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Asdrúbal Aguiar: Ya está el helado al sol

Posted on: enero 25th, 2025 by Super Confirmado No Comments

 

A los venezolanos se nos modificó la genética de nuestro ser originario desde la ola fratricida que nos arrastrara entre 1812 y 1830. Los doctores de universidad que firmaran el acta de nuestra independencia en 1811 – criticados por las armas – y los que luego sobreviven eran tributarios de la ilustración liberal española, reformistas. Leían a Botero, al antimaquiavelo.

La guerra nos enajenó e imprimió un muy dañino complejo colonial, un culto del autoritarismo paralizante de nuestra voluntad como nación. Desde entonces se nos secuestró y sujetó al mando de los traficantes de ilusiones. La libertad era intersticio, como lo señalara Rómulo Betancourt. La refriega entre el coronel Pedro Carujo, un bolivariano que intentara asesinar a su propio progenitor político, y el presidente civil José María Vargas, es la mejor radiografía de nuestro dilema existencial. Todavía hoy nos aprisiona y radicaliza. Allí reside el origen de la saña cainita y el espíritu divisor contra los que tuvieron que bregar, poniéndoles coto, los padres de nuestra democracia civil, a partir de 1959. Desde entonces nos acostumbramos a vivir en libertad.

Nuestros mayores, españoles vueltos criollos y tras el mestizaje cósmico – tomo en préstamo la expresión de Vasconcelos – con los indígenas nuestros, pocos y nómades culturalmente, y con los africanos llegados en los buques negreros del dolor, a la orden de la empresa explotadora para la que obtuvo concesión don Simón de Bolívar, el Mozo, después de darnos talante, que aún nos hace resilientes, fueron desconocidos por sus hijos. Cada uno de nosotros, considerándonos huérfanos y vueltos adanes, durante cada día y a cada hora, intenta reescribir la historia desde cero y a su antojo: ¡Como vaya viniendo, vamos viendo!

José Antonio Páez, partero de nuestra república liberal conservadora y de nuestra primera constitución duradera, igualmente quiso corregir este rumbo de asaltos y enconos, de arrestos épicos, devolviéndonos a nuestro molde genético, pero no lo logró; ello, a pesar de haber restablecido el matrimonio con españoles prohibido por Bolívar tras la Guerra a Muerte y pidió el regreso de los canarios, agotadas las tres décadas que nos llevaron a ingresar retardados al siglo XIX, en 1830. Los revolucionarios se vistieron de reformistas, también de liberales por tachar a sus adversarios por conservadores, sin ser lo uno ni lo otro.

El caso es que, desde entonces se nos forjó hacia adentro y en el subconsciente – no desde afuera, ni desde un imperio malvado e invasor – el verdadero imperio cultural, a saber, la adhesión a las dictablandas de quienes ven a Venezuela como “botín de audaces”. El sucesor de El Mozo, nuestro Padre Libertador, condenó a la monarquía de la que hacía parte su familia – no éramos colonia, como si lo eran y fueron las inglesas y las francesas – para plagiar a la británica e insuflarla en sus modelos constitucionales militaristas y vitalicios, el de Angostura de 1819 y el de Bolivia, de 1826. Esa fue, que no otra, la verdad tras la implosión de la Gran Colombia, protestada desde el municipio caraqueño, primer anclaje de nuestra incipiente experiencia democrática.

Tras cada tropiezo y por el dominio entre nosotros de un ser que quiere ser, pero que termina siempre inacabado o en un No-ser al enajenarle su voluntad al capataz de turno para que nos distribuya el pan y mantenga amnésicos, se nos sobrepone a los venezolanos una visión derrotista y para el quehacer institucional, obra del tiempo. De suyo y para resolver, por ende, nos gustan las soluciones instantáneas o el fugaz devaneo que nos procura el hombre a caballo y dueño de nuestras aspiraciones, hasta que le llega otro que lo desbanca con la siguiente revolución.

Los positivistas de inicios del siglo XX, tras la molienda de ambiciones que se desprende entre quienes se adjudican ser los herederos del Padre de la Patria – como quienes se titulan herederos del “comandante eterno” a partir de 2013 – optaron por el rescate del espíritu originario de lo bolivariano: No estaríamos preparados los venezolanos para el bien de la libertad, tal como lo afirma Bolívar en 1812, desde Cartagena. De tal modo se nos volvió a instalar el padre bueno y fuerte – ahora Juan Vicente Gómez, el Taita, el Benemérito – que tomó en sus manos y bajo su disposición la vida y los bienes de todos los venezolanos. A un punto tal que, pasadas otras tres décadas y muerto el general, llegamos con otro retardo y por un sino al siguiente siglo, el siglo XX, en 1935. Lo recordaba Mariano Picón Salas, el del cuero seco.

La revolución de octubre de 1945 reaviva el espíritu cainita del siglo XIX, contenido hasta entonces y vuelve a traer sobre la mesa la solución autoritaria, la de Marcos Pérez Jiménez, que la guía y luego dice haber sido traicionado por los civiles, por Rómulo Betancourt. El logro del voto universal, directo y secreto, como la elección de un hombre civilizado, Rómulo Gallegos – pienso en nuestro 28J – y por imponerse el arrebato revolucionario, es decir, ¡o todo o nada! o para ¡ya mismo, tarde no sirve!, acabó con los sueños de la generación de 1928. Los postergó hasta caída de nuestra penúltima dictadura militar.

Tras el 23 de enero de 1958, en cuyos días previos la Iglesia le dice al ministro Vallenilla Lanz que “todo el pueblo los odia y los detesta” – según escribe un reportero desde Caracas, El Gabo, Gabriel García Márquez – los padres de nuestra «democracia civil», ahora conscientes de la complejidad que acusan los procesos históricos e institucionales comprometidos con la libertad, optan por un corte en seco con nuestra tradición cainita. Sitúan sus miradas hacia el porvenir. Aceptan el compromiso de ir superando los escollos que encontrarían en el camino, como lo fueran las deserciones de los ambiciosos, el asalto cuartelario, y la violencia de la guerrilla importada desde Cuba. Entendieron, juntos y en sus diversidades legítimas, que era llegada la hora de evitar las distracciones esterilizantes de quienes vociferan desde los márgenes de la historia, para desviarla de su rumbo y envilecer el final.

A partir del 28J conducen el barco de la nación con idéntico propósito – todavía no el andamiaje de la república –y con sobrada legitimidad, María Corina Machado y Edmundo González Urrutia. Aquella tiene las llaves de la gobernabilidad y este la de la gobernanza. La estrategia y su yunta les está dando la razón. Tratar de fisurarla con pastoreos de nubes, nos devolvería a un callejón sin salida y ellos lo saben.

Sin mengua de la esperada usurpación que se ha repetido – no por acaso el invasor y secuestrador de nuestro territorio no es una dictadura común sino un cártel del Narco organizado y del crimen transnacional – por lo pronto los venezolanos nos hemos dado un presidente electo. Su legitimidad de origen la prueban las actas de votación – testimonio auténtico del pueblo que es quien nombra y documenta a cada mandatario – depositadas en el Banco Central de Panamá. Esas son las que nos acreditan como soberanía popular y actuante, a través del presidente electo, en las distintas cancillerías del mundo. El acompañamiento de estas es crucial – como lo fue en 1958 el de Pio XII y el del Departamento de Estado norteamericano – para llegar hasta el final. Por lo que la síntesis de nuestro quehacer, para lo sucesivo, ha de ser el compromiso con la verdad, así nos duela. Es la única que nos enseña. La simulación es como la mentira, tiene patas cortas.

Venezuela ha de ser para nosotros lo más importante y el objeto prioritario de nuestros desvelos. Para las potencias del mundo, tengámoslo presente, somos unos pasajeros, no los primeros, en el tren de la reordenación que se proponen para el restablecimiento de las

fortalezas democráticas en Occidente. Convencerlos de que acaso, con lo nuestro, encontrarán una clave importante – hemos sido la base experimental de la Galaxia Rosa –para resolver el conjunto de los desafíos globales pendientes, es la tarea por completar.

Sabemos que tiene en el mundo libre y en los pueblos que aspiran a la libertad María Corina. Conozco, además, de la larga experiencia internacional acopiada por Edmundo González Urrutia, que dejó al usurpador como «ánima sola» durante su desangelada coronación.

El embajador y ahora presidente electo trilló, durante su exitosa carrera diplomática, con los árabes. Fue clave en el ajuste de nuestras relaciones con Colombia y en cuanto al manejo de la espinosa cuestión guerrillera. Vivió de cerca el proceso de pacificación centroamericana, y en vísperas del siglo XXI, así como armó la Cumbre Iberoamericana para la defensa de los valores éticos de la democracia, fue testigo de excepción en la recuperación de la legalidad constitucional de Argentina. La serenidad de su carácter es prueba de la firmeza en sus convicciones y de su rechazo a los asaltos del voluntarismo. Sabe calibrar en donde están las verdaderas fuentes de poder que le dan estabilidad al mundo, y le sostienen en paz en medio de las situaciones recurrentes de la violencia.

