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Los antihéroes

Posted on: febrero 25th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

Estamos tan pendientes del advenimiento del próximo héroe que no caemos en cuenta de cuantos antihéroes pululan entre nosotros. Mario Briceño Iragorry propuso ese arquetipo vernáculo para definir a esos personajes que se especializan en manipular las causas justas de lucha del pueblo venezolano, para conseguir su propio beneficio. El no tenerlos en cuenta es la razón casi segura de no poder explicarnos el curso de los acontecimientos del país, y el estar permanentemente atascados en la ciénaga de una supuesta insensatez. No parece ser así. Lo que pasa es que somos víctimas de quienes se apropian de los procesos sociales, de quienes los confiscan para jugar a su propio interés, sin importarles si por eso se llevan por el medio la suerte de los venezolanos.

 

 

 

El antihéroe tiene muchos matices. Los hay como el Marqués de Casa Leon, que siempre tuvo a mano una puerta de escape. Son del tipo que nunca tienen demasiados reparos en servir y luego traicionar. Y hacerlo sucesivamente, vaciados de ideas y convicciones, porque son capaces de estar un rato con dios y al momento siguiente con el diablo. Bellacos y pusilánimes -tal y como los caracteriza Mariano Picón Salas- su estrategia resbaladiza los hace caer siempre bien parados, por lo menos en buena parte de su historia vital. Ellos -los antihéroes- queman ahora lo que adoraron ayer y solo conservan de cada metamorfosis la misma sonrisilla, el mismo ojo de lince para asaltar cada suculento bocado.  Son, por ejemplo, los que ayer reprimían y hoy se presentan como adalides de los derechos humanos, o los que invocando esos mismos derechos ahora son capaces de reprimir y violar cada artículo de todas y cada unas de las leyes vigentes. Y lo peor es que lo hacen con una desfachatez sorprendente.

 

 

 

Briceño Iragorry los equipara a los nuevos filibusteros, no porque estén dedicados al asalto de barcos y tesoros ajenos, sino porque son los sempiternos ladrones de espacios y conciencias, apropiándose del discurso de la libertad para transformarlo en una nueva ocasión de servidumbre. Los antihéroes son expertos en el pescueceo, porque siempre están allí donde la foto da un mal testimonio de los que no tienen ningún mérito siquiera para aparecer en la galería de falsos próceres. Pero a ellos no les importa. Ellos se regodean por estar negociando lo innegociable y dialogando cuando de lo que se trata es de actuar. Su cálculo de utilidades en nada tiene que ver con los que desea o necesita el país. Son ellos los que se benefician. Son ellos los que ganan tiempo, recursos y para colmo un inmerecido reconocimiento. Son ellos los que después se pavonean pretendiendo ese falso heroísmo de los que siempre se salen con la suya.  Ellos siempre tienen a mano una consigna impertinente que solamente sirve para operar como el salvoconducto que la tiranía irredenta siempre necesita para afincar el miedo pacífico y entreguista de los que luego se sirve. Ellos son los teóricos de la defensa de los espacios y de la falsa prudencia. Para ellos siempre hay un espacio que defender, que los obliga a negociar y a pactar una paz cuyo costo es la violencia. Una paz que niega el derecho a la libertad y a pedir justicia, derechos  que deberían tener vigentes  cada uno de los ciudadanos venezolanos.

 

 

 

Pero sigamos el argumento de Mario Briceño Iragorry. El antihéroe es prolífico en sus oportunos silencios. “Es un callar calculado más que un silencio confundible con la actitud esperanzada de quienes meditan para mejor obrar. Es un silencio de disimulo, un silencio cómplice de la peor de las indiferencias. No se puede callar por prudencia en momentos de desarmonía social, cuando la palabra adquiere virtud de temeridad. Menos cuando existe el deber de hablar, cuando el orden político no tiene para la expresión del pensamiento la amenaza de las catástrofes aniquiladoras; entonces es delito todo empeño de achicar las palabras y malévolo todo propósito de destruirles su sustancia expresiva. No tendrán república los ciudadanos que ejercitan las palabras fingidas. Ella quiere voces redondas. Ella pide un hablar cortado y diestro, que huya del disimulo propio de las épocas sombrías, cuando la voz de los amos acalla las voces de las personas que los sufren”. El antihéroe calla y manda a callar. Es el maestro de las versiones. Pretende no hacer ruido que desarmonice e invalide cualquier posibilidad de dar el salto hacia el otro flanco. No hace oposición porque intenta ser el heraldo de los consensos y las soluciones fáciles. El sueño del antihéroe es el vaso de wiski que al final de la jornada reúne a unos y a otros en la confabulación de la rasa complicidad. O en su defecto, el ósculo que testimonia la puesta en escena detrás de la cual hay otras realidades.

 

 

 

La mentira se conjuga con las medias verdades para construir la neolengua del colaboracionismo. La verdad no les sienta bien. Son expertos en el disimulo, lo que les permite participar en todas las causas, cuando ellas convienen. Los antihéroes no terminan de anunciar que se acabaron las negociaciones con el régimen cuando se descubre que iniciaron las siguientes. No se ha secado la tinta del último comunicado en el que dan por clausurada la ruta electoral cuando los medios anuncian que siguen buscando mejorar las condiciones. Todo parece indicar que necesitan decir lo que quiere oír la gente en cada momento, mientras ellos hacen y deshacen en nombre de todos.

 

 

 

Pero ¿cómo calificar al que se dedica a ser el francotirador del oportunismo? ¿Qué podemos decir del que inventa calumnias y se dedica a las más rocambolescas teorías paranoicas de la conspiración solamente para flotar en el remolino de los acontecimientos y para ser bufón dentro de una corte de bufones? ¿Qué categoría de antihéroe es el que, por ejemplo, dice que opera “una multimillonaria campaña para desprestigiar partidos y políticos para crear un vacío que se pueda llenar con un político que al no tener respaldo de un partido tendrá que obedecer a los delincuentes financieros que los mantienen? Ese antihéroe persigue ser un inmenso colchón alcahueta que quiere hacer pasar por mártires a los que no son otra cosa que causa y consecuencia de cálculos errados. Pero no es el único. De inmediato otro de la misma estirpe replica que “hay un eje de sicopatía y falta de vergüenza Caracas-Miami-Madrid-Bogotá cuya única actividad es denigrar de los líderes democráticos”. Ellos forman parte de esa confabulación de la mentira que encubre y ratifica los errores que se han venido cometiendo. Y que cierran filas para que no se descubra una circunstancia terrible: los antihéroes se están repartiendo el poder y necesitan preservar este statu quo para seguir medrando sobre las miserias del resto de los venezolanos.

 

 

 

Antihéroe es también el que traiciona para ganar, aunque esa ganancia sea espuria y fatua. Fueron los que pactaron la trágica reelección presidencial para seguir ellos también al frente de sus gobernaciones y alcaldías. Son también los que engañan para ganar.  Vale la pena recordar y tener presente el triste papel de los cuatro gobernadores adecos, de las promesas deshonradas, de las volteretas argumentales para juramentarse ante la asamblea constituyente fraudulenta y totalitaria. O de aquellos candidatos por mampuesto que dijeron separarse de los partidos para reducir costos políticos, pero que ahora son más partidarios que nunca. No se puede perder de vista que los que intentan sostener conjuras y conspiraciones son los mismos que no tienen ningún problema en hincarse a los pies del dueño de esos partidos, que ahora callan, para pasar inadvertidos por los callejones del oprobio. Antihéroe es el que se presta para ser comparsa, y seguir al pie de la letra la agenda que conviene al régimen. Nadie calza mejor que el falsamente prudente gobernador que nunca se ha inmutado demasiado por la represión, la muerte, el hambre, la inseguridad, ni por sus propias derrotas. Allí sigue, atenido a las expectativas de una falsa elección, disponible para lo que requieran. Tibio, como siempre ha sido, intentando la mejor temperatura posible para gustar en todos los flancos, dueño de un discurso lleno de galimatías, que bien puede ser expuesto en un velorio, en una fiesta, en un barrio o en una playa. No dice nada de lo que quiere decir y deja a todo el mundo preguntándose si algo de lo escuchado tiene sentido. Sin importar el tener que soportar tanta levedad, allí siguen sus corifeos, argumentando lo imposible de sostener, haciendo promesas que nunca podrán honrar.

 

 

 

Antihéroe es el que presenta encuestas falsas, pero pasa por ser el oráculo de los tiempos modernos. Son también nuevos remedos del viejo arquetipo del Marques de Casa Leon, preparados para decir exactamente lo que los demás quieren oír, siempre y cuando la versión tenga algún patrocinante. De nuevo la mentira es la estratagema. Juegan a los dados cargados con favoritos y menos afortunados. Todo es cuestión de precio, aunque el costo sea trágico para un país que vive alucinado. Razón tenían Briceño Iragorry y Picón Salas cuando advertían que estos antihéroes se reproducían y terminaban frecuentando las mejores casas y las mas selectas oficinas. Imagino cómo se reirán en silencio de todos aquellos que los escuchan embelesados, cuando lo que discurren es un fraude pactado con los interesados.

 

 

 

Los antihéroes son calculadores por excelencia. Que no se confundan esos cálculos con habilidad estratégica. Los de ellos son cálculos aritméticos en los que solo ellos ganan. Por eso tienen siempre a flor de labios dos calificativos y una pregunta. Acusan a los demás de radicales, también de soñadores inflexibles que nunca conceden. La interrogante ya sabemos cual es: ¿Y tú que propones? Porque ellos, supuestamente expertos en las oscuras transacciones del poder, solamente tienen inquisiciones para los demás y presuntuosas seguridades sobre lo que ellos mismos sostienen. Sus agendas son tan oscuras como los recursos que los sostienen, y que les permite pasear por el mundo, aduciendo extrañas campañas a favor de la república que previamente han entregado.

 

 

 

A los radicales nos atribuyen la paradoja. La respuesta de Briceño Iragorry era tajante al respecto: ¡Nada de paradoja! La erudita revisión de nuestra historia republicana le obligaba a reconocer el inmenso daño provocado por los pragmáticos de su propia sobrevivencia.  A nuestra realidad -decía el intelectual venezolano-  la hace intransformable el mezquino practicismo de una densa mayoría que huye de esas torres de humo conformadas por el apego a la verdad y a la integridad de las ideas. Los pragmáticos que entregan la suerte del país necesitan la tibieza y el sinsabor de los tiempos dados por perdidos. Salir de la tragedia que vive la república exige precisamente lo contrario a la humillante resignación de ser las presas de los antihéroes. No dudaba Briceño Iragorry al proponer un sabor diferente para la lucha. “La sal que anime los ánimos para estas jornadas de energía es sal de idealismo. Porque nos falta fe, alegría, esperanza, desinterés, espíritu de verdad y de sacrificio social. Todas virtudes. Cualidades que no se adquieren por medio de cálculos aritméticos. Situaciones que se avienen más con el idealista que con el hombre práctico y calculador, incapaz de renunciar a nada”.

 

 

 

Necesitamos sacar de lo más recóndito de nuestro espíritu esa disposición al llamado civilista y republicano que nos exhorta a volver a la fuente, ahora demasiado exhausta, de donde fluyen las virtudes públicas. Algunos creen que la libertad esta definida por el monto de dinero que se invierta en el esfuerzo de recuperarla. Briceño Iragorry exige una rectificación, porque “con dinero los hombres podrán hacer un camino, pero no una aurora. Y estamos urgidos de amaneceres. Necesitamos un alba nueva. Un alba que alumbre la fatiga de quienes han llorado a lo largo de la noche sin piedad”. Necesitamos un sueño diferente a esta connivencia y a esta novela que no concluye donde los malos se hacen pasar por buenos y los héroes son emboscados por sus contrarios. Llegó el momento de la ruptura, porque los antihéroes son los mercaderes violando los espacios del templo republicano.

 

 

Por: Víctor Maldonado C.

@vjmc

El peligroso pacifismo

Posted on: febrero 21st, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

 

8 de mayo de 1940. Hitler estaba mostrando las garras y para todos era absolutamente incontrovertible que la guerra era inevitable. Mejor dicho, que todos, sin importar lo que pensaran, desearan o dijeran, se iban a ver envueltos en una conflagración mundial.  En sus memorias de la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill describió el portentoso enemigo que estaban enfrentando. “Los acontecimientos eran tan violentos y las condiciones tan caóticas” que solamente mediante una dirección firme y consistente podían enfrentar el desafío con algún chance. “La superioridad de los alemanes en cuanto a diseño, gestión y energía eran evidentes. Ejecutaban sin piedad un plan de acción minuciosamente elaborado. Comprendían a la perfección cómo había que usar la fuerza de las armas”. Tanto en Francia como en Gran Bretaña persistía la división. No estaba claro el propósito, y la cuña soviética había provocado una falsa distensión. Narra Churchill que “desde el momento en que Stalin llegó a un acuerdo con Hitler, los comunistas franceses siguieron el ejemplo de Moscú y proclamaron que la guerra era un delito imperialista y capitalista contra la democracia”. A partir de ese momento facciones interesadas se dedicaron a minar la moral del ejército y dificultar la producción en los talleres.

 

 

No era una situación sencilla. Pero de lo que estaba muy seguro Churchill era que no podía despacharse desde “el carácter sereno y sincero, aunque rutinario, de un gobierno “que no era capaz de despertar y movilizar ese esfuerzo intenso que se necesitaba para salir del letargo y la evasión. No se podía ganar una guerra sin hacer la guerra, sin estar preparados para dirigirla y sin estar socialmente organizados para afrontarla. Eso requería otro liderazgo, que no perdiera el tiempo, que no se desgastara en negociaciones inútiles, que no intentara una paz sin esfuerzo. Eso sólo iba a ocurrir a partir del trauma. El autor lo dice sin caer en la tentación de la complacencia. La determinación que se iba a lograr no fue el resultado de la reflexión sesuda, de la aproximación analítica. Nada de eso, fue el producto de haber sentido al enemigo respirar en la nuca del país. Fue haberse sentido indefensos, al alcance de una maquinaria bélica impresionante, totalmente diferente a lo que hasta ese momento había sido intentado. “Hicieron falta el golpe de la catástrofe y el acicate del peligro para despertar la fuerza latente de la nación británica. Estaba a punto de sonar el toque a rebato”.

