En muchos casos se construyeron con la misma intención que un puente o una carretera, como medio de transporte. Hoy, los tomamos para ahorrar escalones y esfuerzo, pero también para disfrutar de la belleza del camino, de la perfección de la tecnología, de cómo han encajado en centros urbanos o edificios apoteósicos. En su momento fueron útiles, pero hoy son (además) atracciones turísticas fascinantes. Como los miradores, el ascensor se ha colado en la agenda de muchos de nuestros viajes.
El primer ejemplo evidente es el de Santa Justa, en Lisboa, cuyas obras comenzaron en 1900 y terminaron en 1902. Viajar a la capital portuguesa significa subir en este ingenio de hierro, un bellísimo elevador que une la Baixa con el Chiado y el Barrio Alto. Fue diseñado por Raoul Mesnier de Ponsard, discípulo de Eiffel y responsable en la misma ciudad del Elevador do Lavra.
Santa Justa fue en principio impulsado por el vapor, y, pocos años después, instaló el sistema eléctrico. Tiene 45 metros de altura, una decoración de estilo neogótico y una capacidad de carga de 24 personas. Desde arriba, podemos disfrutar de las mejores vistas de la ciudad. En la zona de llegada hay una cafetería desde la que se ve hasta el Castillo de São Jorge. La entrada cuesta 5 euros, ida vuelta, aunque la atracción está incluida en la tarjeta Lisboa Card.
Santa Justa, Lisboa
Bailong, en Zhangjiajie. (Hunan, China)
Hammetschwand. Lucerna, Suiza
AquaDom: ascensor dentro de un acuario. Berlín
El ascensor hidráulico del Louvre. París
Museo Mercedes Benz, Stuttgart
Globen Arena, Estocolmo
Edificio Taipei 101: el ascensor más veloz del mundo
Fuente: ABC