Los hombres y las soluciones providenciales, en suma, son cadáveres insepultos. Están en el origen de nuestros males y del mal radical o absoluto radicado en Venezuela. Por eso, como lo repite María Corina, no les pidamos a Edmundo y a ella hacer lo que cada uno de nosotros no está dispuesto a hacer por Venezuela. “Ya está el helado al sol”, le responde el general Llovera Páez a uno de los secretarios presentes en Miraflores el 22 de enero de 1958. Pérez Jiménez se acaba de enterar de los alzamientos de Puerto Cabello y Barcelona. Eran las 7.30 pm, según escribe José Umaña Bernal, diplomático colombiano.

 

Asdrúbal Aguiar

correoaustral@gmail.com

Las opiniones emitidas por los artículistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de Confirmado.com.ve

Asdrúbal Aguiar: No habrá otra etapa en Venezuela

Posted on: enero 18th, 2025 by Super Confirmado No Comments

 

El título que precede es claro y sin medias tintas. Sigue la dictadura, lo que era previsible y cierra toda posibilidad de su salida en buenos términos. No existe otra opción, sino la misma, seguir avanzando hasta desalojarla. Pretendo, al decirlo, desnudar y con ello atajar a tiempo a una realidad que nos es genética y envuelve a los venezolanos e históricamente nos ha mantenido atados al mito de Sísifo: “Como castigo, fue condenado a perder la vista y a empujar perpetuamente un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviese a caer rodando hasta el valle, desde donde debía recogerlo y empujarlo nuevamente hasta la cumbre y así indefinidamente.”

Ernesto Mayz Vallenilla, filósofo de luces y mucho fuste, rector fallecido, al escribir sobre nuestro ser inacabado y en permanente elaboración como venezolanos afirmaba que nuestro ser es un permanente No ser. Yo le llamo complejo adánico, pues, tras cada tropiezo personal o político siempre regresamos para reiniciar desde cero nuestro camino. No alcanzamos a entender que cada piedra con la que tropezamos es desafío y enseñanza, a la vez que indicativa de que avanzamos sobre el sendero correcto, hasta el final. La vía libre y atropellada, voluntarista, de disparos desde la cintura, como lo muestra y demuestra la experiencia, conduce al abismo, lleva hasta los infiernos.

Sentándonos a la vera, sedentarios, sólo observando y criticando a los caminantes, ni tropezamos con piedra alguna ni llegaremos a parte ninguna. Ulises, sabiendo de los tropiezos para su regreso al hogar, en Ítaca, pero dispuesto a encontrar a su mujer se hizo amarrar al mástil y tapar sus oídos para no ser distraído ni embrujado por el canto de las sirenas, durante su larga deriva. Y esto lo digo a propósito de los sucesos del 9 y 10 de enero pasados, aderezados con el cobarde atentado contra María Corina Machado – su victimario reincide como maltratador de mujeres – y dada la desangelada juramentación de Nicolás Maduro, autocoronado dictador en el restringido Salón Elíptico. Es un ánima sola este “ocupa” de Miraflores, rehén de los suyos.

La juramentación constitucionalmente pendiente y aún no realizada por el verdadero presidente electo – lo de electo es condición constitucional que ya le otorgan las actas electorales, como documentos oficiales y auténticos, hasta que logre su “real” juramentación – parece que no les basta o agrada a algunos opinadores. Les atrapa, como lo creo, la cultura de lo inmediato y el fatalismo, tanto como la devoción por los mitos. Quieren un gobernante jurado y exprés, para que mande y nombre ministros así sean de utilería, para el teatro de lo ineficaz; acaso mostrando una banda y collar simulados e impuestos en el salón de un hotel, o en una embajada tomada en préstamo, con público eufórico a su alrededor y aplaudiendo, oportuno para los “selfies”.

El caso es que González Urrutia es el primero, en 25 años, que tiene a mano unos cheques auténticos que valen casi 8 millones de votos. Son los que le confirman como el ganador indiscutible de las elecciones del 28 de julio, con más de 40 puntos de diferencia. Es el tope

más alto conocido en la región, que mal puede rematarse en pública almoneda o jugarse sobre una mesa de casino. La inconstitucional banda que se ha endosado el sátrapa Maduro es producto de una legalización de la ilegalidad, una mentira, y media una jura que nadie le reconoce. Aun así, sin embargo, ejerce un poder fáctico nada ficticio.

La Constitución está desmaterializada, sí, y habrá de ser restablecida sólo por quien la respete, y ella ordena que el presidente electo jure en territorio venezolano. Y lo hará Edmundo, si persiste y no le distraen aviesamente. Tendrá lugar ante los poderes reconstituidos una vez como quede derrotada y sea expulsada la dictadura. Sólo así preservará la sacralidad de su mando, que es veraz y le conservará en su seriedad como presidente electo ¿O acaso olvidamos que, por poseer tal cualidad, la de presidente electo, los presidentes de Argentina y de Estados Unidos, como el de Panamá, entre otros, le han dado su reconocimiento, luego de evaluarlo sus juristas y diplomáticos?

Quiénes se empeñan en un juramento en vano y apresurado, ¿no saben que los gobiernos que han desconocido a Maduro se debaten, justamente, entre reconocer o no reconocer como tal presidente electo a González Urrutia, por el valor definitivo que tiene su título de depositario de la voluntad mayoritaria de los venezolanos? Unos le titulan así, expresamente, presidente electo. Otros, como República Dominicana, evitan comprometerse con dicho carácter oficial y constitucional llamándole ganador de las elecciones; pero en los hechos le han tratado como jefe de Estado, y se les agradece. He sido testigo, como acompañante de circunstancia y junto a los expresidentes del Grupo IDEA, invitados por los gobiernos de José Raúl Mulino y de Luis Abinader, del manejo cuidadoso que hizo de esos hilos de Ariadna el embajador González Urrutia, avezado diplomático, gobernante electo de Venezuela.

Entiendo que la cultura de lo virtual y del café instantáneo sea la propia de la cosmovisión dominante en los espacios en los que se practica el narcisismo digital. Pero el poder real es el real y más el de mando, no su simulación para autocomplacencias. Y acerca de esto, cabe subrayarlo, tenemos acabada y muy lamentada experiencia los venezolanos. Es una cuestión que importa y demasiado en las cancillerías de las potencias que pueden ayudarnos a alcanzar nuestra libertad.

¿Quién le toma el juramento, fuera de Venezuela, a González Urrutia? ¿El inexistente TSJ en el exilio que fue eliminado por el Estatuto para la Transición, que no existe, y que no lo reconocen nuestros aliados para el camino que nos falta por recorrer, Estados Unidos y Europa?

Mas allá del problema de ánimo colectivo sobrevenido y que se justifica, pasado el 10E – yo mismo deseo, fervientemente, que todo acabe en un tris para mi vuelta a la patria y a mis libros abandonados – y que se mueve, ciertamente, entre la derrota y el optimismo, la esperanza y la desconfianza, la voluntad y el abandono y que, enhorabuena, también nos hace resilientes a los venezolanos; pero lo cierto es que los observatorios imparciales de América y Europa, los de inteligencia – no los financiados por los sectores globales de interés y en

pugna política o de intereses económicos – aprecian que la yunta María Corina y Edmundo González Urrutia le ha propinado otra derrota monumental al dictador.

A pesar del Estado policial y la fuerte militarización de ciudades y fronteras que aún se mantiene, Maria Corina y las gentes salieron a la calle. Desafiaron a los represores, bajo todo riesgo, dentro de un campo de concentración como lo es Venezuela. ¿Fueron pocos o muchos los asistentes?, es irrelevante. Salieron, y pusieron sus carnes sobre el asador. No estamos en una jornada electoral para dividir agrados o desagrados de opinión. Lo esperable y razonable es que nadie hubiese salido. Y tampoco que lo hubiese hecho Machado, abandonando su cueva y exponiéndose al asesinato. Pongámonos, pues, en el sitio de esta líder y libertadora, y en el del presidente electo, cuyo yerno fue secuestrado, llevado a los sótanos de la policía política donde se encuentra.

El dictador, es lo relevante para las cancillerías del mundo, hizo ingentes esfuerzos para que los gobiernos americanos y europeos le acompañasen durante su “tercer” auto juramento inconstitucional. Mas la gira internacional de González Urrutia le dejó como la guayabera, con la camisa por fuera. El “carómetro” de los militares lo confirmaba. El miedo llegó hasta el Palacio Legislativo, en Caracas. Artillaron aviones, militarizaron fronteras.

¿Qué esperábamos? ¿Que en arresto de civilidad Maduro se quitase la banda presidencial y la pusiese sobre los hombros del electo Edmundo? ¿Qué esperábamos? ¿Que dijese González Urrutia, desde antes, que había optado por el exilio en Madrid y que no seguiría en su esfuerzo por posesionarse, yendo a Caracas? Eso hubiese sido mentir, y la transparencia es lo ha caracterizado el éxito de esa jornada de liberación, paso a paso, que inauguraron las elecciones primarias en Venezuela. Allí quedó enterrada una forma perversa de hacer política. La finta la hubiesen celebrado, ni que dudarlo, quienes le dicen a González Urrutia que debió ingresar a como diese lugar, o al menos fingirlo. Las guerras e intervenciones reales – preguntémoselos a Israel o a Rusia – cuando son ciertas, ajenas a los fogonazos o el ruido de redes, jamás se anuncian. No se develan. Seamos serios.

