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Leopoldo López: En la cárcel decidí crecer como hombre

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Leopoldo López: En la cárcel decidí crecer como hombre

El tribunal 28 de juicio de Caracas es un espacio más bien pequeño, con muebles básicos de fórmica para acusados y acusadores y seis bancos apretujados para el público que tenga la ‘suerte’ de entrar a ver cómo se decide allí la vida de la gente.

 

Suerte en este caso, porque se trata del juicio al dirigente opositor venezolano Leopoldo López y otros cuatro estudiantes a quienes acusan de los destrozos causados por la protesta que tomó las calles de la capital venezolana el pasado 12 de febrero. Suerte, porque solo puede entrar familia y amigos directos de los imputados, porque no se deja a periodistas cubrir el juicio (aunque todo juicio debe ser público, según la ley venezolana) y porque a todos se les quita el teléfono celular antes de entrar. No se puede siquiera tomar notas. El papel es un lujo solo para abogados y los bolígrafos no pueden ni usarse para recogerse el pelo. Ver y contarlo es una cuestión de suerte, un asunto de memoria.

 

Mientras se arregla la parafernalia judicial, la familia y los amigos esperan. Es inusual el despliegue de funcionarios: ocho uniformados de la Dirección de Inteligencia Militar custodian el lugar, además de cuatro alguaciles –normalmente son dos–, y se sabe que la audiencia puede empezar en cualquier momento cuando llegan los acusados.

 

López, junto a los estudiantes Christian Holdack, Marco Coello, Demian Martínez y Ángel González, entra a la sala cerca de las dos de la tarde. El ambiente aún no es tan tenso. Comienza un baile de abrazos, sobre todo hacia los que siguen detenidos (solo López y Holdack, el resto es juzgado en libertad) y Lilian Tintori –esposa de López– aprovecha el primer minuto –beso antes que nada– para ofrecerle a su esposo un rápido almuerzo, carne y pollo con ensalada que trajo en una bolsa.

 

López se quitó la barba con la que se dejó ver en alguna foto que se filtró de la prisión militar de Ramo Verde, donde se encuentra recluido desde el 18 de febrero tras entregarse a las autoridades. Viste jean, camisa azul clara y botas vaqueras. Sigue siendo delgado, atlético y sonríe a su familia. No baja la cabeza. Saluda a todos, da la mano a alguaciles después de que le quitan las esposas. No parece que tuviera seis meses preso, ni siquiera seis días, por el ánimo que muestra.

 

Se le acusa de incendio, instigación pública, daños a la propiedad y asociación para delinquir. Este último delito podría enviarlo hasta 10 años a la cárcel.

 

Como solo puede ser visitado por sus abogados y su familia más directa (esposa, hijos y padres), solo se ha sabido que López “se mantiene fuerte” y que “no le van a quebrar el espíritu”. Otra cosa es que él lo diga, sin intermediarios, por primera vez: “Cuando entré a prisión, uno de los coroneles me trató muy amablemente y me dijo «mire, aquí en la cárcel uno puede decidir dos cosas: crecer como preso o crecer como hombre», y yo decidí la última, trato de aprovechar mi aislamiento y mi soledad para crecer. Estoy pintando, aprendiendo a tocar cuatro, leo todo lo que puedo, escribo y hago todo lo posible para que la cárcel no se me convierta en una frustración”.

 

Dice que pinta animales a carboncillo y que ahora lo acompaña la lectura de un libro que recomienda de Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, además de uno de Germán Carrera Damas y otro sobre economía. Dependiendo de la narrativa, termina uno cada dos o tres días.

 

Dos candados son la primera certeza del día cuando se levanta –dice que poco antes de las cinco de la mañana–, el de su celda y el del tercer piso del edificio de máxima seguridad de la cárcel donde se encuentra. En una pared tiene pegadas todas las estampitas e imágenes religiosas que la gente le envía con su esposa, en la otra sus dibujos. Dice que un caballo que hizo le quedó “muy bien”.

 

«¡Chávez vive!»

 

Por ser un recinto militar escucha desde temprano los saludos oficiales entre las tropas: “¡Chávez vive!”, grita uno. “¡La Patria sigue!”, responde otro. “Es impresionante el nivel de ideologización de la Fuerza Armada”, comenta serio pero sin amargura. “Allí debe mantenerse, y se mantiene, una apariencia de obediencia, de que se siguen las órdenes, pero al final todos somos venezolanos. Quienes me custodian terminan contándome cosas, que ganan menos de 150 dólares mes, que la inseguridad está horrible, que no consiguen harina, aceite…”.

 

Explica que el carácter político de su encierro es tal que una vez lo reprendieron por hacer ejercicios con una camisa naranja, el color de su partido político, Voluntad Popular. Al llamado de atención le explicó a sus custodios que nada más político que los saludos matutinos aludiendo al fallecido Chávez. “Me respondieron, ‘bueno, y ¿cuál es el lema de ustedes?’. Al haber un ‘ustedes’ hay un ‘nosotros’, lo que deja claro que a la Fuerza Armada se la ha politizado a tal punto que no nos pertenece a todos. Solo les dije, me gustaría que el lema de todos fuera ‘Gloria al bravo pueblo’, como dice el himno nacional”.

