La nena cumple 50 años, y el mundo al que con tanto esmero ha intentado curar hoy gira, para decirlo de forma más o menos gentil, directamente para atrás. Pero Mafalda no fracasó en su doméstica/gigante gesta de casi una década librada desde su trinchera de tinta y papel. De ser así no hubiera llegado hasta nuestros días con argumentos aún fértiles ni seguiría siendo objeto de reverencia para todo un abanico de generaciones, acá y en los más de treinta países en los que se publicó.
Porque las cosas a fin de cuentas no nos salieron del todo bien y porque, como sostiene Quino, repetimos los mismos errores históricos una y otra vez es que su gran aniversario la encuentra tan actual, con sus soquetitos blancos como recién estrenados.
Mafalda es denuncia y reflexión. Pero en su esencia, entendida como su identidad frente a la experiencia, se disponen estratégica, virtuosamente, una serie de contextos secundarios que terminan de definirla para hacerla emblemática para los millones de fanáticos que tiene en todo el mundo.