Que un modernísimo avión dedicado al transporte internacional de pasajeros despegue del aeropuerto de Maiquetía con una sobrecarga de 1,3 toneladas de cocaína en su interior y nadie se dé cuenta ni se levante la menor sospecha, nos dice mucho de la espantosa ruina moral en que ha caído el país en los últimos quince años de esta presunta revolución.
A los venezolanos que no están enchufados y que por ello tienen uso de razón, pues el fanatismo no ha nublado su entendimiento, les es cuesta arriba entender cómo esta peste del narcotráfico sigue avanzando inexorablemente por todos los niveles de la sociedad sin que nada la detenga.
Desde los sectores más acaudalados hasta los más empobrecidos, desde los representantes civiles y políticos hasta la alta comandancia militar, nada escapa a la contaminación. Desde todas partes del mundo llegan pormenorizados informes y estudios extremadamente serios que ponen a descubierto las redes del narcotráfico que operan a sus anchas en Venezuela, de cómo se ha transnacionalizado el negocio de la droga y de qué manera se usa el territorio nacional como una gran estación de lujo en la ruta hacia los mercados europeos y del norte de este continente.
Esta peste deja un gran rastro de muertes en las calles y en los barrios, fomenta la violencia en grado sumo y destruye como una máquina imparable el futuro de las jóvenes generaciones. La peste genera una inmensa inseguridad nacional y convierte cualquier tranquilo paraje de Venezuela en un lugar peligroso, cualquier hermosa playa en una trampa mortal, cualquier noche en una pesadilla interminable.
No existe duda alguna de que el narcotráfico está acabando con la tranquilidad de nuestras vidas y que nada rotundo se está haciendo para impedirlo. El hecho mismo de que en el principal aeropuerto internacional del país –militarizado hasta más no poder en todas sus funciones y donde no es posible dar un paso sin tropezar con un guardia nacional bolivariano armado hasta los dientes como si estuviéramos en guerra contra los talibanes de Afganistán- sean introducidas en un avión decenas de maletas cargadas de cocaína sin que nadie pestañee o sospeche algo raro, nos indica que ese terminal aéreo está penetrado hasta los huesos por la peste.
Analizando cuidadosamente el hecho ocurrido no queda más remedio que llegar a la conclusión de que existe una larga cadena de complicidades en el interior de ese aeropuerto. Una cadena que, por lo demás, nos demuestra lo vulnerable que somos frente al crimen organizado y lo débil que son nuestras defensas ante esas redes transnacionales del delito.
Para colmo, los principales sospechosos (varios ya están detenidos) son miembros de la Guardia Nacional Bolivariana, algunos de larga trayectoria militar, en quienes la patria (recuerden que tenemos patria) ha depositado la gran responsabilidad de cuidar y vigilar el aeropuerto internacional más importante del país.
Editorial de El Nacional