 

La rotación semanal de los custodios no permite mayor empatía, pero sí alguno que otro gesto para aligerar el encierro. “El otro día le pedí a uno de los jefes que quería ver la película Libertador y bueno, a los dos días nos mandaron a la celda de Daniel (Ceballos), que tiene un televisorcito y vimos la película, un ‘quemaíto’, de esos piratas”.

 

En el piso de arriba está el alcalde de San Cristóbal, Daniel Ceballos, en el de abajo el alcalde de San Diego, Enzo Scarano, y quien era el jefe de seguridad de esa alcaldía, Salvatore Lucchese. Todos fueron despojados de sus cargos por los tribunales, por lo que son los presos políticos más reconocidos del gobierno del presidente Nicolás Maduro.

 

Cada tarde improvisan juegos de baloncesto cuando los llevan al patio por un poquito más de una hora. Las otras 23 horas son de soledad. “También nos vemos en las misas, cada miércoles. Logramos que nos dieran misa”. Comenta que, apenas se levanta, hace “ejercicios espirituales” sobre los que no ahonda, pero que reconoce como parte primordial de una rutina en la que ya no tiene ni radio ni TV, pues se los quitaron en la última requisa que le hicieron a su celda, esta vez con empujón incluido y, más abajo, una golpiza al alcalde Scarano.

 

En estos seis meses de reclusión, al calabozo de López lo han requisado ocho veces, llevándose sus manuscritos, su correspondencia personal y algunos libros. “Entran todos encapuchados y jurungan (hurgan) todo, me voltean todo, leen mis cosas y uno no puede ni moverse, solo esperar que se vayan”.

 

Dice que no le han devuelto nada, ni siquiera los apuntes para su defensa, un manuscrito de casi 100 páginas.

 

Pero no hay rutina en cautiverio que supla el contacto directo: “¡Claro que me aburro de tanto silencio! ¡Mira cómo estoy hablando sin parar!”, dice sonriendo. Lilian no deja de tocarlo, darle la mano. Un alguacil le devuelve la imagen de yeso de una Virgen María que había puesto en la mesa donde se sienta su esposo: “No puede poner eso aquí, señora”.

 

La balanza rota

 

De repente, un revuelo acaba la conversación y López se apresura a ocupar su lugar en el banquillo. La tensión se apodera del lugar cuando entra la jueza Susana Barreiros, de contextura delgada y sorprendentemente joven, con la solemnidad que imponen las formas. Todos de pie, se abre el acto, pueden sentarse.

 

Al proceso contra Leopoldo López lo tiñen varias irregularidades, pero la más visible es que el tribunal no le ha admitido a la defensa ni un testigo ni una sola prueba y, este miércoles, en menos de una hora, ratificó esa medida. A cuatro peticiones hechas por la defensa, la respuesta fue la misma: sin lugar.

 

En cambio, a la Fiscalía le fueron aprobados 78 testigos y podrá presentar 120 pruebas, entre videos y tres trinos con los que esperan probar que el llamado a protestar hecho por López generó la violencia del 12 de febrero. La acusación se fundamenta en el análisis de contenido de sus discursos, hecho por dos especialistas que la prensa local ha identificado como partidarios del gobierno ‘revolucionario’ y que concluyeron que López sería un verdadero ‘profeta’, pues “sus palabras tienen un efecto directo sobre las actuaciones de sus seguidores”, según dice el documento.

 

Este miércoles también se vencía el tiempo para que una instancia superior, la Corte de Apelaciones, diera su veredicto sobre si el juicio puede seguir sin que se le admitan recursos a la defensa. Su respuesta fue negarle anoche todas las pruebas a la defensa.

 

Ante ese panorama, y aprovechando una breve intervención que le permitió la jueza, López la increpó directamente. “¿Cuál es el objetivo de un juicio en el que una de las partes no puede presentar una sola prueba para defenderse. Eso no es un juicio, es una aberración a la justicia. Este juicio es un paredón de fusilamiento, solo quiero dejar constancia de eso”.

 

De ese modo concluyó la audiencia de un proceso que promete ser muy, muy largo. Todo el mundo debe levantarse de la silla al salir la jueza. Al padre de López le cuesta ocultar la indignación, mientras acusados y acusadores firman el acta de lo que acaba de ocurrir. La mamá lleva por dentro la pena, incólume. Al exalcalde lo esperan ocho agentes fuertemente armados del Servicio Bolivariano de Inteligencia, que de inmediato le ponen las esposas para regresarlo a la cárcel. Esposado, levanta las manos y así se despide.

 

Cinco patrullas lo escoltarán, una inversión de esfuerzos que no se ve en Venezuela ni para los delincuentes de la más alta peligrosidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente: Notitarde 

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