La mirada lánguida de Miranda Muñoz viajaba en otro lejano ecosistema. Su belleza irradiaba los deseos recónditos de todo el pueblo. Cuando atravesaba la vereda, las miradas acariciaban sus senos en flor. Su cintura era tocada imaginariamente por todos los hombres. Más de uno la había poseído en sus sueños de los cuales ninguno quería despertar. Fue el éxtasis que hizo avivar al melancólico pueblo de San Benito. Su cuerpo de ébano batía el brillo de sus centelleantes ojos como las cascadas que descendían sinuosamente a través de las piedras. Una beldad así solo provocaba ansias hasta las profundidades del ser. Las mujeres la odiaban porque sabían que sus maridos querían con ella. Fue así cómo se organizaron para denunciarla por bruja. Con pancartas salieron a las calles unas cuarenta mujeres con la firme intención de acabar con las amenazas. El jefe civil Justiniano Argucia la disolvió cuando hizo dos disparos y arrastró a su esposa Hermelinda González por los cabellos. Todas salieron despavoridas. La situación fue tornándose incómoda.
Su aparición fue envuelta en un episodio trágico. En una gruta del río fue hallada entre hojas de banano con el cuerpo de su madre degollada. Fueron muchas las hipótesis que se analizaron. La desdichada mujer fue lanzada a las aguas con la niña atada a su cintura. Milagrosamente, el cuerpo de la decapitada sirvió como una barcaza que condujo a su hija por las tranquilas aguas. Un acontecimiento sumamente extraño en una comunidad en donde casi no ocurría nada. Tendría unos cuatro meses cuando la niña la consiguió una lavandera. Entre sus ropitas de color azul con flores blancas traía consigo una medallita donde decía: me llamo Miranda Muñoz. ¡Milagro, milagro…! ¡Gritó la mujer que alzaba la niña en señal de sorpresa! El maestro de la escuela Joaquín Campos la interceptó ¿Qué ocurre Esther? Le preguntó con autoridad. Ella, todavía atónita por lo sucedido, le indicó: Profesor, vengo del río de lavar como lo hago todos los días y me encontré a esta niña atada al cuerpo de una mujer descabezada que parece lanzaron al río desde algún pueblo vecino. ¿Un cuerpo degollado? La verdad es sumamente extraño. No teníamos un caso tan truculento desde que asesinaron a Inocente López en su carnicería hace once años. Es necesario que investiguemos profirió el pedagogo secándose la frente ante el insoportable calor. El suceso causó conmoción. El pueblo se arremolinó cuando Esther Adocena la llevaba entre los brazos. La niña sonreía como extasiada ante semejante atención. Era una nena llena de hermosura. Fueron pasándola de brazos en brazos hasta que la llevaron al hospital para los chequeos de rigor.
Una comisión policial llegó hasta el río para retirar el cuerpo de la mujer. Con ellos vino desde la capital el acreditado médico forense Cristian Arias. Observó al cuerpo durante más de cuarenta minutos sin decir una palabra. Luego hizo algunas revisiones detallando minuciosamente al cuerpo. Una mujer morena de 1,82 m, que puede tener entre 20 y 23 años de edad. Su morfología responde a una clásica fémina de Canelones. Determinó que la decapitación había sido hecha por una persona diestra. Calculó que la occisa había sido asesinada 48 horas antes de haber sido encontrada. El corte fue realizado con esmero, lo que quiere decir que la drogaron colocándola sobre una mesa donde realizaron el trabajo con suma delicadeza. Cuidó las formas para no estropearla. Tampoco se encontraron elementos físicos que probaran una violación. De tanto observarla se animó a construir una teoría. Es la representación de una obra que buscaba resaltar su belleza. Es un hombre que siente delectación por la víctima. Para este sujeto fue un sacrificio de alguien que entiende al amor como una obsesión. Le colocó un dispositivo químico para que las aguas no dañaran su cuerpo. Otro detalle es qué no borró las huellas dactilares. Dando a entender que desea que lo descubramos, pero es parte de su juego macabro. Atar a la niña es una especie de poder perpetuar a su víctima. Qué la semilla de la mujer siga a través de Miranda Muñoz. Fíjense el detalle de la medalla con el nombre de la nena. Eso es algo sumamente inusual, en mis años de carrera jamás me encontré con esto. Quien lo llevó a cabo es un hombre de unos cuarenta años, altamente meticuloso e inteligente. Todo un misterio por desentrañar. Fueron infructuosas todas las líneas de investigación que se abrieron. No lograron encontrar un rastro del asesino de la madre de Miranda.
