Corina de los Llanos decidió que no se va del país. Que no hay razón para que los sinrazón la obliguen, por la fuerza de la angustia, el miedo y la zozobra a embalar sus recuerdos y esperanzas en una sola maleta, para dejar baldío un territorio ya arrasado, pero indiscutiblemente fértil como el que más.
Corina, en medio de su viudez, aun no sabe por qué sufre tanto. Si porque se le fue el goloso Marcelino, o si porque desde la partida de su “doño” se instauró en su vida un martirio disfrazado de penuria, desolación, ausencia, imposición, dictadura.
Corina; ese personaje escrito por Violeta Alemán, delineado por Iraida Tapias e interpretado por Nitu Pérez Osuna, se parece mucho a una de las Venezuelas de hoy.
Corina se vino abajo. Perdió lo que tenía: al marido, a los hijos, a los nietos; pero perdió más. Perdió la libertad, el poder de decidir, la alegría de un son, probablemente hasta el sazón para un buen antipasto.
Corina (habría que preguntarle a Violeta el porqué de ese nombre y no otro), jamás perdió -porque eso es imposible de perder- la esencia de una realidad vivida. A ella; tal y como lo demuestra sobre las tablas; nadie le quita lo bailao.
Corina conoció la democracia, y lo que significa gobernar para todos. Corina es crítica con los errores del pasado, pero consciente de los éxitos logrados; es partícipe en rol protagónico de un arraigo que no se puede empaquetar con nostalgia en una maleta, o mucho menos despachar en una venta de garaje; de esas en las que se entrega la vida resumida en una tacita de porcelana o un adorno inútil; recibido como agradecimiento por haber ido a conocer a un recién nacido en esta tierra de gracia.
Corina; luego de sufrir en su soledad, de cavilar con sus nervios, de traslucir una locura inducida por la mala praxis gubernamental y sus consecuencias sociales; se rebela.
Corina no sale a tirar piedras, ni pregona la calle como única alternativa de lucha; de hecho, más allá de lamentar el robo, sea éste de celulares o de elecciones -da la mismo-, es de las que prefiere su casa, y su whisky.
Corina lo que grita; con indignación hasta las lágrimas; es que toda esta barbarie puede ser revertida.
Corina frena de golpe la desesperanza aprendida de la que tanto hablan los psicólogos sociales; y aplica una modalidad de esperanza cierta que se basa en la decisión personal de que no todo está perdido cuando se tiene la convicción de que no hay espacio para vacilar, cuando se trata de dar la vuelta en U, como país, y reanudar por los escombros hasta encontrar, juntos y aquí, el camino extraviado.
Corina, por todo esto dice: “Irme, ¿a cuenta de qué?
@incisos
Por Alfredo Yánez