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López Obrador, para atrás como el cangrejo

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López Obrador, para atrás como el cangrejo


 
 
 López Obrador, para atrás como el cangrejo

 

Querer poner en jaque a la OEA por un movimiento del péndulo ideológico, que se diluirá en pocos años, no es serio. / Foto: EFE

 


José Méndez

 



El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, genera polémica con algunas de sus decisiones internas e internacionales. Tras mantener un silencio cómplice o su apoyo a dictaduras como las de Cuba, Venezuela y Nicaragua, amparado en el uso acomodaticio del principio de la no intervención, el fin de semana anterior anunció que revivirá la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) como un mecanismo destinado a reemplazar la OEA. Un paso adelante y tres pasos atrás.

 

 

López Obrador tiene derecho a convertirse en el nuevo referente de la izquierda latinoamericana, reemplazando a Hugo Chávez o a Lula da Silva. En una Cumbre de Cancilleres de la CELAC en México, dijo que va a construir algo similar a la Unión Europea y que “no debe descartarse la sustitución de la OEA por un organismo verdaderamente autónomo, no lacayo de nadie, sino mediador a petición y aceptación de las partes en conflicto en asuntos de derechos humanos y de democracia”.

 

 

El que esta propuesta que vincula derechos humanos y democracia provenga de quien no condena la reciente represión de la dictadura cubana ni la violación de los derechos fundamentales en la isla, y que además haya defendido la dignidad de Cuba, deja mucho que desear. Si frente a la “amenaza” de la OEA y la Comisión y la Corte Interamericana de Derechos Humanos prefiere alentar instancias complacientes para atender estas situaciones, le hace un flaco favor a la causa de los derechos fundamentales en la región.

 

 

La propuesta de revitalizar la CELAC es bienvenida. Fue concebida como una instancia de integración física, energética y comercial, entre otros temas. Desde su inicio se incorporó a Cuba y dejó a Estados Unidos y Canadá por fuera. Infortunadamente Chávez y Lula, con el uso de Petrocaribe y de la chequera petrolera de Venezuela, condujeron a su ideologización bajo la mampara del socialismo del siglo XXI. Algunos de sus presidentes pro tempore, como en el caso de Chile y Costa Rica, le dieron un giro más pragmático y menos confrontacional, mientras los demás presidentes, como Cuba, Bolivia, Ecuador y El Salvador, fortalecieron el carácter político y de confrontación.

 

 

Con esta propuesta de López Obrador, no es la primera vez, ni será la última, que se intenta acabar con la OEA. La CELAC, Unasur y ALBA fueron mecanismos utilizados en su momento para crear alternativas paralelas a dicha entidad, por considerar que se trataba de un organismo subordinado a los Estados Unidos. Como paradoja, durante la mayor parte del presente siglo fue precisamente Venezuela el país que impuso su hegemonía dentro de la OEA. Los países beneficiarios del petróleo entregado como regalo, o a precios preferenciales y en condiciones muy favorables, impidieron que se cuestionara o sancionara a Caracas por su giro autoritario. El caso más evidente fue la lucha que dio su secretario general, Luis Almagro, para que se aplicara la Carta Democrática Interamericana contra el régimen de Nicolás Maduro, que no logró las mayorías necesarias. Algunas de las islas caribeñas continúan lavando los dineros de la corrupción y el narcotráfico venezolano.

 

 


Que la OEA, al igual que muchos organismos multilaterales, requiere cambios es un hecho cierto. Para el efecto están sus órganos políticos, en los cuales los 34 Estados integrantes pueden hacer las modificaciones pertinentes. México es uno de ellos. Es curioso que López Obrador, que aceptó de manera dócil las imposiciones que en su momento le hizo Donald Trump sobre migrantes, aparezca ahora como el gran reivindicador retórico de los derechos latinoamericanos y caribeños.

 

 

La OEA no debería ser manipulada por ningún país y más bien debería mantener la unidad regional dentro de la diversidad ideológica. Querer poner en jaque a la organización por un movimiento del péndulo ideológico, que se diluirá en pocos años, no es serio. Como en la frase de marras: “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”.


El Espectador

 

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