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La pandilla del voto

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La pandilla del voto

 

Desde luego que para caracterizar a una pandilla no hay que darle tantas vueltas porque entre la experiencia personal, el cine y la literatura el mandado ya está hecho. Pero hay pandillas juveniles, o mafiosas, o del Medio y Lejano Oriente, pandillas revolucionarias y también electorales. De manera que las opciones son casi infinitas y atienden cualquier exigencia a gusto del cliente.

 

 

 

En Venezuela ahora gozamos de un clima magnífico y de unas condiciones excepcionales para cultivar pandilleros o pandilleras, hasta para exportar, y eso que estamos tan arruinados que en estos años revolucionarios lo único que exportamos es gente joven, parejas desesperadas en busca de un destino mejor y también familias enteras que quieren ver finalizar sus días sin el asesinato de un hijo, sin el secuestro de un hermano o sin un sobrino en una celda de Ramo Verde, o en el encarcelado supermercado de Tocorón, donde pagará no su condena porque es inocente, sino su derecho de comer, bañarse y dormir en el suelo.

 

 

 

Pero vamos a lo nuestro: las pandillas electorales. Tienen currículum, les sobra no tanto sabiduría sino cinismo, poseen una pasión desenfrenada por las artimañas y adoran ser tracaleras; están formadas para transformar por arte de birlibirloque unas cifras desfavorables a un candidato en una amplia ventaja que no deja lugar a dudas; sueñan y practican a diario con tendencias irreversibles y las prolongaciones arbitrarias de las jornadas de votación, y sufren de reumatismo acentuado cuando asumen la tarea, es decir, el simulacro de contar los votos a pesar de que conocen de antemano los resultados.

 

 

 

Las pandillas electorales son extremadamente eficientes en esos momentos en que el ciudadano común y corriente trata de cambiar el rumbo de su país y al capitán del barco. En esas encrucijadas constitucionales las integrantes de la pandilla caen en trance, ponen los ojos en blanco y comienzan a lanzar humo y ceniza para oscurecer cualquier resquicio de transparencia. Es como si invocaran una tormenta de ideas pero sin ideas; como si cosecharan una buena cantidad de votos pero, extrañamente, se van encogiendo y desaparecen a fuerza de su mala fe.

 

 

 

Las pandilleras se creen invulnerables, están protegidas por una camarilla de civiles y uniformados, por titiriteros que las mueven a voluntad de los secuestradores del poder, de los estafadores de los votos populares, de los estrechos y oscuros círculos en los que manda la  aristocracia revolucionaria de la corrupción, de los saqueadores del tesoro público, de los antiguos secuestradores y asaltantes de bancos de años atrás, de los que servían como informadores de los servicios de seguridad del Estado, pero que pasaban por héroes valientes y desafiantes.

 

 

 

Quienes dicen que el crimen no paga, pues deberían darse unas vueltas por la Venezuela revolucionaria de hoy. Aquí no solo paga sino que lo hace con sobreprecio, y hasta permite cobrar dos veces. Esta es la tierra soñada por Al Capone, el paraíso de todo tipo de crimen, especialmente en el más doloroso de los crímenes cometidos contra la democracia: el asalto electoral.

 

 

Editorial de El Nacional

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