La revocación del Revocatorio

Posted on: enero 23rd, 2022 by Super Confirmado No Comments

 

La Constitución venezolana en sus Principios Fundamentales (artículo 5) establece que “la soberanía reside intransferiblemente en el pueblo, quien la ejerce directamente o indirectamente”. Luego el artículo 6 pauta que el Gobierno de la República “es y será siempre” democrático, participativo y electivo. En base a estos principios, la Carta Fundamental desarrolla ,a partir del artículo 71, las diversas modalidades de referendo popular y en el artículo 72 la figura del referendo revocatorio.

 

Toda restricción puesta al ejercicio de la soberanía popular es una evidente violación de la Constitución, pues no puede autoridad alguna poner trabas al ejercicio de un derecho que ella consagra. Eso es lo que han hecho y siguen haciendo sistemáticamente el TSJ y el CNE. No puede ninguno de estos organismos restringir una manifestación de la voluntad popular estableciendo límites exiguos y absurdos para la recolección de las firmas; habilitando locales de difícil acceso y en número insuficiente para efectuarlas y cuya ubicación los ciudadanos desconocen, ni imponer requisitos de difícil cumplimiento.

 

 

El espíritu participativo de la Constitución ha sido manifiestamente descartado y en su lugar se han aprobado normas que sólo buscan hacer imposible dar inicio a los procesos referendarios.

 

Basta examinar las regulaciones internacionales para la recolección de firmas para constatar la manera antidemocrática con la que el chavismo-madurismo, a través de la subordinación de los órganos del Estado, ha logrado, y ahora impide, que el rechazo del pueblo a la dictadura de Nicolás Maduro se exprese por las vías constitucionales.

 

Cerca de veinte democracias del mundo contemplan la posibilidad de revocar a sus funcionarios electivos. Tomemos el caso de México, país amigo de la dictadura venezolana y sede de las negociaciones entre la usurpación y el Gobierno legítimo. Allí existe una Ley Federal de Revocación de Mandato que le brinda a los electores todas las garantías para expresar su voluntad de revocar al Presidente o a quienes ejercen cargos de elección popular.

 

El Presidente López Obrador, aunque pueda parecer extraño, ha impulsado un referendo revocatorio en su contra. Lo que intenta el Mandatario mexicano es obtener un fuerte respaldo del pueblo a su mandato y utiliza para ello la Ley antes señalada. Algunos han dicho que se trata de un referendo “ratificatorio”. En todo caso, lo que busca la legislación mexicana es que el pueblo pueda expresar su voluntad.

 

Veamos cómo opera la recolección de firmas en México y como se realizó el proceso que culminó el pasado 15 de diciembre:

 

1) Las firmas se recogen en cualquier lugar y la recolección está a cargo de los promotores de la consulta.

 

2) El Instituto Nacional de Elecciones (el CNE mexicano) se limita a hacer entrega a los promotores de la consulta, de un modelo de planilla, de un formato, para que puedan los electores expresar su voluntad. Pueden hacerlo en físico o a través de medios electrónicos. Lo más usual es que la firma y la foto del solicitante sea recogida utilizando un teléfono celular.

 

3) El plazo para recoger la firma del 3% de los electores es de 45 días. En Venezuela se pretende establecer el despropósito de un plazo de un día para que firme el 20 % de los electores. En Suiza, para usar otro ejemplo, se establece un plazo de seis meses para le recolección.

 

4) Hay garantía absoluta para que todos los electores mexicanos que no residen en el territorio nacional puedan firmar y luego votar.

 

5) La única función de la autoridad electoral es verificar si las firmas corresponden a electores debidamente registrados y contarlas.

 

El Consejo Nacional Electoral venezolano está en la obligación de aprobar normas que desarrollen los mandatos constitucionales. No puede, en ningún caso establecer restricciones al ejercicio de los derechos políticos.

 

La lucha de todos los venezolanos debe dirigirse a la obtención de normas que regulen los procesos electorales y referendarios que sean conformes al texto, al espíritu de la constitución y a las prácticas democráticas internacionales. No podemos contentarnos con menos y no pueden los rectores del CNE pretender que los venezolanos nos conformemos con migajas.
Ocurre que Maduro le tiene pánico a la expresión de la voluntad de los venezolanos.

 

 

Las elecciones regionales del 21 de noviembre fueron una clara expresión de ese miedo. La elección del Gobernador de Barinas fue para el dictador una campanada de alerta y por ello hace ahora todo lo que haga falta para impedir el ejercicio del derecho a la revocación de su mandato. ¿Qué dirá Josep Borrell?

 

Cara al futuro, Maduro hará todo lo posible para que los venezolanos no podamos elegir en el 2024. Su compinche Daniel Ortega le ha enseñado el camino.

 
Gustavo Tarre Briceño

 

La Resolución del Parlamento Europeo y Leopoldo López Gil

Posted on: julio 12th, 2020 by Periodista dista No Comments

 

 

Hace algunos días el Parlamento Europeo, que desde hace varios años ha respaldado las luchas por el restablecimiento de la democracia en Venezuela, votó una bien razonada y larga Resolución, concebida en términos mucho más duros y contundentes que el empleado en todas las resoluciones anteriores. La Resolución fue aprobada por 487 votos a favor, 119 votos en contra y 79 abstenciones o ausencias.

 

 

Fue una espléndida victoria de la democracia venezolana obtenida en un parlamento en el que están representados los 27 Estados miembros y cuyos 705 diputados se agrupan en 8 grupos, conformados con base en las afinidades políticas e ideológicas con las cuales los venezolanos podemos o no sentir alguna identificación.

 

 

La Resolución aprobada incluye la petición de elecciones presidenciales y legislativas “libres, transparentes y creíbles”; reconoció la crisis humanitaria e instó a la comunidad internacional a ayudar a los migrantes venezolanos; ratificó su apoyo a Juan Guaidó como “presidente interino legítimo”; condenó el “nombramiento antidemocrático” de los nuevos miembros del Consejo Nacional Electoral; solicitó más sanciones en contra los líderes de la dictadura y un largo etcétera.

 

 

Hubo en el Parlamento otra proposición, presentada por el diputado Hermann Tertsch del partido español Vox que tiene 4 representantes en la Eurocámara.  Las propuestas de Tertsch, cuya solidaridad con nuestras luchas hemos apreciado, era mucho más contundente y se correspondía mucho más con lo que los demócratas venezolanos hubiésemos querido que se aprobara, pero no contaba con el apoyo que requería su aprobación. ¿Por qué?

