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Adiós, castrochavismo, adiós

Posted on: noviembre 30th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

Ya no hay Farc. Ya no hay Unión Soviética ni hay Guerra Fría ni hay muro en Berlín ni hay Chávez ni hay Castro ni hay “castrochavismo”. Ya no hay sino capitalismo: ley de la selva

 

 

 

Íbamos en que el tal plebiscito colombiano lo ganó el “no”: “no” al urgente acuerdo de paz con las Farc. Pero desde el lunes siguiente a esa “victoria” el extraordinario equipo negociador del Gobierno –comandado por el exvicepresidente liberal Humberto de la Calle– se empeñó en renegociar el pacto político con la guerrilla para que diera alivio también a aquellos electores del “no” que no votaron “no” a la paz, sino “no” ante cualquier duda, “no” ante cualquier temor. No a una justicia transicional sin jueces colombianos. No a la ambigüedad en la reparación de las víctimas. No a la palabra “género”. No a perdonar a sus cínicos victimarios. No a todas las mentiras que asumieron como verdades: al matrimonio homosexual, a la legalización de Uber, a la inminente invasión de un comunismo que ellos llaman el “castrochavismo”.

 

 

 

Se firmó esa paz en una breve ceremonia de negro. Y fue un segundo milagro

 

 

 

Se hizo el nuevo acuerdo de paz, pues, sumándole al viejo las ideas de los líderes del “no”: el expresidente Pastrana, el expresidente Uribe, que en su momento buscaron acuerdos que concedían mucho más que este. Y se firmó esa paz en una breve ceremonia de negro. Y fue un segundo milagro.

 
Pero los opositores inescrupulosos siguieron repitiendo la tontería “paz sí, pero no así”, inconformes –dijeron– con el pacto que ellos mismos corrigieron, porque a los opositores inescrupulosos sólo les sirve el desastre. Y sí: así es la política. Pero no deja de sorprender, de horrorizar, que un político prefiera que siga la violencia a que se desmantele una guerrilla. Por lo que sea: porque prepara su regreso al poder, porque jura que un pacto político debe ser un pacto jurídico, porque cree que es mejor que un secuestrador se pudra a que se tropiece en la calle con su secuestrado: da horror. De vez en cuando se dice que el presidente Santos ha hecho todo esto por vanidad, pero, sea como fuere, el resultado lo honra, lo ennoblece. Sabotear el fin de una guerra de 52 años, en cambio, podrá lucrar, pero no, nunca, redimir.

 

 

 

No hay Chávez ni hay Castro ni hay “castrochavismo”. Ya no hay sino capitalismo: ley de la selva

 

 
Fue De la Calle quien encaró ese saboteo: nació hace 70 años en el municipio azucarero de Manzanares, Caldas. De niño asumió el existencialismo libertario del llamado “nadaísmo”: “no hay nadie sobre quien triunfar, sino sobre uno mismo”. Se graduó de abogado en la Universidad de Caldas. De 1969 hasta hoy se casó con su compañera de clases, logró una familia con tres hijos y seis nietos, y fundó una reputada firma de abogados. De 1969 hasta hoy fue Juez, Profesor, Magistrado, Registrador, Ministro, Vicepresidente, Embajador. Y sobre todo ha sido un tipo de carne y hueso dueño de su propio sentido del humor y ajeno a tantos políticos cínicos de humor involuntario. Y ha sido el jefe de este equipo negociador que ha visto con sus propios ojos no sólo el delirio de las Farc, sino el de los líderes que han vivido de prometer su exterminio.

 

 

 

Ya no hay Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia: ya no hay Farc. Ya no hay Unión Soviética ni hay Guerra Fría ni hay muro en Berlín ni hay Chávez ni hay Castro ni hay “castrochavismo”. Ya no hay sino capitalismo: ley de la selva.

 

 

 

Pero Colombia está plagada de bandas de sicarios que aún no lo saben, que, acostumbrados a ganarse la vida matando a la gente que grita “están matándonos”, en estos cuatro años han asesinado decenas de líderes campesinos, defensores de víctimas, miembros de movimientos de izquierda. Y sí: es apenas lógico que los opositores inescrupulosos sean incapaces de triunfar sobre sí mismos, que tengan estómago para negar que el equipo de Humberto de la Calle consiguió un nuevo acuerdo, que sigan necesitando el fantasma del comunismo para quedarse con todo, y que su ideología se reduzca al negocio. Sí, así han sido, así son. Pero no deja de sorprender tanta vileza.

