El militarismo es viejo en Venezuela. La sociedad se ha visto rodeada de charreteras desde el siglo XIX y fue determinada por la influencia de los cuarteles desde la época de Gómez, cuando la Fuerza Armada se convirtió en una institución predominante. Con el paso del tiempo, y debido al arraigo de los contrapesos de corte democrático, el militarismo se volvió un hecho contenido que no desapareció del todo, pero que estuvo sujeto a los intereses del poder civil.
Cuando el teniente coronel Chávez asciende a la Presidencia de la República los cuarteles ocupan otra vez lugar predominante, hasta el punto de que sus oficiales, de forma abrumadora, no sólo se ven representados en los ministerios y en las gobernaciones, sino también en la dirección de los numerosos trabajos que antes realizaban los civiles comunes y corrientes a quienes se desplaza sin justificación.
Del hecho se deriva la vuelta de un fenómeno que parecía satisfecho después de su triunfal regreso, pero parece que no es así, que sus miembros quieren mayor presencia, si nos atenemos a recientes declaraciones del jefe del Ceofanb, mayor general Wilmer Barrientos.
Desde la imponencia de las siglas de su comando, el mayor general anuncia “la coparticipación de la sociedad venezolana para sembrar una cultura militar, que se aplique inclusive en comunidades”. Es la parte fundamental de un proyecto, agrega, acariciado “a través de los nuevos pensamientos militares que, a su vez, están atados a la actuación del pueblo”. Después de estas peroraciones de naturaleza teórica, toca cosas más pedestres, relacionadas con el desfile militar del 5 de Julio y con la exhibición de equipos castrenses de alta tecnología.
Aparentemente lo segundo no guarda relación con lo primero, pero los podemos mantener atados mientras el vocero se detiene en una explicación adecuada de lo que mencionó en el principio de sus preocupantes declaraciones.
Cuando habla de la siembra de una “cultura militar” toca tema peliagudo, debido a que no sólo viene precedido por la invasión de bayonetas que ha experimentado la sociedad en los últimos años, sino también por detalles aparentemente triviales como la indumentaria de miliciano que en ocasiones viste un civil llamado Nicolás Maduro. Pero también por otros pormenores que de triviales no tienen nada, como los relacionados con la influencia del ejército cubano en el control de nuestras fuerzas armadas. ¿De esa influencia surgen “los nuevos pensamientos militares” que alude el mayor general?
Le dejamos estas inquietudes, mayor general, aunque tal vez su aclaratoria produzca mayor preocupación en una sociedad que ya tiene motivos suficientes para no dormir. Ante la posibilidad de que cobre mayor fuerza el engendro de gomecismo y cubanismo abocetado en la generalidad de sus declaraciones, nadie pondrá con tranquilidad su cabeza en la almohada.
Editorial de El Nacional