A Las Morenas de Chichiriviche de la Costa las une la sangre, la fuerza y el oído musical. Desde 2024, el tambor de este pueblo lleva su nombre y con razón: reactivaron la movida tamborera y ahora no hay fiesta local en las que no las quieran tener | Por María José Dugarte y Valentina Rivas
“No hay costa sin tambor”. Eso es lo que repite cualquier residente de los pueblos costeros de Venezuela. Y es una realidad. El ritmo se ve en las calles, en la gente y su flow. Y Chichiriviche de la Costa no es la excepción.
Apenas suenan los primeros repiques de lo bajos en una casa, los vecinos alzan sus miradas y sonríen. No importa si están lejos. Es como magia musical, una complicidad cultural. No evitan mover sus pies y las caderas, y los niños son los que comienzan la fiesta aunque solo se trate de un ensayo breve.
En este pueblo, ubicado al final de la costa guaireña, a casi dos horas y media de Caracas, el tambor tiene fuerza, voz femenina y un nombre: Las Morenas de Chichi.
La agrupación está integrada por 15 mujeres que le dan duro al cuero de los tambores. Todas son primas, hermanas, tías y madres de la familia Mayora y desde hace un año y medio Las Morenas ponen a bailar a cualquiera que se acerque al pueblo a pasar un día de playa.
Después de la vaguada, llega el tambor
“Cuando esto nació, habíamos perdido nuestras casas casi todas”, dice Silvana Mayora, quien tiene 33 años y es la menor de las integrantes de Las Morenas de Chichi.
Cuenta que era septiembre de 2022 y las lluvias no paraban. Al principio lo miraban con normalidad, pero Yanelvis, una de sus primas, se quedó sin casa por un deslizamiento de tierra y el estado de alarma se generalizó. Estaban en riesgo debido a una vaguada estacionaria que semanas antes había ocasionado un deslave en Aragua.
Vecinos del sector Colombia de Chichiriviche de La Costa, ubicado en una zona alta y cercana a una quebrada, comenzaron a ver sus hogares destruidos con los días. La familia de Silvana resultó ser una de las más afectadas.
—No, nieta, yo no me voy para allá abajo. A mí no me va a pasar nada. Yo tengo 83 años aquí y no me ha pasado nada.
Eso dijo el abuelo de Silvana. Pero la realidad es que pasó: el 19 de octubre de 2022 la casa desapareció junto con otras siete viviendas.
“Fue un día muy difícil porque yo viví allí desde que estaba chiquita, mis tías vivían allí. Mis abuelas. Salir del lugar donde creciste es muy fuerte”, dice.
Después de esos días, les tocó reacomodarse. Unas vivían por la playa, otras por el sector Vega Arriba, unas en otra zona de la montaña: “Andábamos todas dispersas y nos dolió porque nosotras somos muy así, vivimos todas juntas. Somos unas amiguitas, siempre estamos unidas, de una manera u otra”.
Las mujeres de la familia Mayora entraron en una etapa de duelo por la pérdida de sus memorias. Sus recuerdos eran restos de paredes rotas y lodo.
No solo tenían que gestionar su duelo familiar y el personal, sino que entraron en una etapa más: hablar con el Estado para evaluar lo que pasaría. Si recibirían una vivienda o algún tipo de ayuda para retomar sus vidas. Se enfocaron mucho en eso hasta que llegó una idea: empezar a reunirse para tocar tambor.
—Una mañana estábamos en el trabajo y una tía me dijo: “¡Ay! ¿por qué no hacemos un grupo de tambor femenino?”. Yo le dije: «Ay, qué bueno”. Vine para mi casa, le informé a mi hermana y se motivó—, cuenta Yulimar Mayora, la coordinadora de Las Morenas de Chichi y la encargada de tocar el medio bajo.
Del comentario pasaron a la acción. Yulimar no se creía que sus primas llegarían a la primera reunión del grupo, pero lo hicieron. Dándole a unos tambores prestados se dieron cuenta de lo que ahora es obvio para el resto de sus familiares, vecinos y amigos: había sincronicidad. Ritmo. Fuerza. Y lo esencial: ánimo y compromiso.
—Así conformamos el grupo Las Morenas. No hubo otro nombre. Siempre fuimos Las Morenas.