Al principio todos la adoraban. Cada una fue asumiéndola como parte del linaje del pueblo, pero en la medida que fue creciendo su belleza se hizo tan espectacular que la envidia emponzoñó los corazones. Los hombres bajo el efluvio de los bajos instintos fueron descubriendo a la mujer. Era la reina de todo, su inteligencia deslumbrante funcionaba como el péndulo por donde se conducían muchas de las decisiones. Todos sus maestros hablaban maravillas de ella. Su dulzura irradiaba una simpatía que dejaba estupefactos a todos. El veneno de la maleficencia fue avanzando hasta lograr calcinar los corazones para volverlos tragedia.
Una turba enardecida de mujeres incendió la casa de Miranda Muñoz. Afortunadamente, logró salvar su vida. Salió corriendo hasta el bosque mientras la perseguían con antorchas. Esther Adocena, quien se encargó de su crianza, murió achicharrada. Ella lloró amargamente al no poder hacer nada. Otra cosa que le quebrantó el alma fue que la medalla que traía consigo cuando fue hallada la hicieron añicos, esa era su única conexión con su madre. La joven de nobles sentimientos terminó dándole rienda a una brutal como original venganza. Planificó durante días un golpe que las aniquilaría en su dignidad de mujer.
Todos estaban sorprendidos cuando acudieron a la primera misa del domingo. Una carpa multicolor fue colocada en la plaza con un letrero bien particular: Se alquilan besos. Cada una de las personas no imaginaban la sorpresa que les depararía el destino. En la puerta de la carpa estaba Miranda Muñoz vestida de blanco. Sus gráciles formas parecían haberse desbordado desde la dolorosa noche del incendio. Sus senos monumentales hechizaban hasta lograr que la quietud enloqueciera. Su belleza eclipsó todo el ambiente, haciendo infructuoso el llamado de las campanas. Los hombres comenzaron haciendo una larguísima cola. El sacerdote hacía un llamado que ni siquiera su sacristán atendía. No podía emplazar a las autoridades, todos esperaban su turno. Policías y guardias nacionales aguardaban férreamente para no perder el puesto. Todos los hombres del pueblo abandonaron sus actividades particulares y religiosas para acercarse al toldo. En la puerta estaban escritas las reglas. Solo se permitían besos. Nada de acariciar sus senos fantásticos. Tampoco estaban autorizados los manoseos. Ella escogería minuciosamente a los quince mejores besos. Iba dándoles un puntaje que anotaba en un cuaderno. Tenían la opción de hacerlo máximo tres veces por persona. Para ello era necesario regresar a la cola y volver a pagar religiosamente. Quien lograra hacerlo mejor clasificaba para estar en una lista más reducida de posibles amantes. El sueño de poder acostarse con la virgen más codiciada de la historia del pueblo. Cada beso era el pasaporte al cielo. Ingrávidos y jugosos como fruta madura. Al terminar el turno tomaba una infusión de menta muy fuerte para hacer desaparecer el rastro. Así fue pasando el pueblo entero por su boca. Miranda Muñoz salía a la puerta de la carpa para burlarse de las adoloridas esposas. Los hombres hipnotizados con sus manos atadas. Miranda como una actriz que cumplía su rol mientras una caja gris estaba atiborrada del dinero producto de la cosecha. Aquello fue una fiesta sin orquesta. La deslumbrante mujer robándoles el alma a todos los hombres, mientras todas las mujeres proferían las más procaces maldiciones. Ellas no podían hacer absolutamente nada. Cada marido en la boca de Miranda era su derrota. Le destrozó el orgullo frente a cada una que enarboló una antorcha.
A las 12:00 de la noche cerró la carpa. Contó el dinero y se durmió completamente desnuda. Los hombres se peleaban por mirar por la rendija, esa iniciativa era mucho más costosa. El espectáculo terminó sus funciones a las 2:00 de la madrugada. Cada hombre se marchó llevando un sello de ella. Ese embrujo fantasmagórico terminó por hacerlos caer en su red. Ya su voluntad estaba en las manos de quien les secuestró la vida.
Esa noche cada uno volvió a soñar con ella. Sus mujeres tratando de seducirlos en una tarea inútil. Durmieron con el sabor de su boca entre los labios. Cuando amaneció todos los hombres del pueblo se fueron tras Miranda. Jamás se volvió a saber de ellos.
@Alecambero