 

 

Neville Chambeerlain había asumido el mando de Inglaterra el mayo de 1937. A juicio de Churchill era “un hombre despierto, eficiente, dogmático y seguro de si mismo. Se había formado una opinión definitiva sobre todas las figuras políticas de la época, y se sentía capaz de tratar con ellas. Tenía la esperanza de pasar a la historia como el gran pacificador, para lo cual estaba dispuesto a luchar constantemente, a pesar de los hechos”. Era probablemente un obcecado comprometido con una paz imposible, con una personalidad que le impedía apreciar los hechos tal y como eran. “Lamentablemente, se topó con mareas cuya fuerza no pudo resistir y se enfrentó a huracanes a los que no se resistió pero que no pudo manejar”. Su error fue una decisión que no quiso rectificar hasta que fue demasiado tarde: Él resolvió que podía cortejar a los dictadores. “Quería mantener buenas relaciones con los dos dictadores europeos y creía que el mejor método era la conciliación y tratar de evitar todo lo que pudiera resultarles ofensivo”. Fue algo más que un error de cálculo. De tanto huir de la posibilidad de una guerra, se la consiguió de frente, como un hecho ineluctable. Pero había perdido tiempo, se había negado a preparar al país para el esfuerzo que ella significaba, la había obviado no solo en el discurso, también la había evitado en las decisiones financieras y presupuestarias del gobierno.  Querían la paz porque no podían ir a la guerra. Y no podían ir a la guerra porque no se habían preparado para la guerra. Empero, la causa de la guerra estaba allí, acechando todos los días, imbatible en el plano de la realidad. A la disposición de todo el que quisiera apreciarla. Pero algunas realidades son invisibles a los ojos de los que no las quieren ver. Era el caso de Neville Chamberlain.

 

 

Chamberlain llegó incluso a firmar en Múnich un acuerdo anglo-germano que representaba el deseo supuesto de no volver a combatir entre ellos nunca más. Con ese papel firmado aterrizó en su país bañado en las sagradas aguas de la paz y confortado por el apoyo popular que se sentía salvado de una época de oprobio. Es una paz honrosa, una paz para nuestro tiempo, gritaba desde las ventanas de Downing Street. Todo ese entusiasmo se disolvió rápidamente. Hitler era una encarnación del mal que, por supuesto, no tenía ningún problema con la mentira. Al final, “una larga serie de errores de cálculo y de juicio con respecto a hombres y hechos en los que se basó” lo hicieron perder el gobierno y pasar a la historia como un insensato que pensó que Hitler podía detenerse en algún punto y pactar un nuevo statu quo.

 

 

Los países se cansan de las direcciones erráticas. Los errores de pagan con la salida del gobierno. No hay experiencia notable en la que una conducción errática sea reconocida con la ratificación del poder. Esas cosas no pasan. Y cuando pasan son para empeorar lo que ya está mal. Los venezolanos vivimos la misma atrocidad. Líderes que son reiterados en el error y que practican esa prepotencia de los que creen que no se equivocan. Son los que callan cuando hay que pronunciarse, y hablan cuando hay que guardar silencio. Son los que yerran a destajo, pero quieren seguir en la dirección política. Son los que intentan seguir intentándolo a pesar de la desdicha de la cual son accionistas, y que intentan una y otra vez esa amalgama de falsa unidad, que ahora quieren llamar frente, pero con los mismos, con las mismas dudas, las mismas indefiniciones, la misma tragedia de estar unidos caballerosamente en el más brutal desacuerdo, que a veces silencian, pero no por eso cesan en el desmadre que provocan. El profesor Tulio Álvarez, colocó en su cuenta de Twitter la siguiente reflexión: “Peor que una respuesta inapropiada es el silencio ante una crisis brutal que coloca en riesgo a la sociedad. Recuerdo un aforismo quiritario que transmito a mis alumnos de derecho romano: “Magna negligentia, dolo est”. Hay culpas tan graves que solo pueden ser intencionadas”. No puede ser que estemos sometidos a la dictadura de un grupo autoreferencial que se paga y se da el vuelto, cuando no es que lo pide prestado.

 

 

¿Con estos bueyes hay que arar? Eso ya no es posible defenderlo en el plano de la realidad. El país se va por el despeñadero y tenemos al frente al equipo completo de Neville Chamberlain cerrándolo el paso a cualquier opción. Por esa vía estamos condenados al abismo sin fin. Pero volvamos a las lecciones de la historia. La situación del primer ministro es insostenible. Sus afanes pacifistas son ahora un lastre del que no pueden desentenderse. David Lloyd George, líder de la oposición argumenta la inminente necesidad de cambio: “No se trata de quienes son los amigos del primer ministro, sino de una cuestión mucho más importante. Nos ha pedido un sacrificio y la nación está dispuesta a hacer cualquier sacrificio siempre que haya un líder, mientras el gobierno muestre con claridad cuales son sus objetivos, mientras que la nación confíe en que aquellos que la dirigen lo están haciendo lo mejor posible”. Con ese discurso cayó el gobierno.

 

 

 

El 13 de mayo de 1940 Churchill solicitó a la Cámara de los Comunes un voto de confianza. En esa ocasión pronunció el histórico discurso donde dijo que no tenía nada que ofrecer salvo sangre, sudor, lágrimas y fatiga. Conviene leerlo una y otra vez. Sobre todo, los que se agotan en pedir a las demás propuestas, y explicitación de lo que hay que hacer. Algunos colaboran con el régimen cuando cierran toda discusión con esa cantaleta, que pretenden un infranqueable obstáculo contra todos los que criticamos el actual curso de acción. Quieren detalles que nadie puede dar. Churchill tampoco dio demasiados detalles. Repasemos ese discurso. “Me preguntan ¿cuál es nuestra política? Y yo les digo: combatir por mar, por tierra, por aire, con toda nuestra voluntad y con toda la fuerza que nos dé Dios; combatir contra una tiranía monstruosa, jamás superada en el catalogo lamentable y oscuro de crímenes humanos. Esa es nuestra política. Me preguntan: ¿Cuál es nuestro objetivo? Puedo responder con dos palabras: la victoria, la victoria a toda costa, la victoria a pesar del terror; la victoria por largo y difícil que sea el camino; porque sin victoria, no hay supervivencia”.

 

 

 

Llegado el momento, la realidad se impone. Se acabó el tiempo de la condescendencia, de la falta de propósito, de la improvisación y de la duda. Se acabó el tiempo de la indefinición y los fatales voluntaristas que creen posible la connivencia con el régimen. Se acabó el tiempo de los confundidos que pretenden participar en unas elecciones que no son elecciones. Se acabó el tiempo de los que hasta ahora han practicado el error, la condescendencia, el diálogo y la fatal permisividad. Son los tiempos para Churchill. Se agotó el tiempo del peligroso pacifismo.

 

 

 

Por: Víctor Maldonado C.

Twitter: @vjmc

Entre bárbaros y hechiceros

Posted on: febrero 5th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

Vivimos tiempos de oscuridad totalitaria. Todo parece centrípeto al poder absoluto. Nada puede negarse a gravitar alrededor de la pretensión de controlarlo todo. Poder, recordemos a Max Weber, es la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia, y cualquiera que sea el fundamento de esta probabilidad. Como es nuestro caso, resulta poco importante reflexionar sobre las razones, lo cierto es que los ciudadanos somos víctimas extremadamente vulnerables de esa capacidad amorfa que pretende obligarnos a hacer y a vivir como no queremos.

 

 

El poder se exacerba en los estados totalitarios. Pero es inversamente proporcional a la lógica de dominación. Los mismos que muestran tanta capacidad para doblegarnos son absolutamente incapaces para organizar un servicio público de calidad. Comprender la diferencia requiere que nos dejemos auxiliar de nuevo por Max Weber. Una cosa es poder y otra muy diferente es dominación. La segunda es “la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de determinado contenido entre personas dadas”. No es la simple imposición de la mera voluntad sino la capacidad de organizar a la gente para que participen del orden social dentro de una comunidad política. Pasa que el abuso del poder deja a su titular carente de la posibilidad de imponer disciplina. Para que haya dominación y disciplina deben existir estado de derecho y justicia, que son némesis de las tiranías. Esta es la tercera categoría con la que trata de diferenciar Max Weber al poder de la convivencia organizada. Disciplina es, a su juicio, la probabilidad de encontrar obediencia para un mandato por parte de un conjunto de personas que, en virtud de actitudes arraigadas, sea pronta, simple y automática. Vivimos el peor de los regímenes: Poder usado desde la fuerza pura y dura, poder que abusa, poder que, sin embargo, es incapaz de imponer un orden social al caos, la violencia y el colapso. El socialismo del siglo XXI ejerce el poder, sin que por eso haya establecido un régimen de dominación y sin contar con la disciplina de la burocracia.

 

 

Los estados totalitarios pervierten la capacidad potencial de sus burocracias. La burocracia socialista es una cárcel psíquica en la que se mezcla la necesidad de algunos con la insensata ideología de otros. El estado las convierte en pandillas de asalto cuyo único objetivo es silenciar cualquier disidencia, o doblegarla hasta hacerla formar parte de un esquema de colaboración escandaloso. En Venezuela nadie apuesta a que esté vigente el servicio público. Las oficinas de atención al público se han convertido en las antesalas de la sospecha y en la experiencia del policial-socialismo. Entrar a una notaría, por ejemplo, y ver un aviso que diga “Aquí no se habla mal de Chávez” es una advertencia de que el estado venezolano no es garante de ningún derecho ciudadano, y que si ellos se enteran entonces no hay trámite que sea fructuoso. Ni qué decir de la inmigración y aduanas de los aeropuertos internacionales.

 

 

Los jefes de cada oficina se han convertido en los administradores de un régimen de fuerza, que usa cualquier procedimiento o exigencia como un recordatorio sobre cuáles son las tres condiciones de sobrevivencia: Callar, Calárselo, Cooperar. Las burocracias son comparsas móviles a las que obligan al aplauso y a llenar las calles para que la nomenclatura tenga auditorio. A cambio se ofrece total displicencia y la participación en un saqueo al que a todos les llega su tajada. La práctica del lema “dentro de la revolución todo se vale” transforma al sector público en una organización de cómplices, donde no hay exigencia productiva alguna. A nadie le interesa los resultados. Para ellos solamente tiene sentido el mantener de alguna forma ese espectáculo que insiste en mantener la más brutal disonancia entre la propaganda y la realidad. Y para todos ellos, la oportunidad de ejercer o ser parte de una maquinaria impune que se impone por la fuerza al resto. Todos son, en alguna medida responsables del oprobio que el resto de los ciudadanos vivimos angustiosamente.

 

 

Los socialismos reales son una trágica experiencia de malversación de sus cuadros administrativos, que resulta contraproducente a los efectos de intentar realizar sus descabellados planes, porque al hacerlas cómplices de la violación sistemática de la racionalidad, terminan corrompiéndose en su esencia, dejando de hacer lo que deberían hacer para concentrarse en lo que les mandan a hacer. Las empresas no quiebran solas. Los servicios públicos no colapsan sin la participación de sus responsables. Esa mezcla de populismo irresponsable y gestión diletante que caracteriza a todas las empresas públicas venezolanas se cruza con un desinterés criminal. Las empresas públicas quiebran porque los mensajes implícitos son la rapiña y el realismo mágico que espera resultados que antes no se trabajan. La PDVSA roja-rojita es el modelo que nunca más se debería seguir. Y que demostró que el poder absoluto se transforma en rapiña absoluta.

 

 

Este socialismo del siglo XXI va a ser el corolario de los socialismos reales del siglo XX. Cada una de sus experiencias, la rusa, la china, la cubana o la venezolana, han sido apocalipsis autoinfligidos que han transformado en marchas fúnebres lo que fue ofertado como la marcha del progreso. No hay progreso posible sin libertad, y sin un respeto absoluto por la vida y la propiedad. Agnes Heller, a pesar de su marxismo militante, reflexionaba al respecto y concluía que todo apocalipsis intentado por la humanidad no pasaba de ser una parodia y un esfuerzo fallido de deificación del hombre. No dejaba pasar la filósofa húngara la paradójica tragedia que trae consigo cualquier intento de planificación central. El oprobio de una burocracia que se transforma en el dios que da y quita, que asigna y despoja, que determina los qué y los cómo. “¿Qué razón tienen para abandonar a los ángeles la tarea de matar a una tercera parte de la raza humana, cuando los más poderosos o los más progresistas de los seres humanos son también capaces de hacerlo?”

 

 

El socialismo del siglo XXI tiene sus propios jinetes del apocalipsis: La planificación central, o si se quiere, la fatal arrogancia del planificador. El segundo jinete es el populismo y la malversación de los recursos que provocan la hiperinflación exterminadora. El tercer jinete es la corrupción y el saqueo en nombre de los intereses de la revolución. Y el último, la violencia pura, dura y brutal. En veinte años esos caballeros han cumplido su cometido: 307.920 víctimas violentas en dieciocho años; 4 millones de venezolanos que se han ido del país. La quiebra del país; el colapso de la moneda; y la hiperinflación más alta del mundo. No cabe duda. El totalitarismo del siglo XXI es la sinrazón colocada en lugar de la razón, la ausencia del sentido entronizada donde debería reinar el sentido. El mal socialista no es solamente malo, es demoníaco.

 

 

John Galt, el eximio personaje de La Rebelión de Atlas, se refiere a “la broma más trágica de la historia”, la obsesión del poder ejercido por el hombre que no cesa de inmolar a los hombres en el altar donde adoran al ídolo del instinto y la fuerza. Es una burla funesta en la que se confabulan los místicos de todas las épocas con los conquistadores de siempre. Los primeros proclamando que sus oscuras emociones eran superiores a la razón. Los segundos adoptando la conquista como método y el saqueo como propósito. Ambos, místicos y conquistadores, utilizando la fuerza como única sanción de su poder. ¿No es acaso el socialismo el resultado de un tirano con unos ideólogos que le dan piso? ¿No trascurre la suerte del socialismo por los caminos gemelos de la represión y la colaboración? ¿No se aprovecha el socialismo del “buenismo” de los tontos útiles, que le compran como buenas y posibles cualesquiera de sus artimañas, diálogos falsos y simulaciones electorales incluidas?