La vida diaria y la música
La mayor de Las Morenas de Chichi se llama Maximira, tiene 60 años y es corista, junto con ella canta y baila Yorbelis, de 34 años. Gregoria, su hermana, tiene 55 y toca la maraca. Carolina toca la campana y tiene 51. De los bajos se encargan Norelys (40), Yanelvis (38) y Silvana (33). De los tambores medio bajo Yulimar (45). Cruz (33) toca los palos. Yolimar (34) canta y toca la guarura. Y Marlene (39) le da al maracón.
Están unidas por la sangre, la música y un contexto similar: se dedican casi de lleno al hogar y al cuidado de sus hijos. El sueño común es que ellos puedan salir del pueblo a estudiar. Lo desean porque es algo que ellas no tuvieron: “Esto es muy lejos y algunas fuimos madres muy chamas”.
El trabajo doméstico no es lo único en su vida, lo social ha tenido un gran peso. De forma empírica, y con el apoyo de otras personas, incluyendo organizaciones que han llegado al pueblo, han aprendido sobre recreación infantil y promoción de la cultura local. El turismo, ese que era más abundante en años pasados, también las mueve. Desprenderse de su comunidad no está en sus planes y dan su aporte como pueden.
Por ejemplo, dos de ellas, Marlene y Yulimar, son enfermeras en el ambulatorio. Silvana trabaja como inspectora de pesca y también da clases de baile desde hace 14 años. Gregoria vende golfeados. Y otras han conseguido espacio en la cultura, el turismo, entre otras actividades que les permitan mantenerse en Chichiriviche de La Costa y resolver.
—Aquí todos tenemos que aportar, pero es complicado. El 4 de agosto arrancó un plan vacacional para los niños, inscribieron a 120, pero vienen pocos porque hay un problema con una tubería. Se complica para todos—, cuenta Silvana, quien organizó las actividades.
Para llegar a Chichiriviche de la Costa hay que adentrarse a la zona oeste La Guaira, justo donde la playa y la montaña se cruzan. El camino no es fácil, aunque algunos “extraños” como le dicen a los de Caracas los lugareños, dicen que antes la carretera estaba más deteriorada.
Los locales tienen solo dos formas de salir del pueblo: en carretera o en lancha. El único autobús que sale de allí se va por la mañana y regresa a la 1 de la tarde.»Si no estás en Catia La Mar a la hora que es, te dejan», dice Silvana.
El pasaje cuesta alrededor de cinco dólares y por eso Las Morenas salen poco: «Nosotras podemos salir una vez al mes hacia La Guaira, pero hay muchas personas que salen del pueblo cada seis meses».
Como Silvana, otras mujeres han dejado atrás sus sueños porque se les hace difícil salir del pueblo tan seguido: «Yo quería ser enfermera. Hice dos semestres pero luego fue imposible y lo dejé».
«Creo que somos demasiado fuertes porque no es fácil, aquí vives con lo mínimo. No alcanza para todo y más si tienes chamos», dice Silvana.
La comida en Chichiriviche de La Costa es cara, un mercado con productos básicos para la semana puede costar el doble de lo que cuesta en Caracas porque es difícil movilizar los alimentos. Por eso Silvana reafirma lo obvio: «Si no tenemos turistas no comemos».
“Yo soy una de las morenas”
—¡Yo soy Marlene!
—¡Y yo Yulimar!
—Entonces, yo soy Silvana.
Desde hace algunos meses así juegan las niñas de Chichiriviche de La Costa mientras tocan un tobo con unos palitos. La primera que vio esa escena fue Silvana, justo unos días después de que se presentaran con los dos grupos tamboreros del pueblo por el Día de San Juan, Un Negro Más y los Guerreros de San Miguel.
En la única escuela del pueblo, los niños se reúnen para disfrutar sus últimos días de vacaciones escolares. Silvana, coordinadora del plan vacacional, ha sido fundamental en las actividades. Una de ellas ha sido aprender a bailar tambor y tocarlo. Foto: Maurice Espinoza
No lo buscaron, pero Las Morenas han mostrado a las niñas y adolescentes del pueblo que las mujeres pueden dar algo más que baile al tambor: pueden hacerlo todo.
