El hambre como política
Podría parecer que, con el presente chaparrón editorial, estamos lloviendo sobre mojado, pues hace apenas un par de días hicimos de los CLAP blanco de la crítica; en un registro mordaz, es cierto, pero enfatizando que los mismos son arietes de una ofensiva desatada por el oficialismo para impedir la realización del referéndum revocatorio y posponer las elecciones de gobernadores para circunstancias más propicias.
No es especulación. Los Comités Locales de Abastecimiento y Producción son una burda maniobra proselitista orientada a reorganizar las deterioradas y erosionadas bases de sustentación del chavismo: caramelitos de cianuro para engolosinar e intoxicar, con el veneno del chantaje, a una población hambrienta con la misma lógica de los torturadores que, en un momento dado, permiten al torturado un respiro para que éste les agradezca, con la delación buscada, el fugaz calmante e impedir que se reinicie el martirio en su contra.
Esas técnicas para amedrentar y subyugar, aprendidas de rusos, chinos y cubanos, han permitido refinar el viejo y obsceno “dakazo” con el que los rojillos consolidaron una victoria, con visos de fraude, en las últimas elecciones regionales. Ahora, con arbitrarias dilaciones y un inmoral reparto domiciliario, se pretende repetir esa fechoría; mas el ciudadano está curado de espanto y, además, sobran razones para pensar que no se saldrán con la suya.
Si la gente tenía dudas sobre el carácter clientelar de la versión madurista de los CDR cubanos, el vice y afro navegante se encargó de disiparlas cuando dejó entrever que no se trata meramente de un mecanismo para la repartición del consabido bozal de arepas, sino de un sistema para garantizar un férreo control sobre quienes se benefician de esa humillante regalía y evitar otra paliza como la que, en diciembre pasado, les propinó el soberano en una consulta que Nicolás quiso plebiscitaria –y, por ello, está moralmente, obligado a renunciar– en la que quedó claro, clarísimo que el país nada quiere con él.
Por su parte, el repudiado ha defendido con tal vehemencia esa invención –“Los CLAP llegaron para quedarse y con ellos no podrá ninguna oligarquía apátrida”– que pareciera tratarse de la última Coca-Cola en su desierto de ideas; sin embargo, lo que avala nuestra convicción de que los CLAP están condenados al fracaso, es su estructura misma (muchos caporales y pocos peones): jefes y jefecillos de parroquias, barrios, manzanas, cuadras, bloques, callejones y escaleras que, con licencia para bachaquear, podrán amasar pequeñas fortunas, pero no conseguir votos, porque las costuras del ventajismo están a la vista.
En una ponencia atribuida a Erika Farías, en la que se definen los propósitos de estas agencias de extorsión autorizadas por el monopolio estatal de alimentos, hay dos puntos reveladores: “La organización del CLAP debe estar dispuesta para lo que venga … a organizar y defender, porque es una organización política” y “Un escuálido no debe estar como jefe de calle ni dentro del CLAP”.
Más sectario y excluyente no puede ser el mini dakazo a domicilio.
Editorial de El Nacional