A quienes buscan sumarse como actores políticos en la circunstancia – no es mi caso – y para el proceso de desenlace venezolano en marcha, si es que puedo sugerírselos y me lo permiten, le animo a aprender de lo vivido para mejor dominar nuestras tendencias; sobre todo para ponerle fin a la saña cainita que tanto denunció en vida el presidente Rómulo Betancourt.

Los venezolanos perdimos la península de la Goajira que nos concedió Colombia tras nuestra separación a partir de 1830, por creer nuestros políticos de sillón y de oficio que los colombianos nos estaban timando; que algo ocultaba su generosidad. Y mientras el congreso colombiano aprobaba el Tratado Pombo-Michelena, el nuestro optó por rechazarlo. Descuidamos un valioso espacio territorial.

Años después, en 1844, debatiéndose la cuestión del Esequibo en Londres, nuestro gran negociador Alejo Fortique, olvidado y hasta desconocido por nuestros escribamos, logra con los ingleses partir de por mitad el respectivo territorio en reclamación, entre las bocas del Orinoco y el Río Moroco. Conjuraba, con su fórmula, la pretensión británica de expandir su dominio hasta Amacuro. Antes de fallecer, en 1845, le escribe a Carlos Soublette y le dice tajante que, si no aceptamos, “temo que perdamos soga y cabra”. Y así fue.

Ha sido un milagro verdadero lo alcanzado por el pueblo al elegir a Edmundo González Urrutia como el presidente electo de Venezuela, tras el pedido de María Corina y en una saga de alcabalas, apoyada en una estrategia sin alteraciones que no cesa y todavía marca el derrotero para nuestra libertad. Salvo que se lo abandone.

Se impidió el voto de los venezolanos en el extranjero. Se quisieron montar unas primarias hipotecadas y controladas por el régimen, para direccionarlas en contra de Machado. El régimen y la Unidad, como la comunidad internacional, sujetaron a Machado a los Acuerdos de Barbados, y esta los aceptó y cumplió. Electa candidata por el 90% de los electores, su victoria fue desmontada por los violadores de los Acuerdos de Barbados, que la obligaron a acudir al TSJ y este la inhabilitó. Pero su plan por escalas y de mirada de largo aliento se sobrepuso y dejó de lado el aventurerismo. No cedió ni bajó la guardia ante el empeño de querer dejarla fuera de juego y es lo que hizo lugar a la candidatura de González Urrutia, cuya historia se conoce por partes. Llegado el 28J, tras las proclamaciones de Maduro, los narcisos y los adanes señalaban, como ahora y pasado el 10E que, que o es todo o es nada. Dicen que la historia llegó a su final, que otra etapa se inicia. Son los discípulos de Sísifo.

Sólo en el mundo del mal radical o absoluto se hace política con la vida y la muerte de los enjaulados y los desaparecidos. Eso no puede ni debe ocurrir en Venezuela. Calma y cordura, repetía el general Eleazar López Contreras en los momentos más agonales.

En Bolivia, en 1980, lo recuerdo nítidamente pues me tocó hacerle seguimiento desde mi oficina en la cancillería venezolana, Hernán Siles Suazo fue electo presidente. Un golpe militar – previo un atentado frustrado contra su vida, que perdieron otros – impidió que asumiese. Se desconoció a la soberanía popular – la única que vale y da legitimidad de origen al poder en las democracias; esa que no otorgan servilletas de ocasión o sentencias por jueces que legalizan la ilegalidad – y le siguieron sucesivos golpes de Estado. Tras la caída de la dictadura, pasado un año, Siles Suazo asumió el poder, al lograrse la transición. La Historia magistra vitae est, dice Cicerón.

 

Asdrúbal Aguiar

Asdrúbal Aguiar: El final del mal absoluto

Posted on: enero 6th, 2025 by Super Confirmado No Comments

Pido excusas a mis lectores, a los que deseo un muy venturoso Año Nuevo, por lo abstracto de las reflexiones con las que abro el 2025, que cerrará nuestro primer cuarto de siglo. Nos domina una cultura wok y el lenguaje instantáneo. Pero el asunto que me ocupa es vertebral y debo llevarlo a profundidad, con mis limitaciones y yerros. No soy un filósofo.

Leyendo a Plotino y observando lo que ocurre en Venezuela –detenciones masivas, torturas habituales, desapariciones forzadas, violencia sexual que incluye a niños y adolescentes, según la ONU, y actos de terrorismo de Estado, según la OEA– cabe concluir que se ha hecho presente el mal absoluto o radical.Este es la negación del ser, cabe decir, es algo más que el mal o la maldad humana, que corroe al alma del poeta o la del político, prisionera de nuestros cuerpos finitos. El mal se refiere a los vicios del alma, las pasiones desenfrenadas, podría decirse, o a la privación relativa del bien en el “ser humano”. El mal absoluto implica una separación radical del espíritu y una consustanciación cabal del todo con la materia informe.

Cuando se le hace espacio al mal absoluto y llega a dominar, ocurre, así, una negación total del principio de humanidad. El alma desciende por debajo de la maldad, abandona al espíritu, y se hace maldad radicalizada.

Emmanuel Kant cree que en nosotros coexisten, naturalmente, el mal y el bien, y el discernimiento nos lleva a hacer privar a uno u otro en nuestras vidas. Mas Hannah Arendt, próxima a Plotino y como resultado de su sufrimiento, de la pérdida de sus derechos humanos bajo el nacionalsocialismo –sólo sabe de derechos humanos quien ha perdido alguno de estos, me repetía Karel Vasak– sostiene, con solidez, que el mal absoluto o radical es “incastigable” y asimismo imperdonable. Es el mal que se separa de los Diez Mandamientos, como guías de discernimiento entre el bien y el mal. El mal absoluto es la negación del Decálogo y de la vida humana, algo oscuro, propio de las tinieblas. Es algo más que un asesinato o un acto de vileza.

De allí que asesinar o torturar de manera sistemática y generalizada hasta el paroxismo –como ocurriese durante el nazismo y sucede en Venezuela– se considere un crimen contra la humanidad. Vaya, pues, el mensaje pertinente a los gobiernos democráticos y al mismo Vaticano.

Cuando el mal absoluto hace de las suyas, en guerras abiertas o bajo “sombras engañadoras”, y se lo hace fisiología del poder como en Venezuela, se vuelve colusión con el mal absoluto el estimar a la radicalidad del mal como una diferencia de opiniones que ha de ser resuelta a través del diálogo entre humanos. El mal absoluto es inhumanidad absoluta. No debe confundirse, lo reitero, con el mal humano, que implica condescendencia con nuestra naturaleza inferior animal. “El que quiera abrazar y no desprenderse de las bellezas corpóreas, precipitará no su cuerpo, sino su alma en los abismos tenebrosos aborrecidos por la inteligencia”, repite Plotino.

Aquí juegan un papel central las grandes revoluciones de la técnica, la digital y la de la inteligencia artificial, que son, sí, una obra del alma humana, de su inteligencia y su racionalidad. Pero el mismo hombre, enceguecido, indigestado, hipnotizado por sus logros, que le permiten, desde el imaginario, deslocalizarse, vivir la virtualidad, y que le llevan a conocer, más que la instantaneidad, el plano del No-tiempo, se asume ahora como dios. Se cree un dios y niega a Dios.

No ve espacios que lo limiten y se deshace de lo terreno para ejercer su adanismo y su nomadismo, sobre las redes de la inteligencia artificial. Hasta cree aproximarse, el humano del siglo XXI, a la infinitud de lo temporal con su vida instantánea, que les gana a los minutos y a las horas inherentes al cuerpo humano y su biología. Y, separado de la tierra como cree estarlo –volvamos a Platón– pero no para elevarse por encima de la virtud, y renovarse en su proximidad perfectible al Bien absoluto, está optando por su brusco descenso por debajo del mal. Desprecia los límites de la vida humana y lo trascendente de la humanidad. Así como acaba con la vida humana legalizando el aborto o la eutanasia, se da licencia para crear vida inteligente sustituta, gobernante de la animalidad.

Al creerse dios el Adán del siglo corriente, eso pasa en Venezuela, dispone, cuando puede, del resto de los seres humanos, deshumanizándolos, hollándoles su dignidad. Los ve como cosas, números disponibles.

Lo importante es que eso creen que es la verdad quienes dan por muerto a Dios y les ha engullido, encarnándose, el mal absoluto. Eso creen. El espíritu de las víctimas se ha aproximado desde el dolor compartido al Uno, y presencian el final del mal absoluto. Venezuela renace.

El mal absoluto, como en suerte de exorcismo, cede ante todo ápice de luz. Su oscuridad se descubre débil e irreal como engaño, ante el restablecimiento del Decálogo, que es esencia de nuestra tradición milenaria judeocristiana y hasta grecolatina. Los victimarios se saben imperdonables. Han abandonado toda condición humana, única que entiende los significados del castigo y el perdón.