—Decidimos que íbamos a ser puras mujeres para sentir que valemos. Si ellos lo hacen, nosotras también lo podemos hacer. Al principio nos criticaban. Decían: “¿Esas mujeres qué van a tocar?”, “No resisten, no resisten nada”—, recuerda Yulimar que escuchó decir a algunos hombres.
Las Morenas de Chichi afirman que hasta cierto punto es verdad porque tocar tambor implica resistencia física. La experiencia les ha hecho confirmar que durante 20 minutos pueden darle con todo a los tambores, sin parar.
Aun así, se han sorprendido en el camino. El Día de San Juan, por ejemplo, tocaron durante 45 minutos sin pausa.
“Los dejamos con la boca abierta porque nos unimos todos los grupos y ellos al rato se veían cansaditos. Yo veía que se paraban y les decía moviendo el maracón: ‘Toca, toca’. Fue muy bonito ese día. Después de eso, sí cambió la comunidad, se siente el respeto”, comenta Marlene.
Lo que generaron lo confirmó un día después, cuando se encontró a uno de los tamboreros veteranos de Un Negro Más: “Él me dijo: “Quiero felicitarla, mi niña, porque de verdad nos dejaron con la boca abierta. No era lo que pensaba porque tienen demasiada resistencia. La felicito de verdad. Impresionante”.
Candela para calentar el cuero
Al frente de la casa de Yulimar, el lugar donde ensayan, Las Morenas ponen sus cinco tambores alrededor de una fogata improvisada, hecha con pequeños pedazos de cartón y ramas. Es un ritual al que llaman «calentamiento de tambores» y dura 20 minutos.
—Escucha, ve, suena hueco, como seco. Se calientan los tambores para que suenen mejor. Todos tienen diferentes sonidos. Si están fríos, los tambores no suenan bien—, dice Norelys antes acostar los cumacos en la tierra.
Es como afinar la guitarra, solo que a medida que pasa el tiempo no tensas cuerdas, sino que le das golpecitos al cuero hasta que suena profundo y con potencia.
La casa de Yulimar queda en el sector Vega Arriba de Chichiriviche de la Costa. En su patio y en el recibo ensayan para cada acto. El del 29 de septiembre, que celebran las fiestas patronales, ya lo tienen preparado. Será su gran show porque tienen un año planificándolo. Foto: Maurice Espinoza.
Las Morenas tienen cinco tambores y cada uno cumple una función distinta. Algunos son bajos, medio bajos o campana. El sonido se transforma cuando pasan unos minutos expuestos al calor del fuego.Cuando ya están listos, solo queda comenzar a tocar.
Y ahí se nota, las miradas cómplices entre ellas revelan el secreto de su magia: la conexión familiar.
—El ritual que tenemos antes de comenzar es mirarnos todas a la cara y empezar—, comenta Yanelvis Mayora.
Las Morenas se describen como un grupo de mujeres “echadas pa lante” y a las pruebas se remiten. Ellas hicieron sus propios tambores con la madera de un árbol de aguacate y cueros donados por amigos.
Los tambores se calientan antes de cada repique. Al sol pueden pasar 20 minutos, frente al fuego otros 20 minutos más. Así suenan mejor. Foto: Maurice Espinoza
—Nos motivó hacer los tambores porque teníamos unos de un tío, pero algunas veces él los necesitaba, entonces para ensayar no teníamos con qué—, dice Norelys.
Para hacer un tambor primero hay que seleccionar un buen tronco, que en su caso fue de una mata de aguacate, le sacan la comida y luego lo calientan para que se seque: «Tardamos cuatro días en hacer cuatro tambores. Trabajamos hasta la 1 de la mañana».
Una tradición pendiente
Chichiriviche de la Costa es un pueblo conocido desde hace mucho tiempo porque decenas de personas practican buceo entre sus corales. Pero hay personas como Ocasio Lozano, mejor conocido como «Paíto», que recuerdan que antes era una comunidad definida por el sonido de sus tambores: «Hacíamos bailar a cualquier turista que se acercara».
Las Morenas revolucionaron el tambor: primero como su escape. Luego como su forma de revivir la tradición de sus infancias. Foto: HONOR 400 Lite.