 

¿Bárbaros y hechiceros? Ha llegado el momento de develar el misterio del título. Ayn Rand, de quien celebramos el pasado 2 de febrero su centésimo décimo tercer aniversario, propuso dos arquetipos filosóficos, símbolos psicológicos y realidades históricas. Son la encarnación de dos variantes de cierta visión del hombre y su existencia; representan la motivación básica de una gran cantidad de hombres que existen en cualquier época, cultura o sociedad. Como realidades históricas, son los gobernantes reales de aquellas sociedades que los dejan ascender al poder cada vez que los hombres abandonan la razón. El bárbaro es el hombre que domina por la fuerza bruta, actúa en la coyuntura, no tiene visión de futuro, no respeta otra cosa que la fuerza, y considera que un garrote, un puño o un arma son la única respuesta ante cualquier problema. ¿Quiénes creen ustedes que son nuestra conspicua expresión del bárbaro entre nosotros?

 

 

Pero el bárbaro necesita una corte. Son los hechiceros. Para Rand, éstos son un tipo de hombre que le tiene horror a la realidad física. Que se aterra ante la necesidad de la acción práctica. Que no quiere saber la verdad sobre los resultados de la revolución, siempre desastrosos, pero que tampoco sabe cómo resolverlos, no tiene ni la más remota idea de cómo salir del abismo. Por eso escapa hacia sus propias emociones, hacia las visiones de algún reino místico donde la prosperidad, la paz, los resultados del diálogo, las negociaciones, las concesiones, los consensos, la igualdad, la suprema felicidad, son todos resultados de esta molienda del presente que todos ellos, los hechiceros, están patrocinando. Los hechiceros creen que los deseos si empreñan, y que sus convicciones transforman las realidades. Ellos están convencidos de que pueden meter en cintura al bárbaro para que se transforme en ciudadano. Otros pretenden que el bárbaro produzca resultados. O que sea el medio necesario para llegar al éxtasis de la igualdad suprema. Ambos, bárbaros y hechiceros se complementan, se necesitan, colaboran estrechamente, y practican una epistemología animal, irracional, insensata, corta de miras y amoral que los hace indiferentes a cualquier costo que provoquen en los demás, sus siervos.

 

 

El bárbaro practica el pillaje y la conscupiscencia absoluta. Disfruta del poder, se hace adicto. Es el hombre concebido por Hobbes como lobo del hombre; desea y persigue todo cuanto encuentra deseable en su entorno. No crea, incauta. El hechicero se agazapa. Es más rastrero. Su método -dice Rand- es la conquista de aquellos que conquistan la naturaleza. No pretenden gobernar los cuerpos sino sus espíritus. Son los reyes de la insensatez argumentada. Para ellos no hay nada que hacer sino colaborar y edulcorar. Ellos son los artífices de las negociaciones espurias, las elecciones fraudulentas y el reconocimiento de las instituciones ilegítimas. Son también los creadores del control de cambios y precios. Son los dictadores del salario mínimo y los malabaristas de las criptomonedas maduristas. Su consigna es “si la realidad no se ajusta a nuestra ideología, peor para la realidad”. Los hechiceros son justificadores de oficio y los administradores de las crisis de realidad. Los hay que hacen encuestas para tergiversar las opiniones, y los que practican la corrección política con la equivocación de un recién convertido. Hay un hechicero para cada requerimiento del bárbaro. Pero sobre todo son los que predican la resignación a los tiempos presentes; los que promueven el sacrificio como imperativo ético, al preferir la peor paz posible, la paz del que capitula, a cualquier iniciativa inteligente de desafío social; los que persiguen, hostigan y tratan de intimidar a los que cultivan la razón, inquieren sobre cursos fallidos y denuncian la trama de cooperación con la infamia; los que usan sistemáticamente las falacias, la reducción al absurdo, las falsas analogías y la mentira burda para justificar lo injustificable. El bárbaro posa su trono sobre las espaldas serviles de los hechiceros que están a su servicio.

 

 

Vivimos la radicalización del mal: la violencia investida de un poder redentor, y que usa el empobrecimiento atroz que como artífices del mal ellos mismos provocan, para que en un segundo momento ellos, los empobrecidos y vulnerados sean reducidos a la servidumbre al ofrecer con una mano lo que antes y después arrancó con la otra. Vivimos la confabulación de todos los personajes de una misma barbarie. Contra ellos debemos aplicar toda la resolución que sea posible. Todo el sentido de realidad que podamos aplicar. Son tigres de papel que, sin embargo, muerden, sobre todo si les conferimos el sentido que no tienen. Ojalá seamos nosotros la última experiencia fallida de esta alianza primitiva donde el mal y la destrucción son las consignas. Mientras tratamos de exorcizarlos no olvidemos pedirle al Señor, con las palabras de Job, que confunda a nuestros enemigos y que les impida el triunfo definitivo, ahora que todavía tenemos algo que reconstruir.

e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
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Las ruinas circulares del retorno eterno

Posted on: enero 30th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

¿Qué ocurriría si un día o una noche un demonio se deslizara furtivamente en la más solitaria de tus soledades y te dijese: “Esta vida, tal y como tú ahora la vives y como la has vivido, deberás vivirla aún otra vez e innumerables veces, y no habrá en ella nada nuevo; sino que cada dolor y cada placer, y cada pensamiento, y cada suspiro, y cada cosa indeciblemente pequeña y grande de tu vida deberá  retornar a ti, y todas en la misma secuencia y sucesión: y así también esta araña y esta luz de luna entre las ramas, y así también este instante y yo mismo. ¡El eterno reloj de arena de la existencia se invierte siempre de nuevo y tú con ella, granito de polvo!?”. Así describió Friedrich Nietzsche la terrible sensación de experimentar que somos parte inerme de una repetición perpetua de la misma trayectoria, en nuestro caso, una caída libre hacia el abismo donde las mismas circunstancias nos conducen a las mismas discusiones, a la práctica de los mismos errores, con los mismos resultados, desoladores y desgastantes. Llevamos veinte años recorriendo la misma senda que nos conduce a la misma trama de perdición. ¿Podemos salir de este circuito que nos saca de la nada y nos conduce hacia la nada? No saldremos nunca si nosotros insistimos en el mismo guión, los mismos libretistas, y variaciones sobre el mismo tema.

 

 

 

 

El contexto de lo que hoy somos.

 

 

 

Desde el 19 de abril del 2013 vivimos la etapa del perfeccionamiento totalitario. Las elecciones de diciembre del 2015 fueron el último resquicio que permitió el régimen para que se colara el pluralismo dentro de un esquema autoritario. Esas elecciones fueron las últimas “medianamente imparciales”. Entonces ocurrió lo que debía ocurrir. Así como desfondaron la Alcaldía Metropolitana hasta hacerla una instancia irrelevante, en esta ocasión, montaron la farsa del desacato, se valieron de la necesidad perpetua de gobernar por decreto y excepción invocando la supuesta “guerra económica”, desmontaron la mayoría calificada invalidando a los diputados indígenas, la minoría parlamentaria del partido de gobierno dejó de asistir definitivamente a las sesiones, retuvieron el presupuesto y desafiaron todas las atribuciones de la Asamblea Nacional: no puede legislar, no puede investigar, y ahora, en estos tiempos constituyentes, tampoco puede usar con plenitud los espacios del Palacio Federal Legislativo. ¿No lo vivimos antes con el Distrito Metropolitano?

 

 

 

Entre diciembre de 2015 y enero del 2018 han ocurrido una serie de eventos que han cambiado la esencia de la realidad política nacional. Pero todo se ha planteado dentro de una vieja y conocida trayectoria: La ruta hacia el totalitarismo. Es una necedad insólita aludir a las elecciones parlamentarias, invocando que como esas se ganaron, podemos volver a ganar. El tablero es otro, aunque a algunos le parezca el mismo. Veamos que ha ocurrido: negaron el derecho constitucional a realizar el referendo revocatorio presidencial, lo hicieron mediante triquiñuelas judiciales y el uso despótico del ventajismo. Pero para guardar las apariencias llamaron a una mesa de diálogo que solo sirvió para que ellos ganaran tiempo y afianzaran su reconocimiento; reprimieron con crueldad desbordada el desafío ciudadano planteado en las calles del país, llenaron las cárceles de nuevos presos políticos, se contaron por cientos los jóvenes masacrados, y en medio de la conmoción social, llamaron a elegir una asamblea constituyente bajo unos criterios de elección no democráticos. Pese a la protesta y las advertencias de desconocimiento internacional, igual cometieron fraude y se hicieron de una supuesta asamblea constituyente donde solamente ellos están representados. Pero para guardar las apariencias, de nuevo llamaron a una mesa de diálogo que solo sirvió para que ellos ganaran tiempo y afianzaran su reconocimiento. ¿Se dan cuenta de la ruinosa circularidad?  Pero sigamos. Ellos asumieron por esta vía una condición supraconstitucional, derrocaron definitivamente a la constitución, eso sí, con los debidos honores a quien en su momento la impuso, y todos ellos practicaron la parodia de someterse y subordinarse a esa estafa, haciendo ver que todos, los que creían en ella y los que se oponían, debían pasar por el trance de hincarse ante ella y rendirle obediencia. La fraudulenta constituyente nunca se ha detenido en su propósito de demoler cualquier institucionalidad. Ya los distritos metropolitanos fueron “inconstitucionalmente liquidados”, y estoy seguro de que el texto completo de una nueva constitución comunista está esperando la orden para ir a las imprentas. Que no lo sepamos no significa que ellos no lo estén haciendo. Lo realmente trágico es que nosotros no soñemos esa realidad sino otra más condescendiente.  Pero sigamos.

 

 

 

Con la rapidez propia de una trampa previamente convenida celebraron elecciones de gobernadores, aprovechando el desconcierto y la falta de congruencia que reinaba en los flancos de la oposición, que se debatía en cálculos chiquitos y quien sabe qué subterfugio subyacente. El resultado no podía ser otro, porque ellos creen indebidamente que tienen la voluntad ciudadana en un bolsillo y, por lo tanto, son ellos refractarios a los efectos de sus propias inconsistencias. No es así, la política convertida en un espectáculo da para aplausos o rechiflas. Los esfuerzos de validación de los partidos, siguiendo el guión impuesto por el totalitarismo imperante, son una dramática demostración de la desconexión fatal con el humor de los ciudadanos. Nadie puede negar que ese trámite no ha sido recibido con entusiasmo, ni siquiera con una mínima conmiseración ciudadana.

 

 

 

El régimen demostró falta absoluta de contrición. Para ellos está absolutamente claro que pasaron hace tiempo la línea de no retorno. En el camino descontarán todo lo que puedan, jugarán al olvido, intentarán que el país pase la página, pero lo cierto es que la trampa asumida para hacer el fraude constituyente fue incluso perfeccionada en los siguientes comicios. Los que participaron y convalidaron ese proceso, al valorar los resultados obtenidos, gritaron trampa, anunciando de esta forma que no pensaban asistir a ninguna otra elección mientras no se garantizaran condiciones apropiadas. Poco tiempo duró el compromiso. De nuevo inmersos en la condenación del eterno retorno, parecen buscar afanosamente una mínima razón para colgarse de nuevo de esa ficción de esperanza, que no es tal, sino una nueva condenación abominable que nos agota en términos de legitimidad y fortaleza moral.

 

 

 

El régimen, sin importarle la queja, de inmediato convocó a elecciones de alcaldes, donde hizo caída y mesa limpia, porque con un sistema pleno de ventajismo, cooptación del voto y fraude, estaba claro que no había nada qué hacer. Pero mientras tanto, dejaban colar que por allí venían las presidenciales, que había que negociar las condiciones, y, por lo tanto, había que dialogar. Lo demás es historia reciente. La cruda realidad es que el régimen pretende convocar un nuevo simulacro electoral, donde la oposición está tasajeada: la tarjeta de la unidad invalidada. Los principales líderes de los partidos se encuentran inhabilitados. Y los lapsos son inminentes. El manejo de los tiempos sigue siendo perturbador y desafiante. Pero algunos todavía lo piensan. Otros, piden al ciudadano una nueva oportunidad, porque esta vez sí, eso sí, todos unidos. Una nueva corriente se suma, presentando como remedio un outsider, capaz de vencer todos los obstáculos.  Ninguna de estas opciones se pasea por lo fundamental: la unidad no hace milagros. El candidato tampoco hace milagros. El problema es otro. J.J. Rendon habla, y con razón, de un golpe de estado continuado, que no cesa en perfeccionar la iniquidad, que se vale incluso del colapso económico, que busca la servidumbre total, que pretende gobernar sobre nuestra absoluta y total ruina, y que por supuesto, digo yo que agradece la gratuita ayuda de los que predican el colaboracionismo y practican la más oprobiosa ingenuidad.

 

 

 

Lo cierto es que mientras el régimen preparaba los aprestos para organizar el mega fraude presidencial, una parte de la oposición, la dialogante, perdía tiempo, reputación y base social en un diálogo insensato que agoniza irremisiblemente, pero que no quieren dejar morir; el comportamiento de esa dirigencia es semejante al de las vírgenes necias de la parábola narrada en Mateo 25. Lo trágico es que debamos repetir la historia hasta la nausea porque vivimos la trágica conmoción de la desmemoria, similar a la que respalda la adicción del jugador, que sin importarle haberlo perdido todo, sigue jugando hasta quedar totalmente arruinado. Al parecer ni recuerda las causas, ni le parece conveniente asumir las consecuencias.

 

 

 

Pero hay algo más. Esa oposición ha envilecido el razonar político de los ciudadanos que se encuentran entrampados en falsos dilemas. La propaganda mordaz que exige propuestas a los que con razón observan y difieren del curso de acción, y la propagación viral de falsos dilemas, los ha desprovisto de cualquier imaginación estratégica. De tanto repetirlo, los dialogantes trastocados en electoralistas irredentos, no pueden concebir otra alternativa que una alucinación violenta. Insisto, se han quebrado moralmente hasta el punto de estar inhabilitados para conducir al país con coraje moral y decisión de vencer. Ellos no creen en una posibilidad diferente a la capitulación.

