Pese a tratarse de unas primarias legislativas y estar muy alejadas de las presidenciales de 2015, las elecciones argentinas del domingo pasado ofrecen varias señales importantes dignas de atención, para los argentinos y para sus vecinos.
El resultado no solo anticipa la pérdida de escaños para el oficialismo en el Congreso que se renovará parcialmente en octubre un tercio del Senado y la mitad de los Diputados sino que evidencia el desgaste de una gestión que, entre Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, apunta a doce años, con intenciones reeleccionistas que ahora serán más difíciles de concretar.
Ha sido una década de concentración de poder en la Presidencia, cultivado en el amplio margen de maniobra que le ha dado el apoyo electoral, el manejo político de las complejidades del peronismo y la actitud de «¡vamos por todo!». Es este el lema orientador de las políticas que la presidenta Kirchner ha profundizado en su segundo mandato, alentada por el respaldo electoral que de 45% en 2007 aumentó a 54% en 2011.
Su partido, Frente para la Victoria, obtuvo hace una semana poco más de 26% de los votos, que lo colocó como la organización política más votada, dato a partir del cual la Presidente ha arremetido agresivamente contra las organizaciones y líderes opositores que ganaron en ciudades de fundamental interés electoral, como la provincia de Santa Cruz, desde donde se proyectó su carrera política. En su ofensiva, también arreció su discurso contra los medios acusándolos de distorsionar y ocultar los resultados.
Lo cierto es que, entre 54 y 26, hay muchos puntos que pesan como plomo en el ala de los proyectos de mayor control sobre la economía, los medios, el Poder Judicial y el Legislativo. También pesan contra el estilo agresivo y descalificador que desconoce los intereses y necesidades de bastante más de la mitad de los argentinos, según los resultados del 11 de agosto. Habiendo participado más de 70% del padrón electoral, el mensaje de los electores es más rotundo y, por los movimientos políticos de la semana, ya está siendo procesado por dirigentes que comienzan a tomar distancia de un poder presidencial que ya no cuenta con el fuelle electoral para una segunda reelección.
Los puntos perdidos hay que buscarlos en la indolencia ante el problema de la inseguridad, los silencios frente a la corrupción en el Gobierno, la descalificación ofensiva de la crítica, la insinceridad cambiaria y la restricción de las divisas, la ineficiente intervención estatal en la economía, el ocultamiento de las cifras de inflación, la negación ante los reclamos en la calle, el control sobre los medios de comunicación, las presiones sobre el Poder Judicial y, en suma, la sorda arrogancia.
Análisis muy ponderados han aconsejado a la señora Kirchner escuchar con atención lo que los electores han manifestado en las primarias, para que, en el empecinamiento por profundizar el modelo, no convierta su derrota en un desastre para el país. Ojalá que, en circunstancias que tanto se parecen a las venezolanas, el consejo fuera escuchado, allá y aquí.
Editorial de El Nacional