Los venezolanos fuimos sorprendidos en nuestra buena fe cuando el ministro de Salud del régimen de Nicolás Maduro, Carlos Alvarado, anunció el inicio de la segunda fase de vacunación contra el coronavirus. Todos nos preguntamos en qué momento fue la primera. Claro, después entendimos.
Para el régimen la primera fase fue la del amiguismo y las complacencias, la del clientelismo puro. Se vacunaron los políticos y sus mecenas, aquellos que tenían acceso a esos primeros y pequeños lotes de vacunas que llegaron desde Rusia. Por supuesto, en ese momento recibieron su dosis las familias de esta gente, los amigos de los amigos, primos, sobrinos y pare usted de contar. También lo hicieron gobernadores y alcaldes chavistas, sus familias y amigos. Algunos enchufados tuvieron que bajarse duro de la mula, porque en ese primer momento estaba bien lejos la opción de inmunizarse en este país.
Es la etapa, además, en la que empezaron a venderse las vacunas. En grupos de WhatsApp llegaron a cotizarse hasta en 400 dólares. Decían que garantizaban la cadena de frío, pero vaya usted a saber si ni siquiera en los mismos centros de salud sabemos si esto se hace.
Esta primera etapa fue de resignación. A los venezolanos de a pie no les quedó otra que quejarse, pero con muy poca esperanza de que esto se revirtiera. Si ni siquiera el personal de salud ha podido vacunarse, ¿qué queda para los demás simples mortales?
La segunda fase, la que anunció Alvarado, nos agarró de sorpresa. Una tarde de viernes se hizo el anuncio porque, indicó, llegaron muchas, muchísimas dosis de las vacunas china y rusa. Con el régimen esto siempre es así, es imposible dar un número concreto. Incluso, dijo Alvarado, incluirían en el proceso a los que no estuvieran inscritos en el sistema Patria, y habilitaron un registro en la página del Ministerio de Salud. Régimen magnánimo y benevolente.
Comenzó el envío de algunos mensajes de texto. Aparecieron las largas colas. Con ellas llegaron los que se aprovechan de cualquier resquicio para saltarse las reglas, las cuales además ni servían ni eran claras.
Y, en medio de este desorden, se han vacunado muchachos, jóvenes, adultos contemporáneos, adultos mayores, todos en cambote, sin acusar recibo de ninguna población prioritaria, algunos que recibieron su SMS, otros que lo falsificaron, aquellos que nunca vieron ninguna convocatoria, pero igual se fueron y los anotaron en un cuadernito, siempre hay uno, y les dijeron que se acercaran al día siguiente.
Hay centros donde las colas son inmensas. Hay los que han tardado dos días en vacunarse. Otros en los que hay filas especiales, donde se paga para poder ingresar al sancta santorum de la vacunación. Pero también los que en un par de horas ya están listos, preparados para que en algún momento les coloquen la segunda dosis.
Por eso, ministro, le preguntamos cuándo comenzará la tercera fase, la que ya deje la corruptela y los chanchullos atrás, la ordenada, la que priorice por edades y sintomatologías, en la que un ciudadano pueda ir a un centro de vacunación a una hora adecuada y no le digan que vaya otro día porque ya las vacunas se acabaron, que sea bien atendido.
¿Será posible que, por una vez, solo una, hagan algo bien? Que digan, sin tapar nada, cuántos vacunados van, cuántas vacunas quedan, y no estar dando palos de ciego, sacando cifras sin asidero y diciendo que ya a finales de año habremos conseguido la inmunidad de rebaño, cuando ni siquiera sabemos si tenemos vacunas suficientes para poder afrontar la epidemia.
Y, por amor a Dios, terminen de atender a los trabajadores de la salud. Su situación es crítica y, haciendo gala de una devoción a toda prueba, siguen atendiendo a miles de enfermos, todavía sin inmunizarse, con la real posibilidad de contagiarse. Eso es criminal, y además una gran irresponsabilidad, sobre todo cuando ya sabemos que los políticos fueron los primeros de la fila en vacunarse.
Ministro, ¿podemos contar con eso?
Editorial de El Nacional