 

 

 

¿Cuántas veces hemos repetido como protagonistas y víctimas la misma confabulación? El régimen usa la represión y los procesos de diálogo como las dos caras de una misma moneda, que se revalúa con el uso estratégico del tiempo. El régimen usa el tiempo a su favor, no porque le sobre o le falte, sino porque tiene estrategia y disciplina. Es capaz de descontar y amortizar sus peores desempeños. Ha aprendido la gramática de la crueldad y la usa con desparpajo. Es un experto en colocar el foco donde mejor se distraen sus adversarios. Sabe que está cercado por una mala economía y por el absoluto descrédito internacional, pero intenta dar la pelea, eso sí, cada vez en un contexto más deteriorado, que sin embargo sus supuestos adversarios decidieron no aprovechar. Se mueve dentro de los parámetros de la “realpolitik” y el más impúdico pragmatismo, mientras persuade a sus adversarios a que hagan lo contrario, que se ahoguen en las aguas supuestamente principistas de la corrección política. Estamos dirigidos por un remedo degradado de las vírgenes vestales, dedicadas en exclusiva a mantener encendidas las oportunidades de la tiranía. La oposición dialogante se lleva todas las medallas al “mérito testimonialista”, en ese sentido provocan una lástima patética, mientras el régimen sigue al frente del país, cómodamente instalado, plegado a su cronograma, imbatible y colaborado por una oposición que asume como propia la agenda del contrario. ¿Cuántas veces hemos vivido y relatado esta historia?  O nosotros salimos de esta inercia del eterno retorno, o estamos condenados a muchos años más de oscuridad totalitaria.

 

 

 

En tanto, la oposición dialogante debate falsos dilemas, discute sobre el sexo de los ángeles y la gastritis de Platón, se niega a ser consistente, no termina de ser absolutamente clara en la solicitud de respaldo internacional, se solaza en plantear falacias y reducciones al absurdo, uno más inicuo que el anterior, y se ha reducido hasta ser un acuerdo precario entre cuatro partidos y una ficción de sociedad civil que les endosa todas sus posiciones y avances, sin permitir debate alguno, y mucho peor, sin tener la capacidad y la serenidad para pensar la realidad sin clausulas condicionales y sin maquillar hasta hacer irreconocible el feroz talante del régimen, porque ¿quién se sienta a dialogar con un régimen totalitario pensando que “así como así” va a comportarse democráticamente? ¡Solo un ingenuo incorregible! ¿Quién puede sentirse cómodo dialogando con la presidenta de un fraude constituyente sin sentir al menos el peso moral de vivir en flagrante contradicción? ¡Solo un cínico! ¿Quién puede sentirse dueño de sus actos cuando la realidad es que tiene un grillete en el pie o una amenaza que puede ser transformada en atroz realidad en cualquier momento? ¡Solo un insensato! La verdad es que no solo se han envilecido las opciones políticas, sino que se ha imposibilitado el análisis juicioso y sereno de las salidas.

 

 

 

La pregunta es entonces cómo hacemos para evitar el eterno retorno al abismo. ¿Cómo hacemos para que el régimen no tenga capacidad de soñarnos siervos y vencidos? Alguna vez J.J. Rendón respondió una pregunta similar. Recuerdo los puntos centrales de su discurso. Hay que comenzar por evitar el desconcierto y la estampida que provoca el miedo y esa condición de desolación que antecede a la derrota. Cualquier propuesta política es derrotable, pero eso nunca es el resultado de la improvisación y el diletantismo. Cualquier alternativa es susceptible de ser impuesta en su sustitución, pero no estamos hablando en términos de buenas voluntades o buenos deseos. Es una mezcla de experiencia, inteligencia, coraje, persistencia y confianza en las propias capacidades que acompañan al uso de recursos inéditos que son producto de la innovación constante. Hay que retomar la iniciativa y sorprender con una agenda de lucha que impacte la supuesta solidez del régimen. Tener estrategia y capacidad para instrumentarla es un componente imprescindible. La política es un campo de batalla donde todos los días se están probando nuevos recursos y nuevos mecanismos de convicción y de persuasión. ¿Por qué anclarnos en los que ya lucen desgastados y demasiado vistos?

 

 

 

También hay que estar conscientes de que el adversario puede tener recursos similares a la mano, y que no va a temblarle el pulso a la hora de utilizarlos. El peor error es menospreciar al régimen, peor aún que creerle sus vanas ofertas. Cada vez que se cae en una de sus trampas el adversario sale más debilitado y desacreditado. Esa pelea constante que busca el debilitamiento progresivo es implacable en sus resultados. La perplejidad y la desbandada dirigencial forma parte del decorado que necesita el chavismo para mantenerse en el poder. Eso es de manera precisa lo que hay que combatir, porque esa es esencialmente su fortaleza, y ganará finalmente cuando la sociedad democrática lo de todo por perdido y se vaya a otra parte. La crisis política es una crisis de confianza en nuestras propias capacidades para contrarrestar la barbarie. Ya son mas de 4 millones de venezolanos que con su partida lo han dicho todo al respecto.

 

 

 

El desconcierto no se puede resolver con mayor anarquía. Hay que reenfocar la situación y permitir otras miradas. A veces resulta inconveniente estar tan comprometido e involucrado en procesos complejos. Se pierde visual y se reniega de las críticas.  J.J. Rendon siempre advierte contra la confusión. “No podemos dejarnos arrebatar por otro tipo de distancias psicológicas que nos impidan valorar apropiadamente los procesos, dirimir donde está la verdad y donde las mentiras, y por lo tanto estimar adecuadamente nuestras propias posibilidades. El éxito se va a obtener cuando se construya una unidad de propósitos y una visión del país que permita instrumentar una estrategia contundente.  Hacen falta recursos y mayor disciplina. Con el bochinche que nos caracteriza no vamos a ningún lado. Orden y concierto debería ser nuestro lema”. Vale aclarar que una unidad de propósitos no es un contubernio electoral, ni una tarjeta unitaria. Es algo más, y supone un compromiso sobre el mismo designio y el tipo de medios que se van a intentar para lograrlo. El bochinche es nuestro principal adversario. El otro gran enemigo es el familismo amoral que nos transforma en cómplices de nuestros propios fracasos. Aquí persiste un error fatal: la obligación moral de aplaudir al error y al fracaso, porque la solidaridad supuesta y la falsa decencia obligan más que el compromiso con la realidad. Pero un error es un error, y un fracaso es un fracaso, y de nada sirve el atenuante misericordioso y cómplice de los que ratifican a los que nos han llevado de traspié en traspié hasta el abismo en el que todos estamos hoy.

 

 

 

Nos hace falta otra estrategia y otros estrategas. Nos hace muchísima falta incorporar ese otro discurso, el que califican de radical y ahora de “energúmeno”, pero que no ha dejado de tener razón ni una sola vez. Los que nos han mantenido dentro de los flancos del eterno retorno son una dirigencia que luce desgastada, necesita renovación y mucha más capacidad para incorporar a los diversos que piensan diferente. El país no puede seguir en manos de dos secuestradores que se turnan. El país no puede depender del cálculo infinitesimal de unos políticos que cazan güiro y que pretenden sacar ganancias de todo este desconcierto. ¿Nos va mejor con esas gobernaciones genuflexas? ¿Están mejor los municipios en manos de esos líderes que por mampuesto colocaron algunos partidos? ¿De qué espacios hablamos?

 

 

 

El compromiso de un nuevo enfoque unitario es más denso. El país necesita verse reflejado en sus angustias, en la forma como narra sus vivencias, en cómo construye sus héroes y cómo llora sus mártires. Pero, sobre todo requiere verse reflejado en una dirigencia más representativa y de la que se sientan todos más orgullosos. No será posible ninguna unidad sin esa convicción de estar bien comandados. Y más realista en el esfuerzo que hay que hacer y los riesgos que hay que correr. La dramática reducción al absurdo en la que nos han colocado siempre termina en la provocación que pregunta “y tú que propones, porque nosotros no tenemos armas sino votos”. El país está enfermo de simplismos. Una política exitosa no necesita otra arma que el coraje y la imaginación estratégica. Necesitamos con urgencia salir de estas ruinas circulares en las que el régimen nos ha expropiado incluso el poder soñar nosotros mismos nuestro propio destino. El llamado es a no resignarnos. La invocación es a no rendirnos.  No te rindas, aunque te parezca que la firme trama es de incesante hierro, porque la política se trata de buscar en algún recodo eso que proponía Borges en uno de sus poemas, intentar hallar un descuido, esa hendidura, que le quita la fatalidad al camino y que se aprovecha de las grietas, donde esta Dios, que acecha.

 

 

Víctor Maldonado C

@vjmc

 

Agárrate a tu palmera

Posted on: enero 29th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

El país está en crisis. La velocidad del colapso parece semejar a los efectos destructivos de un huracán. En estas circunstancias todo esfuerzo parece irrelevante. Y el entorno contextual, el inmediato, no ayuda demasiado. El salario no es suficiente, las relaciones laborales están estresadas, opera dentro de los grupos de trabajo un “sálvese quien pueda” que es corrosivo y perturbador, y para colmo, la oferta de bienes y servicios es escasa. La respuesta a casi todas las preguntas tiene dos variantes, igualmente catastróficas, o te anuncian que “no hay” eso que estás buscando, o te enteras “que se fue” el que hasta hace poco atendía cualquiera de tus asuntos. Nadie escapa al abrir un correo donde te informan que nuevamente deben aumentar la matrícula escolar, y que deben hacerla para el próximo mes, y seguramente, más de una vez has pasado por el restaurante que antes frecuentabas y que ahora mismo luce inalcanzable. Te sabes empobrecido.

 

 

 

En el trabajo siguen reduciendo personal, anoche se fue de nuevo la luz en tu casa, debes meter el carro en el taller para resolver un defecto mecánico que amenaza con dejarte varado, sabes que eso cuesta plata, y por eso mismo cruzas los dedos apostando a que ninguno de la familia se enferme en el mismo lapso. Ya sabes que los trajes que usas para ir a la oficina necesitan renovación urgente. Tu mujer luce ajada por la misma razón. Y tus hijos llegaron ayer del colegio con los pantalones rotos, fruto de una caimanera de futbolito. Para colmo, enciendes el radio y te topas con la enésima cadena del día, la misma jerga, los mismos cuentos, el chiste de siempre, y los consabidos insultos. Ese es otro huracán, pero ese lo puedes apagar. Te distraes un instante, porque pasan cinco guacamayas que trastocan los azules de tu horizonte, y en el mejor y más extático momento llama tu mamá para anunciarte asustada la nueva cota que ha alcanzado DolarToday. Cierras los ojos y sientes como los vientos se van acelerando, el cielo luce absolutamente gris, y el aguacero cae con toda su fuerza sobre tu cara y tu cuerpo, totalmente empapados. Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? Es un grito que sale de tu boca, como si fueras el mismo Cristo clavado en el Gólgota.

 

 

 

¿Qué hacer? Hay un dicho popular que asegura que lo único que no tiene remedio es la muerte. Mientras haya vida, hay posibilidad de seguir jugando, con la seguridad adicional de que todo pasa, incluso la circunstancia más penosa y el dolor del duelo más profundo. Por lo tanto, en la adversidad corresponde mantener en alto nuestra perseverancia. Cada vez que te sientas devastado, recuerda, vives tiempos buenos para mantenerte firme y constante en tu manera de ser y de obrar. San Ignacio recomendaba “en épocas de conmoción, mejor no hacer mudanzas”. Dicho de otra forma, cuando la situación está tan difícil que a veces luce insoportable, “agárrate a tu palmera”.

 

 

 

No debemos dejarnos agobiar. Debemos hacer lo posible para no darnos por vencidos. ¿Cómo lograrlo a pesar de un entorno tan hostil? ¿Cómo aguantar esta arremetida tan brutal? Mantén el foco en lo importante, reencuentra tu mirada con la esencia de tu felicidad, y encuentra las razones que hacen valiosa tu vida. Cada uno puede hacer su propio inventario. Cuando se trata de sobrevivir, y de eso se trata, hay que mantener la cabeza despejada, porque se deben tomar decisiones cruciales, y ese tipo de decisiones no pueden ser asumidas desde la desbandada de emociones extremas, tales como el miedo y la rabia. ¿Qué ganas, qué pierdes? Debe ser una pregunta siempre presente en cada paso que des. Si te sueltas de la palmera te puede llevar la ventolera.

 

 

 

La cabeza tiene que concentrarse en mantener el propósito esencial: ser todo lo eficaz posible para seguir cuidando los aspectos valiosos de tu vida. ¿Cómo sobrevivir? Nadie que esté deprimido lo puede lograr. Hay que aprender a ser adaptable, flexible, sencillo y muy humilde. Son tiempos buenos para aceptar ayuda, para congregar esfuerzos, para compartir las angustias y también para organizar soluciones contingentes. Por eso la familia, los amigos y todo el capital relacional que hayas acopiado asume un valor capital para estos tiempos. La empresa en la que trabajas comienza, por lo tanto, a ser clave. Son tiempos en los que los jefes van a demostrar su buen talante en la medida que son exigentes a la par que compasivos.

 

 

 

Cuida de ti mismo. Te puedes sentir sofocado. No dudes tampoco que te vas a sentir maltratado. Los tiempos de la escasez demuestran la verdadera esencia del ser humano. Tal vez no te guste, pero es un aprendizaje valioso, no para acumular resentimientos sino para incorporar al carácter el verdadero significado de la fortaleza: resistir cuando los otros han cedido; seguir creyendo cuando los otros dudan; rebelarnos cuando los otros se han entregado, y habernos mantenido puros cuando los otros se han prostituido. Augusto Mijares definía de esta forma al héroe encarnado en muchos venezolanos. En eso consiste el protegerse: Inmunizarse contra la infamia, hacer siempre lo correcto, administrar las fuerzas, saber cuales batallas se tienen que dar, y reconocer que todo tiene un límite. Aprende a disfrutar de las pequeñas cosas que en realidad son las grandes. Contempla lo que está a tu alrededor a nivel de detalle y aprende a sacar buenos saldos. Lo positivo esta allí, donde tú solo sabes, resistiendo porque tú resistes, aguantando porque tú aguantas, sonriendo porque tú sonríes y construyendo su propia vida desde las lecciones que tú estas legando. Cuida que tu conducta pueda ser narrada como una historia excepcional.

