Nos encontramos en una era marcada por una competencia descarnada y, a veces, confrontación violenta entre potencias globales. La creciente desconfianza entre países está desmoronando el sueño de un orden mundial multilateral y basado en reglas.
En este escenario inestable, la Unión Europea enfrenta desafíos existenciales tanto desde Oriente —con una Rusia agresiva y una China consolidando su poder en sectores estratégicos— como desde Occidente, siendo Estados Unidos un proveedor de seguridad incierto y un actor económico cada vez más hostil.
Para la UE, la necesidad de reinventarse es más acuciante que nunca. Adaptarse a los tiempos actuales y poder «hablar el lenguaje del poder» son cuestiones vitales. Los objetivos principales deben ser reforzar la seguridad, en un sentido amplio que abarque defensa y autonomía económico-estratégica, así como la competitividad para evitar la subordinación a otras potencias.
Esta reinvención tendrá que lograrse impulsando simultáneamente la transición energética, cuidando la cohesión social y territorial, y encauzando el proceso de ampliación a nuevos miembros. Un desafío titánico que requerirá reformas profundas.
La política europea debe alimentarse de aportaciones del ámbito académico y cultural para comprender mejor el entorno y calibrar distintas opciones de reforma. Un cambio radical es necesario, una redefinición comparable a la ambición de los padres fundadores del proyecto europeo hace 70 años.
Entre las reformas clave propuestas destacan completar la integración de los mercados de energía, servicios financieros y comunicaciones para aprovechar economías de escala. Asimismo, es crucial mejorar el mercado de capitales europeo para canalizar mejor los ingentes ahorros hacia inversiones estratégicas que hoy se fugan a Estados Unidos. Será necesario repensar la provisión de bienes públicos clave como interconexiones energéticas o infraestructuras de supercomputación, así como garantizar el suministro de recursos esenciales como materias primas y trabajadores cualificados.
Para financiar estas ambiciosas reformas, no se descarta una nueva emisión de deuda común al estilo de la realizada durante la pandemia.
La convergencia entre China y Rusia representa un desafío enormemente complejo para la UE. Aunque no tengan una alianza formal, ambos países comparten una visión que rechaza los valores occidentales de derechos humanos y democracia, abogando por un orden mundial basado en la supremacía del Estado sobre los derechos individuales.
Esta confrontación ideológica y política exige que la UE se prepare para defender sus valores y principios con mayor determinación y unidad.
Internamente, la UE ha fallado en reflexionar adecuadamente sobre los desarrollos externos y ha mantenido una lógica introspectiva demasiado arraigada. Se necesita una reflexión supranacional más robusta para proteger los derechos y la prosperidad de los ciudadanos europeos.
En un discurso reciente en la Sorbona el presidente de Francia, Emmanuel Macron, subrayó la gravedad de este riesgo, citando al poeta Paul Valéry: «Debemos ser lúcidos sobre el hecho de que nuestra Europa actual es mortal (…) Puede morir, y eso depende únicamente de nuestras decisiones. Pero estas decisiones deben tomarse ahora».
Para fortalecer y asegurar el futuro de la Unión Europea, es imprescindible un ambicioso salto integrador. La UE ha logrado avances notables en los últimos años, como la emisión de deuda común, la superación de la dependencia energética de Rusia y el respaldo firme a Ucrania. Sin embargo, lo más prudente es continuar con una integración ambiciosa, la única manera de que sea más fuerte e independiente frente a los desafíos internos y externos.
La UE debe asumir con determinación este proceso de reinventarse, adoptando una perspectiva global y supranacional. Solo así podrá proteger los derechos y la prosperidad de sus ciudadanos en un mundo cada vez más agresivo y competitivo.
Editorial de El Nacional