Selecciones de 32 países, por primera vez con tal cantidad, disputan desde el 20 de julio el IX Campeonato Mundial de fútbol femenino que se celebra conjuntamente en Australia y Nueva Zelanda. Las gringas son las reinas del mundo con cuatro títulos, incluido el de la anterior edición realizada en Francia (2019), que congregó frente a las pantallas a 1.120 millones de personas. Una audiencia que aún carece de la contraparte necesaria en la cobertura que los medios concedemos al balompié de mujeres y, en general, al deporte femenino. Es una asignatura pendiente.
De los grandes del fútbol de hombres solo Alemania ha alzado la copa femenina (2003 y 2007), que ha visto también coronarse a Noruega (1995) y Japón (2011). En aquellas naciones donde el fútbol de «machos» no es el primer deporte -o al menos no lo es de una manera hegemónica- hay más espacio e interés para que ellas salten a las canchas sin tanto prejuicio y desdén.
Eso pudiera explicar el éxito de las estadounidenses -que además tienen cuatro oros olímpicos- pero solo en parte, porque lo que empujó a las adolescentes y jóvenes al deporte en la tierra del Tío Sam -los revolucionarios tienen otros tíos, claro está: a Stalin le decían «padrecito»- fue una ley de 1972, conocida como el Título IX, que sentó las bases para acabar con la discriminación en la inversión según el género en institutos y universidades.
En 1972 había 700 jugadoras de fútbol en categorías infantiles en las ligas estadounidenses. Cuatro décadas y pico después eran 290.000. El año pasado las chicas de la selección alcanzaron un acuerdo laboral que las iguala en ganancias con la selección masculina de los hombres, que casi siempre clasifica al mundial pero nunca ha olido una final.
Las mujeres juegan al fútbol de una manera parecida a la actual desde fines del siglo XIX, que no fue ayer, pero la organización de competiciones, ligas y de equipos enfrentó prohibiciones y dictámenes médicos que impedían y desaconsejaban su práctica. En el verano de 1971, la realización de un campeonato mundial femenino en México, al margen de la poderosa FIFA, congregó multitudes en el estadio Azteca, donde apenas un año antes Pelé consagró a Brasil como el rey del fútbol. Visto a la distancia de medio siglo, allí comenzó el lento pero continuo despegue de las mujeres en el fútbol.
En este noveno mundial, siete selecciones representan a nuestra región: Brasil, presente en los nueve torneos y subcampeona mundial en 2007, Colombia, Argentina, Panamá, Costa Rica, Haití y Jamaica. Faltó a la cita México y aún se espera que la Vinotinto alcance ese cupo tan esquivo tanto para hombres como para mujeres. Las venezolanas han conquistado dos campeonatos sudamericanos Sub17 (2013 y 2016) y rozaron el título en el Sub20 de 2015. Muchas integrantes de esos combinados animan ligas en otros países próximos e incluso en Portugal, España e Inglaterra. Es, como en otras áreas, talento de exportación.
El régimen se fue adueñando de los clubes de fútbol durante este par de décadas de uso caprichoso de los recursos públicos y ahora hasta la federación local, asociada a la FIFA, es un apéndice del poder político. Algún día llegarán los goles.
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Editorial de El Nacional
Ilustración: bbc.com