 

 

Como antes dijimos, los eurodiputados, electos en planchas postuladas por los partidos de cada país, se constituyen en grupos políticos e ideológicos: 187 diputados integran el Partido Popular Europeo, de orientación centrista; 146 pertenecen a la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas; 98 conforman Renovación Europea, igualmente centristas; 76 se ubican en Identidad y Democracia; 67 han constituido el partido ecologista Verde; 39 extremistas están en el Grupo de Izquierda Unitaria que incluye a los españoles arrastrados de Podemos y finalmente, 29 parlamentarios no quisieron inscribirse en ningún grupo.

 

 

Constatará el lector un hecho muy claro:  la heterogeneidad de los componentes del Parlamento Europeo y la dificultad que existe para conformar mayorías.

 

 

Un eurodiputado, Leopoldo López Gil, quien ostenta tanto la nacionalidad venezolana como la española, tuvo el siguiente dilema: Respaldar con una finalidad únicamente testimonial, la proposición de Tertsh y recibir, por primera vez en una propuesta relativa a Venezuela, una muy contundente derrota. La otra opción, participar de la mayoría que permitió conformar el bloque antes mencionado de 487 votos. La política, como tantas veces se ha dicho, es “el arte de lo posible” y Leopoldo optó, como lo hubiera hecho yo, por una buena y contundente Resolución, lo que implicaba dejar de lado algunas de las propuestas de Hermann Tertsh, que hubiesen sido más del agrado de muchos venezolanos (incluyéndome a mí). No me parece malo que el Partido Socialista Obrero le dé la espalda a Nicolás Maduro, así haya sido “moderada”.

 

 

Tertsh creyó hacer bien manteniendo su posición, estuvo en su derecho. Lo que me parece menos bueno es que haya votado en contra de la propuesta finalmente aprobada, en la no muy santa compañía del “ñangaraje” europeo, encabezado por Podemos y los terroristas de ETA.

 

 

El segundo hecho insólito, es el titular aparecido en las redes: “Papá de Leopoldo López logra que el Partido Popular ablande una Resolución en contra de Nicolás Maduro”. Lo primero que llama la atención y revela las intenciones de quien escribe, es que no se menciona al eurodiputado por su nombre, sino que se le alude como el padre de Leopoldo López Mendoza. En el supuesto caso de que López Gil hubiese actuado mal, que no lo hizo, me pregunto: ¿Qué tiene que ver su hijo con lo sucedido en Bruselas?

 

La respuesta es muy sencilla, la campaña en marcha busca el desprestigio de Leopoldo López Mendoza, líder de Voluntad Popular, partido recientemente expropiado por la dictadura y uno de los venezolanos que más ha sufrido en carne propia, la represión del chavismo, detrás, obviamente de los que ofrendaron sus vidas.

 

 

Esta no es mi manera de hacer política.  Como tampoco lo es manipular la verdad.  El mismo diputado Tertsh dijo lo siguiente, refiriéndose al texto que comentamos y al rol del “papá de Leopoldo López”: “El titular de esta noticia es inexacto. Quién ablandó y vació la resolución hasta el ridículo fue el PSOE. El PP solo se rindió y lo aceptó todo con sumisión”.

 

 

Hay un dicho italiano que traduzco:  “Es mejor lo bueno que se consigue que lo óptimo que no se logra”.  Eso fue lo que ocurrió en Bruselas.  No niego que pueda haber gente que hubiese preferido mantener la Resolución de Vox en su redacción íntegra y perder la votación.  Es una manera de ver las cosas.  Yo no la comparto.

 

 

Si algo he aprendido en los largos años que llevo en la actividad política es que no necesariamente lo que yo pienso tiene que ser compartido por los demás.  Creo, sin embargo, que hay un solo norte para los venezolanos:  Sacar a Maduro y a la banda de delincuentes que lo acompañan.  Hay muchas maneras de hacerlo y posiciones muy distintas perfectamente lícitas.  Aquello con lo que no transijo es con la conceptualización de la dictadura venezolana.  Por eso apoyo y sirvo al Gobierno legítimo de Juan Guaidó y tengo buenas relaciones con todas las fuerzas políticas que se oponen de verdad a Nicolás Maduro.

 

 

Una reflexión final:  Algún amigo me recomendó no escribir estas líneas.  “No te metas en ese pleito que no es tuyo.  Te van a caer encima los guerreros del teclado”.  A lo mejor tenía razón el amigo, pero yo no soy así.  Siempre me he dado el lujo de decir lo que pienso y trato de ser intransigente sólo conmigo mismo.

 

 

Desde que soy representante de Venezuela en la OEA, hemos ganado varias batallas, consiguiendo el apoyo de la mayoría de los países miembros.  Si me hubiese empeñado en proponer resoluciones imponiendo mi punto de vista y expresando lo que hubiera obtenido aplausos en las redes sociales, sin tomar en cuenta lo que piensan los otros 33 estados miembros de la Organización, hubiese logrado un solo voto seguro:  el mío.  Tal vez uno que otro más.  De allí mi solidaridad con Leopoldo López Gil.

 

 

Gustavo Tarre Briceño 

Venezuela sigue en la OEA

Posted on: marzo 14th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

El jueves 8 de marzo hice entrega formal a Luis Almagro, secretario general de la OEA, de la comunicación enviada por el presidente encargado Juan Guaidó en la que ratifica la voluntad del gobierno venezolano de permanecer como Estado parte de la Carta de la Organización de Estados Americanos, tal como lo decidió la Asamblea Nacional en acuerdos del 22 de mayo de 2017 y del 2 de enero de 2019.

 

 

Dice el presidente Guaidó en su comunicación: “…En mi condición de presidente encargado de la República Bolivariana de Venezuela, reitero y expreso formalmente la decisión del Estado venezolano de dejar sin efecto la supuesta denuncia de la Carta de la OEA, a los fines de que Venezuela pueda mantenerse como Estado parte de esa organización. Considerando, especialmente, que los acuerdos de la Asamblea Nacional y la presente comunicación han sido dictados antes de que haya terminado el período de salvaguarda de 2 años previsto en la Carta de la OEA para que una denuncia entre en vigor”.

 

 

 

De esta manera, el presidente Guaidó deja sin efecto el retiro de la OEA, anunciado por Nicolás Maduro a la Secretaría General el 27 de abril del año 2017 y que se hubiese hecho efectivo el próximo mes.

 

 

 

¿Por qué Maduro quería irse de la OEA y por qué Guaidó manifiesta su intención de quedarse?

 

 

 

Las razones de usurpador son evidentes: la OEA es hoy en día, sobre todo desde la elección de Luis Almagro como secretario general, un bastión de la democracia en el continente, garante de la pureza de las elecciones que se realizan en el hemisferio; defensora de los derechos humanos y factor fundamental en la lucha contra la corrupción.

