La crispación que ha generado la desinformación oficial en relación con lo que debe considerarse motivo de preocupación nacional y no un secreto bien guardado, como es la salud del Presidente, está alcanzando altos y peligrosos niveles de exacerbación, sobre todo porque a medida que se alarga la ausencia del primer mandatario se percibe, como nunca antes, la intromisión cubana en nuestros asuntos públicos.
Vanguardia al fin, el estudiantado no podía permanecer de brazos cruzados ante una situación que exige actitudes responsables en la búsqueda de respuestas e información en lo que atañe a lo que ya parece ser un enigma, un misterio al cual sólo tienen acceso los iniciados en un dogma mágico e ideológico y religioso, que convierte a Bolívar en Dios y a Chávez en su profeta como pilares de una religión de nuevo cuño.
Los estudiantes querían saber qué pasa realmente con el Presidente oculto, secuestrado o recluido en La Habana. Querían dejar claro que estaban dispuestos a defender la soberanía nacional y que no se iban a doblegar ante el yugo de una nación invasora, que hace uso de sus servicios de inteligencia y sus capacidades bélicas para apuntalar el régimen de facto con el cual nos castiga.
Asistidos por la razón práctica e impulsados por un incuestionable imperativo moral, un grupo de ellos, provenientes de varias universidades nacionales, hizo sentir su disenso en los alrededores de la Embajada de Cuba, exigiendo una fe de vida que certificase la existencia de Chávez.
Esta solicitud desató la ira de los agentes del colonialismo antillano, custodios del nuevo orden establecido, y como desproporcionada respuesta movilizaron a sus esbirros para reprimir el reclamo estudiantil, repartiendo tortas a mansalva, practicando arbitrarias detenciones y, para redondear la faena, agrediendo a los periodistas que cubrían la protesta.
Como si se tratara de soldados imperiales, esos modernos cipayos dejaron claro que los juicios sumarios no son exclusivos de la Revolución Cubana.
Armados de cámaras fotográficas o haciendo uso de su celulares, documentaron gráficamente la actuación de los reporteros y les aplicaron un fichaje express sospechosamente emparentado con los procedimientos judiciales aludidos.
Guardias y policías apellidados nacionales y bolivarianos actuaron en defensa del colonialismo y no de nuestra soberanía. Y aunque la improcedente detención de siete universitarios no se prolongó más allá de seis horas, no deja de ser un encarcelamiento irracional con diáfano carácter de mensaje.
Un mensaje para que no reaccionemos ante el vasallaje y nos habituemos a la conducta de los usurpadores que los Castro pusieron al frente del Ejecutivo a cuidar lo que, como si fuese su hacienda, el paciente clandestino puso a entera disposición de la isla./DO
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