 

 

 

Epícteto, filósofo estoico del primer siglo de nuestra era, nos heredó un concepto minimalista de la felicidad y la libertad: Todo reside en comprender que algunas cosas están bajo nuestro control y otras no. Sólo si sabemos diferenciar unas cosas de otras serán posibles la tranquilidad interior y la eficacia exterior. Concéntrate en lo que puedas resolver. Es eficaz quién consigue realizar aquello que desea. Agarrarse a la palmera significa resistir porque algo valioso es tu propósito trascendente. ¿Tú crees que esto va a durar eternamente? Eso es imposible. Pero tampoco es lo más importante. Son tiempos de concatenar cada segundo que vivamos viviendo cada día con intensidad. La eficacia también habla de una disposición para la acción: No solo se trata de sobrevivir. También hay que hacer todo lo que esté en nuestras manos para que pase pronto. Trabaja mejor que nunca y asume la responsabilidad de ser ciudadano como nunca.

 

 

 

Aún en estas terribles circunstancias hay mucho que se puede hacer. No te des por vencido, agárrate a tu palmera, y vive un día a la vez, sin olvidar que tienes propósito, que eres valioso y valiente, y que otros te están mirando para aprender de ti. Agárrate a tu palmera y no la sueltes, que no hay temporal que dure cien años.

 

 

Víctor Maldonado C.-

@vjmc

No celebremos la desmemoria

Posted on: enero 22nd, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

La dictadura no ha caído. Sigue entre nosotros luego de un hiato que duró cuarenta años, para volver reforzada por un estado patrimonialista, dueño de todos los recursos del país y protagonista del populismo más ramplón. Hace sesenta años cayó la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, militar cruel y sanguinario, ineficaz y mentiroso que trató de ocultarse detrás de las enaguas ideológicas del “nuevo ideal nacional” para tapar un estado policial que negaba la diversidad y perseguía a los políticos. ¿Acaso algo ha cambiado sesenta años después? ¡Ahora obviamente es peor! Las dictaduras de izquierda son, de suyo, más violentas y también más rapaces, lo que no quita que en ambos episodios de la misma barbarie los venezolanos hayamos sufrido el miedo y la denegación de las libertades.

 

 

 

Venezuela siempre ha sido el objetivo de los sediciosos. Un botín deseado al que se puede llegar por el atajo de la fuerza, la convocatoria de las montoneras y la oferta de un hombre fuerte que sucede al anterior, debilitado por la conscupiscencia, agotado en las propuestas, y por lo tanto desconectado irreversiblemente del ánimo nacional. Un tirano derrocado por otro. Un engaño sustituido por otro. Un falso héroe que arrebata al otro la indebida potestad de masacrar al país mientras saquea sus recursos. Esa es la facción oscura que siempre ha estado presente entre nosotros, participando en cuanta conspiración se haya planeado, y a veces para desgracia del país, llegando al poder solamente para poner su granito de arena en la destrucción de las esperanzas nacionales. De esa fatalidad nunca nos hemos podido deslindar, aun cuando entre 1958 y 1998 tuvimos episodios luminosos y la posibilidad de experimentar la paz democrática, la alternabilidad política, el decoro institucional y el respeto por el derecho. Pero por allí siempre estuvieron los proyectos de insurrección, las alianzas iluminadas y las ganas de meterle el diente al erario hasta verle el hueso.

 

 

 

Las dictaduras nunca son estables. Lo pretenden así, pero es imposible el equilibrio perfecto entre la mentira y la realidad. Es imposible, entre otras cosas porque luchando contra la oscuridad de la tiranía siempre ha estado presente la otra facción, libertaria y corajuda, que ha puesto los presos, los muertos, los exiliados y los perseguidos. No en balde el mismo Rómulo Betancourt, al arribar a Venezuela el 9 de febrero de 1958 reconoció que “hombres de todos los partidos políticos y sin militancia en ellos, demostraron en las cárceles, en los campos de concentración de Guasina y Sacupana y en el exilio, que en este país estaba viva la pasión por la libertad, y que llegado el momento el pueblo venezolano se uniría, como se unió, para realizar esa gloriosa epopeya de la reconquista de la libertad”. Tarde o temprano las tiranías se disuelven en sus propias contradicciones. Tarde o temprano tendremos que reconocer que esa unidad, la unidad de los que luchan sin caer en la tentación del colaboracionismo, es la verdadera causa de la liberación.

 

 

 

Nadie puede negar la emoción del albor democrático. Quitarse el yugo, dejar de sentir la amenaza artera, abandonar esa sensación de bota presionando el pescuezo, eran de por si razones más que suficientes para abrazar el nuevo proyecto. Ese pueblo, generoso y libertario, confió en un sistema de partidos que, sin embargo, nunca pudo salir del juego chiquito de sus propias contradicciones. Los personalismos trastocados a veces en una inútil idolatría al líder del partido, incapaz de dar paso a las generaciones más jóvenes; las dificultades para conseguirle el quicio a una ideología razonable, alejada del extremismo, y el abuso de un lenguaje monosilábico estrictamente clientelar, dejaron fuera la pedagogía de la política para asumir obsesivamente la lógica del exterminio de la razón, la búsqueda de falsos culpables y las excusas que el populismo siempre tiene a la mano para justificar sus carencias estructurales. En cuanto a la izquierda, desde el primer momento se planteó la lucha armada para imponer una revolución a sangre y fuego. Los devaneos castristas trajeron al país una desestabilización constante que fue resuelta progresivamente a través de una pacificación pactada, aunque la historia reciente ratifica que la paz solo fue una madriguera en la que hibernaron las aspiraciones de siempre: tomar el poder, imponer una revolución -una más- y hacer del país el siempre penúltimo episodio de las trágicas distopías.

 

Mientras se incubaba esa conspiración en los cuarteles, AD y COPEI buscaron y encontraron razones supuestamente valederas para no distribuir el poder, confiar en el ciudadano, apostar al libre mercado, construir abundancia institucional y liberar las garantías económicas. Ellos, alternándose en el gobierno, se pretendieron la única garantía necesaria para que los recursos del país se transformaran en desarrollo. Socialcristianos y socialdemócratas le pusieron candados al mercado, transformando al empresario en un gestor clientelar de primer orden que para recibir beneficios debía entregar a cambio complacencia y acatamiento. No solo no concedieron garantías económicas, sino que, como ya sabemos, cometieron el error de engullirse la industria petrolera, anunciando que ese era el camino de la soberanía y grandeza patria. Craso error.

 

 

 

La nacionalización petrolera cambió el perfil del estado venezolano, ahora sí, todopoderoso. Dueño de siderúrgicas, empresas de aluminio, telefónicas, y en menor grado de otras empresas, se sentía capaz de cualquier cosa. En el transcurso se incorporaron la inflación, las crisis cambiarias, y la falta de un discurso responsable que pudiera darle fin a la demagogia y al populismo. Cuando se intentó ya era demasiado tarde. Demasiado tarde porque los partidos se habían anquilosado, y también porque los conspiradores ya habían madurado su conjura.

 

 

 

La grandilocuencia del caudillo, mutado en el siglo XX en guerrillero o líder supremo e inapelable, fue la contraparte perfecta de un estatismo que siempre desconfió del mercado, nunca dejó de controlar los precios y siempre pensó en que solo y únicamente el gobierno era capaz de realizar proyectos económicos de envergadura para abrir las sendas del desarrollo nacional. En el medio, la república tuvo que lidiar con los militares, a los que costó subordinarlos al poder civil, pero pagando crecientes prebendas y privilegios, demostrativas del pavor ancestral que siempre ha sentido la frágil tesitura republicana frente a los ciudadanos en armas.

 

 

 

Para calibrar el terror de una tiranía, hay que sufrirla. Pero allí comienza la desmemoria y esa falsa impostura individualista que niega lo que no se vive directamente. Los venezolanos de la segunda parte del siglo XX, nunca dejaron de anhelar esa Venezuela de desfiles militares, hombres fuertes en uniforme de gala, y seguridad percibida a cambio de inhibición política. Los que no vivieron la persecución muy pronto negaron el oprobio de la dictadura y se quedaron solamente con la propaganda que difundía el nuevo ideal nacional. Allí, en 1958, comenzó la pequeña grieta que luego fue abriéndose camino hasta hacerse inmanejable. El imaginario difundido en las escuelas es que la dictadura fue una época dorada, donde el progreso y la seguridad estaban garantizados “siempre y cuando no te metieras en política”. La democracia nunca pudo deshacerse de ese mito y del desprecio que se desencadenaba de esa narrativa.

 

 

 

Esa dictadura, la de Perez Jimenez, fue el sueño inacabado que comenzó a ser aspirado cuando los problemas propios de un país en desarrollo y con mayor población no se resolvieron apropiadamente. El gobierno dejó de ser la panacea, pero nunca tuvo el tino de propiciar una economía de mercado que operase como co-ordenador social. Comenzaron a ser obvias las brechas, y nadie quiso darle crédito a un país que podía seguir el curso de la modernidad, a veces con dificultad, pero que siempre se encontraba con callejones sin salida. Ese hiato democrático nunca confió en el emprendimiento ciudadano. Nunca comprendió que el poder no era necesariamente todo ese control que supuestamente garantizaba un gobierno fuerte. Esa es la tragedia intrínseca del patrimonialismo populista. No es fuerte, es pesado, un blanco fácil, un objetivo apetecible y fácilmente abordable. Todo gravitaba alrededor del gobierno. Para tomar el país, solo era necesario llegar al poder. Y mejor si ese arribo estaba apalancado con la necesidad de refundarlo todo, porque todo era vil, corrupto y oneroso. Los felones lo dijeron, pero los venezolanos lo creyeron.

 

 

 

 

La república civil nunca tuvo aliados. Era una taquilla donde despachaba permisos y autorizaciones que se entregaban sin percibir a cambio lealtad institucional. Una especie de “capitalismo de compinches” se olvidó de lo más importante.  La ilusión del control perfecto era para esa república de socialistas cristianos y social-democrátas el tener en un puño al empresariado nacional, mientras se afanaban en repartir como pudieran la renta petrolera. Una época en la que todos los problemas eran supuestamente debidos a la especulación y la trácala a los consumidores. Un período en el que el gobierno se complementaba con un sector privado especializado en gestionar los permisos. No había libre mercado, las garantías económicas estaban suspendidas, y por lo tanto, el emprendimiento era del tamaño de un bonsay, cortado a la medida de las necesidades de un gobierno controlista.  Nadie creció en responsabilidad, ni creyó nunca que el proyecto de vida de cada uno debía resolverse en competencia, mérito, productividad y emprendimiento. Mientras tanto el país crecía pensando que el precio de la arepa debía fijarlo el gobierno. De la arepa, el pan, la cebolla, las cabillas, los refrescos, la cerveza, los salarios y las consultas médicas. Todos exigían su tajada de bienestar a costa de un estado mágico que prometía a cada uno el paraíso que decían merecer. El gobierno, rico y poderoso por definición, determinaba donde debían ir las empresas y donde no, si merecían crédito, y si eran lo suficientemente confiables como para acceder a las obras públicas en calidad de contratistas. Ese control perfecto tenía como interlocutor a un empresariado cuya tarea principal era la gestoría ante el sector público que fijaba precios, controlaba la producción, definía los créditos, establecía barreras arancelarias, y para colmo, dejaba a los privados fuera de los proyectos importantes.

 

 

 

Una malsana competencia contra ellos mismos hacía que el gobierno usara los recursos del país para embarcarse en ridículos proyectos faraónicos, como las empresas básicas. Un estado desmesurado estaba condenado a defraudar a los venezolanos. Y así lo hizo. La oferta populista es una trampa en donde tarde o temprano caen sus promotores.

 

 

 

La izquierda, una vez perdida la lucha armada, se dedicó a lo mismo, pero por otros medios. Decidió infiltrar a las FFAA, y ser los adalides de una lucha contra la corrupción donde nadie quedaba a salvo. Más de un obispo los acompañó en el esfuerzo. Todos los estamentos lucieron alucinados por la vieja promesa rediviva de un hombre fuerte, que demoliendo todos los obstáculos iba a imponer por la fuerza la justicia social. La izquierda hizo suya la sistemática erosión de la reputación de la democracia y exacerbar el imaginario del nuevo caudillo, cívico militar, la esencia del pueblo hecho comandante. Para ello tenía dos elementos a favor. La nostalgia “perezjimenista” y la idealización de la revolución cubana. Ambos factores fueron utilizados con furor. El Ché fue transformado en un santón, y Fidel fue recibido y procesado como el héroe necesario. Los intelectuales venezolanos fueron la expresión de la entrega nacional: “Nosotros, intelectuales y artistas venezolanos al saludar su visita a nuestro país, queremos expresarle públicamente nuestro respeto hacia lo que usted, como conductor fundamental de la Revolución Cubana, ha logrado en favor de la dignidad de su pueblo y, en consecuencia, de toda América Latina. En esta hora dramática del Continente, sólo la ceguera ideológica puede negar el lugar que ocupa el proceso que usted representa en la historia de la liberación de nuestros pueblos. Hace treinta años vino usted a Venezuela, inmediatamente después de una victoria ejemplar sobre la tiranía, la corrupción y el vasallaje. Entonces fue recibido por nuestro pueblo como sólo se agasaja a un héroe que encarna y simboliza el ideal colectivo. Hoy, desde el seno de ese mismo pueblo, afirmamos que Fidel Castro, en medio de los terribles avatares que ha enfrentado la transformación social por él liderizada y de los nuevos desafíos que implica su propio avance colectivo, continúa siendo una entrañable referencia en lo hondo de nuestra esperanza, la de construir una América Latina justa independiente y solidaria”. Casi nada. ¿Qué hacía falta para que un émulo de Fidel se agarrara el país y desempeñara el mismo guión?

