Para personajes como Donald Trump que se consideran el ombligo del mundo –los venezolanos deberíamos saber de eso– las acusaciones que la justicia estadounidense formula en su contra son su salsa predilecta.
Una encuesta reciente de The New York Times descubre, de hecho, que 74% de los republicanos comparte el argumento de la defensa del exmandatario en el sentido de que tenía buenas razones para impugnar en varios estados las elecciones presidenciales de noviembre de 2020 y que solo ejerció sus opciones legítimas y legales. En esa perspectiva encaja incluso el asalto al Congreso el aciago miércoles 6 de enero de 2021. El pobre Trump era –y es– una víctima, según esa “narrativa”.
Trump fue imputado el martes de la semana pasada en Washington de cuatro delitos en su intento de modificar los resultados electorales y tratar de impedir –con el célebre y violento asalto– la certificación de los votos.
Lo impresionante no es que sea la primera vez que un mandatario es acusado de un delito, dice The New York Times. Trump ha establecido un récord porque ya van 3 veces: las 2 anteriores, cuando un tribunal de Manhattan lo señaló en abril de más de 30 delitos por la falsificación de documentos para ocultar el pago a una actriz porno y luego, en junio, un gran jurado federal lo imputó de 37 delitos por los documentos clasificados que retuvo luego de salir de la presidencia.
En Georgia, donde urgió a un funcionario electoral por los votos que le permitieran impedir la derrota en ese estado, se tramita otra causa que podría también resultar en cargos. Tanta insistencia puede presentarse –es el guion de Trump y sus asesores– como ensañamiento. ¡
De todas las acusaciones, la crucial es el denominado caso de Estados Unidos contra Donald Trump, que el corresponsal del Times, Peter Baker, resume en una pregunta: ¿Un presidente en funciones puede difundir mentiras sobre unas elecciones y tratar de usar la autoridad del gobierno para anular la voluntad de los votantes sin consecuencias?
La respuesta a esa pregunta hace temblar, según el autor del reportaje, el edificio construido por los fundadores de la democracia más estable del mundo, que visionaron hace 238 años que la transferencia pacífica del poder
En nuestras precarias repúblicas latinoamericanas, que dos siglos después de la independencia aún se están refundando, esa pregunta apenas causa estremecimiento, pero la sucesión en el poder ha sido un rasgo fundamental y admirable de la democracia estadounidense. Baker cita al respecto a Ronald Reagan: lo que “aceptamos como normal es nada menos que un milagro”.
Contra ese milagro conspira Mr. Trump desde la elección del 3 de noviembre de 2020, a pesar de que dos fiscales generales, funcionarios del Departamento de Justicia y el jefe de seguridad electoral del gobierno, además de gobernadores republicanos, secretarios de estado y legisladores, le hicieron saber que sus acusaciones de fraude electoral carecían de sustento.
La argumentación del fiscal Jack Smith es precisamente probar que Trump sabía que sus alegatos eran falsos, pero su objetivo era “crear una intensa atmósfera nacional de desconfianza e indignación y erosionar la fe del público en la gestión de las elecciones”. Fue una apuesta por seguir en el poder a toda costa. De eso también sabemos los venezolanos, pero, en nuestro caso y por absoluta desgracia, estamos desprovistos de las instituciones de una democracia de verdad.
Editorial de El Nacional