El 29 de agosto de 2022, presentó sus cartas credenciales el nuevo embajador de la República de Colombia en Venezuela, Armando Benedetti, para lo que podríamos denominar una reanudación formal de las relaciones diplomáticas entre los dos países. Pero ¿dónde ponemos el punto de ruptura, en enero de 2019 con el reconocimiento del gobierno interino de Juan Guaidó por parte del gobierno del expresidente Duque? O ¿nos apegamos a los hechos y nos remontamos al 19 de agosto de 2015 cuando en una acción ilegal y arbitraria, el régimen de Nicolás Maduro no solo decretó el cierre de la frontera con Colombia, sino que ordenó la expulsión y deportación forzosa de miles de colombianos?
La imagen terrible de hombres, mujeres y niños cruzando el río cargando lo que podían llevar dejando atrás sus casas que habían sido marcadas por las fuerzas del régimen para ser demolidas, siendo acusados sin fundamentos de crímenes y delitos es inolvidable. Siete años pasaron desde día infausto donde colombianos inocentes, muchos de ellos con años viviendo en Venezuela fueron humillados, degradados y obligados a abandonar nuestro país.
El propio embajador Benedetti, condenó en su momento esa acción y pidió al presidente Santos -a cuyo partido pertenecía- que rompiera las relaciones diplomáticas con Maduro, por ello y citando a Maurice de Tayllerand, existe un arma más terrible que la calumnia; la verdad.
Ese evento marcó una ruptura real de las relaciones transfronterizas construidas de manera formal a través de tratados y resoluciones y cuya cotidianidad no siempre armónica -es verdad- de ese tercer país llamado así por Ramón J Velásquez, la frontera se quebró. Fue un despropósito, un acto inhumano que acabó no solo con el comercio ya bastante disminuido para la época sino con la vida misma de las familias unidas por años de convivencia donde la gente no era de aquí o de allá, la gente es de la frontera.
Solo dos años después, esa migración forzada, no sería de colombianos, sino de venezolanos, primero de la frontera, a los que le siguieron cientos de todo el país y luego miles para convertirse hoy en cerca de 2 millones recibidos en Colombia, más lo que pasaron por ese territorio para continuar su camino al resto de América Latina.
Y como nuestra relación binacional siempre ha sido un divorcio con hijos, esta larga crisis después de 7 años nos encuentra con demasiados temas pendientes, algunos muy urgentes, sin embargo, mandatorio es referirse por lo menos a cuatro de ellos.
Con esa Colombia, no hay una discusión sobre la masiva y sistemática violación de los derechos humanos en Venezuela, ni su posición sobre los presos políticos. Aunque ya se anticipa su posición sobre la investigación que está abierta ante la Corte Penal Internacional lo que a su vez permite proyectar su desempeño en los organismos internacionales cuando su voto sea necesario para condenar al régimen en estos temas. La no prescripción de los crímenes cometidos y la no inmunidad de sus autores, doctrina ya establecida de la CPI impide que la anuencia política cumpla su cometido, aunque les sirva al menos para fines de propaganda.
Con esa Colombia, no tenemos un solo acuerdo integral vigente en materia comercial, porque en 2011 Venezuela dejó de pertenecer a la Comunidad Andina; no hay códigos arancelarios porque Venezuela es está suspendida del Mercosur. Lo que existe es una sucesión de resoluciones hechas a medida de cada crisis; somos un país sin seguridad jurídica para las inversiones sin acervo normativo para la integración.
Con esa Colombia, no hay una agenda nueva que incluya asuntos de Seguridad y Defensa ya que desapareció el mecanismo de cooperación formal y, no existe una Comisión Militar Binacional Fronteriza, siendo un tema importante y que no puede eludirse alegando asuntos de política interna venezolana. Las disidencias de la FARC, la nueva Marquetalia, Iván Márquez, el ELN y los denominados GAO, más los paramilitares viven en Venezuela. Es un asunto bilateral que debe discutirse, no escurrirse.
Con esa Colombia tenemos pendiente un asunto estratégico, la delimitación de las áreas marinas y submarinas al norte de Castilletes, en silencio desde el 23 de marzo de 2009 cuando gracias al Memorando de opinión disidente del valiente comisionado presidencial Francisco Javier Nieves-Croes alertó y se detuvo el acuerdo secreto Gómez-Rondón de 2007 que entregaba a Colombia la soberanía del Golfo de Venezuela.
La integridad territorial de Venezuela demanda seriedad y responsabilidad como lo tuvieron quienes defendieron a nuestro país desde 1830 en estos asuntos. Entre ellos, el fallecido Nieves-Croes. Como afirmé en mi artículo denominado ¿Es solo el Esequibo lo que debe discutirse? Publicado en 11 de agosto de 2015, y lo cito: En diplomacia, se actúa con prudencia, sin estridencias, con pocas declaraciones y sí mucho trabajo de negociación lejos del escrutinio público que a veces lejos de ayudar, entorpece (…). Por ello, más allá del fervor nacionalista que estos temas despiertan debemos actuar con firmeza, templanza, prudencia y valor. Venezuela es primero. Hoy, no existen condiciones para retomar ese tema y esperamos que no se aborden en medio de la euforia de la reconciliación.
Con esa Colombia, dos millones de venezolanos que hoy son parte de ella elevan su voz desde el Arauca vibrador a Paraguachon-Paraguaipoa, desde Castilletes a la Goajira, desde el San Antonio del Táchira a Puerto Carreño para que no se olvide a los muertos, que se encuentre a los secuestrados y a los desaparecidos en las trochas, que se respeten los derechos de los exilados, de los expatriados, asilados, refugiados y recuerde que la integración no ocurre ahora solo en Caracas y Bogotá.
Desde el 29 de agosto comenzó a escribirse otro capítulo en nuestra convulsa relación binacional. Como evolucionará es imposible saberlo. Pero unidos como estamos por la geografía y la historia de encuentros y desencuentros políticos y diplomáticos, nunca antes lo habíamos estado como ahora por la convivencia real de los millones de familias colombo-venezolanas y venezolano-colombianas. Sin embargo, estos últimos 23 años desde 1999 con el chavismo en el poder, lejos de fortalecer la relación entre Venezuela y Colombia han sido tiempos de desconstrucción de la institucionalidad y de improvisación. Los daños se cuentan en vidas perdidas, en oportunidades destruidas, en desinversión y decrecimiento económico cuyas víctimas son lamentablemente nuestros ciudadanos.
Veremos.
María Teresa Belandria
Embajadora de Venezuela en Brasil