 

 

 

¿Realmente tenemos algo qué celebrar cuando vivimos la peor de las oscuridades totalitarias? ¿Cuándo todavía no queremos reconocernos en las causas de un país que cayó presa de un demagogo? Axel Capriles en su cuenta de Twitter lamenta que no haya manera de despertarse en que no le tome el asombro, en que no piense en el país y no le cubra un sentimiento de desasosiego preguntándose: pero ¿qué nos pasó? ¿cómo pudo el verbo fácil de un charlatán embarcarnos en el programa más asombroso de destrucción total de un país?

 

 

 

Axel sabe que la confusión persiste. Todavía discutimos sobre qué es esto que estamos viviendo, entre otras cosas porque una porción de la intelectualidad venezolana no quiere reconocer que el socialismo es siempre barbarie y muerte, y que no hay forma de salvar ni la palabra, ni el proyecto, ni las consignas. Algunos dudan y deliberan falsamente sobre la calificación perfecta a esto que sufrimos con tanta perplejidad. Como si fuera posible una dictadura aún peor, aberrante en sus resultados, ineficaz y corrupta, que no deja espacios a la duda sobre su intencionalidad destructiva, pensando que sobre las ruinas se puede erigir la servidumbre perfecta, el policial-socialismo de corte castrista, eso sí, sin la distracción circense de un falso mito barbado de alucinaciones epopéyicas, sino más bien, la vivencia perfecta del descalabro narrativo de un alguien del cual ni siquiera sabemos dónde nació. Esto es lo que es, sin atenuantes gramaticales: Comunismo tutelado desde Cuba, para vergüenza de todos.

 

 

 

Hoy, a sesenta años del 23 de enero de 1958, vale la pena tener presente el señalamiento angustiado con que Luis Castro Leiva cerró su discurso en 1998: “La paz de una democracia es un bien inestimablemente mejor que de cualquier forma de opresión organizada. Para que la tengamos necesitamos que la política vuelva a ser cosa seria y digna” sin tratar de reciclar la demagogia, sin abusar de la insensatez, sin caer en la inconciencia, sin tratar de perpetuarnos en el olvido.

 

 

Víctor Maldonado C.

@vjmc

  Ganar tiempo o perder el tiempo

Posted on: enero 15th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

El modelo de negociación que está practicando el régimen tiene para él el lucro explícito de ganar tiempo. Algunos se preguntan si eso tiene sentido. ¿Para qué gana tiempo el régimen? La respuesta es realista. Para conservar el poder. La réplica a la respuesta es casi visceral. ¿Para qué quiere conservar el poder si no tiene capacidad alguna para resolver los problemas que le acechan? La respuesta es aún más cruda. Al régimen no le interesa resolver problema alguno. Ha aprendido a amortizarlos, los descuenta, los tira a pérdida. En esta fase revolucionaria ya no hace falta ningún disfraz democrático. El guión es otro, la desmovilización de los adversarios, el sometimiento de los ciudadanos por hambre, represión y miedo, la promoción de la desbandada de la clase media hacia otros países, y paradójicamente, la administración contingente de mecanismos de apaciguamiento de lo que queda de organización política de la disidencia. Cuando no le es suficiente la represión, o cuando los costos de la persecución les perturba la ecuación, siempre pueden simular el querer hacer un pacto.  Para esto último, practica una secuencia infinita de sesiones de negociación, diálogo y encuentros de paz que distrae a las oposiciones y les hace comprometerse con un curso de acción que no los conduce a nada.

 

El régimen está aferrado al poder. Sabe que no tiene popularidad y por lo tanto sería temerario exponerse a unas elecciones limpias. Sabe que no tiene recursos para resolver ninguna de las crisis que asolan al país. Sabe que no tiene buen crédito internacional. Venezuela, gracias al ruinoso socialismo, es visto como de los que más riesgo representa para cualquier inversor. Sabe que no puede revertir el colapso de la industria petrolera que, en sus manos, ha llegado a unos mínimos que auguran el colapso inminente. Sabe que nadie le compró la bazofia constituyente, y por lo tanto necesita alguna triquiñuela que obligue a su reconocimiento. Pero también sabe que está al frente de la una aplastante maquinaria burocrática que, si bien es cierto, no le sirve para organizar un complejo de soluciones, por lo menos le permite mantenerse y medrar, mientras eso tenga un mínimo de factibilidad. En eso la experiencia cubana les ha resultado indispensable para entender que no es tan difícil dirigir a un país sumido en la miseria.

 

Toda la estrategia del régimen se ha reducido a ganar tiempo. El apuro lo tienen los otros, a quienes los plazos les parecen importantes. Para la revolución, el uso del tiempo es contingente. Mientras sus contrincantes piden que se cumplan los lapsos, el régimen los ralentiza. Recordemos cómo lo hizo con la solicitud de revocatorio, o la trama que impuso con la relegitimación de los partidos políticos. Así también funciona cuando necesita extender hasta el infinito un proceso judicial, o cuando le conviene extender un año tras otro la excepción que le permite gobernar por decreto. Si por alguna razón táctica necesita lo contrario, también demuestra una sorprendente capacidad. El haber hecho dos elecciones en menos de noventa días demuestra que ellos pueden manejar los procesos de acuerdo con la conveniencia del momento. El poder ejercido por ellos se debe entender como la administración unilateral y sin respetar regla alguna, de los tiempos institucionales, sociales, políticos y económicos. Los costos, son despreciables, si se comparan con retener el poder, por eso no les importa el hambre, se hacen los locos con la inflación, les parece irrelevante la caída de la producción, y no tienen demasiado interés en resolver la escasez.

 

 

 

Claro que, para ganar tiempo, necesita interlocutores ingenuos que compren su agenda. Los procesos de negociación -en donde por supuesto ellos no están dispuestos a negociar ni conceder nada más allá de las fintas para hacer creíble la intención de dialogar- necesitan contrapartes. Cada vez que la crisis se desborda, porque la realidad es inexorable, de inmediato convocan a un supuesto diálogo por la paz. Para ello se sirve de un paquete de incentivos en donde no se puede excluir el peso atroz de la extorsión. Permitir que presos e inhabilitados dirijan la contraparte no es un acto de generosidad sino una estrategia en donde las promesas y las amenazas abundan. No en balde, Maquiavelo celebraba el uso del engaño en cualquier conflicto. En su libro Discurso sobre la primera década de Tito Livio le dedica al ardid un capítulo. “En la guerra es cosa laudable y digna de elogio el uso de la trampa contra el enemigo que se fía de ti…  porque cuando hay que resolver acerca de la propia salvación, no cabe detenerse por consideraciones de justicia o de injusticia, de humanidad o de crueldad, de gloria o de ignominia. Ante todo y sobre todo, lo indispensable es salvar la propia existencia y libertad”. Ingenuos son los que no se imaginan que esto sea lo que significa que la política es el arte de lo posible.

 

El tiempo, dentro de un conflicto, se comporta como un juego de suma cero. Si lo gana una de las partes, lo pierde la otra. El intento fructuoso de mantenerse en el poder es la negación del acceso de cualquiera de sus alternativas. Mientras más esté el socialismo en el poder, menos oportunidades tendrán cualquiera de los otros. No dudemos ni por un momento que ellos cruzan los dedos aspirando a que ocurra un milagro que les mejore súbitamente las condiciones del escenario. El régimen lleva años esperando que mejoren los precios petroleros, así como intentando el perfeccionamiento del sistema totalitario que, partiendo de los CLAPS los pueda llevar a la vigencia de un proceso constituyente que les otorgue definitivamente todo el poder. Mientras “negocian”, ellos lo siguen intentando. Siguen extendiendo el sistema totalitario de distribución de alimentos, destruyendo al sector productivo privado, dinamitando las bases del sistema de mercado, legislando sus leyes de sometimiento y de odio, apresando y liberando presos políticos dentro de la lógica de “la puerta giratoria”, y jugando al atroz experimento del ensayo y el error. Ellos son muy incapaces, y la lógica de secta que aplican les provoca rendimientos decrecientes, y no tengan de donde sacar un experto capaz de manejar apropiadamente una industria compleja. Pero eso no les importa, porque su ganancia la miden en términos del tiempo que ganan, a pesar de ellos mismos y de sus resultados.

 

 

 

Son incapaces. También son desalmados. Pero son disciplinados y cuentan con un respaldo sin fisuras del alto mando militar, actor principal y beneficiario privilegiado del socialismo del siglo XXI. Ellos son y están en el gobierno. ¿Del otro lado qué hay? Una acumulación de tiempo y oportunidades perdidas, por errores de conducción política y la obsesión por conseguirle sentido al curso de acción planteado por el gobierno. Se está jugando en el tablero del gobierno, con las reglas impuestas por el régimen, y con poco realismo sobre la eficacia de la agenda y los resultados. La alternativa está perdiendo el tiempo y arriesgando toda su reputación a una negociación cuya exigibilidad excede sus posibilidades y el compromiso internacional. El otro lado quiere presentarse como el que juega con honestidad, el que efectivamente se preocupa por el deterioro social, el que intenta una salida pacífica y democrática, renunciando a la movilización y al desafío ciudadano, único activo que alguna vez tuvo. Para colmo viene cargado de inconsistencias y con la marca del abandono de sus bases. ¿Cómo pueden negociar así?

 

La alternativa es también rehén de sus propias promesas. No puede reconocer a una asamblea constituyente que ya desconoció. No puede aprobar una deuda que ya declaró ilegal. No puede pedir la eliminación de las sanciones porque serían tildados de colaboracionistas -y efectivamente lo serían-, no pueden ir a unas elecciones si no cuentan con suficientes y determinantes garantías porque si no es así seguirían siendo víctimas de la más pavorosa apatía. No pueden salir sin una amplia amnistía porque los presos políticos no pueden ser negociados por toletes. Y para colmo, si fuera el caso, necesitan tiempo para organizar un frente unitario que hasta ahora no tienen. El mal manejo de los tiempos y sus prioridades les hace ver incluso ridículos cuando plantean unas primarias presidenciales para seleccionar un candidato sin tener todavía liberada la tarjeta unitaria, recuperado la legalidad de sus partidos, ni haber resuelto una composición apropiada del ente rector de las elecciones. El régimen no tiene apuro, puede seguir negociando, y llegado el caso, extender, a través de la espuria constituyente, el periodo presidencial, invocando la falta de acuerdos para llevar a cabo unas elecciones con garantías mínimas. Pero si ocurre un acuerdo, las velocidades cambiarán, dejando de lado la modorra y demostrando que todo estaba fríamente calculado para arrebatar el triunfo, usando a fondo la lógica provista por Maquiavelo. Por eso es tan malo para la oposición el llegar a un acuerdo como el no alcanzarlo. Porque dentro de la lógica de la negociación el único que gana es el régimen. Por eso las negociaciones son una parodia que usa el régimen para apaciguar a sus contrapartes.

 

 

 

Cuando Carl von Clausewitz escribió su tratado sobre la guerra determinó tres variables que no pueden faltar en una estrategia. Lugar donde habrá de emplearse la fuerza, el tiempo que será utilizada y la magnitud que tendrá que adquirir. Nada se puede dejar al azar. No siempre se trata de batallas convencionales. En el caso que nos atañe lo que significa es lo siguiente: Las oposiciones tienen que salirse de la trampa de la parodia dominicana y forzar al régimen a jugar otro juego con otras reglas. Hay que invertir lo que ahora es ganancia para el régimen en perdidas netas. Y el nuevo desafío debe tener una dimensión global, o sea, que comprometa a todo el país descontento, en el esfuerzo de resolver definitivamente la crisis. Esto, ya lo hemos dicho, exige que se supere el diletantismo, el sectarismo y la ambigüedad en los compromisos asumidos. El enemigo no puede dormir en la misma cama.

 

 

 

El arte de ganar o perder es responsabilidad de los líderes. Ellos deciden, comprometen recursos y determinan la calidad de los resultados. No es aceptable lo que viene ocurriendo. Que cuando vuelven con las manos vacías de cada uno de los episodios dominicanos, dicen que los culpables de tal resultado son los que advirtieron que ese no era el camino. Vienen, se descargan, acusan al mundo de lo que solo ellos han provocado, y vuelven otra vez a la carga. El régimen sonríe, porque una semana tras otra, acumula ganancias preciosas de tiempo para ellos. Hay que leer mas a Maquiavelo y menos a Paulo Coelho.

 

 

 

El capítulo XXXVIII del libro de Maquiavelo que hemos citado alerta sobre las cualidades que necesita un general para conducir exitosamente las batallas. Y advierte a los que carezcan de ellas, que si la fortuna o la ambición los lleva a desempeñar dicho cargo, en vez de honor le ocasionará desprestigio; porque no son los títulos los que honran a los hombres, sino estos a los títulos. Tito Livio pone en boca del General Valerio Corvino el inventario de las condiciones que los generales deben tener para generar confianza entre sus soldados: “Mirad, además, bajo qué dirección y con qué auspicios se empeña la lucha; si el jefe no es más que un brillante orador, bueno solo para ser oído, bravo solo en palabras, inexperto en la guerra, o es por el contrario, un hombre que sabe manejar las armas, marchar al frente de las banderas, meterse donde más enconada es la lucha. Mis hechos, y no mis palabras, quiero que imitéis. No me pidáis solamente órdenes, sino también ejemplos”. El peor general posible se equivoca al inicio, cuando pone sus esfuerzos en donde no es, dilapida el tiempo y no está consciente de la magnitud del desafío.

 

 

 

Víctor Maldonado C

çvictormaldonadoc@gmail.com

Vivir el mal

Posted on: diciembre 15th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

Llanto y crujir de dientes. Hoy la ciudad amaneció más fría que de costumbre. Y más oscura. Las noches de diciembre son más largas. María vive en una acera de Chacao. Dos hijos dormitan cerca de su cuerpo mientras ella vela sus hambres. Al frente, del otro lado de la acera, una bolsa de basura abierta es el único testimonio de sus afanes diarios. Basura o muerte parece ser la consigna, mientras ella transcurre en un olvido constante, borrada como está de cualquier oportunidad para ser libre.