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de Confirmado.com.ve

Asdrúbal Aguiar
correoaustral@gmail.com

 

¿Hacia una nueva teoría del Estado y los partidos?

Posted on: enero 2nd, 2025 by Super Confirmado No Comments

Al propio Estado se le ve como un peso muerto a la hora de resolver sobre las exigencias variables y urgentes de la cotidianidad.

En mis primeros pasos dentro del periodismo de opinión, hace más de medio siglo, escribía para la agencia internacional de noticias IPS sobre lo que entonces advertía Roberto Papini – el fallecido fundador del Instituto Internacional Jacques Maritain – a inicios de los años ’70. Mirando sobre la experiencia modeladora de la democracia cristiana en Italia, apuntando a los partidos como instrumentos de vinculación entre la sociedad civil y la sociedad política, apreciaba, de su lectura, que se estaban trasformando en diafragmas impermeables entre una y otra sociedad.

En el caso de la democracia cristiana, temía yo que perdiese la singladura de universalidad característica de su ideario, en la medida en que cedía el debate frente a los totalitarismos del siglo XX. Otras formas de prosternar a la dignidad ordenadora de la persona humana siempre estarían a la orden, al ceder la controversia ideológica y verse sustituida por el choque de los intereses económicos y el poder político, tal como se demostraría.

La crisis y el agotamiento del sistema de partidos se advertirá en Venezuela a partir de 1989, cuando finaliza el último gobierno abiertamente partidario, una vez como los gobiernos que ocupan la década siguiente a la caída del Muro de Berlín ejercen sus mandatos en abierta confrontación con los liderazgos de los mismos partidos históricos de los que provienen los presidentes. No será un fenómeno exclusivo de Venezuela. La fragmentación partidaria caracterizará también al conjunto de América Latina y Occidente, a partir del declive italiano.

Los líderes de los grandes partidos que surgen de la posguerra – la Democracia Cristiana de Andreotti y el Socialista de Craxi – verán a sus líderes perseguidos por lo que se llamaba la «dictadura de los jueces»; acaso como el preanuncio del hoy denunciado «Lawfare».
Basta la referencia de una juiciosa tesis sobre la cuestión, a manera de resumen de ese hecho histórico, al término de la Primera República italiana: “La sociedad italiana, que finalmente había entrado en la fase postindustrial, se estaba adaptando a una nueva era y, como afirman el «Corriere della Sera» de Milán y «La Stampa» de Turín, asistimos a una progresiva “desconexión entre sociedad civil y sociedad política”, escribe Carolina Polzella. Y agrega lo que ve de vertebral a la cuestión: “El advenimiento de la multiplicidad de clases sociales y grupos de interés, que constituían un tejido social particularmente homogéneo…”. Toda la máquina del partido – lo refiere como idea general en el capítulo sobre la democracia cristiana – se atascó”.

En efecto, ocurre lo que tanto hemos repetido como propio de la modernidad. La emergencia de un proceso de deconstrucción cultural y de intentos de fractura de las raíces judeocristianas y grecolatinas en Occidente, que entre los italianos se manifestaba como la ocurrencia de cambios estructurales profundos en su configuración geopolítica y cultura.

Entre nosotros, en Venezuela, El Caracazo y el 4F propulsaron, como vía de solución adecuada pero que llegaba con retardo, la de la localización de lo político a través de la elección directa de gobernadores y de alcaldes, y el nacimiento de partidos regionales que llegarán a su término con la Revolución Bolivariana. Se transforman en franquicias mientras emerge un partido oficial único – el PSUV – que, tampoco, es un partido sino una dependencia ministerial de la dictadura.

Lo de considerar, aquí sí, a la luz de la experiencia venezolana actual y tras una tradición venida desde el siglo XX, cuando la nación primero descubre su rostro en los cuarteles de la república y luego madura dentro de los nichos partidarios de la democracia civil, puedo decir que tal circunstancia – la del diafragma partidario, que al término hace de la política un oficio, olvidando su propósito de servicio – es la que le ha impedido a la nación, hoy pulverizada y nómade, darle su necesario soporte y contenidos a la institucionalidad de la república; haciéndose de esta, aquí sí y de modo sistémico, una verdadera síntesis e instrumento de mediación y conciliación social, bajo el denominador común de la venezolanidad. Es el asunto o cuestión que resuelven María Corina y Edmundo, reconstituyendo la clave del afecto social perdido y vuelto saña de caínes.

La república y la nación han marchado por sendas antagónicas, acaso por un sino: ¡la república nuestra emerge sin nación, por ser Venezuela un país despoblado y de poco interés a finales de la colonia, y al haber entregado sus vidas los pocos habitantes de nuestro territorio durante las faenas de la guerra fratricida por la Independencia! El habitar la patria es la empresa que mayor empeño nos toma a partir de 1830, bajo José Antonio Páez, y durante las dictaduras de Juan Vicente Gómez y de Marcos Pérez Jiménez, en el siglo XX. Al término de este siglo, madurada y modernizada la nación – me lo recordaba el historiador y expresidente Ramón J. Velásquez – las gentes abandonaron sus viviendas para irse a la calle, decididos a no regresar.

El asunto es que, tratándose del Estado moderno, al que los partidos sirvieran como correas de trasmisión, la emergencia de la Aldea Global y las grandes revoluciones contemporáneas de la técnica y la información instantánea – junto a los problemas que implica el inevitable desmantelamiento de las fronteras jurisdiccionales de aquél, incluida la transnacionalización del terrorismo y la criminalidad – han desnudado a éstos y a aquél, demostrando sus incapacidades y debilidades para asumir, por sí solos, los grandes desafíos de la globalización.

Al propio Estado se le ve como un peso muerto a la hora de resolver sobre las exigencias variables y urgentes de la cotidianidad. Y, al efecto, el fallecido Papa Ratzinger, Benedicto XVI nos enseña, en Caritas in Veritate, que “en nuestra época el Estado se encuentra con el deber de afrontar las limitaciones que pone a su soberanía el nuevo contexto económico-comercial y financiero internacional, caracterizado también por una creciente movilidad de los capitales financieros y los medios de producción materiales e inmateriales. Este nuevo contexto ha modificado el poder político de los estados”, precisa.

 

Asdrúbal Aguiar

correoaustral@gmail.com

¿Hacia una nueva teoría del estado y de los partidos?

Posted on: diciembre 26th, 2024 by Super Confirmado No Comments

 

En mis primeros pasos dentro del periodismo de opinión, hace más de medio siglo, escribía para la agencia internacional de noticias IPS sobre lo que entonces advertía Roberto Papini – el fallecido fundador del Instituto Internacional Jacques Maritain – a inicios de los años ’70. Mirando sobre la experiencia modeladora de la democracia cristiana en Italia, apuntando a los partidos como instrumentos de vinculación entre la sociedad civil y la sociedad política, apreciaba, de su lectura, que se estaban trasformando en diafragmas impermeables entre una y otra sociedad.

En el caso de la democracia cristiana, temía yo que perdiese la singladura de universalidad característica de su ideario, en la medida en que cedía el debate frente a los totalitarismos del siglo XX. Otras formas de prosternar a la dignidad ordenadora de la persona humana siempre estarían a la orden, al ceder la controversia ideológica y verse sustituida por el choque de los intereses económicos y el poder político, tal como se demostraría.

La crisis y el agotamiento del sistema de partidos se advertirá en Venezuela a partir de 1989, cuando finaliza el último gobierno abiertamente partidario, una vez como los gobiernos que ocupan la década siguiente a la caída del Muro de Berlín ejercen sus mandatos en abierta confrontación con los liderazgos de los mismos partidos históricos de los que provienen los presidentes. No será un fenómeno exclusivo de Venezuela. La fragmentación partidaria caracterizará también al conjunto de América Latina y Occidente, a partir del declive italiano.

Los líderes de los grandes partidos que surgen de la posguerra – la Democracia Cristiana de Andreotti y el Socialista de Craxi – verán a sus líderes perseguidos por lo que se llamaba la «dictadura de los jueces»; acaso como el preanuncio del hoy denunciado «Lawfare».

Basta la referencia de una juiciosa tesis sobre la cuestión, a manera de resumen de ese hecho histórico, al término de la Primera República italiana: “La sociedad italiana, que finalmente había entrado en la fase postindustrial, se estaba adaptando a una nueva era y, como afirman el «Corriere della Sera» de Milán y «La Stampa» de Turín, asistimos a una progresiva “desconexión entre sociedad civil y sociedad política”, escribe Carolina Polzella. Y agrega lo que ve de vertebral a la cuestión: “El advenimiento de la multiplicidad de clases sociales y grupos de interés, que constituían un tejido social particularmente homogéneo…”. Toda la máquina del partido – lo refiere como idea general en el capítulo sobre la democracia cristiana – se atascó”.

En efecto, ocurre lo que tanto hemos repetido como propio de la modernidad. La emergencia de un proceso de deconstrucción cultural y de intentos de fractura de las raíces judeocristianas y grecolatinas en Occidente, que entre los italianos se manifestaba como la ocurrencia de cambios estructurales profundos en su configuración geopolítica y cultura.

