Los ídolos caídos

Los ídolos caídos

Lula en el banquillo

 
No debe extrañar a nadie medianamente informado lo que hoy ocurre en Brasil: el escándalo de corrupción más grande jamás destapado en esta parte del subcontinente americano. Nuestro gigantesco vecino siempre ha hecho gala de la desproporción territorial que le concedió Dios y la naturaleza, y nada de lo que pueda surgir en su vasto territorio puede ser minúsculo o reducido a simple escala humana.

 

 

Quizás si Lula hubiera sido un alto y prestigioso dirigente sindical en otro país, su destino sería distinto a este desalojo tan brutal desde la cima de la fama política, y de esta suerte de funeral en vida que hoy está recibiendo como líder de una corriente populista que buscó incluso colocar a Brasil como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU y formar un poderoso grupo aparte de las grandes y viejas potencias que le negaban su sitial como un país mayor de edad.

 

 

Lula fue la fórmula exitosa que la «revolución cubana» consiguió cuando las ideas y las prácticas de Fidel Castro rechinaban demasiado por sus interminables fracasos en América Latina. A partir del Foro de Sao Paulo se construyó esa nueva y quizás última plataforma internacional que los hermanos Castro podían colocar en marcha antes de que la muerte los hunda en el olvido.

 

 

Con Lula entraba en la escena de Brasil un torrente de sangre fresca no porque el líder sindical fuera un huracán político, sino porque en él se cumplía la antigua y falsa consigna de «todo el poder para los obreros», que resonó en las calles de la Rusia revolucionaria y cuando Lenin asaltaba los restos del reinado de los zares.

 

 

Pero a Brasil el destino lo colocaba no solo en un sitial prestigioso por sus ansias de grandeza sino también porque había padecido largas dictaduras y una serie de mandatarios blandengues o desprestigiados.

 

 

Con Lula iba a ser diferente porque su popularidad era avasallante y su fama de hombre correcto se extendía por este país que deseaba y necesitaba de una limpieza a fondo luego de las decenas de escándalos de corrupción que, entre otras cosas, sacó a Collor de Mello de la presidencia luego de un largo debate parlamentario, un juicio casi eterno y un cansancio político de la sociedad en pleno.

 

 

A Lula lo persiguió la alegría y la desgracia desde los inicios de sus mandatos que, por otra parte, fueron etapas de crecimiento y éxito de sus programas populistas que llegaron con eficacia a los sectores más desprotegidos. Pero paralelamente creció a su lado una nueva burocracia sedienta no simplemente de poder sino de acumulación de capital en sus cuentas personales. El escándalo del «mensalão » fracturó el entorno de Lula y descubrió las turbias maniobras del personajito José Dirceu, el gran operador de las mesadas a los representantes de la coalición lulista en el Parlamento y gerente de los sucios negocios internacionales. Aquí en Caracas creó una embajada paralela y anudó grandes negocios con los bolivarianos y sus empresarios. Lula, ladrón, le gritó la gente pocos días atrás.

 

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