 

 

 

Maduro tenía que irse. No podía permanecer en la organización el jefe de un gobierno que pretendió manipular la voluntad popular en las fraudulentas elecciones de mayo del año pasado y con la elección de la írrita asamblea constituyente. No le convenía quedarse en este foro a quien sistemáticamente ha violado los derechos humanos encarcelando, torturando y asesinando. ¿Cómo explicaría Maduro en la OEA la situación de la prensa en Venezuela, la inexistencia del debido proceso, la politización de los tribunales, la destrucción ecológica del país?

 

 

 

Tampoco le era fácil al jefe de una cleptocracia, autor y beneficiario del robo de dinero público más importante en toda nuestra historia, quedarse en una organización que pone su empeño en preservar la pulcritud administrativa.

 

 

 

¿Cómo podía quedarse en la OEA quien ha orquestado la persecución y asesinato de opositores, periodistas, etnias aborígenes, líderes sociales y defensores de derechos humanos?

 

 

 

Maduro tenía que irse y así lo decidió, para vergüenza de los venezolanos.

 

 

Guaidó, por su parte, es el primero interesado en obtener ayuda de la OEA para la realización de las venideras elecciones en Venezuela; para él es un deber de conciencia someter a su gobierno a la fiscalización de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y del Tribunal de San José.

 

 

La permanencia de Venezuela en la OEA es muy importante para hacer justicia y para el castigo de los crímenes cometidos.

 

 

 

El gobierno provisional de Juan Guaidó y el gobierno que resulte de las elecciones libres está y estarán absolutamente dispuestos a que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos venga a Venezuela, después de casi veinte años de ausencia, para constatar in loco el respeto de los derechos consagrados en nuestra Constitución y en los tratados internacionales suscritos por la República.

 

 

 

Igualmente es imprescindible lograr la ayuda y usar la experticia de la OEA para castigar a quienes destruyeron las finanzas y la moral administrativa de nuestro país y para recuperar los activos sustraídos al patrimonio público.

 

 

 

No puede faltar la OEA para acompañarnos en el esfuerzo de organizar y canalizar, en los meses venideros, la ayuda humanitaria que la usurpación ha bloqueado en las fronteras y que tantos países ofrecen y no se les deja suministrar.

 

 

 

Pero también es importantísimo que estemos sometidos al escrutinio de la OEA para preservar a Venezuela de la recurrencia de todos estos males. Un gobierno verdaderamente democrático es aquel que se demuestra en plena disposición a ser investigado, que busca la transparencia y está dispuesto a corregir cualquier error o desviación.

 

 

 

Gustavo Tarre Briceño

El castillo de arena

Posted on: diciembre 12th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

Cuando me preguntan sobre la estabilidad del régimen de Nicolás Maduro, tengo una respuesta que es, cada día, más elaborada y más contundente. No se trata del descubrimiento del agua tibia. Afirmo que un gobierno que ha conducido a Venezuela a la crisis descomunal que vivimos, producto de la ineptitud, la mediocridad, la corrupción, los trasnochos ideológicos y sin el menor propósito de enmienda, no puede durar mucho. La pregunta no es cuándo ni cómo va a caer, sino cómo puede sostenerse. También suelo comentar que en el momento en que los historiadores, dentro de 50 años, estudien la situación venezolana de 2018, dirán: “Pasó lo que tenía que pasar, ese desastre tenía que acabarse”.

 

 

 

Mis argumentos son muy poderosos, pero encierran una gran debilidad: Maduro sigue allí. Más de una vez, después de dar mi impecable demostración, recibo este implacable comentario: “Oye, Gustavo, todo eso está muy bien, pero me dijiste lo mismo el año pasado…”.

 

 

 

Recientemente, mi amigo Luis Raúl Matos Azócar me dio una explicación que ayuda a entender lo que ocurre.

 

 

 

Matos es un político veterano, en un tiempo fue una de las grandes promesas de Acción Democrática. Ministro en varias oportunidades. Desde hace más de 20 años se dedicó a la vida académica. Actualmente es director del Programa de Gobernabilidad de la Escuela de Gerencia Política de la George Washington University. Tengo un gran respeto por la inteligencia, la bonhomía y el sentido del humor de Luis Raúl y siempre lamento que no tuviera mejor suerte en la política venezolana.

 

 

 

¿Cuál es la explicación? Luis Raúl ha hecho investigaciones sobre la inestabilidad y me cita un libro del físico norteamericano Mark Buchanan, intitulado Ubiquidad: ¿Por qué ocurren las catástrofes? Su explicación tiene que ver con la teoría del caos, la teoría de la complejidad y con los Estados inestables.

 

 

 

A ver, todos, en alguna oportunidad, estando en la playa hemos tratado de hacer una torre de arena. Lo hacemos vertiendo arena en una pila que se hace cada vez más grande hasta que, por algún lado, comienza a desmoronarse.

 

 

 

Imagínense, dice Buchanan, dejando caer un grano de arena tras otro sobre una superficie plana. Pronto se hace una montaña de arena y finalmente, con un solo grano adicional, comienza el derrumbe.

 

 

 

Destacados científicos han estudiado el problema (no porque les interesen los castillos de arena, sino para tratar de comprender lo que llamaron “sistemas sin equilibrio”). Después de una gran cantidad de pruebas con millones de granos de arena en laboratorios y con computadoras, encontraron que no hay un número típico. Algunos involucraron 1 solo grano; otros, 10, 100 o 1.000. Otros fueron cataclismos que derribaron casi toda la montaña. En cierto momento, literalmente, con cualquier cosa, podría estar a punto de ocurrir el derrumbe.

 

 

 

Las torres de arena devienen algo completamente caótico, en su imprevisibilidad. Lo que resulta realmente interesante, de acuerdo con Buchanan comentado por Matos, es que se desarrolla una imagen mental que nos ayuda a comprender la organización de los mercados financieros y la economía mundial. Luis Raúl agrega: los sistemas políticos.

 

 

 

Un solo grano de arena puede desencadenar una reacción en cadena cataclísmica.

 

 

 

En un sistema político como el venezolano, signado por una inestabilidad total, los granos de arena caen irregularmente sobre la torre. A veces es uno solo, otras veces son muchos. Los granos de arena son la muerte en la carretera de dos grandes peloteros o la venta de perniles podridos o la hiperinflación de cada día, o las estupideces de Maduro o unas elecciones municipales amañadas o la detención de un líder sindical o un reloj de oro del Tuerto Andrade, o un artículo de Thaís Peñalver o de Leonardo Padrón, o una carta de Laureano Márquez o una declaración de Rafael Cadenas o la muerte de un niño en el Hospital J. M. de los Ríos por falta de medicamentos o la caída diaria de la producción de petróleo. Uno o varios granos de arena precipitarán la caída.

 

 

 

Cada día seguirán cayendo, inexorablemente, granos de arena y por lo tanto la inestabilidad permanecerá. ¿Cuándo se derrumbará el castillo? No se puede dar una fecha exacta, pero de que se cae, se cae.

