En el mundo musulmán, donde las mujeres no gozan de todos sus derechos elementales, sobrevivir como tal no es sencillo. Por el contrario: cada vez que hay un nacimiento en puerta, los padres celebran si se trata de un varón y lloran si quien asoma del vientre de la madre es mujer.
En Kabul, Afganistán, el sufrimiento es mayúsculo por las leyes que rigen la vida de las familias desde el inicio mismo de su existencia. Son varias las organizaciones internacionales que denuncian y condenan estos atropellos básicos a las mujeres, aunque con nulos resultados en la práctica. Afganistán ocupa el primer lugar en la escala de países con peor reputación para ser mujer.
Es por eso que nadie quiere parir una niña. Y su llegada, lejos de ser una bendición, es un tormento. En Afganistán, el único objetivo que debe tener una mujer es tener hijos varones y creen que el sexo del bebé está íntimamente vinculado con lo que la madre quiere. Para los extremistas, el útero está conectado con el cerebro.
En su nuevo libro The Underground Girls of Kabul (Las niñas subterráneas de Kabul), Jenny Nordberg explora el submundo al que son relegadas las mujeres al nacer, y va más allá: descubre las historias de aquellas niñas cuyas familias ocultaron su identidad y “transformaron” en niños, para que no sufran el islam, aún sabiendo su sexualidad de nacimiento.
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