Entre nosotros, en Venezuela, El Caracazo y el 4F propulsaron, como vía de solución adecuada pero que llegaba con retardo, la de la localización de lo político a través de la elección directa de gobernadores y de alcaldes, y el nacimiento de partidos regionales que llegarán a su término con la Revolución Bolivariana. Se transforman en franquicias mientras emerge un partido oficial único – el PSUV – que, tampoco, es un partido sino una dependencia ministerial de la dictadura.

Lo de considerar, aquí sí, a la luz de la experiencia venezolana actual y tras una tradición venida desde el siglo XX, cuando la nación primero descubre su rostro en los cuarteles de la república y luego madura dentro de los nichos partidarios de la democracia civil, puedo decir que tal circunstancia – la del diafragma partidario, que al término hace de la política un oficio, olvidando su propósito de servicio – es la que le ha impedido a la nación, hoy pulverizada y nómade, darle su necesario soporte y contenidos a la institucionalidad de la república; haciéndose de esta, aquí sí y de modo sistémico, una verdadera síntesis e instrumento de mediación y conciliación social, bajo el denominador común de la venezolanidad. Es el asunto o cuestión que resuelven María Corina y Edmundo, reconstituyendo la clave del afecto social perdido y vuelto saña de caínes.

La república y la nación han marchado por sendas antagónicas, acaso por un sino: ¡la república nuestra emerge sin nación, por ser Venezuela un país despoblado y de poco interés a finales de la colonia, y al haber entregado sus vidas los pocos habitantes de nuestro territorio durante las faenas de la guerra fratricida por la Independencia! El habitar la patria es la empresa que mayor empeño nos toma a partir de 1830, bajo José Antonio Páez, y durante las dictaduras de Juan Vicente Gómez y de Marcos Pérez Jiménez, en el siglo XX. Al término de este siglo, madurada y modernizada la nación – me lo recordaba el historiador y expresidente Ramón J. Velásquez – las gentes abandonaron sus viviendas para irse a la calle, decididos a no regresar.

El asunto es que, tratándose del Estado moderno, al que los partidos sirvieran como correas de trasmisión, la emergencia de la Aldea Global y las grandes revoluciones contemporáneas de la técnica y la información instantánea – junto a los problemas que implica el inevitable desmantelamiento de las fronteras jurisdiccionales de aquél, incluida la transnacionalización del terrorismo y la criminalidad – han desnudado a éstos y a aquél, demostrando sus incapacidades y debilidades para asumir, por sí solos, los grandes desafíos de la globalización.

Al propio Estado se le ve como un peso muerto a la hora de resolver sobre las exigencias variables y urgentes de la cotidianidad. Y, al efecto, el fallecido Papa Ratzinger, Benedicto XVI nos enseña, en Caritas in Veritate, que “en nuestra época el Estado se encuentra con el deber de afrontar las limitaciones que pone a su soberanía el nuevo contexto económico-comercial y financiero internacional, caracterizado también por una creciente movilidad de los capitales financieros y los medios de producción materiales e inmateriales. Este nuevo contexto ha modificado el poder político de los estados”, precisa.

 

Asdrúbal Aguiar

 

La construcción de espacios y mensajes

Posted on: diciembre 23rd, 2024 by Super Confirmado No Comments

 

¿Cómo construir, desde Venezuela, un espacio de sabiduría común y de suyo humana –dejando atrás ideologías y enconos cainitas – para que sea consistente con nuestra común identidad, que no es mera tradición paternalista y sí muy cristiana? ¿Cómo conjurar, en suma y en efecto, al mal absoluto que se hizo presente hace más de tres décadas, a partir de El Caracazo, en 1989?

Lo primero será tener muy presente la enseñanza válida y contemporánea que nos legase Benedicto XVI, distinta de la que rigió durante el período de entreguerras en el siglo XX. Es cuando Pio XI forja a la Acción Católica para cristianizar a la sociedad y la vida pública, pero deslindándola del activismo político a fin de proteger a los laicos de la arremetida totalitaria fascista, nazista y comunista.

Reza así el predicado del Papa Ratzinger: “Compete también a los fieles laicos participar activamente en la vida política de modo siempre coherente con las enseñanzas de la Iglesia, compartiendo razones bien fundadas y grandes ideales en la dialéctica democrática y en la búsqueda de un amplio consenso con todos aquellos a quienes importa la defensa de la vida y de la libertad, la custodia de la verdad y del bien de la familia, la solidaridad con los necesitados y la búsqueda necesaria del bien común. Los cristianos no buscan la hegemonía política o cultural, sino, dondequiera que se comprometen, les mueve la certeza de que Cristo es la piedra angular de toda construcción humana” (Cursivas nuestras).

En orden a esta, en primer término, se trata de asumir a la democracia como filosofía de vida y estado del espíritu, y al efecto de dialogar con las gentes, en sus diversidades, para forjar consensos al respecto; distintos de la simulación de lo imposible, a saber, el diálogo –salvo el trato cortés y bajo las reglas del Estado de Derecho– con “aquellos a quienes [no les] importa la defensa de la vida y de la libertad”.

Todo ello implica un compromiso que, por muy democrática que sea su contextualización, desborda al concepto de lo partidista, pues atiende a la defensa de los universales, a las bases angulares de la sociedad que se debe construir y mal pueden diseñarse o trabajarse bajo el criterio de las mayorías o las minorías electorales. “Los cristianos no buscan la hegemonía política”, precisa el Pontífice.

+Seguidamente, como además se trata de construir un espacio y un mensaje claros, empeñados con la reconstrucción de Venezuela y bajo las realidades exigentes del siglo XXI, que son culturalmente deconstructivas y pulverizadoras de lo social, importa y a la vez es crucial comprender y entender al inédito «ecosistema» que emerge hace 30 años e inevitablemente condicionará nuestro quehacer y el hacer de los venezolanos hacia el porvenir. Me explico.

La historia de la humanidad, la de los hombres, pueblos y ciudades, con independencia de fenómeno secular de las migraciones – el mundo, así como gira sobre su eje es a la par movimiento constante de seres humanos y cruce de culturas sobre su superficie – es de base esencialmente lugareña y sedentaria; se forja a lo largo del tiempo y con los tiempos, cuyas costumbres decantan antes de imperar y alcanzar especificidad. Lugar y tiempo son como el reverso y el anverso de la vida, sin mengua de que los seguidores de Heráclito de Éfeso – basados en la perfectibilidad de la experiencia humana, la del alma y la del espíritu en sincronía por momentos o en rutinaria asincronía – afirmen que, el tiempo es superior al espacio.

Sin embargo, así como se predica de Dios su infinitud, la emergencia del dios profano de lo digital y de la Inteligencia Artificial, ejercitando sus zancadas para la gobernanza global –aún no asegura la gobernabilidad dentro de la Aldea Humana– busca afirmarse sobre los dominios de una virtualidad desasida de lo lugareño, y del No-tiempo, a saber, de la instantaneidad, de lo fugaz; todo lo cual ha provocado una fractura antropológica y una cosificación de la experiencia de hombre, relativizando sus comportamientos individuales, familiares, sociales, y políticos. Predomina el narcisismo digital, no solo en Occidente sino entre las élites políticas nuestras adheridas a lo partidario; ese que fue derrotado el 28 de julio.

Ayer, las coordenadas de toda militancia a la luz de las enseñanzas de la tradición judeocristiana eran otras. No porque los principios fuesen otros, sino por virtud de la misma verdad del hombre, como lo afirma Ratzinger; quien a tal propósito advierte “que la cuestión social se ha convertido, al mismo tiempo, en cuestión antropológica”. Media, cabe repetirlo, un tiempo de ruptura epistemológica, cuando menos en Occidente, del que Venezuela hace parte.

“De la defensa y promoción de la dignidad de la persona humana «son rigurosa y responsablemente deudores los hombres y mujeres en cada coyuntura de la historia» … de modo particular a cuantos están llamados a desempeñar un papel de representación”. Sobre los gobernantes, jueces y parlamentarios, por ende, sin que pueda justificarse tras la abstracción del Estado, pesa un deber grave de hacer y de rendir cuentas por sus acciones y omisiones ante los cuadros de violación o falta de ejercicio de derechos humanos, de todos y por todos.

El tiempo es otro, en efecto. Lo que no cede, es que al término la víctima siempre es una, la persona humana y su experiencia en lo individual, en lo personal y en la otredad.

La esperanza cristiana, como lo repite el Papa Emérito que fue, desde su perspectiva, que hacemos nuestra, “ensancha el horizonte limitado del hombre y lo proyecta hacia la verdadera altura de su ser”. Nos corresponde, en suma y en un momento en el que se ha instalado la liquidez cultural y política, rescatar la voz de la conciencia para librarnos del mal absoluto. El objetivo es lograr que el orden moral sirva para la regeneración del orden social y de sus instituciones en Venezuela.

