Editorial de El Tiempo: Memoria de Auschwitz

Editorial de El Tiempo: Memoria de Auschwitz

El aniversario ochenta de ese horror del siglo XX que marcó la historia de la humanidad debe ser un grito que retumbe por siempre.

Se cumplieron ochenta años de la liberación, por tropas soviéticas, de Auschwitz, el campo de concentración nazi en Polonia que prueba hasta dónde puede llegar la deshumanización. Se ha conmemorado el fin de semejante pesadilla con toda la convicción, con toda la solemnidad y la importancia que se requieren, porque una vez más se ha estado viendo en el planeta el ascenso de la xenofobia y de los discursos nacionalistas, pero también porque, aun cuando podría creerse que el mundo entero está al tanto de lo que pasó, es importante seguir contando el infierno que sucedió en ese lugar: 1’100.000 seres humanos, 960.000 judíos entre ellos, fueron asesinados con tanta crueldad que podría perderse cualquier clase de fe en la especie humana.
Todo ese horror ha quedado dicho y denunciado en los libros: no hay alegatos tan contundentes, contra esa guerra y las demás, como ‘El hombre en busca de sentido’ (1946), de Victor Frankl; ‘El diario de una joven’ (1947), de Anna Frank; ‘Si esto es un hombre’ (1947), de Primo Levi; ‘Maus’ (1986), de Art Spiegelman

.El cine, desde ‘La lista de Schindler’ (1993) hasta ‘Zona de interés’ (2023), ha retratado la llamada “banalidad del mal” –la sevicia convertida en rutina– que sucedió en aquel campo de concentración. Pero la conmemoración de los ochenta años ha sido y es un movimiento necesario, apenas justo, porque sigue llevando a todo el mundo la noticia de un horror del siglo XX que marcó para siempre la historia de la humanidad.

Entre las palabras que se han dicho en estos días resuena, especialmente, el testimonio de Tova Friedman. Friedman, de 86 años, una de las 7.000 personas liberadas el 27 de enero de 1945, dijo a la agencia AP: “El mundo se ha vuelto tóxico: estamos nuevamente en una crisis, y hay tanto odio alrededor, tanta desconfianza, que si no nos detenemos, podría venir otra terrible destrucción”.

Una de las lecciones es que no se puede atropellar a los pueblos por raza, creencias, ambiciones expansionistas, venganzas ni odio

No está siendo fatalista. Está observando la historia para que no se repita. Está haciendo un llamado fundamental a la conciencia humana, a la memoria de todos, para que no ignoremos un solo día hechos tan estremecedores, que además de dolor y muerte dejaron muchas lecciones. Una de ellas, que no se puede atropellar a los pueblos por raza, creencias, ambiciones expansionistas, venganzas ni odio. Nada justifica la brutalidad contra otros seres. Nada.

Auschwitz tiene que estar presente en la memoria y en las decisiones. Sus lecciones las deben saber los niños, los jóvenes y los gobernantes, más cuando hoy se puede pasar a la destrucción masiva de vidas y naturaleza en segundos. Y cuando vemos que las guerras de estos días se llevan viviendas y edificios como si fueran de papel, y entonces, lo que queda, aparte de la destrucción es dolor y sed de venganza.
Por todo ello, este aniversario ochenta, con la presencia de decenas de dirigentes del mundo, entre ellos el rey Carlos III; el presidente francés, Emmanuel Macron; el presidente polaco, claro, Andrzej Duda, pero sobre todo de esos 50 sobrevivientes con el alma dolida pero altiva, tiene que ser un grito que retumbe por siempre en la historia de la humanidad. Un nunca más.

 

EDITORIAL
editorial@eltiempo.com

 

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