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Odio en perspectiva

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Odio en perspectiva


 
 El episodio de la muerte de George Floyd es el último de la serie de horrores racistas que ha conmovido a la sociedad estadounidense y al mundo. Lo que ocurrió en Minneapolis originó una ola de violencia que las autoridades no han podido controlar. Las fotos que le dan la vuelta al mundo de quemas de locales, enfrentamientos en las calles y manifestantes enfrentados con la policía son la consecuencia de mucha rabia contenida a partir de una estruendosa injusticia.

 

 

Pero hay un hilo conductor en todos estos hechos. El odio. El que siente una parte de la población que cree ser superior a otra, que se cree con más derechos y por mucho tiempo ha pretendido decidir la vida del que es diferente. Pero ser diferente no es un delito, pensar diferente tampoco.

 

 

Aunque con estruendosas diferencias, el odio por el que piensa diferente, la supremacía de una minoría que pretende dominar a otra, son cosas que en Venezuela vemos a diario y desde hace años. Y si a alguno le parece que es un análisis simplista, basta ver la transmisión en vivo de una importante cadena de noticias de Estados Unidos en la que se ve que las fuerzas gubernamentales esposan y se llevan detenido a un corresponsal y a todo su equipo, y además le confiscan la cámara.

 

 

La única diferencia con lo que han vivido los periodistas venezolanos es que no hubo golpes. Pero tampoco hubo explicaciones. Nadie supo el motivo por el cual se llevaron al equipo periodístico que solo pretendía transmitir el cierre de una calle de Minneapolis.

 

 

Que estas cosas pasen en dos países tan diferentes viviendo circunstancias tan disímiles no es poca cosa, porque, insistimos, la raíz es el odio. Cualquier fotógrafo que haya arriesgado su vida desde 2014 cubriendo las manifestaciones de los jóvenes en las calles de Venezuela puede ver cierto parecido con lo que pasa en esa ciudad estadounidense. Fuego, banderas izadas al viento, puños levantados, violencia.

 

 

Lo único que puede salvar a ese periodista de un arresto tan anormal es un sistema de justicia y el respeto a la Constitución de Estados Unidos. Pero estas cosas no pueden pasar inadvertidas. Y, sucedan donde sucedan, hay que llamar la atención sobre el hecho de que informar tampoco es un crimen.

 

 

Este ha sido el discurso de los pocos medios de comunicación que quedan vivos en Venezuela y que han dado una pelea muy dura para defender el derecho de la ciudadanía a estar informada, pero también a la libertad de expresión.

 

 

Es común en los regímenes totalitarios se sirvan de este tipo de amedrentamiento para callar a los profesionales de la comunicación. Y son totalitarios porque los demás poderes (entre ellos el judicial) siguen sus órdenes. Ya de esa historia en Venezuela hay mucho que contar, pero no por reiteradas las violaciones hay que dejarlas pasar por debajo de la mesa.

 

 

El odio y la violencia son malos consejeros, y la única arma que tiene la ciudadanía son sus medios de comunicación, que están dispuestos a arriesgar el pellejo para señalar, criticar, informar, pero también para aplaudir y celebrar.

 

 

Esperemos que esta sea una ocasión para que los estadounidenses valoren más lo que significan sus periodistas. Y también es deseable que los ciudadanos de países que viven en sometimiento puedan entender que los medios de comunicación son un arma y también un escudo, y como tales hay que cuidarlos.

 

 


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Editorial de El Nacional


 
 
 

 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 

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