«No creo en golpes»

«No creo en golpes»

Preso desde hace 5 años en la cárcel de Ramo Verde, Raúl Isaías Baduel no pierde tiempo compadeciéndose, ni culpando a otros de sus decisiones, tampoco de su destino; pero no vacila en reconocer que es objeto de un injusticia, como tampoco tiene la menor duda de las viles razones que la sustentan

 

Hay que admitir que es corajudo. Porque aunque muere por salir de aquella habitación en la que está encerrado desde hace cinco años –y de esos mil ochocientos y tantos días, por re o por fa, ha acumulado hasta la celebérrima fecha del 11 de abril, 110 días (no continuos) en completo aislamiento–, no baja la voz ni la guardia para expresar lo que piensa de las circunstancias pasadas y sus protagonistas, del mundo militar y de «la prostituyente de Chávez», y reiterar, cueste lo que cueste, sus razones tan particulares sobre el devenir político tan encorsetado, en tiempos de etiquetas y extremos. «Me criaron así: un principio pesa más en la balanza que un millón de amigos, otra cosa es el dolor».

 

Mientras los cantos gregorianos que en continuado susurro lavan sin cesar las emociones que mantiene a buen resguardo, con la biblia en una mano y los textos taoístas que hablan de que el verdadero guerrero busca la paz, en la otra, Raúl Isaías Baduel lee, estudia, se prepara para el país que ha de resurgir de entre las cenizas, y sobre cuyas urgencias afina propuestas y consideraciones de todo calibre, las que registra en un infinito cartapacio de papeles. País que por cierto le haría zalemas.

 

«La gente me envía mensajes de aliento y no falta quien también me insinúa que haga maromas… que invente aventuras… porque dizque se necesita alguien fuerte para salir del foso. Quien fuera ministro de Defensa y General en Jefe jura que eso lo inquieta mucho. «Que se siga pensando, todavía, en el caudillo necesario, en el autoritario que ha de venir con su espada a resolver a sablazos es una boutade. Por eso leo con estupor el fantástico libro de Ana Teresa Torres La herencia de la tribu. ¿Será que no superaremos nunca esa seducción que nos produce la mandonería?».

 

Flanqueado por sendos retratos de Nelson Mandela y Mahatma Ghandi, no pierde tiempo compadeciéndose, ni culpando a los demás de sus decisiones, tampoco de su destino; pero no vacila en reconocer que es objeto de un injusticia, como tampoco tiene la menor duda de las viles razones que la sustentan.

 

«No pretendo que me consideren un preso político», confiesa, «pero los hechos demuestran que no estoy aquí, en Ramo Verde, por caso de corrupción alguno: nadie ha podido dar con esos 15 millones de dólares que supuestamente robé y cuyos cargos me imputaron a la brava, precisamente después de que hice campaña para que el país votara contra la reelección indefinida, esa propuesta inconstitucional que, vale decir, fue derrotada y no precisamente por un margen pírrico: ganamos por más de 60 por ciento de los votos, yo vi las actas que nunca se enseñaron al país».

 

Reflexivo por naturaleza y por la fuerza de las circunstancias, Baduel sabe que supo mucho, que vio demasiado, que fue una piedrita en el zapato. «Del árbol de las tres raíces el gobierno pasó a ser el de las tres pe: periqueros, pillos, perversos», desliza sin pelos en la lengua.

 

«Fidel Castro lo habría notado, y así se lo dijo a Hugo Chávez: que yo no era dócil como aquellos otros que parecían solazarse cuando eran blanco de los insultos del jefe, porque ello demostraba, quizá, que el ahora llamado comandante supremo los tomaba en cuento. Qué horror. Chávez tenía un carácter de mil demonios.

 

«!Bazofia de mierda!», gritaba… y perdona la franqueza. Fíjate: un soldado obedece, pero al primer intento de irrespeto le pedí cambio y, de inmediato, modificó su actitud. Por eso Fidel Castro, con quien me reuní varias veces, y quien hablaba con sapiencia de los vinos de las riveras del Duero y de la Rioja, y de cosas inverosímiles, le dijo a Chávez que yo podría ser su general Ochoa».

 

Ah, pero la cosa se complica máscuando otros lo ven como un Arias Cárdenas, tan de allá y tan de acá, y tan sin palabra. Raúl Isaías Baduel carga, como sambenito, la identidad que más lo encasilla: la del salvador de Chávez.

 

«No, no, no. Así como digo que Hugo fue un cobarde que, como Castro, declaró su verdadera inclinación ideológica solo cuando los cálculos le favorecían, también digo que, fuera como fuera, era el presidente de la República, y yo creo en la Constitución y en la institucionalidad por encima de todo lo demás. Por eso mi actuación del 11 de abril, de la cual no me arrepiento, y la cual repetiría si las circunstancias volvieran a darse», consigna de nuevo, doce años después.

