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70 años de pruebas y fulgores

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70 años de pruebas y fulgores

La fundación de El Nacional es uno de los grandes actos de civilidad del siglo XX. El 18 de octubre (de 1945) liquida políticamente el gomecismo, pero antes, en 1943, la inauguración de El Nacional supone la entrada en circulación de un periódico no solo democrático, sino antigomecista (su director, Antonio Arráiz había estado en la áspera cárcel de la tiranía; uno de los dueños y gran reportero, Miguel Otero Silva, es de la generación del 28, frente estudiantil contra la satrapía del momento). Quizá por eso, el periódico cumplirá una permanente tarea didáctica: recordar la ferocidad de un largo régimen y recordar a algunas de sus jóvenes víctimas (por ejemplo, Armando Zuloaga Blanco).

 

El general Medina, el último de los presidentes posgomecistas, no debe ser recordado solo por la creación de la reurbanización El Silencio o algunos conglomerados escolares, sino porque garantizó un tiempo de libertad que permite, entre otras auroras, la creación de El Nacional, que surge signado por la modernidad democrática y también por la ideología de ese tiempo terrible pero esperanzador: a favor de los aliados y de la causa ya perdida, pero siempre vigente, de la república española.

 

El Nacional impone una serie de novedades técnicas: la mancheta, grandes fotos casi cinematográficas firmadas por el Gordo Pérez. Al tener al frente a un poeta como Antonio Arráiz, la literatura es como una causa moral, otra forma de afirmación de inteligencia frente al oscuro e ignorante país de las primeras décadas. Hay, de hecho, un Papel Literario que, con Juan Liscano al mando, dará oportunidades a los jóvenes cuando el zarpazo militar vuelva a ceñirse sobre el país.

 

Es un periódico que valora al redactor no solo informado sino que sabe escribir. Basta con recordar a Cuto Lamache, Federico Pacheco Soublette, Raúl Agudo Freites, Sergio Antillano, Ramón J. Velásquez, Ratto Ciarlo, Carlos Dorante, Lorenzo Batallón, Miyó Vestrini, Susana Rotker y tantos, que el espacio nos impide incluir.

 

La firma será uno de los orgullos del periódico, tanto nacionales como Mariano Picón Salas, Arturo Uslar Pietri, Guillermo Meneses, Josefina Palacios, Alejandro García Maldonado. Juana de Ávila escribirá con denuedo y autoridad sobre los asuntos de la infancia. En la columna Belvedere, de la famosa cuarta página, aparece diariamente un nuevo valor, como Andrés Mariño o Antonio Márquez Salas.

 

La mujer periodista-escritora aparece desde el primer momento en las figuras de Elba Arráiz (la única gran narradora de los años 30, la Dinorah Ramos de “Seis mujeres en el balcón”). Al unísono, aparece la figura precoz de Ida Gramcko, una poeta muy joven, que asombra con la riqueza de sus reportajes desde su cargo de reportera de Arte, algo innovador para el momento; lo mismo que el jefe de redacción, el primero de ellos, José D. Benavides, merece justo y sobrio recuerdo, como la gran reportera Francia Natera. Y es en estas páginas donde se han publicado muchas de las piezas magistrales de Elisa Lerner.

 

El periódico mira hacia el hondón del país con sus páginas de Provincia, a las que confiere importancia.

 

En los años 50, aún con el acoso de la dictadura, bajo pseudónimo incluyó

 

los nobles y sagaces aportes de Ramón Álvarez Portal (Luis Esteban Rey) y de Lupe Ravelo (Ana Luisa Llovera). En la página cuarta, con la firma bella del escritor republicano español, Antonio Aparicio, que murió olvidado de todos entre nosotros. Y en el Papel Literario, abriendo página, glorias literarias del exilio español como María Zambrano, María Teresa León y, en las centrales, la crítico de arte Margarita Nelken o Luisa Sofovich, la argentina esposa de don R. Gómez de la Serna con sus crónicas preciosas. Pablo Neruda colaboró con sus poemas por largos años.

 

En los años 70, el periódico fue generoso y abierto con la intelectualidad venida del Sur. Tomás Eloy Martínez tuvo vara alta. Una desconocida Isabel Allende (aunque luego se ha quejado de lo poco que se le pagaba) pudo escribir por años sus notas breves de revista femenina.

 

Pocos meses antes de morir Salvador Garmendia, notable hombre de letras venezolanas, escribió páginas muy hermosas. Lo que también puede decirse de Simón Alberto Consalvi.

 

El humor, gracia de la inteligencia, ha tenido destacado papel en este periódico, inaugurado con los versos que Aquiles Nazoa escribiera con el pseudónimo de Lancero. Y el maestro Zapata, nuestro gran escritor del humor en la prosa breve, ha merecido un sillón en la Academia de la Lengua con los textos para sus viñetas.

 

Entre pruebas y fulgores, El Nacional ha vivido como un venezolano más.

 Milagros Socorro

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