El miedo es constante. Cada mes, más de 43.000 personas registradas en el Programa Nacional de VIH/Sida acuden a las farmacias a recibir su tratamiento, rogando que no les toque la frase fulminante del «no hay; tiene que regresar la próxima semana». Pero a más de uno le toca oír esas palabras. La confusión, la rabia, el temor, el «qué voy a hacer ahora» aparecen por la mente. Tres testimonios dan cuenta de ello. Sus nombres fueron alterados con el fin de proteger sus identidades reales.
«El sistema es deficiente»
Armando es nuevo en el tratamiento antirretroviral. Desde febrero toma viraday. Confiesa que le sentaba bien y que se sentía cada día mejor. Esto ocurrió hasta el viernes pasado, cuando le tocó lo que más temía. «Tenía mi cita en el departamento de Inmunología del Hospital Victorino Santaella. Me dijeron que no tenían el medicamento y sólo me quedaba para un día más», confiesa. La última pastilla la tomó el sábado pasado.
Está consciente que el tratamiento no debe ser interrumpido. También está consciente que es su derecho tener acceso a un sistema de salud óptimo que le asegura la vida.
«Estoy preocupado», dice. «Leo por la Agencia Venezolana de Noticias que todo el suministro de antirretrovirales está asegurado. Pero no es lo que veo en el hospital. Es un poco decepcionante porque lo que veo es un sistema deficiente». ¿Cuándo llegarán los medicamentos? Nadie le responde. «Los médicos (del hospital) me tratan bien, son amables conmigo. Pero es lo único que pueden hacer. No tienen más alternativas», dice.
Un temor frecuente
Gabriela tiene 38 años, pero desde hace 16 que está tomando antirretrovirales. Primero lo hacía con uno llamado Kivexa, pero cuando hubo retrasos en Bolívar se lo cambiaron por Abacavir con Lamivudina.
Trabaja en una fundación que apoya a personas con VIH y Sida y sus familiares. Miedo es la palabra más frecuente con la que tiene que lidiar. «Los que tenemos VIH vivimos con miedo», dice para luego corregir. «No, yo no tengo miedo porque confío en Jesús. Pero los que se acercan a la fundación sí lo tienen porque saben que si no toman la medicina van a empeorar, se deprimen».
Se considera con suerte porque cuando falta un antirretroviral lo hace por una o dos semanas y «no como otros estados, donde sabemos que falta por meses». En este momento, indica, están faltando Isentress Lamivudina y Viraday. A veces los ayudan residentes de hospitales para calmar a los pacientes. «Les aconsejamos que se alimenten bien, que duerman, todo para que puedan calmar la ansiedad», dice.
La última opción
Para Francisco la situación es cada vez más crítica. Lleva 18 años tomando antirretrovirales desde que fue diagnosticado cuando apenas era un adolescente. Esta es la segunda vez en su vida que se ve en la obligación de suspender su tratamiento por la escasez de estos fármacos.
Toma Etravirina, Ritonavir, Tenofovir y Darunavir, pero este último es el que le está dando dolor de cabeza. Lo único que le dicen en el centro donde recibe los medicamentos en San Bernardino es «ya está por llegar. Mientras tanto, pare el tratamiento». Pero la falla de este antirretroviral ya va para «dos o tres meses», dice. El mes pasado consiguió un frasco del fármaco solo porque un contacto le dijo que se acercara al Ministerio de Salud. Allí le dieron el medicamento que otro paciente no había retirado.
Su caso es especial porque ya tiene muchos años con el virus en el cuerpo y ha generado resistencia a varios antirretrovirales. «El esquema que cumplo ahorita es la última opción de tratamiento que tengo. Si también genera resistencia, no tendré cómo continuar». «¿Qué siento? Que al Gobierno no le interesa la salud de las personas», puntualiza.
El Universal
Por Daniel González Cappa