Durante más de 30 años Mario Vargas Llosa ha publicado en El País de Madrid su columna Piedra de Toque. El domingo 17 apareció la que ya es su última entrega como articulista de opinión. Por las librerías circula también desde finales de octubre su última novela, Le dedico mi silencio, que cuenta las desventuras de Toño Azpilcueta, un amante de la música criolla en torno a la cual sueña un Perú unido y feliz, para dejar atrás el horror de Sendero Luminoso.
El Nobel peruano y español que en marzo cumplirá 88 años anuncia aún un ensayo sobre Jean-Paul Sartre, el autor que marcó los días de su juventud. «Será lo último que escribiré», consigna en la última página de su novela postrera. La prolífica obra de Vargas Llosa -en narrativa, ensayo, teatro y periodismo- ha cautivado por décadas a los lectores a un lado y otro del Atlántico y sucederá a su autor para placer de quien se asome a las páginas de cualquiera de sus libros. O de sus columnas.
La última columna trata de los periódicos y el periodismo y se titula igual que la sección iniciada en 1990, Piedra de Toque. La piedra de toque es esa piedra oscura utilizada para probar la pureza de los metales. En un sentido más amplio, según abunda la RAE, es «aquello que permite calibrar el sentido preciso de una cosa». De eso se ha ocupado Vargas Llosa durante estos más de treinta años de artículos semanales. Y esa calibración no podía estar ausente en la despedida, dicha con elegancia y contando con la complicidad siempre imprescindible del lector.
El texto de Vargas Llosa, que sería recomendable guardar en la memoria personal de quien ejerce el oficio periodístico y, además, en la de algún dispositivo electrónico, contiene un «único consejo» para los jóvenes que se inician como escritores en la prensa diaria. «Decir y defender la verdad, coincida o discrepe con lo que el diario defiende editorialmente».
«Decir la verdad desnuda fue el gran éxito de El País«, asienta Vargas Llosa. Nacido en mayo de 1976, en las primeras luces de la Transición española, El País venía gestándose desde varios años antes de la muerte del caudillo Francisco Franco, que dominó con mano de hierro desde el final de la guerra civil (1939). Fue un diario pensado para la España democrática, abierta y plural que tendría que surgir cuando la dictadura desapareciera. El impacto de su aparición, tanto en forma como en fondo, influyó en toda la prensa española e incluso en la de naciones latinoamericanas, unas sometidas por regímenes militares y otras, como Venezuela, donde la democracia andaba en sus primeros veinte años de vida.
El reconocimiento y énfasis que el Nobel y primer ganador (1967) de nuestro Premio Rómulo Gallegos pone en la nítida separación que El País estableció entre la información que ofrecían sus reporteros y la línea editorial del diario hay que leerla quizás al revés, porque se le echa en falta, víctima de este presente convulso, de quiebres democráticos y populismos y de realidades al gusto del consumidor.
“Siempre y cuando un periódico reconozca que algunos hechos difieren de las verdades que promueve, su credibilidad se mantiene (…) Lo grave es empantanar la verdad o velarla para evitar dar armas al competidor o contradecir las convicciones propias”. La verdad ya no está desnuda.
Editorial de El Nacional