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¿Con qué se sienta la cucaracha?

Posted on: noviembre 20th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

No sé, digo yo. Si usted es de los que piensan que quienes se hacen llamar “revolucionarios” parten del axioma de que el poder no se entrega, no le faltará razón. Si usted aduce que en este país el árbitro electoral, como el resto de los poderes públicos, está postrado ante los pies de la “revolución”, también lo comprendo. De igual manera acompaño su sospecha acerca de la intención de torcer la voluntad popular si el resultado de las elecciones no les favorece. O que si irremediablemente pierden, procurarán comprar algunos diputados deshonestos, inhabilitar a otros tantos y restarle atribuciones a la Asamblea para mantenerse donde están, como si tal cosa. Nadie con dos dedos de frente, que haya vivido en Venezuela durante los últimos quince años, podría esquivar tan razonables dudas, entre muchas otras. A fin de cuentas, en un país en el cual el mismísimo presidente de la República habla de ganar “como sea”, esa duda no es cualquier cosa.

 

 

Ahora bien, por primera vez en estos 15 años se necesitan los mismos dedos de frente para admitir que algunas condiciones han cambiado significativamente: el descontento popular es demasiado intenso. Tal como lo expresan todas las encuestas: 90% del país clama por un cambio, 80% responsabiliza al presidente del desastre, 70% expresa voluntad de votar en contra del gobierno. No se trata, pues, de 2 conchitas de ajo. Por primera vez en este período, la gran mayoría percibe que el gobierno tiene la derrota pintada en la cara. Tampoco es poca cosa. Y como nunca, frente al duro rostro de la escasez y la inflación, la suerte personal y familiar de cada quien se concibe atada al resultado electoral. La esperanza de un exasperado deseo de cambio está cifrada en el 6-D. La desilusión y la impaciencia cunden a lo largo y ancho del territorio ante la soberbia y la arbitrariedad del régimen. La gente en la calle se siente cansada de tantas mentiras y represión indiscriminada, percibe que el país está mal y que con Maduro no hay futuro. Una alta proporción de la sociedad, especialmente los jóvenes, manifiesta estar dispuesta a defender el resultado de la votación. La comunidad internacional, en particular el secretario general de la OEA, muestra una actitud diferente y rigurosa frente a la grave situación que encara la democracia en Venezuela. Los recientes escándalos de corrupción, lavado de dinero y narcotráfico le han restado brillo a la “pseudorrevolución bolivariana”, aun dentro de los movimientos de izquierda en el mundo entero. La crisis económica y social ha adquirido tal magnitud que resulta poco creíble que medidas electoralistas de última hora puedan variar el malestar de la opinión pública en los pocos días que quedan. La guerra económica, el conflicto con Guyana, la movilización de tropas a la frontera con Colombia, entre otros, terminaron todos en intentos fallidos de voltear la opinión pública a su favor. ¿Por qué ahora sí les funcionaría, a escasos 20 días de las elecciones? Las divisiones dentro del gobierno están a ojos vistas, y ellos mismos comienzan a dudar de la viabilidad de sus propósitos ante la contundente evidencia el fracaso. La crisis de confianza se agudiza.

 

 

Con todos los defectos del sistema electoral, especialmente en esta elección por circuito en la cual cada candidato estará defendiendo su espacio, una abultada ventaja dificultaría la trampa y, muy probablemente, si se intenta, quedaría en evidencia.

 

 

¿Pueden de todas maneras embarcarse en esa aventura? Como usted, tampoco tengo dudas. Pero al día siguiente la situación económica sería peor, el descontento sería aún mayor, sería un gobierno sin legitimidad de origen, cuestionado dentro y fuera del país. ¿Con qué se sienta la cucaracha? ¿Vamos a ponérselo en bandeja de plata? ¿Vamos a regalarles el juego antes de jugarlo? ¿No cree usted que al menos podemos hacérsela más difícil? ¿No cree que valga la pena intentarlo? ¿Ese día se va a quedar con las pantuflas en su casa, riéndose de los pobres pendejos que salimos a votar? La historia del siglo XX reporta un sinfín de ejemplos en los cuales regímenes autoritarios intentaron aferrarse al poder “como sea” y, sin embargo, el cambio se produjo.