 

 

@RSilvaRomero

¡Whisky! (Caracas, Venezuela)

Posted on: mayo 26th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

No se llama derecha ni izquierda, sino despotismo mediocre en el mejor de los casos, cuando se encarcela a la oposición

 

 

 

No hay que ser un estadista, ni es necesario ser de la derecha, ni es condición ser analítico, ni es forzoso vivir en Venezuela para estar contra el gobierno paródico, febril de Nicolás Maduro. El pasado martes 17 Maduro aseguró que un avión estadounidense “letal” había invadido el espacio venezolano, pero no quiso probarlo. El miércoles 18 anunció enérgicamente que, para sabotear “los saboteos de la Asamblea Nacional”, decretará un “estado de excepción” que sólo puede aprobarle la Asamblea. Pero ni las denuncias sospechosas del 17 ni el lapsus típico del 18 evitaron que se escaparan imágenes de las protestas diarias contra su gobierno; que el secretario de la OEA lo llamara “dictadorzuelo” por frenar el referendo revocatorio; y que cuatro expresidentes colombianos se reunieran el jueves 19, en Bogotá, a denunciar sus desmanes.

 

 

 

 

Por supuesto, es hora de que se permita otra Venezuela en Venezuela: no se llama derecha ni se llama izquierda, sino despotismo mediocre en el mejor de los casos, cuando se encarcela a la oposición y se entorpecen las soluciones democráticas una a una. Pero fue raro, chocante incluso, ver a esos cuatro expresidentes en pugna acomodándose para una patética foto de primera plana en nombre de la libertad del opositor Leopoldo López: sí, que el señor López esté preso es una aberración propia de una tiranía, que se vea obligado a escribir un libro desde su celda en la piel de su familia merece un grito de protesta que no termine hasta que sea liberado –hay que ser fanático para verle el lado justo a su encarcelación–, pero sí que sería útil que ese cuarteto se pusiera de acuerdo por Colombia: por su paz, por sus desigualdades.

 

 

 

 

Betancur, alejado, a los 93, de la politiquería, ha respaldado el proceso de paz con las Farc sin caer en trampas ni oportunismos. Pero los demás han estado contribuyendo como tres nubes grises al enrarecimiento del clima del país: Gaviria, de 69, se ha quejado como un marido de que el presidente actual sea sordo a sus consejos; Pastrana, de 61, que quiso pero no pudo hacer la misma paz, se ha dedicado a advertir que Colombia está siguiendo los malos pasos de Venezuela, que el gobierno está entregándole la democracia a las guerrillas, que Santos y Maduro “son las dos caras de una misma moneda”; Uribe, de 63, que como cualquier Chávez desbarató la Constitución colombiana para hacerse reelegir, se ha puesto en la tarea de predecirles a sus millones de seguidores la violencia que ya está y el comunismo que no existe.

 

 

 

 

Diría a qué partidos pertenecen los cuatro, pero lo cierto es que da igual. Ni el expresidente Samper ni el presidente Santos están en la foto porque sus cargos los obligan a los eufemismos, y a desear que los venezolanos consigan la democracia que se merecen, y punto, pero seguro que de no estar donde están le hubieran sonreído a la misma cámara: ¡whisky! Estoy diciendo que ni Gaviria debe sentirse abandonado ni Pastrana debe sentirse ninguneado ni Uribe debe sentirse estafado –queridos expresidentes: quédense tranquilos– porque aquí está pasando el mismo país que dejaron tambaleante: con su doble moral, su izquierda estigmatizada y su derecha sublevada que sueñan con humillar la una a la otra, su economía traidora que va ahorcando, su medio ambiente amenazado, sus élites que temen que se les suba “un Chávez”.

 

 

 

 

Señores expresidentes colombianos: no le teman a posar para la misma fotografía como cuatro presidentes suecos escandalizados por lo que está pasando en Venezuela, por lo que puede pasar en estos países tropicales e indomables. No le teman al final de una de estas guerras, ni le teman a su desempleo de mandamases, que ninguno de los dos es el peor de los destinos posibles.