 

 

 

Quid pro quo.  Isabel está enferma. Isabel está sola, ella y su hija son los confines de su mundo. Afuera, en la calle, hay un laberinto de imposibilidades. Sin empleo fijo, intenta sobrevivir recibiendo alumnos que necesitan mejorar sus destrezas en matemáticas, física o química. Dos horas de clase a cambio de comida. A cambio de cualquier cosa que pueda calmar el pánico que siente en sus entrañas. Los alumnos escasean, el miedo aumenta y la niña no consigue explicación en los largos silencios que se atraviesan a lo largo del día.

 

 

 

Velad y orad. La noche de anoche cambió las perspectivas de José. Su madre comenzó a sentir un dolor agudo y pertinaz en el bajo vientre. Todas sus estrategias asociadas a la negación y a la evitación de un diagnóstico certero fueron convenientemente consumidas. De nada sirvieron los bebedizos y analgésicos. El dolor avanzaba hasta transformarse en un constante jadeo. Ocurrió lo inevitable. Una apendicitis cuya solución costaba 219 salarios mensuales. Se llevó las manos a la cabeza y lloró amargamente el no poder resolver una ecuación imposible.

 

 

 

¿Dónde está mi esperanza? Hace cincuenta años vino del interior para intentar una nueva vida. Él y su mujer comenzaron vendiendo en las calles. Todo su patrimonio cabía en ese anime que aireaban al sol de mediodía. Un día tras otro se transformaron en años. La voz se hizo más tenue, la piel más tostada, y al final el buhonero se transformó en un comerciante un poco más estable. Allí había un poco de todo hasta que llegó la octava plaga. Como langostas llegaron los funcionarios que ordenaron tumbar los precios y como langostas llegaron los que participaron del saqueo. ¿Cuánto tiempo duró el proceso? ¿Horas? ¿Minutos? El país de repente se le convirtió en un inmenso espacio vacío de prójimos. “Desnudo salí del seno de mi madre. Desnudo allá volveré”, pensó. ¿Y ahora qué? Su mirada se encontró de repente con el viejo anime de sus primeros tiempos.

 

 

 

¿Por qué Dios no se entera? Mateo llegó temprano esta mañana, como todos los días en los últimos cuatro años. Sin embargo, hoy fue un día diferente. La recesión económica, dijeron, la caída de las ventas, trataron de explicar, controles y más controles que se lanzan contra esta empresa desde las catapultas del socialismo imperante, ya no nos permiten contar contigo. Él era uno de los doscientos de los que debían prescindir. La hiperinflación hacía risible el monto de la prestación. El ascensor parecía descenderlo a los infiernos de una calle obtusa. La casa, su mujer, el niño, las cuentas. Las sombras tiemblan por debajo de la tierra, mientras él trata de ir a ninguna parte.

 

 

 

Quédate allí hasta que yo te avise. Ana ya lo decidió. Esa noche hizo un fugaz inventario de lo que debía llevar consigo. Poca cosa cabían en las alforjas de su ilusión. Ese allá, todavía ambiguo, parecía sin embargo ofrecer todo lo que aquí no conseguía, pero que sentía el derecho de obtener. Afuera, en la sala, todo parece sonar como una tela cuando se rasga, todos saben que algo se rompió, y sin embargo nadie quiere hacer el intento de coser. Ella sabe lo que deja. Ella siente el peso que se quita, pero también presiente el dolor y la carga que significan esos nuevos vacíos. No sabe aun de cuantas vidas se está deslindando, ni la sinergia perturbadora que produce esa sumatoria de despedidas que no encuentran cauce.

 

 

 

El poder aplastante. Ellos te obligan a vivir su propia perversidad. Amelia y Salvador, ambos ancianos, sabían el costo que debían pagar. Si querían comer, debían simular completa adhesión. La coordinadora del CLAP, la misma que les avisa cuando llegan las cajas, la misma que les pide el depósito bancario para entregárselas, también los llamó el día antes de las elecciones para chequear su compromiso con la revolución. ¿Saben por quién van a votar?

 

 

 

Me aferraré a mi justicia. Todo fue demasiado rápido. Las bombas, la embestida de los policías, de repente las manos esposadas, y el trajín de una moto en la que Mariana estaba aprisionada entre dos cuerpos que desde ese preciso instante estaban más que dispuestos a violar todo ese pudor, como si los gritos pidiendo libertad pudieran ser manoseados. Mujer, presa política, enemiga del régimen, sometida y desvalida, está condenada a ser víctima de ese poder total que se administra con sevicia. Ya en la cárcel, las miradas de sus carceleros parecen rondas depredadoras, atentas a identificar las fragilidades de un cuerpo que, sin embargo, no se va a entregar sin dar la pelea. Ellos no entienden nada. Podrán forzar su cuerpo, lo intentarán una vez tras otra, y lograrán vencer en una batalla totalmente desigual, porque la violencia puede trasgredir cualquier límite. Ella calla y rápidamente aprende a sobrevivir a esta nueva escalada de la misma infamia. Con celeridad entiende que le arrebatan cosas, pero no tienen acceso a otras, porque esa misma violencia no puede apropiarse de una sola de sus ideas. No pueden tocarlas ni abrazarlas. Las ideas no sangran, no sienten dolor. No se pueden obligar al coito forzado.

 

 

 

El profundo abismo. La cárcel lo quebró. Demasiadas pesadillas hechas realidad con el paso de los días. No debía estar allí, pero allí estaba. Órdenes judiciales que nadie parecía obedecer abrían paso a una incertidumbre insoportable. Estar allí es quedar al margen. La vida está allá afuera. Adentro solo se vivía el infierno de las noches más oscuras del alma. Siete veces siete había sido tentado, otras tantas veces había resistido, pero el desierto parecía inmarcesible. “Te daré todo esto si te hincas delante de mí y me adoras”. La tercera tentación, la misma que Satán había propuesto a Jesús, era más seductora que todo su desierto. Algo en su bajo vientre comenzó a descomponerse, haciendo exigencias que nunca había experimentado.  Y resultó ser una oferta insoportable, que rondaba en esos silencios que invaden las largas esperas que se asumen habiéndose agotado todas las esperanzas. Hizo la reverencia exigida, y comenzó otra fase del mismo infierno, esta vez en una calle que parecía ser la misma celda donde había estado hasta la fecha.

 

Lázaro no volvió a ocurrir. Atónita, desesperada, Isabel no sabía qué hacer, qué decir, qué pensar. El cielo se le había derrumbado encima, aplastando con excesiva crueldad todas las razones por las cuales vivía. Todo ocurrió tan rápido, como si el cruce de tantas casualidades se hubiera conjurado para mandarla al limbo, donde nada más va a ocurrir, donde nunca más va a pasar nada. De repente su vida se quedó sin propósito, porque allí, en la calle, sangraba hasta vaciarse el cadáver de su único hijo. La bala vino artera y azarosa, perdida como estaba por los linderos de la inconciencia. Nadie vio quien lo hizo, nadie supo explicar por qué esa ruleta infame acabó con una historia de doce años, un relato que apenas comenzaba. Ella lo asía con desesperación, y pedía respuestas imposibles de dar por quien ya carecía de vida.  Esa violencia pertinaz le llovió encima, y transformó su vida en una larga e irreversible noche, siempre oscura, siempre triste, refractaria a cualquier alegría, negada a un futuro que le negaron la posibilidad de construir.

 

 

 

La locura es otro encierro. Matías anda por las calles persiguiendo a un sol que por momentos luce esquivo. Algunas veces siente que le habla palabras que solo él comprende. Otra tanta lo oye como le susurra mil secretos que sólo él puede comprender. En las noches, cuando no puede traficar con su intensidad, se siente agobiado con ese olor a luz, asimilable exclusivamente por un grupo de elegidos, una secta tal vez, que tiene el privilegio de comprender ese lenguaje de calor y albor. Matías no soporta tanto cielo, lo persigue por la ciudad, siempre ansioso, inquieto, como si allí, en ese sendero, estuviera toda la razón que en algún momento perdió. Matías deambula por las calles, carente de esa cordura que solamente obtiene si toma esa pastilla que nadie encuentra. Su familia, exhausta, lo dejó ir, esperando que se agote alguna vez esa búsqueda ansiosa, que en algún momento finalice esa implacable búsqueda que ya no tiene ocaso.

 

 

 

Y no es de extrañar, pues aun Satanás se disfraza como ángel de luz. Allí, entre las olas, la distancia, la brisa y el sol, es poco lo que se puede extrañar. En ese yate la única realidad es la que puede comprar una inmensa e inexplicable fortuna. Y las relaciones que el dinero puede comprar. El diputado choca su vaso con el del neo-empresario. No están para el discurso de ocasión. Sus palabras son solo las necesarias para suscribir ese pacto que les permite continuar al frente. Ambos saben que corren la misma suerte y que son rehenes de las mismas condiciones. Todo es mentira, las cifras, los resultados, las centrales eléctricas, los alimentos y medicinas. La verdad está blindada, es fluida y fugaz. La verdad se esconde en cualquiera de esos paraísos fiscales hechos a su medida. El resto, que siga creyendo que la lucha es otra, por la salvación de la patria. “La patria somos tú y yo” dijo uno de ellos, mientras apuraban el trago. Un mesonero se alejó del grupo mascullando. “con esos diablos no se puede vivir”, dijo.

 

 

 

Vivir el mal es vivir la ausencia de libertad. Sin libertad es imposible ejercer la dignidad.

 

 

 

Por: Víctor Maldonado C.

e-mail: victormaldonadoc@gmail.com

Twitter: @vjmc

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Comercio en tiempos de totalitarismo

Posted on: noviembre 28th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

El comercio está estrangulado. No puede importar porque en Venezuela no hay un régimen cambiario que esté a favor del emprendimiento, pero que es muy bueno para los sinvergüenzas, para articular mafias que para nada tienen que ver con el sistema de mercado. Los comerciantes no pueden comprar mercancía nacional porque la industria venezolana está agonizando. Tampoco pueden calcular costos y precios con libertad, porque una legislación arbitraria, de excepción, y violentamente expoliadora, es una amenaza constante de confiscación y sanciones penales, además ejecutadas por la autoridad administrativa, sin que se garantice el derecho a la defensa y el debido proceso.

 

 

 

Los empresarios tienen los costos y precios controlados, pero con la obligación de asumir compromisos laborales crecientes. Ya sabemos que el gobierno decreta tantos aumentos de salarios como necesite su populismo para mantenerse vivo. No puedes cobrar más, pero tienes que pagar más. Esa ecuación no tiene solución diferente a la quiebra. Eso en el plano formal. Pero a esta situación hay que sumarle la trama de conspiraciones y conjuras que ocurren alrededor de “colectivos” que ejercen el chantaje, la cooptación e incluso la violencia abierta. Todo esto en ausencia de instancias a las cuales acudir, porque el régimen actúa como un bloque compacto, totalitario, cuya lógica excluyente es precisa: “Todo es posible dentro de la revolución. Nada es posible fuera de la revolución”. En otras palabras, la impunidad es una de las características más preclaras del socialismo del siglo XXI, y la navaja que corta certeramente cualquier intento de empresarialidad.

 

 

 

Entonces ¿Qué se puede hacer? Lo que estamos viendo es la trayectoria del colapso como consecuencia del destruccionismo económico. Vivimos la tragedia de un estatismo desmesurado y voraz que se está engullendo al sistema de mercado venezolano. Cientos de empresas públicas que solo acumulan déficit, millones de empleados públicos que exigen un gasto fiscal insostenible. Y la tragedia que significa el diletantismo con el que se manejan todos los integrantes del gobierno. La consecuencia no puede ser otra que soluciones de muy baja calidad, cuya mejor expresión son las colas, la debacle de los servicios públicos y la hiperinflación. El desorden fiscal, el patrocinar un populismo mágico, el creerse el cuento de que todos los problemas se resuelven a través de misiones y grandes misiones, solo pueden concluir con un país que se degrada constantemente, donde ninguna solución a los problemas resulta fácil, y en donde la paradoja de la estupidez se replica sin solución de continuidad. Me refiero a la paradoja de la estupidez como la sensación indescriptible de estar experimentando una situación contraria a la lógica. Aquí la gente se muere de mengua, la matan por un celular, o decide irse sin saber a dónde. Nada tiene sentido.

 

 

 

El totalitarismo siempre termina enredado en su propia trampa. No cae en cuenta que sin producción no hay ninguna posibilidad de redistribución. Pero no solo eso. No entienden que para producir es indispensable que haya libertad, mercado y propiedad. El socialismo es el traspaso indebido de los medios de producción de manos de la propiedad privada a manos del estado. La aspiración del estado socialista es terminar siendo propietario de todos los medios de producción, para controlarlo todo desde un intento de planificación central que siempre resulta infructuoso. Nada más errático que un plan socialista. Los planes de la nación ni siquiera se cumplen en el plano de sus premisas. No terminan logrando otra cosa que un intervencionismo destructivo que restringe la autonomía y la capacidad de acción de los ciudadanos. Ofrecen lo que saben que es imposible cumplir. Todo termina siendo más costoso. Todo se retarda indebidamente. Todo colapsa tarde o temprano, no importa si son areperas, acerías o empresas petroleras.

 

 

 

Lo único que garantiza el socialismo es el síncope social, luego de haber arruinado al país. Esto ocurre porque a nadie le interesan los resultados del largo plazo. Un burócrata carece del conocimiento, los incentivos y el compromiso para llevar adelante una empresa. El burócrata depende y está asegurado por un presupuesto público, y por la capacidad de endeudamiento irresponsable que tienen los gobiernos. Solamente el propietario tiene interés en producir para vender, y volver a producir, para vender de nuevo. Solamente el propietario corre riesgos, está atento a las innovaciones, las modas y la calidad de servicio. Solamente el propietario asume la soberanía del consumidor. Un burócrata se cree el jefe, pretende la sumisión de los demás, y no le importa ninguna otra cosa que acumular poder. La prueba está en las diferencias radicales entre un establecimiento público y uno privado.  El primero es patético y maltratador. El segundo, por lo general, intenta agradar al consumidor, porque depende de él. Por eso los monopolios son malos, y la competencia es innegociable.

