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La vuelta de Lula

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La vuelta de Lula

Doce años después de su último mandato, Luiz Inácio Lula da Silva regresó al poder en Brasil este primer domingo del año, la pieza que faltaba para terminar de armar el agreste paisaje de gobiernos de izquierda que se extiende desde México hasta la Patagonia.

 

 

Una década en la que el viejo sindicalista de 77 años presenció la caída de la que fue su sucesora Dilma Rousseff, la explosión e investigación de escándalos de corrupción de dimensión continental que enlodaron la gestión de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT, del que es presidente honorario), por lo que pagó 19 meses de cárcel, y el ascenso del populismo de derecha, encarnado en la figura de Jair Bolsonaro, a quien derrotó, aunque por muy escaso margen, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales el pasado 30 de octubre.

 

 

El Brasil que Lula se va a encontrar en este regreso es muy diferente al de hace 10 años atrás: un país dividido, en el que casi la mitad de quienes votaron (58 millones de personas) lo hicieron contra él y su partido a pesar de las alianzas que pudo concretar con otras organizaciones de izquierda y hacia el centro del espectro político; un país en el que más de 120 millones de personas están amenazadas por la inseguridad alimentaria y 33 millones pasan hambre; un país que ha perdido prestigio internacional como lo certificó su propio equipo durante el proceso de transición de mando.

 

 

Lula tiene arduo trabajo por hacer en el frente interno, con un Congreso dominado por sus adversarios y ese disímil conjunto de fuerzas que lo apoyan que lo obligó a crear 37 carteras ministeriales (Bolsonaro gobernó con 23) para complacer peticiones. Sus contrarios le reconocen que es un pragmático, como lo demuestra haber escogido para vicepresidente a Gerado Alckmin, una figura de la centroderecha brasileña que le disputó la presidencia en 2006.

 

 

Los brasileños temen la vuelta, también, de las viejas prácticas de los manejos oscuros del Estado que los decantaron por Bolsonaro cuatro años atrás, el aumento del gasto sin que se generen nuevos ingresos y el crecimiento del endeudamiento que ya representa 77% del PIB.

 

 

¿Será Lula el líder que espera esa heterogénea izquierda latinoamericana aferrada a una visión estatista de la economía de pésimos resultados y el deterioro de la vida institucional democrática? ¿Una izquierda que habla de amor y paz, como pregona Lula, pero en la que varios de sus integrantes apoyan la invasión rusa a Ucrania?

 

 

Para el inquilino de Miraflores es una buena noticia el regreso de Lula y su pragmatismo. Representará, en principio, apoyo con matices en debates y votaciones en organismos internacionales y, a la vez, marcará una distancia con respecto a la cercanía que Bolsonaro brindó a la oposición e inmigración venezolana.

 

 

Editorial de El Nacional

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