 

Asdrúbal Aguiar

correoausstral@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Asdrúbal Aguiar: Hacia la derrota del mal absoluto

Posted on: diciembre 18th, 2024 by Super Confirmado No Comments

 

Ha mediado la milagrosa y consciente recomposición del alma nacional, en una hora de diáspora y de pulverización de la nación, ante el desafío que nos significara a los venezolanos derrotar a la maldad instalada en el Palacio de Miraflores

Albert Camus escribió que “si un hombre fracasa en conciliar la justicia y la libertad, fracasa en todo”, pues al cabo, en el marco de esos valores éticos y desde una perspectiva laica, la justicia sin libertad degenera en tiranía, se hace despótica, sirve a la mentira; en pocas palabras, mal conjuga a favor del hombre y de su libertad. Mas el ejercicio de la libertad, sin mediar la justicia se vuelve práctica abierta y sin contención del egoísmo, se vuelve contra sí misma y al despreciar los valores éticos – negar la igual dignidad humana de todos los hombres – hace que el disoluto termine como víctima de sus comportamientos por modeladores los ajenos o, al término, se haga sátrapa. (Juan Bastrad, Diez valores éticos, Palma de Mallorca, PPC, 2004). Ello escapa al ejercicio retórico o dialéctico.

Si miramos la actual realidad de Venezuela y la confirmamos con datos duros, verificados, que nos aportan los observatorios más prestigiosos del mundo, sin exagerar constataremos estar en presencia de un país considerado como el más corrupto del mundo, en contraste con el ser de la mayoría de los venezolanos; el de peor índice de desarrollo humano en la región y la peor posición en materia de libertad económica en el planeta. Si se trata del aprendizaje y la educación, los estudiantes del último año de bachillerado, en cifras que se sitúan entre un 60% y un 70% carecen de habilidad verbal.

El imperio de la disolución y de la arbitrariedad, en un marco de ausencia de contenciones que ya dura 25 años hasta el pasado 28 de julio, ha dejado como herencia lo señalado, obra de desviaciones intelectuales acerca de la libertad y de la emancipación social y al corromperse a las instituciones de mediación. Pero el país se decidió a expulsar de su vida y afectos a ese imperio, conjurando las legalizaciones de la ilegalidad, el culto social del relativismo, y el ejercicio de la mentira como fisiología del poder. ¡Y es que, para colmo, hasta se ha salido del sistema de simulación! En el pasado hispano, durante la colonia, la ley se acataba, no se cumplía, pero simulaban su cumplimiento los enviados de la Corona.

El caso es que si se pudiese arbitrar sobre tales desviaciones y sus ominosas consecuencias, para corregirlas o enmendarlas. El Informe Independiente de la ONU sobre los crímenes de lesa humanidad ejecutados por el régimen de Nicolás Maduro y su cohorte hace constar que tras las elecciones presidenciales últimas los fiscales y los jueces, en lugar de proporcionar protección a las víctimas, al conjunto de los venezolanos, juegan un rol importante en la represión de Estado – terrorismo de Estado lo califica la Comisión Interamericana de Derechos Humanos – en Venezuela.

Si los venezolanos – lo que es obligante e impostergable – hubiésemos de precisar el saldo de las pérdidas sufridas y cuantificar intelectualmente lo que habremos de reponer para poder dejar atrás y progresivamente la realidad de mal absoluto que nos atrapa, nos bastará el inventario de lo que no es ideológico ni narrativo. Habremos de tomar a mano los principios que son síntesis de la sabiduría judeocristiana, patrimonio intelectual de Occidente, latentes en las bases de nuestra identidad como nación desde la hora inaugural del Nuevo Mundo. Helos aquí.

La dignidad de la persona humana, fundamento de la naturaleza de nuestros derechos de libertad; la primacía del bien común y el discernimiento en la jerarquía entre los bienes materiales e inmateriales: todos los derechos para todas las personas y sus tutelas efectivas; la propiedad privada y el destino universal de los bienes; la solidaridad, pues nadie ejerce su libertad frente a sí mismo sino ante los otros y junto a los otros, dada la interdependencia entre todos; la subsidiariedad, pues la búsqueda de la realización y el perfeccionamiento personal en el marco de bien común se ha de iniciar dentro de cada persona, cada comunidad o pequeña sociedad lugareña, absteniéndose el Estado y sólo dando su concurso promotor y subsidiario; la participación social, a saber, que cada ciudadano  ejerza de manera libre y responsable sus derechos – como el derecho totalizante de la democracia –  de colaboración con vistas al bien común; la cultura de la vida y la calidad de vida, que no es sólo biológica sino y por sobre todo vida humana y vida buena, no mero buen vivir; en fin, la existencia de la ley moral que ilumina, a la luz de los anteriores principios, al orden social, en lo político y en lo jurídico.

Nada de esto tiene lugar en Venezuela. Pero ha mediado la milagrosa y consciente recomposición del alma nacional, en una hora de diáspora y de pulverización de la nación, ante el desafío que nos significara a los venezolanos derrotar a la maldad instalada en el Palacio de Miraflores, con el instrumento del voto. No ha sido reconocido, es verdad. Pero ante la misma dictadura y ante el mundo cedió la mentira y quedó delineado con perfiles indelebles el rostro procaz del mal absoluto. Y por saber nosotros y saberlo nuestros observadores, sin espacio para la duda, cuál es rostro que nos paralizaba y provocaba miedo, desnudo ante todos le hemos perdido el miedo al miedo, y todos.

Las claves del dolor, que es común y no diferencia entre parcialidades, menos entre desviaciones ideológicas, y la del renacimiento de la esperanza, símbolo movilizador y trascendente que se concreta en la idea de la vuelta a la Patria: para ser libres como debemos serlo, diría Manuel J. Sanz, nos devolvió en un tris el sentido de humanidad. El saber los venezolanos que no hay libertad sin justicia, ni justicia sin libertad.

“Venezuela tardó poco en conocer sus fuerzas, y la primera aplicación que hizo de ellas, fue procurar desembarazarse de los obstáculos que le impedían el libre uso de sus miembros”, nos habría dicho don Andrés Bello, en el lejano 1810, en vísperas de nuestra Emancipación.

 

Asdrúbal Aguiar

correoaustral@yahoo.es

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de Confirmado.com.ve

Asdrúbal Aguiar: Venezuela, entre la complementariedad y lo equidistante

Posted on: diciembre 9th, 2024 by Super Confirmado No Comments

 

Vuelvo a mi columna anterior – “El sueño de la razón y las polaridades” – a objeto de retomar con sentido práctico, basado en la experiencia reciente, mis explicaciones sobre el dominio del absurdo en Occidente; como cuando el embajador portugués en Caracas, cuyo nombre me es irrelevante, pide mantener las distancias entre el régimen represor de Nicolás Maduro, acusado junto a su cadena de mando de crímenes de lesa humanidad, y sus víctimas, es decir, el pueblo venezolano que voto el 28J para elegir otro rumbo en libertad, cuya soberanía popular ha sido pisoteada a mansalva.

O, como cuando la Fiscalía ante la Corte Penal Internacional le dice al sátrapa venezolano y ante los Estados parte del Estatuto de Roma que: “La pelota está en el campo de Venezuela. El camino de la complementariedad se está agotando”. En pocas palabras, dirigiéndose a los gobiernos que le han intimado por su retraso, responde y le dice a Maduro, casi, que se apresure; pues su tiempo para seguir cometiendo crímenes se le agota, y que él como Fiscal que le observa se está cansando, esperando que cumpla lo pactado.

Y no especulo. Leo en el informe “Política de complementariedad y cooperación” de la Fiscalía, de abril de 2024, estos dos párrafos más que decidores: “En el contexto de sus actividades en la situación en Venezuela, por ejemplo, el Gobierno de Venezuela ha dado buena acogida a esa coordinación y ha trabajado tanto con la Fiscalía como con la ACNUDH para fomentar las condiciones que permitan una administración de justicia genuina y eficaz”. “El rumbo que la Fiscalía ha trazado en Venezuela procura transformar la tensión que podría ponerse de manifiesto entre los principios de asociación y de vigilancia, aprovechando la posibilidad de unas líneas de actividad que se refuercen mutuamente. A medida que la Fiscalía vaya avanzando en estas dos vías de actividades, continuará afirmando su jurisdicción ante la CPI hasta que llegue a considerar que Venezuela puede cumplir eficazmente con sus obligaciones”.

Grande sorpresa, pues y por lo visto. El Fiscal cree, tanto como la oposición funcional venezolana, que el régimen de Maduro es redimible y hasta puede volverse bueno. Que sólo cabe esperar, hasta que cese el mal absoluto que le apresa, por medio de una entente civilizada con este, con espíritu de tolerancia.

Al especular sobre esto – al opinar, que es un derecho sin derecho a réplica, salvo que alguien opine distinto y lo haga público – apunto a dos hipótesis plausibles: Una, que el Fiscal y el gobierno portugués vean de inevitable al régimen de Maduro, estimándole como suerte de dictador norcoreano y militarmente potente e insustituible; dado lo cual sólo cabe contenerlo dentro de algunos límites, como lo hiciese en su momento Donald Trump con Kim Jong-un. La otra, que la prefiero y es verificable, es la incidencia normalizadora de las violaciones de derechos humanos por parte de los gobiernos de izquierda, impulsada por la Galaxia Rosa del progresismo. Buscan salvar a sus asociados del degredo e impedir la emergencia de liderazgos democráticos distintos y a secas, a los que tachan de fascistas y representantes de la derecha imperial.