 

 

Con todas sus dudas, que la gran mayoría de nosotros compartimos, vaya y vote. Vamos a enterrar la tramposería bajo una montaña votos.

 

 

No sé, digo yo.

 

 Fernando Martínez Mottola

@martinezmottola

Para usted, que es un escéptico

Posted on: agosto 28th, 2015 by Maria Andrea No Comments

A ver, amigo: usted, que es un incrédulo, que piensa que todo está perdido  y que no hay nada que hacer, ¿cómo se lo digo para que no termine creyendo que soy un ingenuo o, peor aún, un redomado bolsa? La inquietud me surge con el canto de las guacharacas al amanecer y me acompaña durante el trayecto a la oficina mientras escucho las noticias en la radio del automóvil, y –por más esfuerzo que hago– no logro apartarla de mi mente durante el día. Mientras manejo por la autopista, miro a mi alrededor e intuyo que todos, absolutamente todos, por primera vez en quince años, compartimos ahora la misma preocupación. Desde el chofer del transporte escolar, pasando por el empleado bancario, hasta el médico que acude a su consultorio, todos acosados por el mismo drama: la quincena no alcanza, no hay repuestos, las medicinas brillan por su ausencia y nos acorrala la delincuencia, mientras en el país campean la corrupción y la anarquía. Presiento la identificación, tiene un sabor rancio y agrio. ¿Rabia o desesperanza?… ¿o una mezcla de ambas? La zozobra nos alcanza a todos, o a casi todos, a excepción de un grupito de privilegiados aferrados al poder.

 

Es en lo que nos han convertido, el resultado del proceso “revolucionario”. La preocupación se manifiesta de formas diversas, en distintos lugares, y de manera sencilla se expresa más o menos así: ¿cuánto más puede resistir el país esta calamidad?, ¿qué va a ocurrir el 6-D?, ¿van a reconocer la derrota? La angustia envuelve nuestras vidas como una sombra embrujada que se hace permanente, inamovible, insoportable.

 

Ahora bien, si usted es un escéptico practicante, es muy posible que hasta aquí nos traigan las coincidencias, y que a partir de ahora comencemos a diferir. Yo le diré que, aunque la tarea no está hecha, si hacemos bien el trabajo, por primera vez en todos estos años tendremos una gran oportunidad de ganar la elección de manera contundente y, finalmente, comenzar a producir los cambios que el país necesita. Y, con todo respeto, permítame suponer que, si usted es un buen incrédulo, de convicción, no tardará en responderme que tenemos todos estos años con la misma cantaleta, y que estos tipos nunca entregarán por las buenas. Y, entonces, yo le replico que no es cierto: las circunstancias han cambiado significativamente a partir del último año y plantean un cuadro electoral que nada tiene que ver con lo anterior: 1) nunca en estos quince años el gobierno ha ido a una elección perdiendo por un margen tan amplio; incluso, en muchos circuitos, la oposición aventaja por encima de dos a uno. 2) Nunca la situación económica y social ha sido tan desastrosa como ahora y las posibilidades de medidas inmediatas son ya inviables, causa del voto castigo que se manifiesta con toda claridad en las encuestas. Las grandes mayorías responsabilizan a Maduro y su gobierno de la situación. 3) El liderazgo en el oficialismo se fragmentó y se disipa ante el desastre después de la muerte del comandante. La tendencia luce irreversible.

 

Puedo suponer que, de inmediato, con legítimas razones, usted aducirá que esos argumentos funcionarían en un país normal, con reglas de juego claras y transparentes. Poco importa lo que digan las encuestas, harán trampa, están dispuestos a todo,  como Jalisco: si no ganan, arrebatan.