 

 

 

Gustavo Tarre Briceño
 

La Venezuela que renace

Posted on: noviembre 30th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

 

Desde la distancia vengo siguiendo los pasos que condujeron a la celebración del Congreso Venezuela Libre. Supe de los eventos regionales en los que la pasión por Venezuela unió a dirigentes políticos y conductores de la sociedad civil, con muy pocas autoexclusiones, con una visión unitaria que buena falta hace a algunos líderes nacionales. Luego se produjo el encuentro nacional en Caracas, en el Aula Magna de la UCV, con el propósito de buscar una nueva forma de organización del país democrático y de lograr la unidad superior que las circunstancias demandan para enfrentar la dictadura. El Manifiesto aprobado explicita las razones y propósitos de los que allí se reunieron y la intención de construir un acuerdo nacional que defina las reglas de una transición inmediata ante la inminencia del 10 de enero, fecha en la cual la usurpación pierde la última hilacha de legitimidad que aún le reconocía la comunidad internacional. El papel de la Asamblea Nacional es primordial como la única institución cuya legitimidad proviene del voto popular.

 

 

 

Viendo las imágenes y después de leer el discurso de Luis Ugalde, en “la casa que vence a las sombras”, empezaron a desfilar por mi mente los rostros de una muchedumbre que trae “las primeras lluvias de alegría y de esperanza”. Ugalde nos invita a escuchar la voz del Nazareno que nos pide “nacer de nuevo en Espíritu y en Verdad”.

 

 

 

La Venezuela opositora, es decir la casi totalidad del país, está esperando de su dirigencia este nuevo alumbramiento y no entiende los pleitos estériles, las agresiones sin sentido, las ambiciones personales y los protagonismos excluyentes.

 

 

 

Es evidente que hay un consenso genérico en torno a los temas más importantes:

 

 

 

La disolución inmediata de la asamblea constituyente.

 

El restablecimiento de las potestades constitucionales de la Asamblea Nacional.

 

La inmediata liberación de todos los presos políticos sin distinción, y el regreso de todos los exilados.

 

El fin de la inhabilitación de decenas de líderes opositores.

 

El registro de todas las organizaciones políticas.

 

Una absoluta libertad de prensa.

 

La imparcialidad del Poder Electoral.

 

 

El remplazo de los jueces del Tribunal Supremo de Justicia ilegítimo, cumpliendo con las normas y procedimientos constitucionales.

 

El castigo a quienes cometieron delitos de lesa humanidad y/o se enriquecieron de manera ilícita.

 

 

La reconciliación del país, sin excluir a la base chavista tan maltratada por Maduro y por la banda de delincuentes que le acompañan.

 

 

 

No hay ninguna parcialidad política en Venezuela que haya expresado su desacuerdo con a estos temas. La exclusión de alguno de ellos significa la imposibilidad de los restantes. Eso es lo esencial. Las diferencias que existen, relativas a las prioridades y al cómo y al cuándo, no dejan de ser muy importantes. Allí está la necesidad de la discusión y del debate de buena fe, sin que nadie se presente con el monopolio de la verdad o pretenda revivir la Santa Inquisición. Ante la magnitud de las metas, los márgenes de una salida negociada con el gobierno son pocos. Si los que creen en la negociación nos convencen de que por esa vía se pueden lograr los 10 puntos. ¡Alabado sea Dios! De no ser así, buscaremos otros caminos que transitaremos juntos. En la política no se puede caer en purismos a la hora de constituir alianzas. Churchill y Roosevelt lo demostraron al integrar un frente único con Stalin para poder derrotar a Hitler.

 

 

 

Es muy posible que como consecuencia de la discusión se caigan algunas caretas y se confirmen algunas presunciones. Tampoco se descarta que muchas acusaciones se derrumben. Pero lo primero y lo urgente es discutir sin prejuicios, de manera transparente y honesta.

 

 

 

En el logro de estos acuerdos esenciales está la esperanza de los venezolanos.

 

 

 

Se lo debemos a Fernando Albán, a Oscar Pérez y a toda una cohorte de jóvenes asesinados.

 

 

 

Lo exigen Leopoldo López, Iván Simonovis, Juan Requesens, Juan Carlos Caguaripano, y otros cientos de compatriotas con los rostros desfigurados por la tortura. Lo reclama Lorent Saleh y los miles de presos en La Tumba, en Ramo Verde y en el Sebin.

 

 

 

A ello aspiran miles de comunicadores y periodistas que nos explican con lujo de talento que “el caos en Venezuela no será eterno y que la renovación es indetenible”.

 

 

 

Es la aspiración de los abogados del Foro Penal y del Bloque Constitucional y de tantos otros juristas que se desvelan por el regreso al Estado de Derecho.

 

 

 

Lo esperamos millones de venezolanos que tuvimos que irnos, obligados o voluntariamente, para buscar una forma de supervivencia.

 

 

Se lo debemos a quienes murieron sin ver el nuevo amanecer pero que pudieron predecirlo.

 

 

 

Es el reclamo de tantos diputados que de manera heroica sostienen su labor de representación y siguen en la lucha, perseguidos, amenazados, sin inmunidad ni sueldo. Es el requerimiento diario de miles de militantes y luchadores políticos.

 

 

 

Nada menos que eso esperan los líderes estudiantiles, hoy simbólicamente representados por la Federación de Centros Universitarios de la Universidad de Carabobo.

 

 

 

Es la aspiración de los maestros y profesores, de los médicos, de las enfermeras, de los mineros, de los trabajadores, de las amas de casa, de los militares perseguidos, de los sacerdotes, de los pastores, de los rabinos, de los luchadores sociales y, por sobre todo, de nuestros niños y jóvenes.

 

 

 

Es hora de abandonar el pesimismo, el narcisismo del dolor propio, la autoflagelación, las campañas de odio y ver al país de otra manera. El año 2019 puede ser algo muy distinto si todos nos empeñamos en lograrlo.

 

 

 

Gustavo Tarre Briceño

 

El dinosaurio sigue allí

Posted on: octubre 22nd, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

Cuando los historiadores del futuro, por allá en el año 2050, analicen la caída de Nicolás Maduro, dirán, sin duda alguna, que no podía suceder otra cosa:  pocas veces en la historia de la humanidad un gobierno ha acumulado tantos errores, tanta ineptitud, tantos fracasos, tantos engaños, tantos robos, tantos crímenes como lo ha hecho el de Maduro y su pandilla.  Ante tantos desatinos, era imposible que el actual presidente permaneciera en el poder.  Pero pasan los días y, como el dinosaurio de Monteroso, Maduro todavía está allí.  Acertadamente, frente a la tragedia que parece no tener fin, Michael Penfold se pregunta si
Venezuela no está “en punto muerto”.