Así, en esa suma que reúne a dictaduras del siglo XXI con autoritarismos desembozados, e izquierdas democráticas – algunas enquistadas en la burocracia de la Unión Europea – las últimas, sobre los anteriores, buscan ralentizar los atentados abiertos a los derechos humanos sólo para evitar su desbordamiento, mientras se negocia con el victimario puertas adentro. Lo hacen con el régimen de Maduro los gobernantes de Brasil, Colombia y México. Tratan de mantener al aliado criminal dentro del sistema de “simulación” de la democracia y evitar que se coloque fuera del mismo, para que todos a uno conserven sus poderes de mando y se sigan beneficiando del capitalismo salvaje y desregulado imperante en Venezuela. Así de simple.

La falla estructural, al cabo, es una. De allí, repito, el dominio del absurdo que nos escandaliza al común. Como cuando el diplomático portugués, muy próximo al régimen – lo que se debe entender, pues recién le acreditan ante este para que sea lazo de comunicación de su gobierno – yerra al hacer pública su visión: la equidistancia. Es tibio, en

efecto, como lo es el gobierno que representa y es minoritario, por lo que su primer ministro, Luis Montenegro, de centro derecha, cultiva el sincretismo: dice que no gobernará ni con izquierdas ni con derechas. Deja de lado la enseñanza apocalíptica, o frio o calor, pues tibio se vomita.

Pienso, pues, en los juicios de Nuremberg, que resolvieron sin ambages sobre los crímenes de guerra y de lesa humanidad ocurridos bajo el nazismo – investigaron y juzgaron en cuatro años, 1945/1949 – por ser contestes ante lo que priva y ha de ser preferido sobre la totalidad y las partes, el respeto a la dignidad de la persona humana. Esto lo olvida el gobierno portugués, no su embajador. Pero esto lo olvida, para peor, el Fiscal ante La Haya. La complementariedad que alega – léase también, el agotamiento previo de los recursos judiciales dentro de cada Estado – no procede allí donde ha desaparecido el Estado de Derecho, como en Venezuela. La doctrina es terminante, al efecto. Y la desmaterialización jurídica y judicial en Venezuela ha sido confirmada de manera suficiente, por Naciones Unidas y la OEA.

De allí que, en mi precedente columna, haya dicho sobre “la pérdida de toda relación de lo humano en Occidente con la Esencia de las esencias, … Ha cedido la tensión funcional entre los extremos necesarios que giran sin control, y deshacen vínculos como rompen, en lo humano, el valor gregario de los afectos y de la solidaridad en el dolor. Y ese equilibrio mal puede restablecerse, lo señalé, mediante transacciones entre partes o polaridades, como si pudiese concebirse una tregua entre la bondad y la maldad, entre el buen vivir a costa de todos y la vida buena para uno junto a los otros.”

 

Asdrúbal Aguiar

 

El sueño de la razón y las polaridades: las izquierdas y derechas necesarias en Occidente

Posted on: diciembre 2nd, 2024 by Super Confirmado No Comments

 

¿Qué estamos perdiendo y hemos de recuperar, y cómo explicar las polaridades culturales, sociales y políticas que agobian a Occidente desde los finales del siglo XX? Los incapaces de entender lo inevitable y hasta necesario de estas y la pérdida actual de sus equilibrios, antes que restablecer las tensiones que las contengan – al igual que lo hace el principio de la gravedad entre los planetas y nuestro Hábitat – cómodamente se alejan o se neutralizan, sirven a cada polaridad en la circunstancia que ven útil o practican, hipócritas, sincretismos de laboratorio incapaces de resolver, mientras se pueda.

En El sueño de la razón, José Rodríguez Iturbe va directo a la esencia de la crisis de polaridades que inunda a Occidente, que no es la simple oposición entre izquierdas y derechas. Afirma que “el hombre pretendiendo diseñar su Dios pret-a-porter” sólo “busca a Dios, cuando se concede licencia a su presencia, como factura propia y como ayuda de su proyecto existencial”. Luego, “cuando decide no tomarlo en cuenta, reacciona con violencia y desequilibrio frente a la posibilidad de su existencia”. Y tal como lo predican los panteístas posmodernos, siendo que lo humano sería un mero ente, ha de vérsele como parte inescindible de la Naturaleza, del ecosistema dentro del que nace y se metabolizará a su muerte por asumirse extraño a la Esencia de las esencias, a la fuente increada del todo, en la que no cree o de la que prescinde a su arbitrio: «Yo soy el que soy» (Éxodo: 3:14).

Se trata de que las generaciones contemporáneas, en el entorno civilizatorio que nos ha acompañado secularmente, ven a Dios o a su prescindencia en términos de utilidad, como un elemento meramente modelador de ideas y comportamientos históricos. Serían estos los que al cabo nos darían identidad o carácter como personas y también en comunidad; ¿concreción de “una” esencia no única – de lo que permanece en todos – y de lo que creemos ser, como seres o entes y como seres humanos racionales?

La cuestión, como la veo y a la luz de lo explicado por Rodríguez Iturbe – la razón por sí sola y onírica procrea monstruos – es que la velocidad del tiempo actual, que es el tiempo del No tiempo o de la instantaneidad desasida de lugares y dominada por el imaginario virtual mal puede detenerse en la «Esencia de las esencias»: en lo invariable e infinito, del que se desprenden las segundas como esencias de los universales o de los particulares, o como esencias respectivas del bien y las del mal que nos atormenta, al romperse sus equilibrios por obviarse a la primera.

Creyendo la esencia de lo terrenal y objetivo, como la de la ciencia que es hija de la razón humana con sus anversos y reversos inherentes, que al deshacerse de su relación con el espacio y el tiempo tras las grandes revoluciones en curso: la digital y la de la inteligencia artificial, se ha hecho dios y puede sustituir a Dios; pues este, infinito, trascendente a toda idea de localidad y del correr de los horarios al no tener principio ni final, es la fuerza increada y creadora que sostiene bajo equilibrios al cosmos, al universo y sus costelaciones: pensemos en la nuestra y pequeña, la del planeta tierra que ocupamos y nos contiene como seres humanos en tensión gravitatoria y recíproca cooperativa.

La pérdida de toda relación de lo humano en Occidente con la Esencia de las esencias, llamémosle Dios, explica el enloquecimiento de las polaridades sociales y políticas en curso: como la declinación amalgamadora de las naciones y de las repúblicas que aquéllas han sustentado bajo la forma de Estados. Ha cedido la tensión funcional entre unas y otras y giran sin control, y se deshacen los vínculos, y en lo humano queda atrás el valor gregario de los afectos y de la solidaridad en el dolor.

Ese equilibrio mal puede restablecerse mediante transacciones entre partes o polaridades, como si acaso pudiese concebirse una tregua entre la bondad y la maldad, entre el buen vivir a costa de todos y la vida buena para uno junto a los otros; debiendo preservarse, sí y en el caso de la vida buena, la unidad y unicidad de la experiencia de lo humano, alcanzable ante los otros y con los otros para que cada uno sea, como ente, persona, esencia humana, guiada por la idea del Bien Común.

Occidente, indigestado por los catecismos que predican la amnesia y el adanismo, la pulverización de las culturas y la inflación de las identidades – que sólo alcanzan a conectarse sin convivir, a través de los caminos que les ofrece bajo condición la gobernanza o dictadura de las redes inteligentes – y por haberse, además, desecho de sus propias esencias singulares hasta perder cada occidental su ser y de suyo su verdadero «ethos», se ha suicidado. Ha dejado de ser. Es “ente”, sí, sin ser, pues ya no es cada hombre y cada mujer, ni hombre ni mujer siquiera racional. Y el alma que ha mantenido encerrada en el tiempo y en el lugar de su cuerpo, cree haberla vaciado sino inutilizado, para ofrecerse como dato válido en el altar de los algoritmos, al servicio de una deidad profana: la robótica en avance que predice, aquí sí, el fin de la historia.

Es esta una lectura probablemente apocalíptica, según lo observara con agudeza y perspicacia el prologuista de mi libro El viaje moderno llega a su final, Luis Alberto Lacalle H. Ahora puedo decir que sí. ¿O, es que acaso las polaridades necesarias pero tensionadas por una fuerza invisible a lo humano, para que éstos se sostengan sin desprenderse de sus sitios y puedan moverse ordenadamente con el paso de los tiempos sin causar tanta destrucción, no es lo que predica el Apocalipsis? Escrito en tiempos de perturbaciones y por algún seguidor del apóstol Juan o de inspiración en sus textos, dice: “¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca”.

La corrección en los equilibrios de los extremos inevitables se alcanza al través de la Esencia correctora de las esencias humanas y naturales, y no en avenimientos transaccionales y a la luz de la razón entre humanos que siempre excluye; que sólo sabe, una vez como se separa de Dios, forjar diálogos para que el mal de los «ángeles caídos» no se vuelva hiperbólico o para que, quienes se asumen, a sí mismos, como encarnaciones humanas de la bondad sustituyéndose en Dios y encarnándolo, eviten como iguales demonios provocar más daño como expresión del mal absoluto. Impiden toda forma de redención posible, sean de derecha o sean de izquierda.

