Es evidente que en Venezuela sucedió un fenómeno colectivo. La renovación de la AN será el producto de una decisión abrumadora del pueblo que sintió en carne propia los disparates del régimen y se juntó para hacerle un reclamo gigantesco, para propinarle una patada histórica cuya magnitud ha sido tan fuerte como la unanimidad de la fuerza de quienes la dieron. Pero se necesitó una vanguardia unificada, la congregación de un conjunto de líderes de distintas tendencias que recogieran ese clamor y lo condujeran a la victoria.
En ese sentido es innegable el trabajo de la MUD pero también el de tantos sectores de la sociedad que, conjuntamente con otros nuevos liderazgos, fueron capaces de disminuir paso a paso las diferencias partidistas y los intereses de las personalidades que la integran, hasta llegar a una propuesta uniforme que impidiera la dispersión del electorado.
Es cierto que el pueblo votó contra el mal gobierno y que nadie podía evitar una reacción de repulsa que ya estaba cantada, pero había que evitar que el desencanto se extraviara en la diversidad de senderos que suelen aparecer en situaciones de conflicto.
Se logró la hazaña gracias a la unidad de las fuerzas políticas, el aporte de los estudiantes, de los trabajadores, de los periodistas y de los directivos de los medios críticos e independientes, y de un trío de mujeres que como María Corina Machado, Mitzy Capriles de Ledezma y Lilian Tintori recorrieron no sólo el interior del país sino que llevaron a cabo una intensa actividad internacional.
En esas cuatro paredes se llegó a acuerdos fundamentales, que partieron de centrar las diversas organizaciones en un solo objetivo: la creación de una fuerza invencible.
El solo hecho de lograr la congregación de las propuestas y de los legítimos deseos de cada partido en la representación de una tarjeta única, basta para ponderar el esfuerzo de fraternidad y concordia que se impuso frente a apetencias banderizas. Los partidos colocaron en segundo plano sus señales particulares, los atributos que les han sido caros desde el período fundacional, para convivir en una sola casa con otros liderazgos y tendencias de nuevo cuño.
La propuesta de nominaciones fue muy ardua, pero se llegó a un consenso mediante el análisis de las particularidades de cada una de las regiones y de las credenciales de los candidatos, hasta llegar a la oferta multifacética que se convirtió en un solo color y un solo emblema susceptibles de recibir a todos en el calor de un solo regazo, en la confianza única en la cual los descontentos frente a la autocracia se movieran con comodidad.
Son cosas que parecen simples, pero que fueron el fruto de una faena que debió superar escollos casi infinitos. Sin esa faena, titánica de veras, la oposición no hubiese logrado el triunfo rotundo que hoy celebramos en El Nacional.
De allí que reconozcamos el esfuerzo por la unificación de los seguidores y dirigentes de la oposición, léase bien, de todos sin exclusión alguna. Esta unidad es sagrada.
Editorial de El Nacional