 

 

 

A pesar de “tener todos los planetas alineados en su contra”, como bien lo señaló el director de este diario, el dictador sigue en Miraflores y sus paniaguados mantienen su vida de derroche, engaño, ineptitud, represión y latrocinio.

 

 

 

¿Por qué?  La pregunta la recibimos a diario y nos la hacemos todos los venezolanos y todos los demócratas del mundo.

 

 

 

Algunos piensan, y no sin razón, que la represión es demasiado fuerte, que los cubanos son demasiado eficaces y que la desesperanza ha arropado todo amago de rebelión. Los que resistían se fueron y los que quedan tienen que preocuparse por conseguir comida y medicinas. Sin duda, tienen algo de razón.

 

 

 

Otros opinan que el problema es que no hay oposición.  Estos, en mi muy humilde opinión, están equivocados.  Todos los días, a través de todos los medios de expresión disponibles y en miles de protestas callejeras, los opositores esgrimen sus razones, rechazan el desastre del gobierno, condenan las violaciones de la Constitución y de los derechos humanos y proponen un país alternativo.  Porque se “oponen”, son perseguidos, encarcelados, torturados, exiliados y asesinados.  ¿Cuántos mártires más harán falta para acabar con esa conseja?

 

 

 

Más acertada puede ser la siguiente aseveración: el chavismo y ahora el madurismo se mantienen porque la oposición no está unida.  Aquí el tema se presta a una mayor discusión y se presentan diferentes puntos de vista, muchos de ellos coherentes y válidos.

 

 

 

Adelanto mi opinión:  la unidad no es una alianza política perfecta en la que todos dicen y actúan de una misma forma, convencidos de que el camino es uno solo que todos deben seguir con fe y entusiasmo.  Esa Unidad-Panacea no puede existir entre gente pensante, con convicciones e intereses diversos y democráticamente expresados. La unidad debe ser la comunidad de verbo y acción en torno a una meta concreta: la salida del gobierno.

 

 

 

El “cómo”, el “cuándo”, el “para qué” y el “con quién” son los temas que hay que resolver.  La discusión debe ser sin exclusiones, sin posiciones a priori, sin pensar que yo tengo la razón y quien disiente es un traidor, “alcanzado por la chequera del gobierno”.

 

 

 

Lo que le ha faltado a la oposición ha sido el debate sincero y alejado de sectarismos y afanes protagónicos.  Siempre he pensado mal de quien siempre tiene razón.  Las equivocaciones han sido infinitas y de ellas los opositores debemos aprender mucho.  Lo que rechazo es la creencia de que yo nunca me equivoqué, que los errores siempre son de otros.  No puede plantearse el debate entre los puros e incorruptibles y los entreguistas, colaboracionistas y vendidos.  Tampoco puede pensarse que la prudencia y la sabiduría están de un solo lado y que los demás son unos aventureros cortoplacistas y ajenos al “realismo” político.  Lo que realmente importa es convencer al pueblo y no buscar los aplausos de algún twittero trasnochado. Hay que combinar, en lenguaje de Weber, la ética de la responsabilidad con la ética del compromiso.

 

 

 

Se me dirá que ya basta de discutideras y de reuniones o encerronas interminables y estériles.  Yo contesto que ya basta de imposiciones inconsultas y de intolerancia. Hablando se entiende la gente, dice el refrán.

 

 

 

Con la discusión se producirá una sana decantación.  Es muy probable que no todos lleguen a acuerdos, pero me bastaría con que se establezcan áreas de entendimiento y metas comunes, sin exclusiones previas dictadas por inquisidores poseedores del monopolio de la verdad y de la pureza en la lucha.  Alcanzado el consenso más amplio que se pueda, si queda alguien que no quiera sumarse, seguirá su camino propio y muy posiblemente la historia se lo cobrará.

 

 

 

¿No cree el lector que el tema de votar o no votar, ya sea en un referéndum sobre la nueva Constitución o en las elecciones municipales, merece ser discutido?  Muchos pensamos que en las condiciones actuales no se debe participar en ninguna elección, y tenemos muchas razones, pero no podemos negarnos a oír otras opiniones.

 

 

 

¿No sería bueno unificar criterios con relación a lo que podemos esperar y en consecuencia pedir a la comunidad internacional?  Formo parte de quienes creen que el problema debe ser resuelto por los venezolanos, sin por ello desconocer la ayuda que puede venir de afuera.  Pero no podemos negarnos, precisamente porque las convicciones son firmes, a discutir con quien sea.

 

 

 

¿Cuál debe ser el rol de la Asamblea Nacional? Estoy seguro de que la mayoría del país piensa que tener de nuestro lado a la única expresión legítima de la voluntad popular nos da una fuerza imbatible, pero, ¿por qué negarse a discutir con quien piense que hay que prescindir de ella. Vengan, expliquen por qué creen en lo que para mí es un disparate irresponsable.

 

 

 

Así podríamos seguir enumerando temas, pero lo importante es que la discusión debe darse, sin prepotencias, sin exclusiones, sin prejuicios, sin descalificaciones y, sobre todo, dejando de lado los intereses subalternos y politiqueros que siempre acompañan a quienes prefieren ser cabeza de ratón que cola de león.  Nadie tiene el monopolio de la verdad, y mucho menos el de la “pureza”.  Vagabundos hay en todas partes y en todos los partidos.  No deberían andar lanzando piedras quienes no están libres de toda culpa, ya sea por acción, por omisión o por andar mal acompañado.

 

 

 

Nada de esto es nuevo en nuestro país. Me viene a la memoria una frase de Mariano Picón Salas escrita en 1940: “Me fatiga ya la lucha desleal que se hace en Venezuela, que no se realiza en torno a opiniones, ideas o grupos organizados, sino en el mampuesto de los chismes y las intrigas”. Solidarizándonos con la postura del gran ensayista, tratemos de que mañana, al despertar, el dinosaurio ya no esté allí.

 

 

 

Gustavo Tarre Briceño

El rostro de Juan Requesens

Posted on: agosto 16th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

Torturar es infligir intencionadamente a un ser humano sufrimientos  físicos o mentales, con la finalidad de obtener información o una confesión,  o de intimidarlo o coaccionarlo, por cualquier razón. La tortura es infligida por funcionarios o por orden de ellos o con su consentimiento o instigación.  El torturador en muchos casos disfruta torturando o recordando el atropello.

 

 

 

Muy lentamente, demasiado lentamente, el mundo ha condenado y ha prohibido la tortura. Está muy lejos de haber desaparecido, pero se ha reducido y los gobiernos que la practican tratan de ocultarla.

 

 

 

El gobierno venezolano no puede esconder la satisfacción que siente al practicarla. Se trata de una perversión escondida que logra burlar disposiciones legales que en todos los países democráticos la prohíben y condenan y buscan que no se pueda practicar, haciéndola visible.

