El noveno Mundial femenino acaba de bajar su telón en Sydney, donde la selección española se proclamó campeona por primera vez y, con su fútbol intenso y vistoso, promete una era de dominio como la que las chicas de Estados Unidos ejercieron en las primeras ocho ediciones de la copa. España manda en simultáneo en el mundo en las categorías Sub 17 y Sub 20, en las que se moldea el relevo deportivo.
El Mundial organizado por Australia y Nueva Zelanda fue un éxito de asistencia a los estadios —casi 2 millones de personas en los 64 juegos—; de telespectadores en todo el planeta —cerca de 2.000 millones, según Gianni Infantino, el todopoderoso de la FIFA—, y por la belleza, deportividad y emoción desplegada en la competencia.
Las chicas avanzan rápido aunque empezaron tarde, pero no por su culpa. Cuando la FIFA realizó el primer Mundial de ellas en 1991, el año anterior se había disputado en Italia la decimocuarta Copa Mundial del fútbol masculino: el único mediáticamente conocido hasta entonces, aunque hay evidencia histórica de que las mujeres comenzaron a patear balones a finales del siglo XIX. Leyó bien.
Las mandaban a lavar platos, se reían de ellas, lo desaconsejaron por razones médicas para proteger al «sexo débil» y hasta inventaron leyes para prohibir su práctica por las mujeres tanto en la ilustrada Europa como en nuestra primitiva región. En 30 años, desde la Copa iniciática de China que se llevaron las gringas en una final contra Noruega, el fútbol femenino no para de crecer y solo está condenado —para bien— a seguir creciendo.
El año pasado la Copa Europea de fútbol femenino fue vista por 57,9 millones de personas. Las mujeres mayores de 35 años lideran este mayor interés por el fútbol de ellas, junto a una audiencia masculina joven que está interesada en los deportes femeninos. Cerca de 80% de la población del planeta sabía de la Copa disputada en Australia y Nueva Zelanda y 40% la consideraba atractiva.
Los datos los proporciona Nielsen, líder mundial en medición de audiencias, datos y análisis, que afirma que la realización de grandes torneos crea oportunidades para jugadoras, aficionados y patrocinadores. Ya resulta un argumento caduco restar importancia —lo hacen federaciones y equipos— al fútbol femenino porque “no es negocio”.
Pero además el fútbol jugado por mujeres es más limpio que el de los hombres, se finge menos y aún prevalece sobre el interés de la victoria, la solidaridad y compañerismo, como demostraron en un abrazo sincero la española Aitana Bonmatí —declarada balón de oro del torneo— y la sueca Fridolina Rolfo tras su enfrentamiento de semifinales.
En una cancha donde solo reinaban ellos, las futbolistas interpretan en el deporte más universal el anhelo igualitario de las sociedades democráticas y desprejuiciadas que deberíamos disfrutar. Y juegan bien, muy bien. Como nuestras vecinas colombianas que llegaron a los cuartos de final (entre las ocho mejores del mundo) con su picardía, finura y paciencia para los tiempos del juego y de la vida.
Editorial de El Nacional