Primero fueron los días lluviosos, que no parecían motivos de alarma. Luego, el horror: (la noche del 16 de diciembre de 1999) agua, más agua. Sobrevivientes cuentan sus historias
Juana puso, a todo volumen, aguinaldos de las Voces Risueñas de Carayaca – un grupo de música tradicional venezolana del estado Vargas- , para olvidarse de la lluvia, y concentrarse: era vísperas de la Navidad de 1999 y estaba montando el pesebre en su casa. Su esposo, Omar, estaba inquieto: dejó de ayudarla y se asomaba por horas a la ventana: veía cómo llovía, cada vez más. Oscar, el hijo de ambos, -que entonces tenía siete años- lloraba asustado por los truenos.
Se acostaron a dormir a eso de las 11:00 pm y poco después el grito de un vecino (“¡Sálganse todos, viene el río!”), más un ruido estruendoso que producían las rocas al caer, hizo que Juana comenzara a llorar. Omar cargó a Oscar y los tres salieron de la casa, que esa noche se vino abajo.
“Al otro día fuimos a ver qué había quedado. Y lloré muchísimo cuando vi todo bajo escombros. Me conmovió cuando vi el pesebre vuelto arenilla, mis cosas llenas de barro, perdí mis fotos, mi título, todo, todo. Pero lo que realmente me devastó fue ver los cadáveres de mis vecinos tirados por allí, como muñecos. Esos días fueron de horror.”
Han pasado 15 años de aquella noche fatídica en Vargas, uno de los destinos preferidos por caraqueños para escapar del agite de la ciudad. Juana y su familia vivían -y aún viven- en Macuto, al este de la entidad. Luego de pasar meses damnificados (vivieron en El Poliedro) se fueron a donde unos familiares en Guatire (estado Miranda), y luego volvieron a lugar de la tragedia: “No nos quedó de otra”, dice Juana y asegura que aún no ha superado lo que sucedió: “Todavía lloro cuando llueve aquí en Macuto. Es un miedo muy feo. Créeme: yo siento que todo se vuelve a venir abajo cada vez que cae una llovizna”.
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