A los 19 años, los médicos le dieron una noticia que la aplastó: genéticamente, era un hombre. Ella no podía entender cómo ni por qué, pero había nacido sin útero, ni ovarios ni trompas de falopio, y sus cromosomas no eran XX, sino XY.
«Nunca podrás quedar embarazada», le dijeron, para terminar de sumirla en una profunda depresión.
Hayley Haynes se convenció de que «ningún hombre» la querría y de que su vida estaba arruinada. Pero no podrían haber estado más equivocados, los médicos y ella.
A los 21 años le hicieron un nuevo estudio y en él descubrieron que en su interior había un pequeñísimo útero, no desarrollado. Entonces volvió la esperanza.
Comenzó un tratamiento con hormonas, para elevar sus niveles de progesterona y ayudar a ese milimétrico útero a desarrollarse. Obtuvo grandes resultados y, cuatro años más tarde, le comunicaron que podría concebir a través de fecundación in vitro.
Aún así, las probabilidades eran bajas. Pero para ese momento ya se había casado con un amigo de la infancia, que estaba dispuesto a todo con tal de tener un hijo con ella.
Viajaron a una clínica en Chipre para hacer el tratamiento a un costo medianamente accesible. Gastaron casi todos sus ahorros.
Pero todo valió la pena. Cuando le anunciaron que estaba embarazada de mellizos, no lo podía creer.
Haynes tiene hoy 28 años y sus hijos crecen sanos y fuertes. No podría ser más feliz.
Fuente: Infobae