Perdí la cuenta de las veces que pedí a los electores venezolanos en estos últimos 14 años que se volcarán a las mesas de votación a expresar su rechazo a la autocracia y el autoritarismo y apoyar a la democracia y la libertad.
Y perdí también la cuenta de las veces que me sentí satisfecho, porque si bien no desalojamos del poder a la claque de anacrónicos y desintegrados que terminaron convirtiendo a Venezuela en una colonia de Cuba, si avanzamos en la vía de gritar que la democracia venezolana no se rendía y más temprano que tarde terminaría imponiéndose a sus frustrados exterminadores.
No ha sido una batalla fácil, desde luego, ni compleja, ni confusa, ni sinuosa, pues habiendo la demofobia asaltado el poder desde dentro, ataviándose con los símbolos del sistema político que auspicia la pluralidad, la alternabilidad en el gobierno y la defensa de los derechos humanos; usando, en fin, las instituciones del estado de derecho para destruirlo, la oposición ha tenido que actuar reclamando para si y los “otros” el respeto a la Constitución y las Leyes que es, en realidad, el único Credo al que está inapelablemente obligada.
En otras palabras, que no pocas veces ha sido atropellada y provocada en espera de que recurra a los mecanismos e instrumentos antidemocráticos para de esa forma aplicarle la ley y los castigos que solo corresponderían a los atropelladores y provocadores.
No ha caído en la trampa, y haciendo escuela con su infinita paciencia ha evitado el mal mayor de la guerra civil, sin privarse del bien con el que solo debe derrotarse a una dictadura: con más democracia.
Por eso, lucha, combate y guerra SÍ contra el neototalitarismo, el populismo y el comunismo, pero sin apartarse de los principios que le impone a los demócratas el respeto de los derechos humanos aun de sus peores enemigos.
Paradoja que no pocas veces se ha denunciado como de monumento a la ingenuidad en el siglo donde nacieron las dictaduras de Stalin, Hitler, Mao, Mussolini, Kim Il Sung y los hermanos Castro, pero que en cuanto ha significado la supervivencia, crecimiento y consolidación de la democracia y el colapso de casi todos los totalitarismos, se ha revelado como el único recurso válido para enfrentarlos cualesquiera sean su orígenes, naturaleza, ascendencia o descendencia.
El chavismo nació en Venezuela como un vástago residual de la devastada, aunque aun sobreviviente revolución cubana, estructura de la cual copió sus aparatos represivos y su saña contra la libertad y la democracia, pero no su estrategia para la toma y permanencia en el poder que no incluía ni guerra de guerrillas ni insurrecciones populares, con lo cual pudo construirse como un híbrido entre populista y capitalista, demócrata y autoritario, que, ladinamente, atraía por su insistencia en lo humano y en lo social, mientras en esencia era el mismo caimán barbudo que regresaba a engullirlo, aplastarlo y dominarlo todo.
Lo insólito resultó que tal préstamo, no solo se pagó con el financiamiento de todo lo que fue necesario para la supervivencia de la vetusta y ya agónica dictadura castrista, sino, igualmente, con la conversión de sus “salvadores” en lacayos que, de entonces acá, han llevado a cabo la increíble proeza de transformar a un país rico, en colonia de uno pobre.
Un suceso absolutamente nuevo en la historia del colonialismo de todos los tiempos y países, pero que en muchos sentidos ha vuelto a recordar el papel que las ideologías siguen jugando en la configuración de un mundo, donde las luchas por el poder, pueden reservar sorpresas, tanto a dominadores, como a dominados.
Pero lo básico a destacar aquí es que tales roles, asumidos en el contexto del fin de la “Guerra Fría” que proclamó el triunfo de la democracia contra la dictadura, y del capitalismo contra el comunismo, no se hizo sin introducir una variante en la estrategia para la toma del poder de los neodictadores que costó y tardó que asimilaran los demócratas, como fue la aceptación por parte de los demófobos de mecanismos electorales para hacerse con los países, y el llamado a la redacción de “Constituyentes” que fueran las que normaran los nuevos pactos sociales.
De modo que, sin renunciar a las violaciones de los derechos humanos que habían sido su marca de fábrica, ni a la lucha de clases llamada ahora “lucha de pobres contra ricos”, ni a la exclusión y asfixia de aquellos que adversaran los “nuevos evangelios” y la “nueva Jerusalén”, los utópicos marxistas tomaron este otro ropaje que no pocas veces confundió y retardó el éxito de la lucha contra ellos.
Venezuela puede estudiarse como el espacio físico y social donde la retroizquierda náufraga de la caída del Muro de Berlín y del colapso del comunismo soviético, ensayó con el avieso modelo, donde pudo anotarse sus éxitos más espectaculares, adquirir un desarrollo y una fuerza que por momentos lucieron con vocación de permanencia, pero también donde hace aproximadamente hace dos años inició un descenso cuyo último capítulo puede ser el triunfo o la derrota de Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales de hoy domingo.
Porque, ya bien gane holgada o críticamente, las mayorías venezolanas saben que será un resultado trucado, que apenas le permitirá un gobierno deslegitimado y cuyo futuro durará tanto cuanto dure la paciencia del país en coexistir con el desgobierno, el caos y la anarquía.
Pero perder con cualquier resultado tampoco es una salida para Maduro y el post chavismo que tendrán que enfrentar 14 años de envejecimiento, mientras el nunca cohesionado movimiento político que les dio vida se hará migajas, o como le gustaba más al difunto presidente Chávez mascullar, “se pulverizará”.
Por su parte, el candidato de la oposición democrática, Henrique Capriles, se las verá con escenarios radicalmente distintos a los de Maduro, pues siendo el líder de una fuerza política en ascenso, puede escapar a cualquier resultado favorable o adverso, ya que, si gana, contará con el apoyo de todos los venezolanos para recuperar al país de la crisis, y si pierde, será el movimiento que crecerá y se proyectará hacia el futuro, en un contexto en que la estrella de Maduro y el post chavismo no pueden sino irse eclipsando.
Una oposición democrática con un líder que ha revelado una capacidad creciente para llegarle a multitudes de jóvenes, profesionales, estudiantes, obreros, trabajadores de la economía informal, a medianos y pequeños empresarios y a todos cuantos quieran hacerse un alero en una Venezuela donde trabajar, estudiar, tener una empresa, amar y soñar no sea una utopía, ni una hazaña heroica, sino una realidad de todos los días.
Venezuela que hemos construido todas las veces que hemos ido a votar por la democracia, pero que hoy acercaremos mucho más en la medida que podamos demostrar que somos más de la mitad de los electores y una tercera parte del total de la población indispensable a tomar en cuenta cualquiera sea el rumbo que quiera dársele.
Por eso, votar hoy amigo que lee estas líneas, es fundamentalmente votar por usted mismo, sus hijos, sus nietos, su familia, que tienen que ser necesariamente convocados a una lucha, a una batalla, a una guerra, donde si no estamos todos, es difícil que se gane.
Una cita que estoy seguro usted no se perderá, porque verla pasar sin involucrarse en ella, es como quedarse sin Dios, amor, patria, solidaridad y poesía
Manuel Malaver