Argentina vota este año. El 13 agosto (en cuatro meses) se realizarán las PASO (Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) en las que partidos y coaliciones políticas definen las candidaturas para los cargos en disputa. El 22 de octubre (igual que la primaria opositora en Venezuela) se celebrarán las elecciones generales para la fórmula presidencial (presidente y vicepresidente) que gobernará por los próximos 4 años, el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 21 gobernaciones y la renovación parcial de bancas en las cámaras de Diputados y Senadores. Si hiciera falta una segunda vuelta sería el 12 de noviembre.
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Más de 30 millones de personas serán convocadas a votar. El sufragio es obligatorio y 80,1% de los electores fueron a las urnas en 2019 para darle amplio respaldo a Alberto Fernández (Frente de Todos), en pareja con Cristina Fernández de Kirchner, la verdadera dueña del poder. Cuatro años después, las encuestas le dan a Alberto -como lo identifica la prensa, hasta el apellido es de la vice- una popularidad apenas por encima del 20%.
Un artículo de El País de Madrid (un diario condescendiente con los gobiernos de izquierda dentro y fuera de España) resume la situación argentina en una línea: «…economía desahuciada, inflación galopante, pobreza creciente, inseguridad enquistada y violencia a flor de piel…». Dos cifras: la inflación es de 100% -gracias a Maduro, no es el peor registro en la región- y la pobreza roza el 40%.
¿Hay favoritos para las elecciones? El articulista Carlos Fara dice. «Nadie sabe quién ganará, solo sabemos quién perderá». Tras dos gobiernos de signo contrario -Mauricio Macri de 2015 a 2019 y Fernández de 2019 a 2013-, sin que ninguno haya podido contener la pronunciada caída del país, la pregunta es si Argentina ensayará la vía estilo Trump, Bolsonaro y la del por ahora muy exitoso Nayib Bukele. «Todo lo que podrá suceder es un corrimiento continuo hacia la dureza», observa Fara, con pesadumbre.
En el banco hay un tipo esperando entrar a la cancha –para decirlo en términos futboleros, tan apreciados en el país campeón mundial- y se llama Javier Milei, cuyo ofrecimiento también se resume en una línea: «Sé lo que hay que hacer, sé cómo hacerlo, tengo la convicción de hacerlo». ¿Se puede pedir algo más en un tiempo de tantas privaciones? Milei representa la insurgencia, una vez más, contra «la casta política que vive a costa tuya».
Mauricio Macri en un mensaje en el que confirmó que no será candidato presidencial advirtió sobre Milei sin nombrarlo: «Tenemos que estar muy atentos, porque en situaciones difíciles enseguida salimos a buscar una personalidad mesiánica que nos dé seguridad». Tampoco será candidata en principio Cristina Fernández de Kirchner, dedicada la mayor parte de su tiempo a enfrentar la condena a seis años de cárcel por corrupción a la que fue sentenciada en primera instancia. Aunque hay una campaña para que se lo piense. La campaña se llama «clamor».
Fara recuerda que la política argentina no se priva de nada. Lo comentó después de que el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, fuera casi linchado “en vivo y en directo” cuando, prescindiendo de seguridad, a lo «macho», se enfrentó a un piquete de conductores de autobuses de transporte que impedían el tránsito en protesta por el asesinato de un compañero. ¿La expresión total del hartazgo de la gente? ¿Un adelanto de lo que vendrá? ¿Habrá que llorar por Argentina, también?
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Editorial de El Nacional