Las preguntas de la ONU esperan respuesta. Que la esperen sentados sus representantes, si consideramos la generalidad y el poco fundamento de las palabras del ministro de Planificación, Ricardo Menéndez, ante las inquietudes que con la mayor seriedad y partiendo de reclamos concretos plantearon los miembros del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la mencionada institución ante quienes tuvieron la obligación de comparecer en Ginebra.
¿Por qué no respondió adecuadamente el ministro Menéndez? Tal vez porque pensaba que asistía a una rutina de publicidad roja-rojita en el Teatro Teresa Carreño, faena en la que es ducho junto con sus ineptos compañeros de gabinete. En el Teresa ellos hablan y los asistentes aplauden, sin que las dudas incomoden. En el Teresa, o en cualquiera de nuestras plazas públicas, se hace un mitin y se repiten consignas sin que nadie tenga la ocurrencia de pensar un poco sobre lo que ha escuchado.
En la ONU las cosas son muy distintas para los burócratas embusteros. Los funcionarios de la ONUsaben lo que tienen entre manos, especialmente si cumplen la misión de interrogar a los Estados miembros sobre su desempeño en materias fundamentales para sus gobernados y para el concierto de las naciones. No se limitan a escuchar, sino a filtrar el ruido que les entra por las orejas.
¿Por qué no contestó adecuadamente el ministro? Porque no le quedaba más remedio que limitarse a los balbuceos. Por ejemplo, cuando el representante polaco Zdzilaw Kedzia se interesó en las razones que no permitían en Venezuela la existencia de un órgano independiente para investigar la corrupción, ¿cómo se las arreglaba para una contestación convincente?
Cuando el belga Olivier De Schutter se refirió a la falta de maíz para hacer arepas, ¿cómo hacía él para convencer a su interlocutor de que aquí hay maíz y arepas de sobra? Algo semejante le sucedió cuando el representante de las islas Mauricio, Aroranga Pillay, con “los pelos en la mano” leyó cifras sobre el enorme déficit de viviendas. Un amago de arenga y un par de consignas adornaron lo que pretendió ser una salida airosa.
Y así sucesivamente. No faltaron observaciones sobre la falta de transparencia en el suministro de datos concretos por el sector oficial, sobre la autonomía de la judicatura, sobre el incremento de la violencia y sobre el acoso a los periodistas, por ejemplo. El burócrata trató de salirse de la suerte, con más pena que gloria, sin considerar que en el coliseo en el cual se presentaba no se puede pasar gato por liebre a un probado equipo de expertos que se preparan antes de iniciar el trasteo
El ministro Menéndez tuvo la suerte de los maletillas o, mucho peor, causó decepción ante un foro mundial de primera importancia cuyos voceros no están acostumbrados a la improvisación, ni a las mentiras. En consecuencia, la ONU se quedó sin encontrar lo que buscaba. El tupido velo cada vez tapa menos a quienes lo usan, no solo aquí sino también en los organismos internacionales.
Editorial de El Nacional