La batalla brutal que se está iniciando entre el nuevo mandatario de Estados Unidos, Donald Trump, y el gobierno de México y su débil presidente no va a quedarse estacionada en la historia como una simple refriega entre un gobernante populista e insoportablemente racista, y otro de menor estatura que arrastra la pesadilla de una imparable caída en su aceptación popular.
Este escenario preñado de turbulencias económicas y políticas llega en momentos en que América Latina está saliendo de uno de sus periodos más oscuros y repugnantes, como lo es la resurrección del populismo y de su alianza con los sectores militares más reaccionarios y depredadores del erario público.
Al sur del río Grande se pensaba que las catástrofes políticas y las plagas ideológicas iban disminuyendo en la misma medida en que la muerte y los años les pasaban factura a estos fantoches que, en nombre de los pobres y enarbolando la justicia social, se encaramaron en el poder con la única y pretenciosa idea de entrar en la historia como los grandes justicieros del siglo XXI. No fueron ni lo uno ni lo otro. El problema ahora es que abierta la caja de las tormentas no queda nadie que pueda asumir la inmensa tarea histórica de reunir las repúblicas latinoamericanas para enfrentarse a enemigos tanto o más poderosos que el renqueante “imperialismo yanqui”.
Cuando el señor Trump amenaza a México y le advierte que levantará un muro para detener la entrada ilegal de ciudadanos mexicanos a Estados Unidos, no se puede calificar ese exabrupto como una jugada arriesgada que, luego de logrado su objetivo, permanecerá detenida hasta donde era su propósito inicial. No, para nada. Pueden apostar lo que quieran a que Trump irá a por más, como dicen en España.
Revisando los expedientes de quienes hoy integran el equipo de gobierno de Donald Trump se llega a la conclusión de que no es un grupo de consejeros educados en los modales y principios de las hermanitas de la caridad. Vienen a exigir, no a negociar. Y cuando el señor Trump anuncia que los mexicanos van a pagar el tan mentado muro es porque, en miles de formas y maneras, lo terminarán pagando.
Desde que asumió el poder, el mandatario estadounidense viene señalando con absoluta claridad cuáles son sus prioridades económicas, políticas y militares. No habla en juego, golpea la mesa con su puño cerrado. Y no solo con respecto a México, que es apenas un abrebocas. Con China, con la Unión Europea, con el Medio Oriente, con Centro y Suramérica.
Ayer, en Lisboa, el presidente de Francia, François Hollande, alentó a la Unión Europea a dar una respuesta firme a estas provocaciones lanzadas abiertamente por el mandatario estadounidense. Hollande fue muy claro al respecto: “Cuando hay declaraciones del presidente de Estados Unidos sobre Europa y cuando habla del modelo del brexit para otros países, creo que tenemos que responder”.
Claro que Hollande no parece tener la estatura y el liderazgo suficiente para encabezar una cruzada anti-Trump, pero debe impulsar entre los otros mandatarios de la Unión Europea la idea de prepararse para un escenario belicoso en extremo. Por lo pronto, y desde América Latina, deben darse los primeros pasos para no dejar a México a merced de sus enemigos.
Editorial de El Nacional