 

 

 

En un Estado de Derecho:

 

 

 

•        Las personas detenidas tienen derecho a representación legal desde el mismo momento en que se les privó de libertad.

 

 

 

•       Los familiares y abogados tienen derecho de saber dónde y por qué están detenidas. Los abogados deben estar presentes durante los interrogatorios.

 

 

 

•        El estado físico y mental de las personas detenidas puede ser verificado por médicos.

 

 

 

•        Las confesiones obtenidas mediante tortura no pueden utilizarse como prueba.

 

 

Hay muchas opiniones acerca  de la Constitución de 1999, la llamada Constitución Bolivariana, pero existe unanimidad en el reconocimiento  al avance que significó en materia de derechos humanos. En su texto se consagran todas las previsiones contra la tortura, castigo imprescriptible a los torturadores y todas las garantías a la integridad física y mental de las personas detenidas.

 

 

 

 

Ninguna de estas previsiones se cumple en Venezuela. Nicolás Maduro se ha convertido en el Pedro Estrada del siglo XXI y el grupo de delincuentes, de bufones y de adulantes –cuyo amplio espectro va de los hermanos Rodríguez a José Luis Rodríguez Zapatero– que le acompañan en las funciones represivas se solaza en la cínica admisión del ejercicio del poder sin límites ni jurídicos ni morales.

 

 

 

No es Juan Requesens el primer torturado por el régimen de Nicolás Maduro. Lamentablemente es uno entre miles. Tampoco se trata de una práctica inventada por el chavismo. Nuestra historia y la historia de la humanidad se han visto manchadas desde el inicio de los tiempos por ese intento de destruir al individuo, física o mentalmente, de quebrar su voluntad y su autoestima.

 

 

 

Hablar de Juan Requesens, lejos de olvidar los muchos otros casos de torturas en las cárceles del régimen, es encarnar en una imagen, en un rostro, lo que se está convirtiendo en la “banalidad del mal”.

 

 

 

Toda Venezuela ha visto y vuelto a ver, muchísimas veces, las imágenes de la “confesión” y de la humillación encarnadas en Juan, un muchacho que podría ser nuestro hijo o nuestro hermano y cuya imagen se convierte en el rostro de todos los torturados.

 

 

 

Hoy podemos decir que las imágenes difundidas por el gobierno no solo se cirunscriben a Juan Requesens, sino que nos reflejan a cada uno de nosotros. Jamás olvidaremos los miles de mártires del régimen chavista-madurista y lo que pretendemos resaltar es que el rostro de Juan Requesens es el rostro torturado y humillado de muchísimos jóvenes venezolanos y, simbólicamente, esa imagen del joven diputado es el rostro de toda la juventud venezolana. En su mirada perdida vemos la profundidad del sufrimiento, pero también vislumbramos la fe en el porvenir.

 

 

Vaya a la familia de Juan Recasens, a su partido Primero Justicia, a la Asamblea Nacional de la que forma parte y a todos los que luchan por la libertad en Venezuela, mi expresión de la más radical e incondicional solidaridad.

 

 

 

  
  Gustavo Tarre Briceño

Gustavo Tarre: Elecciones de Venezuela el 20 de mayo y la muerte de la democracia

Posted on: junio 6th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Una reciente avalancha de libros y autores políticos ha advertido sobre el riesgo que corren los sistemas democráticos como resultado del populismo en auge. La abrumadora conclusión parece ser que, aunque estamos viendo un aumento en los gobiernos autoritarios que ponen fin al estado de derecho y la separación de poderes, llegaron al poder como resultado de elecciones libres en lugar de productos de violencia. Por nombrar solo algunos de estos libros: Sobre la tiranía, por Timothy Snyder; Cómo mueren las democracias, por Steven Levitsky y Daniel Ziblat; y The People vs. Democracy de Yascha Mounk.

 

 

 

 

Los que están en el mundo político están familiarizados con el concepto de «democracia no liberal», lo que implica la diferenciación de dos tipos de democracias: las que son liberales y las que no lo son.

 

 

 

En 1997, Fareed Zakaria introdujo la idea de «democracia no liberal», que se basó en una distinción entre «democracia» y «liberalismo constitucional». Este último concepto requiere un conjunto de libertades que no están necesariamente vinculadas con la democracia, ni con su teoría o historia. Según Zakaria, el término «democracia» describe a los gobiernos que han llegado al poder a través de elecciones libres. Dentro de esa categoría, hay algunas naciones, pero no todas, en las que las elecciones forman parte de un liberalismo constitucional, que incluye la presencia de un estado de derecho, la separación de poderes y garantías de respeto a los derechos de los ciudadanos.

 

 

 

No estoy de acuerdo con la premisa de que hay dos tipos distintos de democracia.

 

 

 

Al evaluar lo que califica como una democracia, encontramos que las democracias deben ser liberales para cumplir con los indicadores estándar. Estos indicadores de democracia incluyen el ejercicio por parte de los ciudadanos de sus derechos civiles; elecciones en las que se manifieste la voluntad popular en términos generales, y los ciudadanos tengan las mismas oportunidades de participar; control civil de los militares de la nación; y un poder público cuyo ejercicio está constitucionalmente limitado en duración, sujeto a controles y equilibrios, y absolutamente tolerante y abierto a la crítica. Si un gobierno celebra elecciones sin cumplir estas condiciones, necesariamente no llegan a ser elecciones libres y justas.

 

 

 

Cumplir con las demandas de una elección libre presupone libertad total de pensamiento, discurso, asamblea, pluralismo político, disponibilidad abierta de información, igualdad de acceso a la participación, y la existencia de una autoridad electoral imparcial y cuyas decisiones serán respetadas.

 

 

 

No puede haber elecciones libres si no hay separación de poderes para mantener a una rama del gobierno fuera del control indebido de la vida política y el proceso electoral. Esta falta de equilibrio hace imposible una elección limpia.

 

 

 

La necesidad del liberalismo en la democracia se ilustra en la reciente historia electoral de Venezuela.

 

 

 

Hugo Chávez llegó al poder mediante elecciones libres en 1998. Sin embargo, desde entonces, todos los procesos electorales han tenido fallas, algunas más serias que otras. Inicialmente, los altos precios del petróleo y los programas sociales permitieron una popularidad artificial de Chávez. Durante este tiempo, el fraude fue menos evidente, pero aún existe. A medida que el fracaso de la «Revolución Bolivariana» se hizo más claro y los precios del petróleo cayeron, el fraude llegó al punto en que el resultado no representaba la voluntad del pueblo.

