Jamás se había visto y sentido mayor entusiasmo de un régimen ante manifestaciones populares. Nadie había escuchado mayores alborotos de júbilo desde las alturas del poder, como los ruidosos que salieron de Miraflores y de los despachos del oficialismo venezolano ante las marchas multitudinarias que sucedieron hace poco en Ecuador y Chile para protestar contra sus gobiernos. Insólita reacción, que conviene tener en cuenta para que desde ahora pensemos en lo que harán los mandones con el movimiento de protesta que las organizaciones de oposición convocan para el próximo 16 de noviembre.
Daba gusto oír a Maduro felicitándose por las protestas populares de Quito y de Santiago. El capitán Cabello llegaba al éxtasis cuando valoraba la trascendencia de las marchas masivas contra los malos gobiernos. ¡A la bimbunmbá, rarrarrá! Y ni hablar de las meticulosas descripciones hechas desde VTV, verdaderas joyas de orfebrería debido a su preocupación por los detalles de lo que sucedía en las caras comarcas de los hermanos pueblos que se levantaban ante la opresión. Tan parcos en la narración de lo propio y tan prolijos en la crónica de lo ajeno.
También llamaba la atención el énfasis puesto en la condena de la represión. Los voceros del oficialismo hablaron de hordas inhumanas que derramaban la sangre de bravíos y desarmados paladines. Se rasgaron las vestiduras ante la embestida de las fuerzas de orden, ante el avance de unos carabineros sedientos de sangre que no dejaban títere con cabeza, como si aquí jamás se hubiera quebrado un plato, como si la urbanidad y la gentileza hubieran respondido en el pasado reciente de Venezuela a los clamores callejeros contra los desastres de la usurpación. Como si un funesto repertorio de cadáveres no descubriera la descomunal impostura.
Pero quizá hayan rectificado el usurpador y sus secuaces en su entendimiento de las protestas populares y ahora las vean con ojos benévolos, con inesperada comprensión. Puede que se hayan arrepentido de las anteriores matanzas, de los atropellos y torturas antecedentes que perpetraron en la república bolivariana contra el pueblo indefenso que reclamaba sus derechos, razón que los conduce a mirar como miraron los sucesos de Ecuador y Chile, y a condenar la represión llevada a cabo por los esbirros de allá. Y razón que los conducirá, desde luego, a conductas mesuradas frente a la manifestación de protesta que se anuncia para el día 16.
¿Será posible? ¿El nacional verdugo se dolerá de los protestantes venezolanos, como se dolió en estos cercanos días de los manifestantes ecuatorianos y chilenos? Parece difícil que obre semejante portento, que ocurra tan insólita cabriola, pero el usurpador y sus secuaces permiten que abriguemos la esperanza después de su despiadada crítica a los esbirros del vecindario y de los aplausos que prodigaron a unas protestas populares que se realizaron contra la injusticia, la desigualdad y la arbitrariedad. No siempre pasa, a pesar de lo que asegura el refrán, especialmente en los predios de la política, pero en ocasiones significativas la lengua puede ser castigo del cuerpo.
Editorial de El Nacional