Benedicto XVI, no por azar, hizo su alerta en Lumen Fidei: “La verdad grande, la verdad que explica la vida personal y social en su conjunto, es vista con sospecha. ¿No ha sido esa verdad —se preguntan— la que han pretendido los grandes totalitarismos del siglo pasado?, ¿una verdad que imponía su propia concepción global para aplastar la historia concreta del individuo? Así, queda sólo un relativismo en el que la cuestión de la verdad completa, que es en el fondo la cuestión de Dios, ya no interesa”.

Sólo se resuelven tales extremos y sus polaridades cuando las reconduce la razón del afecto y de la necesidad, partiendo o afincándose cada una en su «ethos» pero una clara comprensión de la verdad. Han de servir a la verdad, purgándose de los regímenes de la mentira, con lo cual puedan integrarse dinámicamente, izquierdas y derechas y sostener una tensión constructiva que salve la Esencia. Y si no cree, en ella, tendrán que inventarla.

Esto lo precisa, a la luz de su observación sobre una parcialidad, pero extrapolando la universalidad de su enseñanza el autor citado: El contractualismo liberal, que propone la destrucción y reconstrucción del hombre, llena de precariedad y de artificialidad el existir social. “Ese contractualismo [al deshacerse de la Esencia de las esencias] pretendió hacer la sociedad a su imagen y semejanza. Nunca partió del plenario reconocimiento de la naturaleza de la persona humana [criatura creada], porque desde su atalaya sólo se percibían intereses y no tenía sentido averiguar la raíz óntica de la verdad sobre el hombre”.

A la luz del «quiebre epocal» que experimentamos los occidentales y en América Latina, en donde la maldad absoluta parecería enseñorearse y volverse un absoluto – hasta en los predios de la Corte Penal Internacional – al punto de que tienta y busca modelar a sus “enemigos” según la lógica schmittiana, sólo el regreso a la recta razón, permitirá restablecer la convivencia superando el terremoto de la deconstrucción; que es recta como razón cuando “busca el saber sobre el ser” y se apalanca sobre el sentido común, a saber, donde el ser predomina sobre el saber.

Y aclara con pertinencia el papa Ratzinger que “la pregunta por la verdad es una cuestión de memoria, de memoria profunda, pues se dirige a algo que nos precede y, de este modo, puede conseguir unirnos más allá de nuestro «yo» pequeño y limitado. Es la pregunta sobre el origen de todo, a cuya luz se puede ver la meta y, con eso, también el sentido del camino común”.

En fin, el voluntarismo político, vuelto narcisismo y en su maridaje con la ciencia de lo digital y la inteligencia artificial, sólo cederá cuando se entienda, como lo explica El sueño de la razón, que “el simple homo faber u homo sapiens [transformado ahora en Homo Twitter] no está en capacidad de reconocer que su dignidad raizal y suprema está en ser hijo de Dios”. Es la única fuerza, increada, repito, que sostiene la lógica tensional del universo y le fija sitios y ciclos en el firmamento a la luz y a la oscuridad.

 

Asdrúbal Aguiar

correoaustral@yahoo.es

 

Asdrubal Aguiar: Entre la galaxia rosa y el bukelismo

Posted on: noviembre 25th, 2024 by Super Confirmado No Comments

 

Vuelvo a Sebastián Grundberger y a su ensayo reciente, La galaxia rosa, pues además de hacer escrutinio riguroso de una documentación amplia y disponible apela a la fuente autorizada de Alejandro Peña Esclusa para, al cabo, sintetizar la estrategia del socialismo del siglo XXI que avanzara desde España hacia América Latina para después regresar a su fuente. No olvidemos que los procesos constitucionales destructivos y deconstructivos realizados en Venezuela (1999), Bolivia (2006) y Ecuador (2007), si bien tienen su marco en la emergencia del Foro de São Paulo (Castro + Lula), sus escribanos proceden de Valencia y del nicho del que luego nace Podemos.

Lo que importa, más que el saldo ominoso a tenerlo muy presente en la hora de la reconstrucción, son las características modélicas de esa galaxia que se nos atravesara en el camino y para seguir atajándola: a) La manipulación autoritaria de las estructuras democráticas; b) una articulación funcional e ideológica, y una solidaridad sin reservas entre el foro paulino, el Grupo de Puebla como su causahabiente y la Internacional Progresista. Entre todos se da el “todos para uno y el uno para todos”, en un comportamiento que se hace “corporativo” bajo la regla de vieja data que se atribuye a Benito Juárez y pudo ser la del socialista democrático Juscelino Kubitschek: “para mis amigos, todo, para mis enemigos la ley”.

c) La ley es alterada judicialmente tras su lectura arbitraria y en sus entrelíneas, forjándose a la vez hegemonías comunicacionales para la construcción de narrativas y fake news que se miran y apuntan a lo social y psicológico como a lo emocional, al objeto de perturbar el significado de los significantes políticos y así congelar la voluntad popular. Venezuela rompe el molde y su satrapía se sale del sistema, es verdad. Pero así han dividido y propiciado la conflictividad entre sectores manipulando al lenguaje y sus realidades, como cuando se acusa a los sectores democráticos de amenazar a la democracia que el propio foro ha destruido en sus elementos. Y, finalmente, d) frente a la deslegitimación que les significa haber recibido aportes del narcotráfico a lo largo de dos largas décadas para la actividad política y electoral, y dineros públicos extraídos a la corrupción petrolera venezolana, purifican sus actividades trasnacionales haciéndolas depender de fondos de la Europa occidental progresista, que se inhibe y colude.

Me atrevo a decir que, si bien es este el resumen de la experiencia de la galaxia rosa que nos desnuda el complejo cuadro laberíntico que ha hipotecado toda acción democratizadora en Venezuela y en la región, no es menos cierto lo que alertara, trasvasando a lo ideológico, el juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el mexicano Sergio García Ramírez, en 2009:

“Para favorecer sus excesos, las tiranías ‘clásicas’ que abrumaron a muchos países de nuestro hemisferio, invocaron motivos de seguridad nacional, soberanía, paz pública… Otras formas de autoritarismo, más de esta hora, invocan la seguridad pública, la lucha contra la delincuencia, para imponer restricciones a los derechos y justificar el menoscabo de la libertad. Con un discurso sesgado, atribuyen la inseguridad a las garantías constitucionales y, en suma, al propio Estado de Derecho, a la democracia y a la libertad”.

La cuestión planteada por García Ramírez, ciertamente que no discierne entre lo conocido, las prácticas de la galaxia rosa latinoamericana, y lo emergente e igualmente letal para las libertades, el fenómeno del «bukelismo»; que se vuelve, como salida, algo más inconveniente y negacionista de la democracia. Creyendo poder derrotar al socialismo progresista pierde autoridad moral y al paso legitima al mal absoluto, una vez como clona sus procederes y fractura la ética de la libertad: a medios legítimos, fines legítimos y viceversa.

Bajo el gobierno Nayib Bukele en El Salvador, en 2020, este irrumpe con las Fuerzas Armadas en la Asamblea Legislativa, sede de la soberanía popular y, luego, el año siguiente, destituye con su nueva mayoría a los jueces de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia. Logró enervar, al efecto, todo control sobre sus actos de gobierno

Dentro de la galaxia rosa avanza la reforma judicial mexicana, para elegir popularmente a los jueces supremos y demás jueces de instancia, apuntalado el gobierno López Obrador-Sheinbaum sobre la mayoría electoral coyuntural que detentan y para que “sus” jueces les sean tal obsecuentes como lo son los jueces de Maduro en Venezuela.

¿Y qué debemos decir de la reciente suspensión de la vicepresidenta de Ecuador, electa por el pueblo y a la que el presidente Daniel Noboa –adversario de la galaxia rosa– suspende a su arbitrio mediante un acto de su secretario del trabajo para impedirle su sucesión? ¿Cabe silenciar ese hecho, ejecutado por un adversario del sátrapa venezolano?

La conclusión parece simple, que no lo es. Los gobiernos y la comunidad internacional – quedando a salvo los Tribunales de Derechos Humanos, el europeo y el interamericano, con sus dilaciones – dejaron de conjugar la política y el poder mirándose en las víctimas y en sus derechos humanos inalienables. Conjugan como en el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, a favor del Príncipe, del Estado y su soberanía, del principio de la No Intervención. Han destruido, todos a uno, el principio de orden público internacional que emerge en 1945 tras la Segunda Gran Guerra y el Holocausto, el del respeto preeminente a la dignidad de la persona humana y el entendimiento de la democracia, tal como reza la Carta Democrática Interamericana, como un derecho del pueblo que los gobiernos deben garantizar.

El principio de la No Intervención, así como lo esgrimen los integrantes de la «galaxia rosa» lo hacen por igual los gobiernos «bukelistas»; con lo que, a su vez, unos y otros forjan “democracias al detal”, según la prédica de China y Rusia dirigida a Occidente, en vísperas del acto de agresión a Ucrania: la democracia debe permitir, según ambos, que el pueblo escoja, libremente, a su dictadura.

 

Asdrúbal Aguiar

correoaustral@gmail.com

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