El regreso de los Monty Python a escena después de casi tres décadas fue lo que tenía que ser, a tenor del entusiasmo e incondicional rendición de los fans que abarrotaron anoche un recinto de 14.500 plazas. Y poco más. Quienes esperaran un renovado destello de genialidad por parte de los cinco cómicos se toparon con un mero revival de sus viejos grande hitos, maravillosos sí, pero sin el arrope de ese “nuevo material” anunciado por los cinco cómicos, hoy todos ellos septuagenarios. El espectáculo encarnó en realidad un homenaje al grupo que marcara un antes y un después en el arte de hacer humor. Despedida, y un punto final.
La aclamación con la que el público recibió a los Python, cuando John Cleese, Terry Gilliam, Eric Idle, Terry Jones y Michael Palin comparecieron en un auditorio trastocado en escenario de music hall, ya anunciaba carta blanca. Lo que siguió fue una cadena de los conocidos sketches que a finales de los 60 les erigió en los grandes innovadores de la comedia, con un humor surrealista e irreverente hacia el establishment de entonces, e interpretados por sus protagonistas de antaño en un mero calco de las glorias del pasado. La escena del pub (“Codazo, codazo”) en la que se juega con el doble sentido buscando implicaciones sexuales, la “loca entrevista de trabajo” que utiliza el absurdo como dardo contra las miserias de la vida laboral, la irrupción de la “Inquisición española” en las salitas de la clase media inglesa, las parodias de la iglesia o de los militares.
Las novedades prometidas por los Python fueron pocas, y se resumieron en un hilarante duelo dialéctivo entre el Papa (Cleese) y Miguel Ángel (Idle), junto a un breve cameo del popular actor Stephen Fry y la proyección de un clip que tuvo como protagonista estelar al científico Stephen Hawking. Corto y muy divertido. Pero quizá el momento estelar de la noche, aquel en el que los cinco cómicos recuperaron la mejor forma, fue el engarce del celebrado sketch galáctico con los de la tienda de los quesos y el del loro muerto, todos ellos sobradamente conocidos del público que los esperaba a pesar de sabérselos ya de memoria. Ese fue el verdadero leif motiv de la velada, recuperar por una noche el antiguo goce que procuraran los Python a sucesivas generaciones de británicos.
“Mira siempre el lado brillante de la vida”, cantaron todos al unísono, los cinco cómicos y los espectadores, en el brevísimo bis que todos esperaban de antemano para rememorar la famosísima escena final de la película La vida de Brian. El circo no voló anoche por última vez, porque todavía restan otras nueve funciones a lo largo de este mes de julio. Un número calculado (más, probablemente no sería aconsejable) para agotar definitivamente la veta. Fueron los más grandes, y por ello incluso el crítico más acerado se resistirá a censurar a quienes son hoy considerados un tesoro nacional. Pero hasta ellos mismos aceptan que les ha llegado la hora de la definitiva jubilación, pasando eso sí antes por caja.
EL PAÍS