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Maduro en su laberinto

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Maduro en su laberinto

C on el perdón de García Márquez parodio y profano su certero título. La verdad es que también se podría llamar La segunda muerte de Hugo Chávez, con el perdón de Jorge Semprún y algún otro. Pero reverencias literarias a un lado la verdad es que Maduro está metido en un asunto harto complicado, laberíntico exactamente.

 

Hemos oído, dicho por él mismo, trescientas veinte y tres mil ochocientas cuarenta y dos veces (sic) que es el hijo de Hugo Chávez. Además vimos y escuchamos el famoso acto de entronización del heredero y, no sólo eso, Maduro ha aportado pruebas rotundas de confirmaciones post mor- tem de la feliz elección, la más difundida mas no la única, el pajarillo cantarín. De donde se puede concluir que hasta el fin de sus días Nicolás debe reverenciar a su padre, mentor, guía, maestro, monarca, cacique, Papa, pope, gurú, santo, profeta, Libertador, etc. De eso no hay duda, es una deuda eterna.

 

Para seguir con las certezas y partir de premisas claras, no creo que nadie, nadie digo, razonable o no, tenga un ápice de incredulidad de que estamos viviendo en esta tierra de gracia el más pleno y desolador padecimiento histórico.

Ahora lo crudo y duro. La ya famosa carta de Giordani, indiscutido cardenal del Santo Oficio chavista, custodio de la fe y el dogma, hace dos movimientos diestros y arteros: uno, salva la obra, impoluta, del Comandante eterno que, de paso, es su propia salvación y, dos, atribuye al madurismo, por bisoño que sea, los terribles males que sufrimos.

 

Qué puede hacer Maduro ante ese dilema, reforzado por la otra carta de Navarro, conocido como el prior del género ya extinto de las focas, prolongado miembro también del Santo Oficio. Salvo llamar traidor a Giordani, sin nombrarlo, no se le ve mucha capacidad de movimiento.

 

Porque arremeter contra esos guardianes del pasado, y ese pasado mismo, como fuente de nuestros pesares, sería, señores, blasfemar contra el padre, la segunda muerte a que aludimos, parricidio inimaginable. Lo cual hay que excluir rotundamente. Darle la razón a los desleales, reconocerse como derrochador de la herencia sacra y devastador de la patria es, de otra parte, un autosuicidio.

 

Desgraciadamente ni siquiera se puede apelar a la cuarta, al Imperio, a los oligarcas porque las balas de Giordani son personalísimas… tú hiciste, tú. Hasta aquí el laberinto sin salida aparente.

 

Pero la cosa podría no ser tan dramática.

 

Quién quita que se pueda someter al silencio, al olvido, como tantos torvos acontecimientos pretéritos. Pasar la página, ha dicho alguien. Aquí hay el escollo de que la cosa no es sólo verbal sino que algo va a haber que HACER con esta patria comatosa, o seguir por el despeñadero del Comandante, y sus cardenales (seguramente agravado por los herederos), y que parece cada día más el camino del infierno. O virar o medio virar o hacer que se vira, como anda diciendo Rafael Ramírez, a ver si algo se salva.

 

Pero aun así hay tanto pecado y tanto oscuro secreto en esa pelea, tanto Cadivi por ejemplo, de un lado y del otro, los cuales le ponen calor pero también férreos límites, que los que esperan grandes hecatombes políticas es posible esperen sentados como muchas otras veces.

 

Algunos de los combatientes quedarán maltrechos, otros se sumergirán para siempre, alguien pagará algún plato roto… eso es seguro. Y en la real realidad seguiremos dando falsos pasos hasta que el cuerpo, el pueblo, aguante.

 

Editorial del Tal Cual

Fernando Rodríguez

 

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