Impactan en la opinión pública a través de redes sociales, influyendo en el consumo y la política sin una regulación clara.
¿Qué significa ser un “influencer”? Según la RAE, “la voz “influencer” es un anglicismo usado en referencia a una persona con capacidad para influir sobre otras, principalmente a través de las redes sociales”. Como alternativa en español, se recomienda el uso de influyente. También, serían alternativas válidas: influidor e influenciador.
Más allá de las cuestiones lingüísticas, este término, probablemente, está considerado como uno de los vocablos más usados en 2024, porque el “influencer” constituye una de las profesiones más apetecibles por sus funciones, impactos, seguidores e ingresos en el planeta de la comunicación.
El poder de este ciber comunicador -nacido de la revolución digital vigente- no es fruto del azar, sino de procesos de formación emergente que integran varias disciplinas de última data: la comunicación (comunicación asociada a la informática); la Internet y sus aplicaciones, en especial las redes sociales; las investigaciones en opinión pública y mercadeo, y sus impactos en el comercio, la publicidad, el diseño gráfico digitalizado, la psicología política; y, la inteligencia artificial, que ha invadido todas las plataformas.
Un aspecto importante del novedoso ejercicio comunicativo del “influencer” es la supuesta credibilidad (autoridad) sobre temas específicos. Esta característica -que se mide en miles o millones de seguidores- fortalece su presencia que influye, -de ahí su apelativo-, en la toma de decisiones de potenciales usuarios o clientes, en relación con una marca, una idea o un propósito político.
El “influencer” adquiere así la calidad de preceptor, especialista, maestro, guía o mentor sobre un tema de interés que “garantiza” la idoneidad de un producto, servicio, o campaña. Su aporte es clave si está apoyado por la verdad o posverdad, la experiencia, las estadísticas (confiables) y las tendencias, casi siempre integradas a propuestas instaladas en la promoción profesional a través de los medios digitales.
Las campañas de mercadeo comercial y político están saturadas de “influencers”, que en 2023 facturaron más de USD 21 mil millones de dólares. Los medios de comunicación tradicionales -radio, prensa y televisión- están superados por una experticia digital, que comporta investigación, documentación, creatividad e intuiciones gracias a una herramienta incomparable: la inteligencia artificial.
Como resultado, las campañas electorales se cuecen ahora en el ciberespacio, con estrategias que no solo insinúan o persuaden a los electores, si no crean perfiles ficticios de candidatos que podrían, en ocasiones, distorsionar la democracia y sus principios, con discursos alternativos que atizan la polarización social.
¡Hay pruebas sobre la incidencia de las redes sociales y sus “influencers” -robots incluidos- en el reinado de la plutocracia mundial conducida por los tecno millonarios!
¿Quién regula la labor de los “influencers”? Nadie. Y no se trata de cobrar impuestos solamente, como se cree, sino de valorar los contenidos. ¿Una ética o ideología de las redes sociales y la inteligencia artificial, como propone Adela Cortina?
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Fausto Segovia Baus
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