 

«Porque no me interesan los meandros ni los atajos, y por eso no participé en los golpes de 1992… Quizá, conjeturo ahora, a partir de entonces la relación de amistad comenzó a resquebrajarse… así como le pasó a la cofradía de todos los que juramos aquél 17 de diciembre de 1982 en el samán de Güere luchar a brazo partido por la democracia y por darle a esta un sentido social profundo, «y nunca, hay que remarcarlo, nunca hablamos de socialismo», evoca Baduel.

 

«Felipe Carles, murió. Urdaneta se dio cuenta temprano de que se desfiguraba el propósito que nos unía, y vio antes que yo, como cabeza de la Disip, las vagabunderías que comenzaban a prodigarse en la revolución, y también tomó distancia, una tan grande como un abismo», acota. «Chávez, a quién también dios llamó de este mundo, dejando un reguero de cabos sueltos, de errores sin enmendar, infatuado en su soberbia, se alejó de todo aquello en lo que creíamos. Y yo pues estoy aquí, pagando una condena inmerecida que me aplica alguien que se fue dejando cabos sueltos y entuertos sin enmendar», atiza.

 

«Reconozco ahora que me fui tarde, en 2007. Pero es que creí que quedándome un tiempo más podría hacer un mejor papel, que sería más útil conviviendo con el monstruo, desafiándolo, viéndole la cara».

 

Civil, como se considera, queda claro que no es un experto en relaciones públicas. Mientras unos por devoción adquirida lo mantienen preso sin pruebas ­y amenazan a su abogado y a la familia de este cada tres por dos-, otros lo ignoran cuando denuncian iniquidades contra Leopoldo López o Iván Simonovis.

 

Nunca está en las listas solidarias. No obstante, íngrimo no se siente quien estuvo en algún momento cercano a Podemos, «pero nunca interesado en presidir Petróleos de Venezuela, como se dijo».

 

Lo que cree Baduel es que hay que retomar el hilo constitucional convocando otra constituyente y que aun cuando esa propuesta no haya calado entre sectores de oposición ni mucho menos en los oficialistas, «creo que es la solución, una viable».

 

Para él son un inmenso caudal de votantes a favor de su idea todos aquellos que no están «alineados» y según él son muchos, son «mayoría». Los ninís, los menos radicales, incluso los abstencionistas.

 

«No solo se deja de votar porque no se cree en el CNE, también porque no crees que ningún candidato te representa plenamente. Esta masa importante de venezolanos debe expresarse y creo que convocar este ejercicio democrático sería un fantástico punto de partida desde el centro de las circunstancias».

 

La procesión debe llevarla por dentro, pero ni pizca de indicios. Aun cuando toca asuntos áridos, terribles, mantiene un talante sosegado envidiable, quizá porque reza mucho y a veces, concentrado en el futuro que ha de venir con amabilidades, se salta los despachos internacionales del cable al que tiene acceso y que registran puntualmente el presente de vientos y fuegos venezolano.

 

Cocina, lucubra, piensa en el país y vive con los retazos que construye su memoria prodigiosa momentos que repasa para liberarse de ellos, sanar, o para entender la raíz de las cosas. Evoca cuando el Presidente moviendo el índice como si fuera una batuta, y por televisión, coreó con la gente de la platea «Baduel, traidor, mereces paredón», aquel que ya no está y con quien compartió infancia, academia y triunfos.

 

Ese hombre que vivió soltando sapos y culebras por esa boca hemorrágica que fue, ese que dijo de Baduel, su compadre, «allá está, preso, dando lástima».

 

También lo llamó llorón ­»sí, pero ahora no me salen las lágrimas»- y un día le confesó una tragedia que a debía entristecer a Chávez mismo de primero: «No sé por qué pero todo lo que amo lo destruyo». Esa frase queda ahora mismo resonando en la celda como una pedrada. Supera a todas las más infelices nunca dichas.

 

Raúl Isaías Baduel piensa y sigue pensando, dentro de aquellas cuatro paredes diríase que amplias de su privilegiada habitación, y concluye que viene país, viene la libertad, que las cosas ocurren. Por su cabeza pasa el desembarco fallido de Machurucuto y el de ahora de puerta franca.

 

La cubanización. Y todo lo demás que nos acontece en lo económico, en lo educativo, en la idiosincrasia, en la identidad, en el bolsillo, en el corazón. Y de pronto confiesa que pide por todos y que pidió por Chávez y que él, ahí, es Raúl Isaías Baduel, y que es libre. «Aunque quieran no tienen mi espíritu, apresan mi cuerpo, pero no a mi conciencia».

 

 Faitha Nahmes

Tal Cual

 

 

 

 

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