Si alguna palabra tiene historia necrológica completa esa palabra es «revolución», con comillas o sin ellas, con mayúscula o con minúscula. Y esto hay que recordarlo a propósito del 4 de febrero, fecha que celebran los socialistas del siglo XXI, alentando la insurrección militar para resolver asuntos políticos.
Cuando se produjo la Revolución rusa en 1917 algunos intelectuales europeos, particularmente franceses, creyeron que tenían nuevamente ante sus ojos a los jacobinos, a Dantón y a Robespierre. Se imaginaron que estaban viendo escenas de la primera versión, olvidándose de que esta era única e irreproducible.
Lo importante para los venezolanos es recordar ahora que el término revolución tiene una trayectoria desigual, no convencional, pues de eso se trata, de cambiar el mundo. Lo más sorprendente es que en Francia en 1989, cuando se cumplen los 200 años de la revolución, es cuando se declara que la «Revolución francesa ha terminado». En Venezuela, desde los días aurorales de la Independencia, el término se hizo parte de la visión y de la estructura oral de la emancipación del Imperio Español. Cabalgamos simultáneamente sobre 2 briosos potros conceptuales: la Revolución francesa y la Independencia de Estados Unidos.
En la segunda mitad del siglo XX hemos tenido en frente la Revolución cubana, la cual podría ser nombrada como la revolución extinguida, que dejó de ser, que se convirtió en una mariposa pegada en la pared. Pobreza, desolación, falta de porvenir y represión brutal, ausencia de libertad. Un despotismo, una tiranía, una satrapía. Se puede usar el término que se desee, pero el más claro y preciso es el de tiranía. ¿Es eso un prospecto histórico? ¿Semejante fracaso puede ser punto de referencia para ilusiones de bienestar colectivo? ¿Puede alguien admitir que en Cuba nació una nueva opción para el género humano? ¿Es Cuba siquiera un mensaje para Iberoamérica que sea diferente a un fracaso contundente?
Hace mucho tiempo que el dueño del proyecto entendió la realidad. Desaparecida la Unión Soviética no quedaba otra opción que la supervivencia y para eso estaba la generosa mano de la “revolución bolivariana”.
En Venezuela el proyecto revolucionario es inconciliable con la Constitución, con la democracia y con la libertad. La Constitución venezolana está fundada sobre los principios del Estado de Derecho, plural y democrático. El pluralismo es inconciliable con un régimen autoritario y socialista porque el único socialismo conocido es totalitario.
La revolución es un fracaso mundial en el siglo XXI y además es un anacronismo intelectual. El progreso está hecho de otras cosas y estas no se suministran en el tráfico revolucionario. Lástima, por la energía consumida, por tantas ilusiones perdidas, por tanta acción humana de buena fe comprometida en el espejismo revolucionario.
La revolución bolivariana es un anacronismo gigantesco, un menjurje ideológico de imposible precisión, un ejercicio verbal permanente de costos sin beneficios. Su más probable destino será acompañar la extinción de la cubana en los mismos funerales históricos. Quedará como testimonio de la dificultad para encontrar una vía de enlace entre el crecimiento material, la justicia y el desarrollo político.
Hace más de 50 años, el intelectual francés Jacques Ellul propuso la autopsia de la revolución. Tenía que haber visto un capítulo de la historia inimaginable en términos de cordura colectiva que ahora se vive en esta parte del mundo que llamamos “revolución bolivariana”.
Venezuela necesita ser un país de ciudadanos en lugar de militantes. No se necesita ser un país socialista porque eso equivale a totalitarismo. Un país democrático y estable alejado de la revolución.
Los venezolanos hemos aprendido a un precio muy alto y doloroso que revolución es sinónimo de fracaso.