El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, pasa la Navidad con su familia en una lujosa casa alquilada de Hawai con vistas al Pacífico, mientras su sucesor, Donald Trump, disfruta con los suyos en una de sus exclusivas propiedades en Florida.
Obama y Trump están en las antípodas en lo político pero ambos comparten, como otros presidentes anteriores, el gusto por escapar del frío invierno de Washington a latitudes más amables y la afición por un deporte: el golf.
El magnate criticó a Obama durante la campaña por distraerse de sus deberes presidenciales jugando al golf, pero ahora es él el que se deja ver en el campo como presidente electo con menos de un mes para diseñar su Gobierno.
Trump llegó a decir que Obama jugaba más al golf que el legendario Tiger Woods, con quien el magnate jugó precisamente ayer en su club de West Palm Beach.
Obama también ha jugado con Woods siendo presidente, pero normalmente prefiere hacerlo con amigos de siempre y asesores, no con famosos.
Las vacaciones de los Obama y los Trump comparten lujo y sol pero difieren en el estilo: el presidente y su familia muestran su lado más relajado y cercano mientras que el clan multimillonario se recluye en su opulenta residencia palaciega.
Los Obama han pasado sus ocho navidades presidenciales en la isla natal del presidente, Oahu (Hawai), donde el mandatario aún conserva amigos de su adolescencia.
El afroamericano es el primer presidente nacido en Hawai, lo cual ha dado al estado más remoto del país una conexión especial con Washington, capital a la que se tarda más en llegar desde las islas que a Tokio (Japón).
“Obama es un chico local, indudablemente. Se toma su granizado hawaiano, calza sus chanclas. El tío sabe surfear con el cuerpo (‘bodysurfing’)”, explicó recientemente el alcalde de Honolulu, Kirk Caldwel.
De las costumbres de los Obama en Hawai ya se sabe hasta el sabor favorito del presidente cuando pide el tradicional “shave ice”, el granizado clásico del estado: cereza, lima y guayaba. Y hay fotos.
La rutina presidencial en la paradisiaca isla se repite cada año: baños en la playa, senderismo, “snorkel” (buceo con tubo), salidas a cenar en restaurantes de moda, actividades con amigos y golf.
Obama juega diciembre tras diciembre en el campo de golf de una base de la Marina, con impresionantes vistas a las montañas y al océano.
Su jornada comienza habitualmente con 90 minutos de ejercicio en la base y la actividad física continúa durante el día junto a su familia.
A los Obama les gusta caminar el sendero Maunawili, que atraviesa una exhuberante jungla tropical y desemboca en una espectacular zona de baño.
Por las noches, el matrimonio mantiene uno de los hábitos que han marcado su estancia en Washington: salir a cenar a los restaurantes de moda y situarlos en todas las guías gastronómicas a su paso.
Los Obama alquilaron la misma casa frente a la playa durante los primeros años, pero cambiaron cuando dejó de estar disponible (incluso para el presidente) a una considerada menos exhuberante, pero igualmente de ensueño.
El lujo de los Obama, como ellos, es más relajado, sobre todo en contraste con la opulenta familia que les sucederá en la Casa Blanca: el clan de un magnate con propiedades exclusivas en todo el mundo.
Una de ellas es el palaciego club privado de recreo Mar-a-Lago, donde los Trump, que viven en Nueva York, suelen pasar la mayoría de los fines de semana entre Acción de Gracias (noviembre) y la primavera.
Todo apunta a que el magnate mantendrá esta costumbre, de manera que el Servicio Secreto tendrá un arduo trabajo para garantizar su seguridad: vivirá entre la Casa Blanca, su Torre de Manhattan y su complejo en Florida.
Mar-a-Lago, una propiedad que el magnate adquirió en 1985 por solo 10 millones de dólares, fue el escenario de una de las fotografías que más se recordaron en las pasadas elecciones: la de los Trump y los Clinton en la recepción de boda de Donald y Melania en 2005.
El clan Trump es mucho más cerrado que la familia Obama a la hora de compartir con la prensa y el público sus costumbres familiares, por lo que poco o nada se sabe de cómo pasan sus días en el lujoso complejo.
Está por ver si ese hermetismo cambia cuando Trump pase a ser el presidente, tras su investidura el próximo 20 de enero.
Lo que está claro es que Florida es para el magnate un lugar importante, su “segunda casa”, como dijo en un mitin en Tampa antes de ganar ese estado clave en las elecciones.
Hawai, para Obama, es incluso más que eso: “No puedes realmente entender a Barack hasta que entiendas Hawai”, dijo una vez la primera dama Michelle.
EFE