No sé, digo yo. Si usted es de los que piensan que quienes se hacen llamar “revolucionarios” parten del axioma de que el poder no se entrega, no le faltará razón. Si usted aduce que en este país el árbitro electoral, como el resto de los poderes públicos, está postrado ante los pies de la “revolución”, también lo comprendo. De igual manera acompaño su sospecha acerca de la intención de torcer la voluntad popular si el resultado de las elecciones no les favorece. O que si irremediablemente pierden, procurarán comprar algunos diputados deshonestos, inhabilitar a otros tantos y restarle atribuciones a la Asamblea para mantenerse donde están, como si tal cosa. Nadie con dos dedos de frente, que haya vivido en Venezuela durante los últimos quince años, podría esquivar tan razonables dudas, entre muchas otras. A fin de cuentas, en un país en el cual el mismísimo presidente de la República habla de ganar “como sea”, esa duda no es cualquier cosa.
Ahora bien, por primera vez en estos 15 años se necesitan los mismos dedos de frente para admitir que algunas condiciones han cambiado significativamente: el descontento popular es demasiado intenso. Tal como lo expresan todas las encuestas: 90% del país clama por un cambio, 80% responsabiliza al presidente del desastre, 70% expresa voluntad de votar en contra del gobierno. No se trata, pues, de 2 conchitas de ajo. Por primera vez en este período, la gran mayoría percibe que el gobierno tiene la derrota pintada en la cara. Tampoco es poca cosa. Y como nunca, frente al duro rostro de la escasez y la inflación, la suerte personal y familiar de cada quien se concibe atada al resultado electoral. La esperanza de un exasperado deseo de cambio está cifrada en el 6-D. La desilusión y la impaciencia cunden a lo largo y ancho del territorio ante la soberbia y la arbitrariedad del régimen. La gente en la calle se siente cansada de tantas mentiras y represión indiscriminada, percibe que el país está mal y que con Maduro no hay futuro. Una alta proporción de la sociedad, especialmente los jóvenes, manifiesta estar dispuesta a defender el resultado de la votación. La comunidad internacional, en particular el secretario general de la OEA, muestra una actitud diferente y rigurosa frente a la grave situación que encara la democracia en Venezuela. Los recientes escándalos de corrupción, lavado de dinero y narcotráfico le han restado brillo a la “pseudorrevolución bolivariana”, aun dentro de los movimientos de izquierda en el mundo entero. La crisis económica y social ha adquirido tal magnitud que resulta poco creíble que medidas electoralistas de última hora puedan variar el malestar de la opinión pública en los pocos días que quedan. La guerra económica, el conflicto con Guyana, la movilización de tropas a la frontera con Colombia, entre otros, terminaron todos en intentos fallidos de voltear la opinión pública a su favor. ¿Por qué ahora sí les funcionaría, a escasos 20 días de las elecciones? Las divisiones dentro del gobierno están a ojos vistas, y ellos mismos comienzan a dudar de la viabilidad de sus propósitos ante la contundente evidencia el fracaso. La crisis de confianza se agudiza.
Con todos los defectos del sistema electoral, especialmente en esta elección por circuito en la cual cada candidato estará defendiendo su espacio, una abultada ventaja dificultaría la trampa y, muy probablemente, si se intenta, quedaría en evidencia.
¿Pueden de todas maneras embarcarse en esa aventura? Como usted, tampoco tengo dudas. Pero al día siguiente la situación económica sería peor, el descontento sería aún mayor, sería un gobierno sin legitimidad de origen, cuestionado dentro y fuera del país. ¿Con qué se sienta la cucaracha? ¿Vamos a ponérselo en bandeja de plata? ¿Vamos a regalarles el juego antes de jugarlo? ¿No cree usted que al menos podemos hacérsela más difícil? ¿No cree que valga la pena intentarlo? ¿Ese día se va a quedar con las pantuflas en su casa, riéndose de los pobres pendejos que salimos a votar? La historia del siglo XX reporta un sinfín de ejemplos en los cuales regímenes autoritarios intentaron aferrarse al poder “como sea” y, sin embargo, el cambio se produjo.
Con todas sus dudas, que la gran mayoría de nosotros compartimos, vaya y vote. Vamos a enterrar la tramposería bajo una montaña votos.
No sé, digo yo.
Fernando Martínez Mottola
@martinezmottola