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Maduro y Milei

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Maduro y Milei

Nicolás Maduro desde su programa televisivo semanal acusó al nuevo presidente de Argentina, Javier Milei, de pretender imponer un modelo neoliberal en su país que hará desaparecer el Estado, la Constitución, la obra pública y la infraestructura pública. Lo bautizó como un modelo «absurdo radical pinochetista». En contraposición, el jefe del régimen venezolano exhibió el modelo socialista venezolano delineado por el comandante Chávez «orientado a diversificar la economía para crear nuevas fuentes de riqueza». Maduro tras diez años en el poder miente con total desfachatez.

 

 

En nuestro país no existe el Estado, salvo en su especialización represiva, la Constitución es letra muerta, los servicios públicos son una calamidad y cerca de 8 millones de personas han dejado atrás familia, vivienda y pertenencias, muchas o pocas, en una oleada migratoria jamás vista con tal de salir del paraíso del «socialismo del siglo XXI». Maduro parece hablar de su “obra” cuando aventura lo que pasará con Milei en Argentina.

 

 

En realidad, Venezuela y Argentina son, de lejos, las naciones con peor desempeño económico y social en Suramérica. En la gran nación del Cono Sur americano, que celebró este 10 de diciembre 40 años del retorno de la democracia, hay sin embargo elecciones creíbles y verificables, que condujeron a la sorpresiva y contundente victoria de Milei, expresión del hartazgo de una sociedad con una de las inflaciones más altas del planeta (142%, siempre detrás de Venezuela), 40% de pobreza y una deuda de 400.000 millones de dólares.

 

 

«Es la peor herencia de nuestra historia», dijo Milei en su toma de posesión y repitió el martes de esta semana su ministro de Economía, Luis Caputo, al anunciar un paquete de 10 medidas de ajuste tipo shock que amargará “por unos meses” aún más la vida de los argentinos, y  que fue presentado como la única opción para la recuperación económica y social. ¿Ocurrirá así?

 

 

De quien tenía que hablar Maduro -pero no puede hacerlo- es de sus amigos del peronismo kirchnerista, los grandes derrotados en las elecciones argentinas que tras cuatro años de mandato dejaron un país más pobre y más endeudado. Es más fácil y conveniente sembrar terror con la llegada del ogro ultraderechista que va a echar por la borda los grandes logros alcanzados tanto en Argentina como en Venezuela bajo estos gobiernos «progresistas», líderes en miseria y en falsas promesas.

 

 

El ajuste anunciado por Caputo contempla una devaluación del 100% (el precio del dólar era una ficción), la reducción de la pauta publicitaria en medios públicos y privados, el aumento de tarifas de transporte y gas, la no renovación de contratos de empleados públicos acordados durante el último año y la suspensión de la obra pública no comenzada porque no hay plata para su desarrollo ni para nuevos proyectos. En simultáneo, los ministerios pasan de 18 a 9 y las secretarías de 106 a 54, se duplicará el monto de la asignación universal por hijo y se subirá en 50% la ayuda por alimentación que se entregará directamente a los beneficiarios y no a intermediarios.

 

 

Milei ejecuta el plan anunciado y por el cual votaron los argentinos. Lo que está por verse en los meses que vienen es el efecto de sus medidas y si el Estado argentino estará en capacidad de compensar el daño colateral que causarán, además de que permitan vislumbrar en el corto plazo que ese es el camino.

 

 

Hernán Lacunza, quien fue ministro de Hacienda por un breve tiempo durante el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019), cree que las medidas están “bien planteadas y concebidas” y recordó que los ajustes siempre ocurren: por las buenas, con un plan; por las malas, con desorden.

 

 

El kirchnerismo corrió la arruga. Maduro hace lo mismo en Venezuela aferrado a una visión estatista de la economía, penetrada por la corrupción e incapacitada para ofrecer estabilidad y progreso. El hartazgo de los venezolanos no es para nada menor al de los argentinos. La única posibilidad de recuperar el Estado y la vida venezolana es con un cambio de mando y de rumbo.

 

Editorial de El Nacional

 

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