No es necesario advertir a los venezolanos que el verdadero problema de Venezuela no solo reside en quien heredó, para desgracia de nuestro futuro, al finado Hugo Chávez, sino que para mayor calamidad no ha sabido rodearse de colaboradores que impidan que los errores se sucedan como una maldición bíblica.
Los pocos que se han atrevido a tener un criterio más o menos acertado a la hora de completar un análisis coherente sobre la crisis que nos envuelve, han sido expulsados sin contemplaciones del entorno presidencial. En ese desierto de ideas solo reinan los oportunistas, los alpinistas burocráticos y, por supuesto, los uniformados convertidos en hombres de negocios.
Para aquellos que todavía tienen una venda en los ojos debería bastarles con observar lo que ha venido ocurriendo no solo en las corrientes internas del PSUV y de algunos de sus altos dirigentes y ex ministros de antaño, sino también entre sus leales seguidores que sobreviven a duras penas en los sectores populares.
La ruptura del delgado hilo de lealtad que existía entre la gente de los barrios y Nicolás Maduro y su siniestro entorno, es tan evidente que hoy lo que priva es un sálvese quien pueda. La montaña de mentiras y promesas incumplidas ya no puede ser estabilizada por la repartición de bonos, misiones y cajas de comida.
Las sociedades callan y se mantienen en equilibrio en la misma medida en que su capacidad de creer y aceptar la llegada de un futuro mejor sigue vigente. Pero ese caminar hacia lo prometido termina extenuando hasta a los más convencidos.
Esa es la etapa peligrosa e inevitable, es la inmensa y sorpresiva grieta que se abre en la tierra cuando las presiones internas salen a la superficie y arrasan con todo. Así desapareció la Unión Soviética en medio de una confusión de intereses económicos, políticos y sociales que nadie supo interpretar a tiempo, gracias a Dios.
Y es que la miseria siguió reinando en la oscuridad del autoritarismo y la represión, los privilegios políticos se hicieron inexpugnables gracias al partido, la libertad de pensar se ocultó en el sótano pero sobrevivió con una fuerza y una inquietud arrasadoras.
Si algo sorprendió al mundo fue que en aquellos países vasallos de la Europa del Este se produjera una reacción en cadena que practicaba a gritos la libertad. Y una muestra de ello lo fue el hecho de que las viejas banderas nacionales ondearan con una profusión que indicaba que durante años estuvieron esperando ese momento.
Sorprende por ello que un cable de la agencia Efe recogiera ayer unas declaraciones del vicepresidente económico de Venezuela, Tareck el Aissami (es decir, el viceministro del desastre que vivimos), en las cuales aclaraba que los anuncios de Maduro son el “parto” hacia el socialismo.
Menuda confusión porque la mayoría de los venezolanos estaban convencidos de que el socialismo ya reinaba entre nosotros. Con su cartilla de racionamiento al estilo cubano, con su mercado negro y su tráfico ilegal de divisas, con el hambre y la prostitución para sobrevivir, con el masivo exilio de venezolanos a los países vecinos, con los apagones diarios y la falta de transporte, con el deterioro de la calidad de vida. Y ahora nos dice Tareck el Aissami que esto es apenas ¡el parto!
Editorial de El Nacional