 

 

 

La destrucción del sistema de costos y precios, a través de las leyes del intervencionismo económico, destruyen la posibilidad del cálculo económico. Sin el libre juego de la oferta y la demanda que ocurre en un mercado libre y competitivo, nadie sabe cuanto cuestan las cosas. Es lo que nos ocurre. No hay mercado de divisas, no sabemos cuanto es el precio del dólar. No hay mercado de productos intermedios, no hay mercado de bienes de productos finales. Y por eso mismo no sabemos cuanto cuestan realmente los insumos y productos terminados. Tampoco sabemos cuánto cuesta el trabajo, porque la única referencia es la arbitrariedad del decreto que aumenta el salario mínimo. Por eso, porque no hay cálculo económico posible, es que los socialismos solamente provocan una economía envilecida, que no es buena para nadie. La solución entonces es desterrar el socialismo.

 

Víctor Maldonado C.

@vjmc

Pequeño manual para negociadores inexpertos

Posted on: noviembre 26th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Todos queremos resolver a favor esta situación tan trágica. La primera ley de la naturaleza de Hobbes propone como imperativo que “todo hombre debe esforzarse por alcanzar la paz, siempre que tenga la esperanza de obtenerla”. ¿Qué significa esto? En otro de mis artículos escribí que “la esperanza es el anhelo inspirador de la felicidad. Es mantener el propósito y tener la convicción de que se puede lograr. Implica visualizar un futuro que está bajo el arbitrio de nuestras propias circunstancias. Permite advertir la realidad presente como parte de un estadio que se puede superar. Asume que podemos ser capaces de comprender nuestra vida hasta conseguirle sentido a las situaciones difíciles. Nos coloca en la posibilidad de aprender del pasado y organizar el correlato de nuestra propia historia, a la vez que más adelante hay posibilidades a la mano y que podemos ser la realización de nuestra propia profecía. La esperanza nos enseña que hoy somos, pero que podemos ser mejores mañana”.

 

 

 

Pero la esperanza no puede estar reñida con la sensatez. Solamente el más objetivo sentido de realidad nos permite abrirle paso a un futuro prometedor. Y a veces no es tan sencillo porque nos exige dosis de conocimiento que nos cuesta integrar. Ese conocimiento comienza por conocernos a nosotros mismos, para saber nuestros grados de libertad y el monto de coraje que estamos dispuestos a demostrar. Sigue por conocer a los otros, aquellos con quienes debemos interactuar, sin endiosarlos ni ningunearlos, calibrando de ellos lo que son capaces de hacer y conceder. Y continúa por los senderos que nos permiten conocer las circunstancias de la fortuna, aquellas que tienen que ver con el momento adecuado, y la conjura que siempre resulta de aquello que no sabemos, o que no queremos saber, de nosotros mismos y de los demás. Volvamos a Hobbes y sus apotegmas: buscar la paz siempre que ella tenga sentido, porque hay condiciones de paz que asolan la dignidad y le cierran cualquier opción a la libertad. No es una paz a cualquier costo. No debe ser al precio de la servidumbre. Hacerlo bien tiene su método. Hagamos juntos el esfuerzo de hacer el inventario, sin concesiones.

 

 

 

1.      Con las mafias, cualquier negociación es un cálculo de correlación de fuerzas y de velocidad en la instrumentación de estrategias de contención, defensa y ataque. Nunca confíes en la palabra de un mafioso.

 

 

 

2.      Las negociaciones se dan en el campo de batalla de principios y precedentes. El régimen usa sus bien ganadas credenciales de ferocidad y perversidad, mientras que la oposición dialogante entra al ring como el campeón de las retiradas precoces y de los tiempos perdidos. Los anteriores episodios deberían dar la medida de lo que están dispuestos a hacer ambas partes. Lo cierto es que una vez caes por inocente. Las ocasiones siguientes debieron partir del aprendizaje, porque no se puede jugar perpetuamente a ser la caperucita roja en el cuento del lobo feroz.

 

 

 

Debes hacer un cálculo preciso de tu posición negociadora inicial: Respaldos y recursos disponibles; expectativas de utilidad previas de ambas partes, o sea, qué es lo que quieren obtener unos y otros; racionalidad y justicia de los procedimientos de negociación; grado de exigibilidad de los acuerdos. ¿Cabe la posibilidad de lanzar una oferta y, una vez que ha sido aceptada, retirarla? Y si eso pasa ¿cuál es la capacidad de retaliar el fraude?

 

 

 

4.      Es racional cooperar y acatar los resultados de una negociación, solamente si la posición inicial no es coercitiva. De entrada, una negociación es inviable si se funda en la extorsión, el chantaje y la violencia. Los mafiosos no negocian con sus rehenes. Ellos lo que buscan es imponer unos resultados aludiendo que siempre podría ser peor. Un rehén no tiene capacidad para negociar, y resulta lastimero cuando intentan legitimar sus concesiones, con criterios que no tienen nada que ver con las aspiraciones de sus representados. Lo peor que puede hacer un rehén es asumir el papel de negociador. Un rehén negociando es un traidor potencial.

 

 

 

5.      El régimen forzó unas condiciones en donde maximizó sus posiciones de fuerza, y minimizó el poder de sus interlocutores. Para lograr ese objetivo no le importó usar fuerza, represión y fraude en niveles de desvergüenza nunca usados anteriormente. Ese es su nuevo statu quo, que no quiere negociar, y que expone como las bases de este nuevo episodio de diálogo. La condición inicial de fuerza del régimen está sustentada por cuatro factores: Asumir como un hecho irrevocable la supraconstitucionalidad de la ANC, mantener y demostrar el respaldo institucional de las FFAA, arrogarse la violencia ejercida con impunidad, y practicar la represión política que tiene en su haber a más de 400 presos políticos, que a su vez son rehenes transables. El régimen tiene entre manos la posibilidad de desconocer cualquier acuerdo, apelando a la ANC, cuyas potestades le permiten barajar la mano. Por eso, cualquier negociación es turbulenta e inestable mientras el régimen no se desarme de esa ANC.

 

 

 

6.      Los interlocutores del régimen en esa negociación no las tienen todas consigo. De entrada, no representan a todas las oposiciones que luchan en Venezuela y el exterior. Vienen sin poder acordar una versión unívoca sobre las causas de la última derrota electoral. Por sus inconsistencias tienen una influencia moral en declive. Ya no son los líderes del desafío ciudadano, que fue estúpidamente inmovilizado por ellos mismos para hundirse en un proceso de simulación electoral, que los requería domesticados para superar cada una de las fases que fueron programadas por el régimen hasta el día de las elecciones.

 

 

 

Empero, son ellos los representantes legítimos de la soberanía popular que se expresó en la composición de la Asamblea Nacional, aunque la errática conducta del último año haya deteriorado su credibilidad y eficacia. Recordemos que ellos tiraron a pérdida el mandato recibido el 16J, y nadie quiere siquiera recordar el acuerdo nacional para la transición presentado el 19J.

 

 

 

Nadie puede confiar en quien no es capaz de sostener su palabra. No obstante, tienen el as bajo la manga de saberse el único camino para resolver el problema del endeudamiento y su reestructuración. A favor tienen las circunstancias, entre las cuales descolla el colapso económico y social que se acelera, con costos humanitarios que pueden ser cargados al régimen, y apoyo internacional que se ha expresado en sanciones a los responsables, y restricciones económicas aplicadas al régimen. Lamentablemente hay que decir que la acción política y el discurso hacia los factores internacionales que apoyan la liberación del país no son ni congruentes, ni recíprocos.

 

 

 

7.      Como la política es un tema de percepciones y de puestas en escena, el régimen parece fuerte, aunque no lo sea realmente, y esa oposición que está ansiosa por negociar, parece débil, aunque tenga fortalezas potenciales. El régimen va por todo, porque sabe que es su última oportunidad, y sus contrapartes han disminuido tanto su agenda de exigencias, peticiones y expectativas de resultados que pareciera que fueran por su último plato de lentejas.  De entrada, se está negociando en un plano de desigualdad, de uso asimétrico de la información y de las comunicaciones. ¿Está castigado suministrar falsa información? ¿Están castigados los llamados blufs?

 

 

 

8.      La agenda del régimen se centra en quedarse con el poder y en el poder. Exige la eliminación de sanciones y restricciones internacionales, la única condición inicial de fuerza que exhiben sus opuestos. El mejor escenario de negociación del régimen es, por lo tanto, una contraparte totalmente desarmada y desvalida, mientras que ellos siguen administrando con calma algunas concesiones, las cuales, en ningún caso, ponen en peligro su hegemonía. No hay otro punto focal que la aniquilación del otro. Hasta ahora no se han logrado ni una agenda unívoca, ni restringida al interés del país, que no es otro que la salida inmediata del régimen. Tampoco se han inventariado las posibles compensaciones al desarme del régimen. Nadie ha bocetado una opción de justicia transicional que se convierta en una poderosa señal para que el régimen conceda un retiro ordenado del país, habida cuenta del fracaso y de su irreversibilidad.

 

 

 

9.      Por ahora hay tres agendas irreconciliables. La agenda de liberación y cambio político que es el resultado de las expectativas del país. La agenda del régimen, que se concentra en quedarse con el poder para ejercerlo totalitariamente. La agenda de la MUD, consistente en hacer concesiones totales para obtener concesiones parciales de carácter electoral.  La agenda de los ciudadanos no está representada en la mesa de negociaciones, pero está fuertemente encarnada en las corrientes de opinión pública y en coaliciones políticas insurgentes.

 

 

 

10.   Debes tener presente que los procedimientos justos solo proporcionan un resultado imparcial si se parte de una posición inicial imparcial. Por eso es tan importante las señales previas de buena disposición, la selección de mediadores y voceros, el acuerdo sobre la sede de las negociaciones, y las decisiones sobre un mínimo optimo de los resultados. Las mafias siempre se aseguran puntos de partida previamente “arreglados”. Por eso, le atribuyen un papel tan destacado a Zapatero como mediador y al presidente de República Dominicana como guardián feroz de la sede de los diálogos. Por las mismas razones tratan de demoler la reputación de sus contrarios, de hacer aún más encarnizada la represión, a la par que ponen a jugar a países y negociadores que intentan ablandar por una parte y evitar las disidencias por la otra. ¿Está castigado “alquilar” una agente que simule ser parte interesada, y formule ofertas insinceras, simplemente para tantear o debilitar la posición de la otra parte?

 

 

11.   De igual forma debes asumir que los procedimientos racionales (agenda y reglas del juego) solo proporcionan un resultado racionalmente aceptable si se parte de una posición inicial racionalmente aceptable. Por lo tanto, mientras más insensato sea el punto de partida, más insensatos serán los resultados. Los términos de la negociación son impresentables, por eso centran el discurso en el logro de un canal humanitario, y con más sordina, un CNE “paritario”, dejando indemne la esencia del régimen, regalándoles tiempo, y de paso reconociendo su ANC multipropósito. Nadie les compra una agenda tan flácida, ni ellos tienen como argumentarla.

 

 

 

La irracionalidad de origen no se recompone convocando a los sectores para intentar lograr sus respaldos. Los familiares de las víctimas y presos políticos no entienden cuál puede ser la ganancia asociada a darle tiempo a un régimen que los maltrató. Los estudiantes no encuentran como ensamblar la persecución y asedio a la autonomía universitaria, con un diálogo que convalida a sus agresores. Las iglesias tampoco le encuentran sentido a un nuevo episodio de diálogo que no encuentra su quicio de eficacia. Y los sectores empresariales no encuentran eco a sus demandas de liberalización de la economía y regularización de las reglas del mercado. Nadie le encuentra sentido a la agenda, ni le parece oportuno el empoderamiento de unos negociadores que no quieren aclarar el alcance de la jugada ni las ganancias reales para la sociedad.

 

 

 

12.   Los agentes negociadores de ambos bandos no están balanceados. Unos lucen más poderosos y los otros más pusilánimes, incapaces de parecer firmes, imposibilitados de mantenerse dentro de los rangos de un mandato, temerosos de levantar la voz, disponibles para asumir la narrativa y la neolengua propuesta por el régimen. Los rehenes son malos negociadores siempre. Pero hay otro tipo de negociadores, los agentes del lobby de los bonistas, los que necesitan resolver el problema de la deuda para continuar con los negocios petroleros conjuntos, y los que se ceban del sistema de corruptelas asociados al patrimonialismo estatal venezolano. La impresión que dan esos agentes negociadores es más de conjurados que de representantes del país. Y para colmo, con una insolencia que sorprende, como si todo estuviera previamente acordado, y las reuniones solo una liturgia que legitima un crimen.

 

 

 

13.   Habiendo desarticulado la presión ciudadana y abandonado el mandato del 16J, la oposición dialogante tiene pocas amenazas creíbles, o sea, no tienen como hacer ver claramente al otro las consecuencias automáticas que se derivarían de sus propios actos. Esa oposición no tiene como hacer valer sus derechos. No tiene como asustar al régimen.  No cuenta con el suficiente respaldo como para voltear hacia el país y convocar una rebelión. Recordemos que la eficacia de una amenaza depende de la credulidad de la otra parte, y es totalmente inefectiva, a menos que el amenazante tenga ganas y razones para llevarla a cabo.

 

 

 

La pregunta que queda en el aire es si vale la pena acudir a una negociación sin tener verdaderas condiciones para negociar y ganar. ¿Cuál puede ser la ganancia apropiada si es diferente al reemplazo del régimen, con todas sus consecuencias, el fin del miedo, el hambre, la ruina, las colas, la desesperanza? ¿Cuáles pueden ser las concesiones mutuas entre caperucita y su lobo feroz? ¿No es acaso un juego suma-cero el que está planteado, sin posibilidad de plantear una convivencia estable? ¿Por qué no le sacan provecho a las ventajas de la intimidación que están presentes? ¿Por qué la partida está en manos de negociadores tan impresentables? ¿Cómo no entender que, si ellos ganan, es el final de ambas partes?  Este episodio de las negociaciones dominicanas es, en muchos casos un acto de mutua aniquilación, o si se quiere, de recíproca sobrevivencia acordada. Mientras tanto el país transcurre sin fe ni esperanza.

 

 

 

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