denunciada son precisados, y mucho menos castigados. Hoy, como en la IV República, quien gobierna es la impunidad, y eso conduce a una deslegitimación tal, que los bajos niveles de popularidad y credibilidad ponen en peligro la gobernabilidad soportada sobre la base de una lealtad de sectores militares, que en algún nivel, lamentablemente son cómplices tanto de las importaciones fraudulentas como del contrabando, aunque sabemos que también existen sectores militares leales al legado del Presidente Chávez que luchan internamente porque esta situación de deterioro no se incremente.
No existe corrupción sin una burocracia responsable y sin un sector del capital cómplice y corresponsable. La semana pasada en una conferencia de Consecomercio donde fui invitado, les decía a los empresarios presentes que es una posición muy cómoda asumir que toda la responsabilidad es del gobierno, pero quienes se disfrutan los dólares del país en Miami todos los fines de semana se definen “empresarios”, y estos son los que tienen responsabilidad en la fuga de capitales, y los que pagamos, en una economía cuyas divisas provienen en un 96% de la renta petrolera y es básicamente importadora, somos el pueblo trabajador, aquellos que vivimos del 15 y último o de lo poco que producimos honestamente, y que no podemos conseguir los productos en los anaqueles.
Una nueva clase social, amparada por las cúpulas de la polarización, emerge junto a una vieja clase burguesa consolidada gracias a la especulación financiera, en una economía donde cada vez más producir es de “pendejos”. El deterioro gira en torno al único bien rentable en el país: el dólar, hijo de un anclaje cambiario estúpido, que lo único que alimenta es el rentismo petrolero hecho vampirismo.
Hoy la única salvación no es económica, la solución es ética, pero la ética parte de hechos concretos con base en valores profesados, y lamentablemente hoy la credibilidad de quienes tienen las responsabilidad y la capacidad de realizar hechos concretos con base en el legado del presidente Chávez y del socialismo bolivariano, está mellada por estilos de vida, opulencia y acumulación de capital que no permiten confiar en ellos.
Debo confesar que me gustaría un día, con aquellos que nos denuncian como infiltrados, V columnas, pagados por la CIA, divisionistas, etc., carear mis cuentas bancarias con las suyas, mis saldos en las tarjetas de crédito con los suyos, mi hipoteca contra sus propiedades: ¡Hipócritas!
Una Auditoria Pública Ciudadana, aplicada a toda la asignación de divisas desde la vigencia del control de cambio, atribución de responsabilidades de quienes han desfalcado a la nación con containers llenos de agua no potable o escombros, repatriación de capitales, incautación de bienes en territorio venezolano, aunque no será suficiente para compensar el desfalco, lo que si será suficiente es para saciar la sed de justicia e igualdad que clama el pueblo venezolano. Después de eso, podemos hablar de unificación cambiaria, aumento de la gasolina, etc., pero si lo aplican antes de tener legitimidad, amárrense los pantalones, porque este pueblo es paciente, pero cuando se arrecha, no perdona.
*Este artículo fue publicado originalmente en www.elestimulo.com
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