«A veces venían los amigos de uno, preguntaban por los tambores, pero no había hasta que aparecieron estas muchachas. Ahora las recomiendo y cuando buscan, ellas llegan. Yo tenía años que no veía un 24 de junio como el de este año, eso fue una maravilla… Todo el mundo busca a Las Morenas porque han revolucionado el tambor en Chichiriviche. Yo las apoyo 100%», dice Paíto.
Cuando suena el tambor, los niños de la comunidad dejan de hacer cualquier otra actividad porque encuentran en el repique un escape. Tienen dos y tres años de edad, pero todos saben bailar. Llevan ritmo en la sangre. Foto: Maurice Espinoza.
Lo que piensa Paíto, lo comparten otros. La tradición se había perdido: «Hubo un momento en el que no hubo más tambores, la gente se fue y dejó esa tradición ahí pendiente».
Muchos migraron a otros estados para conseguir oportunidades laborales y estudiar. Y nadie continuó el repique. «No se tomó en serio, cada quien agarró por su lado para sobrevivir, porque las cosas nunca han sido fáciles», comenta Lozano.
Para tocar tambor hace falta tener fuerza física. Las Morenas afirman que han desarrollado músculos para darle al cuero y movilizarlos de un lugar a otro. Se sienten orgullosas de eso. Foto: HONOR 400 Lite.
—Ahora la juventud lo ve bien porque ellos están creciendo con ellas. Nosotros crecimos con otros tambores, dirigidos por hombres. Lo aprecian porque todos bailan tambor. El tambor es importante para nosotros porque representa nuestras raíces.
Con apoyo se llega más lejos
Luego de la vaguada, la agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) se instaló en Chichiriviche para apoyar a los damnificados y dar asistencia en educación y salud. Fue así como descubrieron el talento de Las Morenas de Chichi y decidieron llevarlas a Caracas para una presentación con otras organizaciones y embajadas.
Cuenta Silvana que aquella experiencia las marcó porque fue el primer viaje que hicieron como agrupación: “Había gente de España y Francia y los pusimos a bailar. Hasta al embajador lo pusimos a bailar tambores”.
Así como pasó con ACNUR, les ha ocurrido con las posadas de Chichiriviche de La Costa: ahora son el contacto seguro para encender la fiesta. Repiten con ellas porque no solo ven el talento, sino una energía distinta y más constante que las agrupaciones precursoras.
La tradición del tambor creció con Las Morenas y quieren transmitirla a más niñas y niños de la comunidad. El primer paso ha sido enseñar a sus hijas e hijos. Foto: Maurice Espinoza.
El deseo común es que esas oportunidades se repitan. Les encantaría tener más conocimientos en redes sociales para mostrar todo lo que tiene el pueblo para ofrecer y activar más el turismo.
Silvana, que maneja el Instagram de Las Morenas, tiene en mente lo que le gustaría mostrar: las rutas de la montaña, visitas guiadas por cascadas, el río y aguas termales; gastronomía local; buceo y kayaks; talentos en danza, canto, pintura y música.
Piensan que llegando a canales de televisión nacional podrían impulsarlo, pero admiten que más allá de eso quieren que la gente sepa que las mujeres también tocan tambor.
«Que se pierda eso de que las mujeres no podían, porque para muestra un botón. Quisiéramos tener una escuela de baile, dar talleres de tambor y formar a otras personas. Que la gente sepa que estamos acá y que no solo tocamos tambor, cantamos, enseñamos, cocinamos, somos de todo», expresa Silvana.
Las fiestas patronales: llégate al próximo toque
El 29 de septiembre es el Día de San Miguel Arcángel, el patrón del pueblo de Chichiriviche de La Costa. Y hay fiesta. La lista de actividades, que incluye baile y tambor, está encabezada por Las Morenas. Han ensayado durante días para su presentación y desean que muchos turistas vayan a verlas.
—Todos pueden venir. Va a estar bien bueno esto. Desde el año pasado tenemos lo que vamos a hacer—, dicen entre risas.
Su éxito lo consideran transversal al resto del pueblo: si ellas atraen turistas y los demás también, todos ganan.
¿Cómo contactar a Las Morenas de Chichi?
Para contrataciones, puedes escribirle a Las Morenas de Chichiriviche de La Costa a través de su cuenta en Instagram. Su usuario es @lasmorenasdechichi.
Fuente: El Estimulo
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