 

—Es cierto, vamos en condiciones desventajosas, la trampa es una posibilidad cierta, pero con la brecha que hoy muestran las encuestas, lo cual –repito– no se ha visto nunca en estos quince años, cualquier marramuncia se complica. Hay que votar para ponérsela difícil –respondo yo.

 

—Suspenderán las elecciones –con el debido respeto, vuelvo yo a suponer su contestación.

 

—Pienso que es el peor escenario para el gobierno. Perderían su legitimidad de origen, que es la única carta que exhiben como sistema democrático –vuelvo y le digo.

 

—¿Y qué les importa? Ellos hacen lo que les da la gana –contesta usted, a punto de perderme la paciencia.

 

—Un gobierno impopular, sin dinero en medio de una crisis económica y social y desacreditado internacionalmente: no le arriendo la ganancia.

 

Y se me acabó el espacio para continuar la conversa. Respeto su escepticismo; solo espero que no les facilite el atropello y que vote el 6-D. Pero, por último, algo sí le digo: desde hace muchos años no sentía que todos, absolutamente todos, los que transitamos por la autopista compartimos una idea: este gobierno es un desastre. Venezuela necesita un cambio.

 

 

FERNANDO MARTÍNEZ MÓTTOLA

Un mango no es una manzana

Posted on: mayo 1st, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

 

“¡Vaya trivialidad!”, habrá pensado usted, sin duda alguna, al leer el título de este artículo. No obstante, si a pesar de eso ha decidido continuar su lectura hasta esta línea, me atrevo a abusar de su consentimiento para añadir otra obviedad de igual o mayor envergadura: ni un mango es una manzana ni tampoco Nicolás Maduro es Isaac Newton.

 

 

Hey, ¿todavía sigue allí, estimado lector? ¿Todavía no me abandona?… Es usted muy paciente; se lo agradezco. Yo sé que tal vez le cueste creerme lo que le digo, pero –por insólito que le parezca– lo primero que me vino a la mente cuando vi aquel mango que, volando, entraba por la ventana del autobús y golpeaba la cabeza del primer mandatario nacional no fue otra cosa que la bucólica imagen del insigne científico inglés: sentado bajo un frondoso árbol, reflexivo, observando cómo una manzana caía por su propio peso. Y entonces, en medio de este afán en que vivimos todos, en busca de una esperanza por pequeña que esta sea y desesperada que parezca; capaces de agarrarnos de un clavo ardiendo, si es necesario, para no perder el último anhelo, vi un rayito de luz y me pregunté: si una manzana que apenas cae por fuerza de la gravedad fue capaz de estimular el pensamiento que generó las bases de toda la mecánica clásica, ¿un mango a quince o veinte millas por hora no será capaz de mover algunas neuronas en la mente de cualquier ser humano?

 

 

¿Iluso yo? Es posible. He aquí mi respuesta, nada original: la esperanza es lo último que se pierde. Tampoco es que vamos a aspirar –ni se necesita para hacer un buen gobierno– a que, como efecto del  “mangazo”, se vaya a producir un nuevo tratado sobre la gravitación universal ni nada que se le parezca. Estoy seguro de que tanto usted como yo –al igual que la gran mayoría de los venezolanos– nos conformaríamos con mucho menos que eso; de que tan solo con una parte infinitesimal de esa reflexiva actitud newtoniana nos daríamos por más que satisfechos.

 

 

Bastaría que por un segundo el conductor de la nave se preguntara: ¿cuál es el grado de desesperación que debe tener una persona para escribir un mensaje en la concha de un mango y lanzarlo contra la cabeza del mismísimo presidente de la república? ¿Hasta qué punto la angustia de esta señora –que, sin ser Johan Santana, atinó un lanzamiento con tanta puntería– no representa la necesidad de  hacerse escuchar de todo un país?

 

 

Mientras tanto, la popularidad del gobierno se desploma como las manzanas del árbol; y, muy pronto, el próximo mensaje no se lo daremos con mangos ni con ninguna otra fruta, sino con votos.

 

 

 

@martinezmottola

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