 

 

 

Las elecciones que tuvieron lugar en Venezuela el 20 de mayo de 2018 son el mejor ejemplo de una democracia muerta. Tenían todas las características de un fraude:

 

 

 

El Consejo Nacional Electoral no fue imparcial;

 

La participación de los principales candidatos de la oposición estaba prohibida;

 

 

Los partidos políticos que se oponen al régimen fueron proscritos, y muchos de sus líderes fueron encarcelados o exiliados;

 

 

No había libertad de expresión, y los medios estaban sujetos a la censura;
Hubo una presión indebida sobre los votantes;

 

 

El dinero público se usó para financiar la campaña del partido gobernante; y
No se permitió la observación electoral internacional calificada.

 

 

Lo que sucedió en Venezuela ya no puede describirse como «la gente que se expresa contra la democracia liberal». Es simplemente una dictadura, ampliamente rechazada por la mayoría, que falsifica los resultados electorales para proclamar su propia victoria.

 

 

 

Al final, debemos concluir que las democracias que no son liberales no existen o, en el mejor de los casos, tienen una existencia efímera. La «democracia antiliberal» cae en lo que el politólogo Terry Lynn Karl ha llamado «la falacia del electoralismo» y se encuentra a sí misma como nada más que un oxímoron.

 

Gustavo Tarre es asociado sénior del Programa de las Américas en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales en Washington, D.C.

 

 

 

Los comentarios son producidos por el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), una institución privada, exenta de impuestos que se enfoca en asuntos de política pública internacional. Su investigación es no partidista y no propietaria. CSIS no toma posiciones políticas específicas. En consecuencia, todos los puntos de vista, posiciones y conclusiones expresadas en esta publicación se deben entender como exclusivas del autor (es).

 

 

© 2018 por el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales. Todos los derechos reservados.

 

 

 

Votar o no votar

Posted on: abril 15th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

Venezuela vive la crisis moral, política, económica, financiera, social, militar, judicial, sanitaria, educativa, cultural, migratoria más grande que haya conocido en toda su historia. La soberanía nacional ha sido entregada a Cuba, los derechos humanos pisoteados y la institucionalidad destruida. En ese marco, la dictadura de Nicolás Maduro ha convocado una farsa electoral para el próximo mes de mayo.

 

 

 

Hay una parte de la “oposición” que ha decidido participar en esas elecciones. Aunque existan dudas razonables en relación con la condición opositora de la inmensa mayoría de quienes han asumido esta postura, no se puede ignorar que su línea argumental pueda parecer pertinente y que pudiera engañar a algunos venezolanos de buena fe.

 

 

 

¿Cómo justifican la participación en unos comicios convocados a destiempo por la espuria asamblea nacional constituyente, evidentemente fraudulentos y dirigidos por Tibisay Lucena? El argumento es sencillo: Maduro cuenta con el rechazo de cuatro de cada cinco venezolanos y su gobierno es responsable de la crisis que vivimos. Por muchas que sean las trampas y triquiñuelas –dicen–, es perfectamente posible derrotar a Maduro si los electores se presentan masivamente a las urnas. “Si pudimos hacerlo en las elecciones parlamentarias de 2015, ahora, en medio del desastre en que vivimos, será mucho más fácil”.

 

 

 

Se trata, cualquiera que sea la manera de expresarlo o el talento de quienes argumentan, de una falacia de proporciones descomunales.

 

 

 

Es un engaño porque todos sabemos, incluso por confesión de parte, que el gobierno no ha estado nunca ni estará en disposición de entregar el poder cuando el resultado le sea adverso.

 

 

“Ganamos la Asamblea Nacional en 2015”, dirán algunos ilusos o estafadores. Pero olvidan que lo que estaba en juego no era la Presidencia y que con el TSJ y la asamblea constituyente la AN fue privada de todas sus atribuciones constitucionales y, en consecuencia, fue muy poco lo que ganamos.

 

 

 

La Mesa de la Unidad Democrática, incluido Henri Falcón, fue a Santo Domingo a un proceso de negociación con el gobierno para conseguir alguna mejora en las condiciones electorales. Estaban presentes los cancilleres de varios países de América Latina. El gobierno no hizo ninguna concesión y las reuniones terminaron sin acuerdo alguno.

 

 

 

Las fuerzas democráticas hicieron lo que tenían que hacer: decidieron no presentar candidatos y no participar en la payasada electoral organizada por Maduro. De manera insólita, Henri Falcón anunció su postulación. Tanto el candidato como un puñado de seguidores pretenden embaucar a los venezolanos enseñando encuestas en las que se evidencia que Maduro puede ser derrotado.

 

 

 

Debe recordarse que, en el mes de octubre, Falcón perdió la Gobernación del Estado Lara. Todas las encuestas indicaban que iba a ganar por un margen superior a los 20 puntos porcentuales. Según los resultados del CNE, Falcón perdió por más de 20%. ¿Quiere esto decir que las encuestas se equivocaron? Dirá alguno que ello ocurre con frecuencia. Pero lo que no pasa nunca es que todas las encuestadoras se equivoquen por más de 40%. No, no estaban equivocadas, lo que pasó es que la palabra de Tibisay vale más que cualquier sondeo de opinión y no tiene nada que ver con la voluntad expresada por los electores.

 

 

 

Algunos alegan que los demócratas deben votar siempre y que la abstención siempre es un error. Señalan casos en los que regímenes autoritarios perdieron elecciones en condiciones sumamente desventajosas para la oposición. Pero sucede que hay elecciones y elecciones. En julio del año pasado el gobierno convocó elecciones para designar los integrantes de una asamblea nacional constituyente: la oposición decidió no participar y a pesar de las imágenes de las televisoras oficiales que evidenciaban la ausencia total de electores, Tibisay Lucena anunció la “victoria” del gobierno con más de 8 millones de votos. En aquella ocasión el partido de Henri Falcón no postuló candidatos y nadie ha lamentado la abstención opositora.

 

 

 

Este es un ejemplo entre miles que evidencian que los demócratas no tienen por qué participar en cualquier tipo de elección. Para citar un precedente adicional, recordemos el plebiscito de diciembre de 1957, “ganado” por Pérez Jiménez con amplia ventaja. La oposición no participó y días más tarde, cayó el gobierno.

 

 

 

Si Henri Falcón no quiere pasar a la historia como una muleta (o un taparrabo) inventada por Maduro para disimular el fraude electoral, no le queda más camino que retirar su candidatura. Se haría un favor a sí mismo.

 

 

 

Pero si ello no ocurre, no puede seguirse aceptando la conseja en virtud de la cual hay una oposición que participa y otra que se abstiene. Eso es falso. Los que participen son marionetas del gobierno, y la oposición se encarna en todos aquellos que rechazan la farsa del 20 de mayo.

 

 

 

No se nos escapa el hecho de que quienes no vamos a votar el mes que viene necesitamos líderes, y que la abstención no basta. Se requieren estrategia y claridad de objetivos. Para nadie es un secreto que el liderazgo opositor ha perdido credibilidad y prestigio. Las marramucias parlamentarias para no discutir el antejuicio a Maduro poco ayudan en ese sentido.

