Los argentinos tienen hoy una seria papeleta entre manos. Y la deben depositar por uno u otro: Sergio Tomás Massa, 51 años, abogado, político, miembro de Unión por la Patria, el nombre que adoptó en esta contienda electoral la inextinguible e imperturbable coalición peronista; y Javier Gerardo Milei, quien cumplió 53 años el 22 de octubre -el mismo día en que llegó segundo en la primera vuelta electoral-; economista, y diputado, líder y dueño de la Libertad Avanza.
Deben elegir los argentinos, jugando con el socorrido chiste, entre guatemala y guatepeor. Si se asumiera que lo que dice cada uno del otro es verdad, Milei es como saltar al precipicio y Massa es la casta, la política de siempre, con los resultados de siempre.
El reconocido y muy leído Andrés Oppenheimer los define así: Massa habla con calma y es un excelente actor; Milei es una personalidad estridente, que le ha valido el apodo de ‘»el loco’». Recuerda esta elección de hoy a la de Perú en 2021 entre Keiko Fujimori y Pedro Castillo, que ganó este último pero fue depuesto por el Congreso menos de año y medio después. Se trata de elegir el menos malo.
Ambas personalidades quedaron expuestas de manera rotunda en el debate del domingo 12 de noviembre. Massa acribilló a Milei con preguntas sobre sus muchas metidas de pata y salió ileso del examen sobre su propia responsabilidad en el crecimiento de la inflación, que se disparó hasta 140% durante su ejercicio como ministro de Economía, cargo en el que siguió durante la campaña electoral.
El candidato libertario que se hace llamar «el león» lució como un corderito inofensivo, nervioso, prisionero de su destemplanza. Fue una presa fácil de un político de oficio -Massa tiene más de 30 años en los rings de la dura política argentina-, con una habilidad extraordinaria para escurrir el bulto y sembrar el miedo en la audiencia ante la eventualidad de que se imponga «el sálvese quien pueda» que enrostra al «león» afeitado.
El debate le pudo aportar a Massa una porción de votos decisiva en una elección que se estima apretada, tras la «golpiza» verbal que le propinó a su adversario. Pero también puede, paradójicamente, ser favorable a Milei que, para su amplia audiencia, sufrió en vivo y en directo un episodio de bullying (acoso) en su match televisivo con el candidato de Unión por la Patria.
El resultado es imprevisible, como imprevisible es el horizonte de una Argentina con 40% de pobreza, con un muy serio asunto de desencanto hacia la política y los políticos entre su población. Lo peor, quizás, sea que en este intento de estigmatizar a esa iracunda expresión que representa Milei no se atienda el reclamo social de capas muy amplias a las que les «ofende» vivir de los subsidios estatales porque aspiran a más. A esa palabra «dignidad» tan mancillada y desgastada también por el abuso político y sus mediocres resultados.
Editorial de El Nacional