 

 

 

Ricardo Silva Romero

El País

Farc

Posted on: octubre 18th, 2013 by Super Confirmado No Comments

Es lo que desde siempre se ha llamado “hacer el bobo”. Se grita, primero que todo, “son tiempos de paz”. Se habla de sentarse a dialogar, a pesar de las evidencias, con la guerrilla más obsoleta, más cruel, más obtusa de la que se tenga memoria: las Farc. Se dice luego que es una oportunidad histórica para pasar la página de una época en la que las ideas fueron sometidas por las ideologías, en la que ‘izquierda’ fue para algunos una mala palabra, en la que llegaron a justificarse los peores actos de barbarie (“lo torturaron en las caballerizas del norte”, “la empalaron en la segunda masacre del pueblo”, “estuvo secuestrado durante más de diecisiete años” fueron frases posibles) e incluso el Estado prefirió la venganza a la justicia.

 

Sigue, en el rito tonto de la paz, que “Colombia” se pone de acuerdo con “los subversivos” para empezar el fin de la guerra. Hay cierta esperanza, cierta desazón. En el horizonte colombiano, que suele ser un alambrado que dice “no pase”, se ve una sociedad a punto de reconocer que es la autora de su propia historia. Y se acepta la verdad: que en un país de 48 millones de habitantes la guerrilla es una minoría que sólo se representa a sí misma, que ese jefe extraviado en la guerra fría, ‘Timochenko’, no debería aparecer en las primeras planas sino en las páginas judiciales, y que resulta vergonzoso esto de haberse acercado a un armisticio en la decadencia de ambas partes.

 

Pero que “es mejor tarde que nunca”: que esta puede ser “la última oportunidad” para responderle al mundo que Colombia no quiere seguir siendo un duelo entre hijos legítimos e hijos ilegítimos.

 

Se recuerda entonces que será el sentido común, no el exterminio, lo que cierre este interminable capítulo de nuestra historia, lo que calle, por fin, esta terca llamada de la violencia. Se agita la bandera blanca. Se pone de ejemplo el caso de Sudáfrica, se cita la parábola de Irlanda. Se pone a hablar a los dueños de la reconciliación, desde el gratuito Juanes hasta el altivo Bono, de la importancia de la compasión.

 

Se aplaza la pregunta de si tendremos el estómago para ponernos en los zapatos de los victimarios, de si podremos recibir a quienes vuelvan de esa guerra. Se negocia. Se sigue negociando. Se pide más paciencia cuando todo parece indicar que el proceso no sobrevivirá a la necedad de los unos ni a la ansiedad de los otros.

 

Y apenas llegan las elecciones, cuando la popularidad del gobierno –que es un reloj de arena en las últimas– sólo puede ser salvada por una clasificación al mundial de fútbol, el vano presidente de turno sale indignado a gritar “las Farc no se van a burlar de Colombia”, “no son tiempos de paz”, “no más”.

 

Qué pérdida de tiempo. Qué farsa. Qué parecido a la estupidez eso de darse cuenta un año después de que las Farc son las Farc: los reclutadores de 1.346 niños, los asoladores inclementes de Tumaco, la empresa orgullosa por haber “disciplinado” a tantas mujeres. Quizás sea el momento de decirle al presidente Santos, en sus propias palabras, que “el tal proceso de paz” sí existe; que, ya que nos metió en esto de nuevo, no pierda el valor de resolverlo de verdad; que no permita que la cruzada por la maldita reelección nos ponga a dar otra “vuelta al bobo”.

 

Ya estamos de nuevo en el punto de la campaña en el que se habla de no hablar más con la guerrilla como sacando del aire una telenovela que se está quedando sin audiencia. Ninguna de las dos partes parece capaz de reconocer su propia inoperancia, su propia incapacidad para ir de la teoría a la práctica. Y el siguiente paso es el ridículo.

 

Pero quién dijo que estamos condenados a lo mismo, quién dijo que no se puede ser responsable y quién dijo que hay que reelegirse.

 

Por Ricardo Silva Romero

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