 

 

 

Hay, sin embargo, cambios muy significativos. El primero de ellos fue, precisamente, la valiente y firme decisión, encabezada por Julio Borges, de no llegar a acuerdo alguno con el gobierno. Tampoco podemos pasar por alto la presencia conjunta de Julio Borges, Antonio Ledezma y Carlos Vecchio en representación de Leopoldo López, en las principales capitales europeas ratificando las razones por las cuales las elecciones del mes que viene no pueden ser reconocidas. El documento presentado por estos tres líderes es un primer paso hacia una unificación de posiciones entre los principales sectores de la oposición, y lo deseable sería que todos los que de verdad adversan al régimen suscriban esos planteamientos.

 

 

 

Por último, los venezolanos se preguntan: si no votamos, ¿qué hacemos? La respuesta es sencilla: si votamos, no ganamos nada, solo le hacemos un favor a Maduro. Pero la reelección del dictador no significa que va a durar seis años más. La única expresión de oposición no es votar, la Constitución deja abiertos muchos caminos.

 

 

 

La paciencia del país tiene límites y la de la Fuerza Armada también. No bastará un puñado de generales corruptos para impedir que los oficiales y soldados acompañen al pueblo en hacer cumplir la Constitución.

 

 

 

Gustavo Tarre Briceño

 

La economía no tumba gobiernos

Posted on: diciembre 28th, 2017 by Laura Espinoza No Comments

Esta afirmación se repite todos los días en Venezuela. Proviene de sesudos académicos que han estudiado todas las crisis económicas del mundo; de encuestadores parlanchines que dictan cátedra sobre cualquier tema; de analistas políticos que se amarran a determinismos y dogmas, muchas veces con la mayor buena fe y también de aquellos que, de una manera u otra, piensan que la estabilidad del gobierno de Nicolás Maduro puede traerles algún provecho personal. Han creado una matriz de opinión que se transforma en profecía autocumplida y que nos hace creer que Maduro no saldrá nunca del poder. A menos que, como algunos líderes opositores piensan, se hagan elecciones libres en Venezuela y el gobierno reconozca los resultados adversos. Sobre esta opción dejo abierto al criterio del lector su aceptación o rechazo.

 

 

 

En Venezuela se ha propagado una visión dogmática: Maduro se quedará para siempre, como lo hicieron Castro, Mugabe (que por fin cayó, pero después de 37 años) y la dinastía norcoreana.

 

 

 

 

Yo sencillamente recuerdo que en las ciencias sociales no hay relaciones de causalidad necesaria y que lo que ha ocurrido de una manera en muchos países, no tiene por qué reproducirse, inexorablemente, en cualquier lugar del mundo y en cualquier período de tiempo.

 

 

 

Yo simplemente sostengo que la catástrofe venezolana no se asemeja, ni por sus causas, ni por su intensidad ni por su manejo, a ninguna crisis económica ocurrida en ningún país del mundo. Nuestro desastre es único y Venezuela no es ni Cuba, ni Zimbabue, ni Corea del Norte ni Kirguistán. La magnitud del daño producido por Chávez y por Maduro no tiene antecedentes en ninguna parte y la imposibilidad de rectificación no tiene parangón en la historia. También constato, sin llegar al determinismo marxista, que la economía ha tenido un papel importantísimo en más de un proceso histórico

 

 

 

Estoy absolutamente convencido de que el gobierno de Maduro no va a durar mucho, así “gane” elecciones, incremente la represión, divida a la oposición o termine de entregar lo que queda de soberanía a cubanos, chinos y rusos.

 

 

 

Muchos amigos que me han oído esta afirmación me dicen, con razón, que tengo tiempo diciendo lo mismo y que el gobierno no cae a pesar de que la situación del país es cada vez peor. Precisamente por eso, por el deterioro diario de la vida de cada venezolano, es que sostengo ahora con mayor fuerza que nunca, mi afirmación: a Maduro le queda poco tiempo en Miraflores. No puedo poner fecha, pero de que se cae, se cae.

 

 

 

El único sostén sólido del régimen es el instinto de supervivencia de la cúpula del narcoestado. Es realmente una tragedia para quienes la integran el saber que no tienen un destino distinto a la cárcel después de haber acumulado inmensas riquezas y haber lambuceado hasta la saciedad las mieles del poder.

 

 

 

Pero ocurre que los grandes y verdaderos enchufados son una minoría. La inmensa mayoría de los venezolanos, chavistas y no chavistas, sufre de manera directa los efectos de la crisis. Para salvarse de ella hay que disponer de ingentes cantidades de dólares, vivir en mansiones amuralladas, trasladarse en camionetas blindadas y con decenas de escoltas, tener la posibilidad de mandar a buscar a cualquier parte del mundo alimentos y medicamentos, dinero para mantener a los hijos y familiares viviendo como reyes fuera del país y, como si fuera poco, hacer gala de un inmenso desdén por el sufrimiento ajeno, por la muerte de tantos compatriotas, por la desnutrición de los niños, por el exilio forzado de millones de venezolanos, por el dolor de los familiares de las víctimas del hampa y de la represión.

 

 

 

La mayoría de las fuerzas que hoy respaldan a Nicolás Maduro no están en esa situación. Ven, oyen, sufren y padecen en mayor o menor grado. Saben que la Constitución se viola descaradamente, que se está conduciendo al país a un barranco sin fondo, que Venezuela es hoy una colonia cubana dirigida por un atajo de ladrones incompetentes y cínicos. Ese conocimiento les conducirá a rebelarse, no para participar en un golpe de Estado, sino para hacer cumplir la Constitución y para buscar el rumbo del progreso, del crecimiento económico y de la justicia social.

 

 

 

Esto vale para la inmensa mayoría de los oficiales de la Fuerza Armada, cansados de ver a algunos de sus integrantes robar a manos llenas, asesinar y torturar manifestantes y violar los derechos más elementales de los ciudadanos. Eso no se corresponde con las tradiciones aprendidas en “la casa de los sueños azules” ni se corresponde con la herencia del Ejército Libertador. El honor militar es algo muy distinto a los discursos del Alto Mando.

 

 

 

En la misma situación se encuentran la mayoría de los agentes policiales, de los funcionarios, de los diplomáticos, de los profesores y maestros, de los líderes sindicales. No son ni ciegos ni sordos y por ello la rebelión está allí, latente, en espera.

 

 

 

A los que creen que Venezuela se cubanizó para siempre, a los que piensan que nos parecemos a Zimbabue, a los que no se dieron cuenta de que el Reich de mil años se derrumbó, a los que no quieren recordar que el comunismo se esfumó, les digo: no me pregunten cómo va a caer Maduro, traten más bien de explicarme cómo se va a sostener.

 

Gustavo Tarre Briceño